jueves, 14 de julio de 2022

Vías de tren.

Eran poco antes de las nueve, cuando el teléfono de Marian sonó. Se trataba de Ernesto, quien había llegado un poco antes de la hora acordada. Se vistió tan rápido como le fue posible, peinó su cabello largo y negro, y considerando haber alcanzado los mínimos requerimientos de maquillaje y estética, bajo las escaleras para abrir la puerta.

-No me has dado tiempo de nada. -Decía Marian con su natural sonrisa, mientras acomodaba la oscura finura que cubría un costado de su rostro por detrás de su oído.

-He llegado a la hora que habíamos acordado ¿no es así?  -Decía aquel hombre de camisa y cabello oscuro y común. Sus ojos eran pequeños y algo cansados, pareciendo siempre juzgar a las personas con cierto desprecio, lo que siempre le dificultaba para conocer gente nueva.

-Es solo que creí tardarías más en tu trámite.

-Sobre eso, parece que abrirán hasta las diez, así que decidí posponerlo para después de verte.

-Pensé que te quedarías más tiempo.

-No, estoy de paso, pero creo que es lo mejor por ahora. ¿Está tu madre?

-No, hace un par de horas que salió a trabajar. Dudo que puedas cruzártela.

-Es una lástima, he traído un café colombiano como obsequio.

-Recordaste lo de la cafetera nueva. Yo lo recibiré encantada, menos mal porque no había café.

- ¿No se supone que me habías invitado a desayunar y un café? -Decía con burla aquel hombre, como esas que antaño contagiaban la risa.

-Justamente porque no tengo para el café es que te invité a la casa, no seas pesado al respecto. Iré a la tienda a comprar huevos, ¿con qué sueles comerlos?

-Algo que no te cueste tanto, no te preocupes.

La joven rechistó a la respuesta, pero dejó a su invitado en su casa mientras hacía su mandado. Ernesto encontraba esa casa cada vez diferente. Había una nueva sala, pero el comedor viejo de madera había sido reemplazado por una mesa de plástico, dudando si acaso las cosas mejoraban o empeoraban. Algo que nunca cambiaba era aquella pila de platos sucios sobre el fregadero, que por lo menos se acumulaban de dos días atrás. Alguna vez los había lavado más por compulsivo que por acomedido, pero hoy no sentía estar en ello.

Marian entró al poco tiempo, trayendo consigo un paquete de jamón y una bolsa de frijoles procesados.

- ¿Estás bien con eso?

-Claro, cualquier cosa es buena. Es la primera vez que comeré algo que preparas.

-No esperes mucho, ya te dije que no es mi fuerte.

-Son unos huevos con jamón, no creo que puedan salir mal.

La joven le ignoró y preparó la comida tomándose su tiempo mientras se distraía con el teléfono. A veces Ernesto le preguntaba una que otra cosa, pero solo la mitad eran contestadas, a pesar de que la estufa se encontraba a un par de metros. El ruido de la estufa era a veces un poco invasivo y bien podía excusarse. Salió durante un momento de la cocina para preparar la cafetera, abriendo el café e inhalando aquel aroma hasta que hallase enamorada su nariz.

-Huele bastante bien, debe saber increíble.

-No uses tanto, es más fuerte que el café de aquí.

Finalmente, y unos minutos después, Marian sacó platos de la vitrina y sirvió los huevos.

- ¿Está bien con pan?

-Sí, no hay problema. ¿No ibas a ocupar los frijoles?

-Cierto, gracias por recordarme. -Tomando la bolsa de frijoles y haciéndole una apertura, dejándola en la mesa tal y como venían.

- ¿Es en serio que los dejarás así?

-Así los comemos aquí, sírvete si quieres.

Ernesto se sirvió un poco, por no cerrarse a probarlos. El sabor no era malo, pero estaban fríos y era extraño para él. Muchas cosas en esa ciudad habían sido frías para él. Mientras comían, Marian permanecía pegada al teléfono, eligiendo las canciones a reproducir durante la próxima hora y mandando mensajes a otras personas.

-No vengo muy seguido, podríamos hablar un poco.

- ¿De qué quieres hablar?

