miércoles, 16 de marzo de 2022

La ventana

 

A veces volteo a ver al patio atrás de la oficina, el cual da un campo de golf. La hierba recién cortada y los aspersores trabajando y desprendiendo el aroma de la tierra mojada, las ardillas asomándose de vez en vez por el barandal jugando a perseguirse, para al fin trepar por aquel podrido tronco que no hay manera que mandemos a cortar. Limpiar aquel pequeño balcón es una pérdida de tiempo ante las ramas, hojas y bayas que vuelan y tapizan el suelo esperando apropiarse nuevamente del terreno. Pero la cerámica no cederá, no en mucho tiempo. Y así cada semana se barren las hojas y se lava con químicos el dominio del hombre, simulando el aroma del pino cuando a solo unos tres metros se cierne uno más antiguo que mis pasos.

Siempre le observo desde dentro de la oficina, pues al cruzar esa ventana de pared, los mosquitos arremeten ante el manjar de mi sangre que desde la mañana llevasen esperando. Son una decena en cada visita y como quisiera no estarles esperando, quizás así me animase a respirar un poco de aire fresco y escuchar a las aves cantar. Es cierto… Ya se acerca primavera. Pero eso significa más hojas e incluso flores en el patio. Flores de buganvilia y jacaranda cruzan la cerca con alambre de púas, atentando con llenar mis días de color. Pero la ventana está a mi espalda, y rara vez me animo a voltear.

Al regresar del baño, una persiana a medio abrir me invita, y entre pasos temerosos y dubitativos es que finalmente me acerco a apreciar aquella vista, inundándome de un turbio esmeralda y el celeste impregnado de oro y vida. Pero el viento,.. Ese viento que mueve los árboles y manda sus hojas hasta el balcón, puede no lo haya visto jamás. No lo recuerdo, o es acaso algo que quisiera probar de nuevo.  Mi mente se alborota, pensando que quizás sea el día en que la decena de picaduras pudiese valer la pena, que ni siquiera los zapatos llenos de lodo pudiesen impedirme disfrutar ese momento. Entonces llega mi jefe, un hombre por demás tranquilo y que ha viajado por el mundo gracias a su trabajo, pero ni se inmuta porque haya abandonado mi puesto, mirando fijamente también a la ventana.

“Ya volvió a ensuciarse el patio” me dice. “Y eso que acaban de limpiar”.

Entonces aprecio a aquellos hombres adinerados jugando al fondo, divirtiéndose más en el pequeño vehículo que en su supuesto juego. Y las hojas vuelan, las aves cantan y los insectos le secundan con un centenar de cuerdas en un himno natural, y me siento otra vez, a terminar aquel informe a la mitad.