Eran poco antes de las nueve, cuando el teléfono de Marian sonó. Se trataba de Ernesto, quien había llegado un poco antes de la hora acordada. Se vistió tan rápido como le fue posible, peinó su cabello largo y negro, y considerando haber alcanzado los mínimos requerimientos de maquillaje y estética, bajo las escaleras para abrir la puerta.
-No me has dado tiempo de nada.
-Decía Marian con su natural sonrisa, mientras acomodaba la oscura finura que
cubría un costado de su rostro por detrás de su oído.
-He llegado a la hora que
habíamos acordado ¿no es así? -Decía
aquel hombre de camisa y cabello oscuro y común. Sus ojos eran pequeños y algo
cansados, pareciendo siempre juzgar a las personas con cierto desprecio, lo que
siempre le dificultaba para conocer gente nueva.
-Es solo que creí tardarías más
en tu trámite.
-Sobre eso, parece que abrirán
hasta las diez, así que decidí posponerlo para después de verte.
-Pensé que te quedarías más
tiempo.
-No, estoy de paso, pero creo que
es lo mejor por ahora. ¿Está tu madre?
-No, hace un par de horas que
salió a trabajar. Dudo que puedas cruzártela.
-Es una lástima, he traído un
café colombiano como obsequio.
-Recordaste lo de la cafetera
nueva. Yo lo recibiré encantada, menos mal porque no había café.
- ¿No se supone que me habías
invitado a desayunar y un café? -Decía con burla aquel hombre, como esas que
antaño contagiaban la risa.
-Justamente porque no tengo para
el café es que te invité a la casa, no seas pesado al respecto. Iré a la tienda
a comprar huevos, ¿con qué sueles comerlos?
-Algo que no te cueste tanto, no
te preocupes.
La joven rechistó a la respuesta,
pero dejó a su invitado en su casa mientras hacía su mandado. Ernesto
encontraba esa casa cada vez diferente. Había una nueva sala, pero el comedor
viejo de madera había sido reemplazado por una mesa de plástico, dudando si
acaso las cosas mejoraban o empeoraban. Algo que nunca cambiaba era aquella
pila de platos sucios sobre el fregadero, que por lo menos se acumulaban de dos
días atrás. Alguna vez los había lavado más por compulsivo que por acomedido,
pero hoy no sentía estar en ello.
Marian entró al poco tiempo,
trayendo consigo un paquete de jamón y una bolsa de frijoles procesados.
- ¿Estás bien con eso?
-Claro, cualquier cosa es buena.
Es la primera vez que comeré algo que preparas.
-No esperes mucho, ya te dije que
no es mi fuerte.
-Son unos huevos con jamón, no
creo que puedan salir mal.
La joven le ignoró y preparó la
comida tomándose su tiempo mientras se distraía con el teléfono. A veces
Ernesto le preguntaba una que otra cosa, pero solo la mitad eran contestadas, a
pesar de que la estufa se encontraba a un par de metros. El ruido de la estufa
era a veces un poco invasivo y bien podía excusarse. Salió durante un momento
de la cocina para preparar la cafetera, abriendo el café e inhalando aquel
aroma hasta que hallase enamorada su nariz.
-Huele bastante bien, debe saber
increíble.
-No uses tanto, es más fuerte que
el café de aquí.
Finalmente, y unos minutos
después, Marian sacó platos de la vitrina y sirvió los huevos.
- ¿Está bien con pan?
-Sí, no hay problema. ¿No ibas a
ocupar los frijoles?
-Cierto, gracias por recordarme.
-Tomando la bolsa de frijoles y haciéndole una apertura, dejándola en la mesa
tal y como venían.
- ¿Es en serio que los dejarás
así?
-Así los comemos aquí, sírvete si
quieres.
Ernesto se sirvió un poco, por no cerrarse a probarlos. El sabor no era malo, pero estaban fríos y era extraño para él. Muchas cosas en esa ciudad habían sido frías para él. Mientras comían, Marian permanecía pegada al teléfono, eligiendo las canciones a reproducir durante la próxima hora y mandando mensajes a otras personas.
-No vengo muy seguido, podríamos
hablar un poco.
- ¿De qué quieres hablar?
-No lo sé, usualmente nunca había
que preguntárselo, siempre surgía sola la conversa.
-Eso habrá sido antes, toca que
le pongas un poco de cabeza.
- ¿Podrías quitar la música?
Hablemos como gente civilizada.
-Siempre tan afilado con tus
comentarios.
-Te voy a detener ahí. -Dijo Ernesto,
mientras soltaba la taza de café que tantas veces le había parado a rechistar.
-Yo sé que no estamos en los mejores términos, que cada vez nos vemos menos y
menos nos queremos ver. Pero puede que esta sea la última vez. No sé si volveré
a esta ciudad. Lo mínimo que quisiera es que esta ultima vez, finjamos que aun
queda algo por lo cual tratarnos bien.
Se hizo el silencio durante un
par de segundos, y finalmente la joven asintió, apagó la música, y se dedicó
únicamente a contestar los mensajes importantes.
- ¿Cómo han ido las cosas en
casa?
-Mi madre está algo dolida por el
final de su pseudo relación con Hugo.