-No lo sé, usualmente nunca había que preguntárselo, siempre surgía sola la conversa.

-Eso habrá sido antes, toca que le pongas un poco de cabeza.

- ¿Podrías quitar la música? Hablemos como gente civilizada.

-Siempre tan afilado con tus comentarios.

-Te voy a detener ahí. -Dijo Ernesto, mientras soltaba la taza de café que tantas veces le había parado a rechistar. -Yo sé que no estamos en los mejores términos, que cada vez nos vemos menos y menos nos queremos ver. Pero puede que esta sea la última vez. No sé si volveré a esta ciudad. Lo mínimo que quisiera es que esta ultima vez, finjamos que aun queda algo por lo cual tratarnos bien.

Se hizo el silencio durante un par de segundos, y finalmente la joven asintió, apagó la música, y se dedicó únicamente a contestar los mensajes importantes.

- ¿Cómo han ido las cosas en casa?

-Mi madre está algo dolida por el final de su pseudo relación con Hugo.

- ¿Terminaron? Pero llevaban ya varios años con esa relación…

-Si, pero nunca se pusieron de acuerdo en cuanto a los límites.

-Tu madre quería algo más serio, me imagino.

-Sí… a el le gustaba tener sus amigas. Pero cuando enfermó, mi madre fue la única que veló por él. Ahora que está mejor, nada cambió, así que decidió alejarse.

-Hay gente muy idiota por ahí.

-Quizás, pero yo concuerdo con él. Si algo había funcionado durante tanto tiempo no veo porque cambiarlo.

-Es curioso que tú lo digas.

-Es mi madre, pero la gente exige demasiado de las relaciones, y eso termina por hacer sentir atadas a las personas.

-Puedo entender que estés de acuerdo con él.

- ¿Puedo contarte algo? Es de esas cosas que me pediste que no lo hiciera, pero prometo no entrar en muchos detalles.

-Vale, esta vez será una excepción.

-Es sobre la persona de la que te hablé hace un par de meses. Tenemos una relación bastante libre, y siempre y cuando nos digamos las cosas, todo se mantiene bien. Nunca creí poder sentirme tan libre aún con una pareja.

Ernesto escuchaba atento, pero a regañadientes, manteniendo apenas el control de sus palabras con tal de no faltar en sus acuerdos.

-Si es lo que te funciona, me alegro que estés siendo feliz.

- ¿Tú qué tal? ¿No has conocido a nadie más?

-Para nada. Sabes que ese no es mi fuerte. Además, que ya no estoy para cosas casuales.

-Ojalá encuentras lo que estás buscando.

- ¿Cómo va la escuela?

-Terminé el semestre apenas rozando, mis calificaciones han bajado mucho últimamente.

- ¿Qué ha pasado?

-Pasa que ya no me llevo con nadie del salón, resultaron no ser tan amigos como creí.

-No me parecían un grupo muy unido, pero por lo menos Hina parecía muy tu amiga.

-Parecía, tu lo has dicho. ¿Cómo ha estado tu curso?

-Mejor de lo que esperaba, aunque no estoy seguro si realmente me servirá de algo.

-Esperemos que sí, vaya carrera tan terrible has elegido.

-Sabes que no la he elegido, quizás eso es. -Tomando el último sorbo de su café que había terminado sin notarlo.

- ¿Quieres salir un rato?

-En realidad, no debería. Ya va siendo hora que cheque lo de mi trámite.

-Lo había olvidado.

-Aunque… podrías acompañarme, hay unos cuantos restaurantes o bares cerca de ahí.

-Suena bien, aunque ya recordé que me vería con Daniel más tarde. Últimamente las cosas han estado más complicadas. No le sentó bien saber que estaba saliendo con otra persona.

-De seguro pensó que tenía oportunidad.

-Dalo por hecho, pero yo nunca le he dado alas. Él se las da solo.

-Pero eso no quita que cada borrachera empiece a declarar sus intenciones, y sin embargo ahí siguen los dos.

-Es mi mejor amigo, no lo dejaré por un mero capricho de enamorado. -Pero ambos sabían que eso llevaba el suficiente tiempo como para no ser un mero capricho, y ante lo obvio prefirieron no hablar.

