viernes, 21 de julio de 2023

Sueños de casa.

Si en cada rostro insulso donde fuese a posar mi mirada 
acabase como en los absurdos sueños que por mi cabeza pasan, 
habría de vivir una vida diferente cada día. 

Cuando en realidad, habré de quedarme con quien me prive de soñar en vida,
de mirar lo ajeno, sin indultos ni objeciones, más que por falta de ganas,
y me halle entonces, viviendo un sueño, ya no mío,  sino de casa.

martes, 18 de julio de 2023

El rayo y el silencio.

 No puedo olvidar aquel instante. El haz que iluminó la noche e hizo de día una milésima de segundo, para desvanecerse, más nunca borrarse de la memoria de los presentes.

Las fuerzas divinas que obran sobre la naturaleza misma se encargan de hacer especiales momentos como ese, como cuando padeces de un corazón roto y miras a la ventana para encontrarte con un día particularmente gris. Pero en esta ocasión, en lugar de tonos opacos y sin vida, el sol se escondía lentamente, apaciguando sus tonalidades hasta alcanzar algo diferente a la sepia. No. Definitivamente no era normal, pero contrario a la primitiva necesidad humana por comprender sus vivencias, se contemplaba como una curiosidad, algo que puede o no haber pasado antes, pero que, eventualmente, pasaría. Las casas, los arboles e incluso la piel se tornaba de este tono amarillo parecido al cúrcuma, y si acaso fuese más consumido por estos lares, la gente hubiera culpado a alguna fabrica local por la pigmentación del ambiente. 

No había partículas de condimentos en el aire, ni nada parecido, solo era el Sol, que pronto buscaría abandonar aquel pequeño escenario. Mientras tanto, me alistaba para salir a trotar como cada tarde, demorado un par de minutos debido a la extensión de los trabajos de aquel día. A veces me preguntaba el porque de salir a correr, dado que fuera de mi resistencia, no parecía haber ningún cambio en mi peso o musculatura, era el mismo hombre escuálido de siempre, pero me vendía la idea que en algún momento notaría mejora. Cuando recién me ponía los tenis, empecé a escucharlo.

Era un viento que recién asomaba, contrastando con la tranquilidad habitual del verano. "También hay días así" pensé, y guiado por mi absurda indiferencia, salí de casa dispuesto a realizar mi rutina de llegar hasta el parque de la zona, el cual estaba tan lejos, que apenas le daba una vuelta, y volvía a casa acechado por la penumbra nocturna.

Caminé hacia la avenida de la iglesia como de costumbre, pasándome al otro lado para evitar sentir aquella aura tan pesada de los religiosos y pecaminosos, y en esa recta de 200 metros, veía por milésima vez aquellas casas del fondo, con la única diferencia que sus colores se mezclaban con la nueva tonalidad. Las blancas se volvían amarillas, las azules tornaban al verde, y las rojas al naranja, pero el cielo no se mezclaba. Era de un amarillo tan puro como el azul que siempre cargaba.

Al llegar a la esquina, era necesario subir una empinada para nuevamente bajar por la arboleda que llevaba al parque. La subida era siempre la parte más difícil, pero sentir el viento por la cara mientras descendía hacía que valiese la pena. Durante la subida, uno no ve nada más que la acera, no hay más que casas a un lado y un terreno baldío del otro. Solía cerrar los ojos por tiempos indefinidos, esperando descansarles del atavío del día a día, pero al abrirlos en esta ocasión, pude ver un cambio significativo. El cielo ahora era rojo. Nuevamente, no se trataba de una tonalidad normal, pues la transición en el naranja nunca ocurrió. En vez de eso, había un tono similar a la sangre coagulada, casi tan fuerte como el vino y me recordaba que tenía la boca seca y que pronto estaría peor. En ese momento, algo llamó la atención de mi flanco derecho. Al voltear, pude ver como una rama de unos tres metros había caído justo detrás mío. Presentir que pudo haber caído encima mío, me hizo titubear de continuar mi camino. Mire a los alrededores y por fin me percaté. Se avecinaba una tormenta.

