Sabía que faltaba un sabor entre mi lengua,
un centímetro de vida entre la punta
y el deslinde de lo amargo de las lágrimas;
un segundo perdido para mis adentros.
Sabía que faltaba una nota en la canción,
que tocaba día con noche entre la dicha
e improvisaba y cambiaba inconforme,
por no encontrar sus pies sobre mi arena.
Sabía que aun no estaba en casa,
había muchos momentos de silencios indebidos;
tedios y gulas surgidas por la ausencia,
de aquello que levantase mi arma sin filo.
Sabía que lo había olvidado,
y entonces lo busque entre frutas y recuerdos,
en canciones y en diccionarios viejos,
entre la Luna y el cartón de mi basura.
Encontré tesoros y sentimientos,
pero aun mi lengua estaba incompleta,
aun mi canción no sabía empezar,
mi casa aun no era un hogar.
Empecé a retarme con belleza,
a cuestionar lo ya fundamentado,
a rezar por los que ya se habían salvado,
a olvidar los muertos en combate.
Sabía que todo era una farsa,
y en mi desdicha encontré caminos separados,
y entre ellos coordinaban el siniestro,
para devolverme, sin costos, lo perdido.
Ahora saboreo bofetones y sonrisas,
y tarareo ese requinto de mañana,
mi hogar ya tiene tiempo de habitarme;
ese es el vigor de este presente.
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