jueves, 16 de marzo de 2023

Vida inteligente.

 “Es el año 6548 A.E., y nosotros, la mayor civilización que ha visto nuestra enorme galaxia, por fin se encuentra en la etapa más prometedora de su apogeo, la visita a otros planetas inteligentes. Ya hace un par de siglos habíamos confirmado la presencia de vida inteligente en otras galaxias, todo esto gracias al gran investigador Beginoff Ender, y su potente telescopio Pathfinder, capaz de traspasar las capas estratosféricas de planetas a miles de años luz; pero ahora, por fin, hemos conseguido dirigirnos hasta donde se encuentran estas civilizaciones.

Actualmente, el tiempo de vida de nuestra especie oscila los 500 años gracias a todos los avances tecnológicos que hemos conseguido a través de las épocas, e incluso, hemos sabido como ralentizar el envejecimiento hasta tres veces esa cantidad con nuestros avances de criogenización y reanimación. Sin embargo, los viajes a miles de años luz no podían ser concebidos debido a los límites del viaje convencional, es decir, atravesando espectros de luz.

Pero ahora, gracias a las aportaciones del consorcio Opera, dirigido por el filántropo multibillonario Matt Sikes, nuestra especie ha encontrado la manera de ir más allá, gracias al desarrollo de agujeros de gusano programables a través de distintos puntos de la ondulación universal.

Nuestro representante con otros mundos será el Capitán Deht Gerald, quien ha llevado las capacidades comprensibles más allá de sus límites y…”

El comercial continuaba durante un par de minutos, reproduciéndose automáticamente en la cabeza de todos como una publicidad imposible de saltar. El capitán Deht moría de vergüenza ante aquella presentación, pero nada de lo que se decía era mentira, tan solo un poco adornado. La mayoría de los proyectos de viajes espaciales requerían tripulaciones o incluso estaciones espaciales completas, pero los agujeros de gusano eran sensibles a la descomposición y reconfiguración de la materia orgánica multicelular, por lo que era una misión en solitario. Deht fue elegido, no solo por sus aptitudes, sino también por la entereza de sus principios y creencias, así como una fuerte voluntad, que inspiraba confianza en todo un mundo. Su misión consistiría en visitar tres planetas, cada uno conectado a un par de años luz por medio de diversos agujeros de gusano.

“¡Que Dios guie el camino del Capitán Gerald!”

Al pasar por el primer agujero, el entrenamiento para soportar la desmaterialización y la recomposición mental y espiritual resultaron ser efectivos, sintiendo el Capitán como se perdía en la enorme inmensidad del cosmos para hallar una salida en lo que podría ser un instante o bien una breve eternidad. Gerald se aferró con fuerza a aquella cadena en su cuello, representando todo lo que creía y lo que buscaba en realidad.

El primer planeta en visitar parecía el más civilizado, contando con un nivel tecnológico similar al suyo. Lo identificaban como Panthus II, y contaba con cinco lunas, ríos de helio y un abastecimiento casi ilimitado de diamantes, los cuales brotaban de la tierra como flores. Hacía mucho que los diamantes habían dejado de usarse en joyas, pasando a aprovecharse como canales de recepción para la energía de las estrellas. Desde la vista del Pathfinder, el planeta parecía rodeado de objetos que aparentaban ser globos, probablemente utilizados para aprovechar sus fuentes de Helio.

Sin embargo, al atravesar el agujero de gusano, Deht no encontró rastro de los globos o si quiera alguna base espacial cercana. Atravesó las capas hasta llegar a la atmosfera de Panthus II, pero no hacía falta aterrizar para explorar el planeta, ya que la nave no detectó señal alguna de vida. Lo consideró natural, dado que ningún telescopio era capaz de ver a través de los agujeros de gusano, por tanto, que las imágenes que se percibían, habían ocurrido hace miles de años luz. No podía descartar que hubiesen sido atacados por alguna otra especie ajena a ese mundo, pero en su razonamiento, ninguna forma de vida inteligente atentaría contra el exterminio de otra al entender las leyes del balance universal que hace varios miles años habían descubierto. Sin embargo, un ligero escalofrío le recorrió ante la incertidumbre de lo desconocido, a que quizás podían existir seres así de ingenuos allá afuera, o si acaso el juicio divino se había posado sobre ese mundo. A través de robots recolectores, pudo encontrar entre la arena rastro de los diamantes que tanto habían ocupado para lograr sus avances tecnológicos, así como reliquias que demostraban la presencia en algún momento del tiempo de una civilización inteligente. Sus aplicaciones iban más allá de su comprensión, pero debían ser estudiados con precaución y detenimiento.