No había pronosticado nada, pero nuevamente, aquel día no parecía normal, y así el viento se empezó a viciar del estruendo de los arboles agitándose y ramas partidas cayendo en la acera y en las calles, donde los autos maniobraban por esquivarles pero sin tener todos la misma suerte. Lo más juicioso hubiese sido volver. Me encontraba a medio camino todavía y el descenso estaba en frente mío. Un pensamiento me invadió, un vestigio de verdadera curiosidad, pura, inconsecuente. Quería sentir aquel frío tormentoso en mi rostro, dejarme caer con el viento a favor, y quizás tomar un taxi cuesta abajo. No había necesidad de exponerse más que un par de minutos más y la lluvia aún no empezaba, por lo que actuar rápido y dudar poco era la mejor opción.

El primer error que pude notar en mi juicio fue la arboleda, donde apenas pasando unos cuantos segundos, pude ver como la madera se desplomaba en tramos cada vez más grandes, haciendo difícil el caminar, pero obstinado por mi determinación, decidí no frenar el paso, esquivando únicamente aquellos obstáculos temporales. 

Entonces comenzó la lluvia.

No hubo previo aviso, o siquiera una advertencia en el goteo que suele oscurecer las aceras, solamente se hizo de noche y el agua se precipitó violentamente sobre el concreto y sobre mí, golpeando mi frente con fuerza suficiente como para dudar si acaso era granizo.  Rápidamente, me dirigí hacia una plaza que se encontraba en las cercanías y donde decenas de personas ya buscaban refugio dentro de los restaurantes, pero había dejado mi cartera en casa. Solo me quedó esperar a que la lluvia se calmase para intentar volver a casa, siendo el mayor de los problemas la intensidad del aire, el cual arrastraba tierra y objetos pequeños, forzando el cubrir de los ojos. Aún así, podía sentir como en ocasiones, traía consigo agua, y entonces tocaba ir más al centro, donde las personas restantes poco a poco se iban uniendo unas con otras, violentadas por la intimidad con cuerpos ajenos. Muchos prefirieron mojarse antes de siquiera rozar otras pieles, principalmente la gente mayor y las mujeres, pero los hombres jóvenes, ya sea por costumbre o estupidez, siguieron acercándose, hasta rodear el pilar principal del lugar. Parecían estar jugando, había complicidad en ese absurdo y compartían una risotada ocasional. Así como existe la histeria colectiva, menos común pero existente es el júbilo colectivo, y mientras la tormenta azotaba al resto de la gente, los hombres empezaron a tomarse de los hombros y a bailar alrededor del pilar como en alguna clase de rito de la lluvia, lanzándose unos a los otros hacia el pilar, tomándole y aprovechando el impulso para mantener un ritmo acorde a la emoción, una celebración ante las adversidades, una muestra más de la estupidez humana. 

Y yo fui parte de ella.

Ahí me encontraba, rodeados por desconocidos, envuelto de un aire de celebración que rara vez o quizás nunca pude haber sentido. No era un día normal, y parecía que finalmente eso estaba bien. Quizás indignadas por nuestro vergonzoso baile, las nubes finalmente cesaron su embiste, y el viento dejó de soplar, cansado de no hallar el miedo ante su adversidad. Lo único que quedó fueron los rayos, que ocasionalmente iluminaban el cielo y viciaban los oídos. Pero el silencio empezó a reinar, y así, lentamente, todos empezamos a sentir el cansancio; la adrenalina se terminaba y empezaba el momento de partir. No hubo despedidas, solo una carcajada conjunta, mientras le dábamos la espalda a aquel pilar.

Y entonces cayó.

El rayo cayó sobra la columna de acero, y todos volteamos a verle, notando durante un breve periodo un color rojo en el metal, como el que se produce durante la fundición. En el suelo quedó una marca como la de un incendio, tan amplia como el círculo que hacía un momento formábamos a su alrededor. Quizás aún más perturbador, fue que parecían marcarse huellas en el suelo, un par por cada hombre que hacía un momento formaban un círculo, para luego terminar desapareciendo en difuminación. No hubo voces, ni siquiera la típica pregunta en búsqueda de heridos, solo el silencio, que cada vez parecía mas temible que el rayo mismo. Entonces la tormenta eléctrica también paró, y así volvimos todos a casa, en silencio. 

miércoles, 12 de julio de 2023

Clasificados

 Se busca romance de antaño, amor no requerido.