-De hecho, me sienta muy bien tenerte por aquí, hace mucho que no puedo abrirme con nadie debido a esas circunstancias. -Finalmente guardó el teléfono, y se acercó de a poco a Ernesto, mientras se acomodaba en su hombro, buscando consuelo.

Aquello era uno de los típicos malos entendidos que tendía a provocar Marian con los hombres cada cierto tiempo, quienes creían que ese contacto físico era prueba de un lazo, un coqueteo o por lo menos una alarma a los instintos más básicos que someten al género masculino. Pero Ernesto ya no sentía nada de eso, solo que estaba comprometido a recibir una carga que ya no le correspondía, dispuesto solo por cumplir la palabra de ese día.

Empezó por hablar sobre la relación con su madre y los problemas económicos, como la escuela le pesaba cada día más y seguía esperanzada con estudiar artes algún día, y tanteado este terreno y la compasión de su invitado, terminó por contar aquellos inciertos de su utópica relación, mientras que, con más detalles de los necesarios, alegaba de estar siendo engañada dados los rasguños en la espalda de su pareja e interrumpiéndole su hasta ahora oyente.

- ¿No era acaso una relación abierta?

-Así es, pero no por eso nos debemos esconder las cosas. Él me está siendo deshonesto por alguna razón, pero hasta no tener pruebas, no le diré nada.

Ernesto no comprendía la diferencia entre saber o no con quien se acostaban en ese punto, pero se limitó a escuchar, y finalmente, a no hacerlo, mirando continuamente el reloj conforme pasaban los minutos.

-Ya te tienes que ir ¿no es así?

-Así es. ¿Segura que no quieres venir?

-Daniel aún no me confirma la hora…

-Vamos. Una bebida no toma tanto tiempo. Además, que a nadie le ha matado cambiar el horario si se requiere.

-Puede que tengas razón… Iré a cambiarme.

La joven se dirigió con apuro a su habitación y Ernesto detrás de ella hasta topar con el rostro curioso de la joven frente a él.

- ¿A dónde crees que vas?

-Quiero seguir platicando, como te he dicho, puede sea la última vez.

-Pues… no es que tenga problema. Pero allá tú.

Empezó quitándose el pantalón y luego la blusa. Dadas las prisas, no llevaba brasier, lo cual ya había notado Ernesto un rato atrás, pero sin hacer mucho énfasis en ello. Su cuerpo era delgado, sus pechos pequeños, bastante normales, pero sus muslos y contornos adyacentes servían de encanto a las miradas lascivas. Al colocarse el sujetador, aquel tatuaje en su espalda se asomó, una imagen que bien podría mover los mares o hipnotizar las miradas de los animales nocturnos. Para él, solo se asomaba una efímera nostalgia.

- ¿Qué tanto miras?

- ¿No puedo acaso?

-Yo estoy acostumbrada.

-Entonces dejémoslo así.

Un par de minutos después, salieron de la habitación y Ernesto dio un último vistazo a esa pequeña casa atiborrada de manías, cambios y recuerdos. Las calles cercanas estaban llenas de irregularidades, algunas con negocios de alimentos, otras con balcones llenos de plantas pequeñas en macetas, y otras llenas de grafitis y vagabundos durmiendo en sus esquinas. “Así es esta ciudad” pensaba Ernesto, hasta que el teléfono de Marian sonó y le sacó de su razonamiento interno. La llamada parecía haber alterado a la joven, quien hacía ademanes agresivos y reclamos, para finalmente resignarse y colgar tras un suspiro.

-Es Daniel, quiere que lo vea ahora mismo en su casa.

- ¿Y qué harás?

- Tengo que ir. Discúlpame.

-Vale.

-En serio disculpa.

-No te preocupes.

Ernesto siguió caminando, y cuando se alejó lo suficiente, sacó un cigarrillo de su bolsillo, exhalando al viento que se escapaba entre su rostro, mientras veía que, en un cruce, las vías del tren pasaban de extremo a extremo de la calle. Era la primera vez que las veía, pero ciertamente habían estado ahí todo el tiempo.