El segundo planeta era Quirinus, un planeta dorado debido al polvo de oro que se podía hallar en la arena que recorría la mayor parte de ese mundo. Los científicos aún no podían entender que clase de especies podían habitar un planeta sin presencia de hidrógeno, por lo que se consideraba un planeta inhabitable. El Pathfinder, sin embargo, había logrado detectar edificaciones monolíticas de cuarzos, con las cuales se levantaba una especie de red que, de acuerdo a sus teorías, podía tener la función de repeler la carga estática que constantemente asolaba el planeta, estando siempre en la penumbra por las tormentas eléctricas. Aquella vez no era diferente, pero gracias a la tecnología a base de luz de la nave, logró atravesar las tormentas sin mayor inconveniente. Bajo las tumultuosas nubes, las tormentas de arena iban y venían acortando el campo visual del capitán, y el reconocimiento del radar de la nave empezó a fallar y arrojar lecturas falsas, teniendo que aterrizar de emergencia cerca de un lugar donde se había recibido la última señal de vida.

El capitán bajó de la nave con su equipo de protección, el cual lo hacía inmune a la electricidad, los golpes y a las altas temperaturas. Poco a poco, se fue acostumbrando a caminar entre las dunas doradas, hasta que logró divisar unas pequeñas chozas que formaban apenas una casta, a la cual se acercó activando un escudo de defensa en caso de cualquier ataque.

Al acercarse, una sombra empezó a moverse en una de las chozas, y tras un chirrido que casi perforó sus tímpanos, diversas figuras empezaron a rodearle, con aspecto apenas antropomorfo, y rasgos insectoides como alas, antenas y exoesqueletos. No poseían armas, y aún si algunos tenían extremidades punzocortantes, no podrían atravesar su vestimenta.

Los seres abrieron paso a uno de ellos, el cual caminaba tambaleante, y de color marrón y tamaño casi dos veces mayor que el resto. Deht pensó en ponerse en guardia, pero rápidamente el insecto empezó a hacer otro chirrido, al cual no hubo respuesta, más allá de la incomodidad en los oídos del capitán.

-Ya veo, supongo que tu especie no te permite entender nuestro idioma. Quizás de esta forma podamos entendernos mejor. -Una voz resonó dentro de la cabeza de Deht, una sensación a la cual no era ajeno.

-Telepatía. Sí, hemos experimentado un poco con ella, aunque no es muy cómoda en presencia de muchas personas.

-Lo entiendo, para nosotros es solo un medio secundario de comunicación también. -Le respondía aquel ser insectoide de aproximadamente tres metros. -Soy el cacique de este pueblo. Mi nombre es Duuuurkkk u’thuuulan, quisiera saber a qué debemos su visita.

-Estoy en una misión de exploración, en busca de inteligencia en otros mundos.

-De repente, todos los seres a su alrededor empezaron a chillar entre ellos, haciendo que Deht se llevase las manos a los oídos, provocando que el cacique soltará un chillido aún más fuerte trayendo el silencio nuevamente al lugar.

-Le pido disculpas por el pequeño inconveniente, pero aquello que usted busca es mejor dejarlo tal y como está.

- ¿A qué se refiere?

-A que es mejor dejar al resto del universo en paz y seguir con el orden natural de su especie.