Primera Plana

 Machismo de siglo XXI

Hallan cuerpo de una mujer virgen, aún con vida.


Feminismo del siglo XXI

Sale libre la mujer que fue detenida por cercenar el cuerpo de su marido y guardarlo en el refrigerador. Alegó defensa propia por maltrato emocional.




lunes, 10 de julio de 2023

Libertad.

 -Sabía que estarías aquí arriba. -Hubo un momento de silencio, mientras las miradas se encontraban, esquivándose al instante, como cazador y presa. -No había muchas opciones. No importa que tan molesto estés, no saldrías a andar solo por la noche.

-Es porque soy un cobarde. ¿Eso piensas?

-Más bien demasiado racional. -Se acercó a él, intentando forzar la entrada a su campo de visión, pero de poco o nada servía. El seguía recargado sobre el balcón, mirando la aparente nada.

-¿Qué miras?

-¿Te has dado cuenta que ese edificio tiene algo parecido a una guirnalda colgándole de la punta?

-Me parece que la pusieron por las celebraciones patrias.

-Pero estamos en Noviembre. Supongo no es tan fácil subir allá arriba.

-¿Podrías dejar de fijarte en eso y voltear a verme?

Dio una larga y ultima ojeada a la colorida decoración apenas visible entre metal y vidrio, como si tuviese que despedirse, para nunca más verle. Entonces se fijó en sus ojos. Parecían negros en la noche, apenas iluminada por los edificios distantes. 

-¿Por qué no te abrigaste? -Le preguntó a aquel hombre, que ocasionalmente soltaba un temblor.

-Me gusta sentir el frío cuando me encuentro así.

-¿Cómo es así?

-Solo.

-No digas eso, aquí estoy contigo. -Abrazándose contra él, pero sin ser recíproco.

-Si ese fuera el caso, no veo porque ocultarlo.

-No te he ocultado, es solo que él no esperaba verte. No vi razón para decirle, pero ya he arreglado las cosas.

-Lo sé. Si no, no estarías aquí.

-Ahora estás dramatizando tú.

-No puedo hacerte elegir. Sé que perderé.

-No puedes. Y no debes.

- ¿Qué es para ti la libertad?

-Decidir estar en la azotea a media noche, y también irme a acostar si tengo sueño.

- Y si me voy ¿eso sigue siendo libertad?

-Así es, aunque no quiero ese tipo de libertad.

Él se soltó forcejeando, pero antes de que siquiera pudiese recibir reclamo, sacó un cigarro y fuego. Su cara se iluminaba durante un instante, para luego perderse entre el humo.

-Invítame uno.

-Tú ya no fumas.

-Dame uno por favor.

Sacó otro cigarro y ofreció el encendedor. Ella lo tomó algo indignada, demorando en poder encender el tabaco, consiguiéndolo apenas por una esquina.

-¿Entiendes que estoy aquí por ti?

-Hasta donde sé, esta es tu casa. Yo soy el que esta de visita.

-Bien podría correrte entonces.

-Adelante, sería libre.

No quería correrlo, pero si dejarlo ahí, a él y a ese sentimiento de miseria tan molesto, pero sabía que no siempre era así, que este solo era un día malo.

-Es mi mejor amigo, no digo que sea correcto en su forma de actuar pero...

-Antes de tu amigo fue tu pareja y sabes porque sigue aquí. Ni siquiera yo debería ponerte en esa situación. Pero parece que tiene ciertos privilegios.

-¿Podrías parar? ¿Has venido a verme o a pelear?

-He venido por las cadenas que me he impuesto, pero hoy no soporto la condena.

- ¿Y solo eso soy?

-Ojala que fueras solo eso, pero no estoy aquí por las cadenas.

Nuevamente se recargó sobre su hombro y él cedió ante la presión, pasando su brazo hasta aquel lugar donde tenía aquel tatuaje, que alguna vez fue un Sol.

- ¿Qué harás cuando yo no esté? ¿Volverás con él?

-Nunca. No repito cadenas.

Y mientras ella terminaba su frase y exhalaba el humo, el siguió viendo hacia la guirnalda, ignorando su pequeño ritual de despedida, pensando si acaso esto también era libertad.