lunes, 18 de marzo de 2024

Despedida terrenal.

 "...¡Por supuesto! El principio proviene de mí y solo el final he de ver. Yo les he he sacado del barro y también en pocos momentos, observaré como a él regresarán. Sepan que todo lo sé, y siempre lo he sabido, y tan así que este final fue algo tan inevitable como natural. 

¿Y entonces, para qué? pensarán. 

Porque todos estos años, llenos de amores, burlas, tragedias, y absurdos, no son sino el compilado de las obras más bellas que jamás haya visto, y ni en su guion ni ejecución he tenido voz o voto. Solos han llegado hasta donde están, pero solos ya no más. Sean bienvenidos hijos míos."


Mensaje de misericordia reproducido en ojivas nucleares, de acuerdo al artículo 26 de los Acuerdos de Gestiones Bélicas.



martes, 12 de marzo de 2024

El descenso infinito.

 Al principio, me sentía caer. Caía hacia las indomables corrientes de la adultez por el vórtice de aguas color penumbra que amenazaban con destazar mi cuerpo entre lo útil y los desechos, y así, como única solución, hallé tensar todos los músculos de mi cuerpo, con tal de seguir completo y sobrevivir al incordiar de la sociedad que fluía a mis alrededores; cada gota era una vida y de mi frente fluían vidas al no hallar salida por mis ojos. Eventualmente, el cansancio se apoderó de mi sacudido cuerpo, y con sumisa resignación, dejé que la corriente me llevase, cediendo el tensar y la lucha. Pude sentir como mi cuerpo giraba y mi cabeza daba vueltas hacia el mar de individuos, llenándome y vaciándome continuamente con la humedad del torbellino, mientras que mi cuerpo se consumía lentamente en el mar de agua salada, secándome como pescado al sol. 

Como añoraba el Sol que desde hacía años no veía, siempre sobre mi cabeza, siempre rehuyendo del mismo, incapaz de valorar tenerle presente sobre mí, bastándome recibir su reflejo en las noches pues una luz tan radiante era imposible de seguir. Eso era lo que me decía desde el vórtice, sintiendo los achaques que si bien, menos frecuentes que antes, magullaban mi cuerpo ahora débil por el frágil esfuerzo que ponía en mi respirar. Había perdido el día y la noche, y el sueño no era más que una continuación del constante padecimiento de aprisionamiento sin final. A veces abría los ojos y trataba de buscar en el agua algún rayo de luz, pero las aguas eran agitadas y arremetían contra mis ojos, al punto que no quise abrirlos más, entregándome por fin al abrazo arrebatado de la humanidad, y volviéndome lentamente otra gota en el mar de gente vacía, absorbida por la piel de hombres completos, que se evaporan al acercarse al sol, o que viven por siempre en las profundidades del abismo. En ese punto, había culpado a todos por mi abrupto descenso, envidié a los que salían a flote y veían el Sol, pero sabía que el principal antagonista de esta historia, se ocultaba en mi carne, y pronto sería consumido al menos por mi propia indecisión, y es que los valientes buscan como vivir y los cobardes solo se acomodan. 




Pasó entonces que sentí una molestia en los ojos, y quedando apenas entreabiertos, me sentí cegado ante la falta de hábito hacia la luz, pero era imposible que hubiese iluminación cuando hube descendido durante tanto tiempo. Eché un segundo vistazo y me encontré con un destello zigzagueante que surcaba por encima del abismo. Alcanzarlo parecía prácticamente imposible, siendo víctima del golpeteo agobiante de las vidas convencidas de que ese no era el camino. En ese momento, lloré arrepentido de no tener la fuerza para luchar contra la corriente al ver mis músculos atrofiados por el desuso, pero la luz parecía acercarse, apiadándose de mí impotencia, viéndole cada vez más grande pero sin ápice ni asomo de su calidez, mirándole fijamente lleno de dudas hasta que divisé las trémulas fauces de un voraz rapé que no hallase espacio suficiente en sus entrañas para este corazón aún latiendo. Y así sobreviví pero aún yaciendo a la merced del infinito vacío, quedándome un crudo aprendizaje y buscando hacer uso de mis extremidades nuevamente,  abriendo los ojos de vez en vez, buscando si en algún momento volviese a ver la luz, por lo menos en un sueño.

El sueño cobró vida mientras usaba mis dedos para propulsarme hacia arriba entre las corrientes de individuos deshechos y cuyos destinos maldecían, más no llegó en forma de luz, de Sol o espejismo, sino al ver encima mío a alguien aferrándose a la suerte de no caer. Su frente y mejillas se encontraban húmedas y su cabello era largo y pesado por el agua que absorbía, mientras que aquellos individuos en su obstinación por no desaparecer en soledad, buscaban arrastrarle junto con ellos a la profundidad. Entonces vi como sacaba unas tijeras, y cortaba su cabello, cayendo algunas hebras alrededor mío y las vidas de los miserables a la infinidad. Empecé a subir hasta que estuve en su rango de visión, y le ayudé a acomodarse, hasta quedar frente a frente. Por un instante, pareció como si el estruendo del vorágine enmudeciese y las gotas dejasen de tocarnos, y entonces quedamos por primera vez en años, acompañados. Ahora subimos, uno a la espalda del otro, y aunque llevamos años cayendo, podemos sentir algo cálido detrás, algo que nos impulsa al Sol que creímos alguna vez haber soñado.




miércoles, 6 de marzo de 2024

Estaciones.

 En una escuela de alguna comunidad rural, enseñan sobre el cambio de estaciones, y los niños entienden fácilmente, pues así como damos nombre al día y la noche, tan familiares como divisibles, se presentan las temporadas en forma de colores y sensaciones, la primavera con las flores, el verano con su Sol intempestivo, el otoño con el cobrizo de las hojas que caen para así dar entrada al invierno, con sus tonos grises y el viento gélido que saca los edredones del armario y los hacendosos platillos. Uno de esos niños habrá ido de visita a la ciudad, quizás a ver a la familia o por visitar a un amigo, y habrá notado el detalle peculiar, que sin importar la época del año, su cielo es gris y lúgubre, los árboles son escasos y el frío pareciese acumularse en las pilas de hierro que parecen cada vez más grandes; y ante tal vislumbre de contrariedad, habrá pensado lo difícil que lo tienen los niños en las ciudades para aprenderse las estaciones.