-No sé qué clase de sociedad tienen ustedes, pero de dónde vengo, somos una especie aún ignorante de muchas cosas, el tamaño del universo, la inmortalidad del espíritu, el significado del ser.

-Ese es justamente el problema señor Gerald. Acompáñeme un momento.

Deht aceptó, poniéndose a un lado del cacique, mientras que el resto de su pueblo se dirigía hacia sus hogares. Caminaron entre las dunas hasta un punto donde las tormentas de arena iban disminuyendo, hasta que la arena no se levantaba más allá de medio metro.

-Desde nuestros telescopios vimos que tenían monolitos de cuarzo alrededor del planeta.

-Usted debe venir de muy lejos señor Gerald. Aquellas estructuras las utilizábamos para almacenar la energía eléctrica de las tormentas.

-Nosotros teníamos la idea que era para eliminar la estática en la arena.

-En parte sí, pero era nuestra forma de abastecernos para viajes largos. Verá, nuestra especie es lo que la suya llamase invasora. Este mundo carece de alimentos, y durante siglos recurrimos al canibalismo, aunque éramos conscientes de los otros tipos de riquezas que nos rodeaban. Desde que aprendimos a viajar a otros mundos por medio de la acumulación de electricidad, hemos estado visitando otros planetas, aprovechando sus recursos y viviendo en una relación parasitaria con su entorno. Ahora ya no tenemos gente para poner a andarlas. De hecho, tengo entendido que también visitamos su planeta.

El capitán le miró desconcertado y algo asustado, pero pudo recordar algo. -Me parece que hay registros sobre ciertos insectos que existieron hace más de dos mil años en nuestro mundo, pero fueron exterminados en su totalidad.

-Exterminados, vaya tontería.

- ¿De qué está?...

-Somos una mente colmena señor Gerald, aún a cientos de años luz, nos era posible comunicarnos y aprender lo que era de nuestros hermanos. Hace apenas unos milenios, tuvimos a nuestra última reina, la cual ordenó el genocidio de toda nuestra especie a través de todo el universo.

-Deht le miró con cierta confusión y espanto, pero las palabras no terminaron de formularse antes de que el ser continuase su historia.

-Nosotros somos los últimos supervivientes, dejados atrás al habérsenos ordenado devorar a nuestra reina. Sin embargo, somos bastante conscientes de la razón de su suicidio. Uno de nosotros llegó a un planeta, en el cual se encontraban en una situación apocalíptica de magnitudes similares a las de este mundo. Ahí, un ser compartió una verdad devastadora con él, una capaz de querer propiciar la muerte de todo un planeta.

- ¿Qué verdad fue esa?

- ¿Realmente quieres saberlo? -El ser le volteó a ver con sus cientos de ojos, pero después de tragar saliva, el capitán tomó su decisión.

-No importa lo que me digan, nada podrá hacer que deje de aferrarme a la vida.

El ser insectoide rio, pero cumplió a la determinación del capitán.

-Aquella civilización había alcanzado su auge, su tecnología era tan avanzada que habían adquirido una inmortalidad únicamente revocable por decisión propia. Parecían profesar alguna especie de religión, ya que sus ciudades estaban repletas de altares y símbolos por todo el lugar, algunos incinerados, otros demolidos, pero nada habitual para seres tan superiores, sino más bien obra de la desesperación y el caos. Detectamos muchas vidas extinguiéndose una tras otra, pasando en cuestión de minutos de millones a apenas unos miles. Las palabras de uno de esos seres antes de perecer fueron:

“Ustedes tienen derecho a saberlo tanto como todos nosotros. Hemos dado con nuestro Creador, y no ha sido más que el final de nuestro camino. Eso que llamamos vida, no es más que una ilusión, un juego de un ser superior que sucumbe al placer del sufrimiento ajeno. El infierno es real, y estamos en él, aferrándonos como si algo se pudiese salvar.

No somos hijos de ningún Dios, sino del mismo Demonio.

La vida no tiene sentido.”

Deht cayó al suelo. Su mirada se clavó en el cielo, en esa tormenta que seguía desatándose y esa arena brillante que pasaba como ondas encima suyo, mientras que sus manos apretaban la arena que se escapaba entre sus dedos, una y otra vez. Su civilización era consciente de la existencia de un ser superior como el origen del universo, pero aquello era una bofetada a su realidad. De repente, todo lo que creía carecía de sentido, no había siquiera razón de obrar con moralidad, de avanzar en un ciclo que tarde o temprano acabaría con aquella verdad perforando hasta la medula de su gente. Deht destensó sus manos, dirigiéndose ante el cacique y cuestionando la fiabilidad de sus palabras aviesas y llenas de veneno. Pero dentro suyo, todo parecía tener sentido.

Era mejor dejar de aferrarse.

Duuuurkkk u’thuuulan reía sin parar, al punto que olvidó usar la telepatía y empezó a soltar chirridos al aire. De pronto, varios chirridos en la distancia le secundaron, pero nadie se acercó a aquel desdichado que luchaba por levantarse una vez más en un esfuerzo fútil.

-No lo entiendo. ¿Cómo pueden seguir viviendo si lo saben?

-Como te dije antes, somos una raza colmena, seguimos órdenes absolutas de nuestra reina, pero hace mucho que no existe siquiera una. Aquello que nos mantiene atados aquí, es la espera. He dicho que soy el cacique, pero eso solo es por ser el más viejo de entre todos ellos. Hace apenas unos años murió el anterior cacique. Estaba delicioso. Parecía feliz. Las ansias me devoran porque ese día llegue para mí también.

Deht lo miró con cierto horror. Un paso hacia atrás, un titubeo, algo que hacía mucho no sentía.

Miedo.

-Debes estar mintiendo. Esa es la única explicación lógica.

-Es posible, a menos que tenga razón y nada tenga sentido señor Gerald. -decía mientras se acercaba violentamente hacia él, algo eufórico reflejado en un incesante salivar. -Aún existe ese planeta, debe estar a un par de días de viaje en ese artilugio suyo, un planeta con anillos y una tierra roja y negra. O quizás... Solo quizás quiera ser devorado misericordiosamente. Hace mucho que no pruebo bocado de algo que no sea mi especie.

Deht empezó a correr hacia la nave, pero era absurdo. Nadie le seguía, solo la risa cada vez más lejana del insecto. Apenas se calmó un poco la tormenta, partió de aquel mundo desolado por la falta de existencia.

Había olvidado dar su informe, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera visitar aquel fatídico lugar, que en su mapa parecía llamarse Ignyx, un planeta diez veces más grande que Quirinus y rodeado de anillos gaseosos que oscilaban constantemente alrededor del mismo. Deht, sin embargo, estaba perdido en el radar, en los detectores de vida o de algún vestigio de esta, incapaz de ver más que lava y tierra árida y oscurecida por las erupciones. Solo hasta que fue tarde, notó que la nave se acercaba a uno de los anillos, mientras que el gas se filtraba y la nave alertaba que la composición de tres de los ocho anillos eran altamente corrosivos al punto de amenazar su integridad. Deht tomó el mando, e ignorando los peligros que conllevaba, atravesó tres de los anillos y no paró hasta tocar la atmosfera del planeta, mientras que el gas empezaba a rodearle, atentando con acabar su vida. Llevado por la turbulencia y las nubes que rondaban su pensamiento, aterrizó abruptamente sobre la superficie inhóspita y asoladora. 

Pero no pasaba nada.

Deht se detuvo un momento a pensar, a razonar con claridad su supervivencia y aquel acto probabilístico que le había mantenido con vida.

"Soy un tonto por haber dudado"

"Alguien claramente me está cuidando".

Deht sintió nuevamente calma en su interior y con la misma bajó de la nave. Ahí, en frente suyo, un símbolo erigido se hundía lentamente en un río de magma subterráneo. El símbolo no era igual, pero sabía que era. Lo había visto cientos de miles de veces, incluso entonces lo llevaba consigo, en su cuello.

La nave dio una alarma, diferente a cualquier otra que hubiera escuchado antes. Era un mensaje, el cual empezó a reproducirse automáticamente.

"Este es un mensaje para aquellos que depositen sus esperanzas en lo intagible,..."

El capitán corrió hacia la nave, urgido por querer apagar aquella grabación, queriendo taparse los oídos o incluso arrancarles de ser necesario.

"No hay tal virtud como la bondad en lo divino"...

Deht finalmente halló salida al romper el sistema de traducción de la nave y mientras el mensaje seguía en una lengua extraña, los sollozos le enmudecían, seguido de gritos, golpes y, finalmente, un silencio lleno de determinación.

-Capitán, por favor reporte sus hallazgos de inmediato. -Decía una voz a través del comunicador de la nave, la cual llevaba horas intentando hallar respuesta.

-Ahí no había nadie vivo. -Contestó tajantemente el capitán, callando lo que había presenciado, tan solo por considerar mejor decirlo frente a frente. 

Había tomado su decisión. Si sería el responsable del final de su gente, tenía que estar presente para ello. En su voluntad quebrada y su cordura apenas latente, no había otra opción, pues una vida sin sentido era igual que una existencia condenada a la autodestrucción, a la tragedia y la desesperación, tal como habían pasado aquellos seres, quien sabe por cuantas generaciones más que ellos. 

Al final, la única opción era morir.

Lleno de dudas, se dirigió finalmente al último planeta de la lista, atravesando el tercer agujero de gusano, del cual apenas logró conservar su integridad debido al golpe espiritual que había recibido. Fuese el compromiso con su raza, o con el fin de ella, logró llegar ahí conservando su composición, tan solo por una voluntad que carecía de esencia individual. De acuerdo a sus investigaciones, el tercer planeta se trataba entonces de un mundo primitivo, en el cual apenas aparecía una especie capaz de utilizar herramientas para alimentarse. Al llegar, logró notar cierto avance en su civilización, un avance errático que parecía estancarse continuamente entre guerras, traiciones y estupideces. Le llamaban el planeta Azul VII, un mundo rodeado de agua. Por lo menos eso no había cambiado. Los seres primitivos habían perdido el pelo y estaban empezando a vestir ropa para el frío, sus medios de comunicación decían falsedades y contradicciones, haciendo que la gente se dividiese. Seccionaban grandes partes del relieve y se peleaban por simple tierra, cuando el agua era aún más preciosa en el Universo y la usaban para tirar sus desechos. Usaban como fuente de energía combustibles fósiles, a pesar de haber descubierto las capacidades de la energía de las estrellas.

También era posible apreciar algunos especímenes de la raza del planeta Quirinus, los cuales habían logrado sobrevivir gracias a una involución de su razonamiento lógico y una reducción de sus proporciones físicas al punto de no medir más de un par de centímetros.

Apenas y se podían considerar entidades similares, pero el rastro histórico de su cadena genética no mentía.

Cuando recién había arribado al planeta, había considerado librar a aquellos seres ignorantes de la esclavitud macabra que había resultado ser la existencia misma, pero en realidad, parecían disfrutarlo, eran felices siendo criaturas egoístas y mártires de su propia tragedia, siempre causando la desgracia al prójimo con tal de ellos estar mejor. Al ver tanta inmundicia en aquellos seres, confirmó lo que le habían dicho.

Estaban en el infierno.

Y esta era su obra maestra.


miércoles, 8 de marzo de 2023

Los que espantan son los vivos.

Cada cierto tiempo, y a fin de mejorar las relaciones interpersonales en el trabajo, se realiza un viaje a las montañas, donde llevamos a cabo actividades en equipo como meter neumáticos viejos en una tubería, carreras en los rápidos donde la concentración es vital o carreras a una pierna, las cuales consisten en atarse la pierna derecha a una tabla gigante con al menos otras cinco personas, tratando de demostrar coordinación y evitar golpearse lo menos posible después de cada caída.

Durante la noche, y a falta de teléfonos u otros medios electrónicos de entretenimiento, hacemos una fogata, en la cual se cuentan historias sobre fantasmas, duendes u otros fenómenos paranormales que atentasen con quitarle el sueño a los oyentes.

Sin embargo, aquella vez, Don Marcial interrumpió abruptamente la historia del tesoro de la casa abandonada con una frase fulminante:

“Mi abuelo siempre me dijo que los que espantan son los vivos”.

Las miradas se tornaron hacia él, esperando a escuchar una explicación a su comentario, o un escape hacia el terror que ya consumía a la mayoría.

“En ese entonces, la hacienda de mi abuelo abarcaba cerca de 70 hectáreas, las cuales incluso tenían acceso a un riachuelo, tan lleno de peces que cuando queríamos comer pescado, solo tirábamos la red y salía llena de peces.

Tenía como siete años, pero era un niño muy vivo, y los viejos murmuraban historias sobre la llorona que deambulaba cerca del riachuelo sollozando y arrastrándose de manera antinatural. Obviamente no querían que los chamacos se enterasen de esas cosas, pero de una u otra forma lo hacíamos.

Total, que cuando cayó la noche, unos gritos empezaron a despertar a todos en la casa, gritos llenos de pavor y no como los que uno escucha cuando una mujer se espanta, sino de la voz de un hombre, que gritaba ¡LA LLORONA! ¡LA LLORONA!

En esos momentos, todos salimos de la casa, los más chiquillos teníamos las piernas endurecidas por el miedo, mientras que algunos de los grandes dejaban ver preocupación o un ligero escalofrío bajando desde sus hombros hasta sus manos y después a los pies, y sudaban como si fuera el sol del medio día.

Ahí estaba, frente a nosotros, deambulando entre la hierba esa silueta blanca, como si llevase una bata y el cabello alborotado. A veces caminaba sin rumbo, y otras empezaba a arrastrarse erráticamente en movimientos rápidos, casi imposibles para una persona normal. Al iluminar sus ojos con la lampara, dejaba ver dos puntos blancos, que parecían penetrar las pupilas hasta los sesos.

Quizás no era la primera cosa rara que veía en mi vida, pero si en algún momento estuve a punto de creer en eso, fue ahí. Mi abuelo se dio cuenta. Rápidamente, se colocó en frente de nosotros y dijo que no quería ver a nadie temblando por esa madre. Los que espantan son los vivos y lo iba a demostrar. Caminó hacia el establo del potrero, y salió a caballo con escopeta en mano.

Dio la vuelta al riachuelo hasta donde era posible pasarlo a salto de caballo y soltó un tiro al aire, pero la criatura ni se inmutó. Le dio un golpe en las costillas al caballo y este empezó a galopar, mientras que mi abuelo apuntaba con la escopeta a aquella silueta blanca, la cual entonces empezó a correr de manera dispersa y con las piernas abiertas, mientras sus manos aleteaban al aire. El segundo disparo se escuchó, pero cuando sonó el tercero y el cuarto, ya no estaba a la vista ni mi abuelo ni aquella cosa.

Pasaron unos diez minutos en los que no sabíamos nada, en la cual el silencio era tomado por los grillos y los otros animales rastreros que se suelen hallar en los ranchos. Poco a poco, vimos acercarse nuevamente una silueta, que era mi abuelo el cual había dejado el caballo y ahora caminaba trayendo a rastras algo.

Cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca, vimos que era lo que arrastraba. Iba desangrándose, mientras aun gritaba y sollozaba ¡No me mates! ¡Soy tu compadre!

Ya luego entendí que el cabrón ese quería las tierras de mi abuelo, pero ese día se acabó todo lo que pudo o no haber querido.”

Terminaba don Marcial, dejando implícita la muerte de aquel hombre, sin cambiar su semblante o si quiera titubear.

Poco a poco, todos se empezaron a retirar y la fogata se terminó de consumir, pero nadie concilió el sueño, asustados ahora por algo más tangible, algo que, en esa noche helada y tétrica, podía roncar.