- ¿Terminaron? Pero llevaban ya
varios años con esa relación…
-Si, pero nunca se pusieron de
acuerdo en cuanto a los límites.
-Tu madre quería algo más serio,
me imagino.
-Sí… a el le gustaba tener sus
amigas. Pero cuando enfermó, mi madre fue la única que veló por él. Ahora que
está mejor, nada cambió, así que decidió alejarse.
-Hay gente muy idiota por ahí.
-Quizás, pero yo concuerdo con
él. Si algo había funcionado durante tanto tiempo no veo porque cambiarlo.
-Es curioso que tú lo digas.
-Es mi madre, pero la gente exige
demasiado de las relaciones, y eso termina por hacer sentir atadas a las
personas.
-Puedo entender que estés de
acuerdo con él.
- ¿Puedo contarte algo? Es de
esas cosas que me pediste que no lo hiciera, pero prometo no entrar en muchos
detalles.
-Vale, esta vez será una
excepción.
-Es sobre la persona de la que te
hablé hace un par de meses. Tenemos una relación bastante libre, y siempre y
cuando nos digamos las cosas, todo se mantiene bien. Nunca creí poder sentirme
tan libre aún con una pareja.
Ernesto escuchaba atento, pero a
regañadientes, manteniendo apenas el control de sus palabras con tal de no
faltar en sus acuerdos.
-Si es lo que te funciona, me
alegro que estés siendo feliz.
- ¿Tú qué tal? ¿No has conocido a
nadie más?
-Para nada. Sabes que ese no es
mi fuerte. Además, que ya no estoy para cosas casuales.
-Ojalá encuentras lo que estás
buscando.
- ¿Cómo va la escuela?
-Terminé el semestre apenas rozando,
mis calificaciones han bajado mucho últimamente.
- ¿Qué ha pasado?
-Pasa que ya no me llevo con
nadie del salón, resultaron no ser tan amigos como creí.
-No me parecían un grupo muy
unido, pero por lo menos Hina parecía muy tu amiga.
-Parecía, tu lo has dicho. ¿Cómo
ha estado tu curso?
-Mejor de lo que esperaba, aunque
no estoy seguro si realmente me servirá de algo.
-Esperemos que sí, vaya carrera
tan terrible has elegido.
-Sabes que no la he elegido,
quizás eso es. -Tomando el último sorbo de su café que había terminado sin notarlo.
- ¿Quieres salir un rato?
-En realidad, no debería. Ya va
siendo hora que cheque lo de mi trámite.
-Lo había olvidado.
-Aunque… podrías acompañarme, hay
unos cuantos restaurantes o bares cerca de ahí.
-Suena bien, aunque ya recordé
que me vería con Daniel más tarde. Últimamente las cosas han estado más
complicadas. No le sentó bien saber que estaba saliendo con otra persona.
-De seguro pensó que tenía
oportunidad.
-Dalo por hecho, pero yo nunca le
he dado alas. Él se las da solo.
-Pero eso no quita que cada
borrachera empiece a declarar sus intenciones, y sin embargo ahí siguen los
dos.
-Es mi mejor amigo, no lo dejaré
por un mero capricho de enamorado. -Pero ambos sabían que eso llevaba el
suficiente tiempo como para no ser un mero capricho, y ante lo obvio
prefirieron no hablar.
-De hecho, me sienta muy bien
tenerte por aquí, hace mucho que no puedo abrirme con nadie debido a esas
circunstancias. -Finalmente guardó el teléfono, y se acercó de a poco a
Ernesto, mientras se acomodaba en su hombro, buscando consuelo.
Aquello era uno de los típicos
malos entendidos que tendía a provocar Marian con los hombres cada cierto
tiempo, quienes creían que ese contacto físico era prueba de un lazo, un
coqueteo o por lo menos una alarma a los instintos más básicos que someten al género
masculino. Pero Ernesto ya no sentía nada de eso, solo que estaba comprometido
a recibir una carga que ya no le correspondía, dispuesto solo por cumplir la
palabra de ese día.
Empezó por hablar sobre la
relación con su madre y los problemas económicos, como la escuela le pesaba
cada día más y seguía esperanzada con estudiar artes algún día, y tanteado este
terreno y la compasión de su invitado, terminó por contar aquellos inciertos de
su utópica relación, mientras que, con más detalles de los necesarios, alegaba
de estar siendo engañada dados los rasguños en la espalda de su pareja e
interrumpiéndole su hasta ahora oyente.
- ¿No era acaso una relación
abierta?
-Así es, pero no por eso nos
debemos esconder las cosas. Él me está siendo deshonesto por alguna razón, pero
hasta no tener pruebas, no le diré nada.
Ernesto no comprendía la
diferencia entre saber o no con quien se acostaban en ese punto, pero se limitó
a escuchar, y finalmente, a no hacerlo, mirando continuamente el reloj conforme
pasaban los minutos.
-Ya te tienes que ir ¿no es así?
-Así es. ¿Segura que no quieres
venir?
-Daniel aún no me confirma la
hora…
-Vamos. Una bebida no toma tanto
tiempo. Además, que a nadie le ha matado cambiar el horario si se requiere.
-Puede que tengas razón… Iré a
cambiarme.
La joven se dirigió con apuro a
su habitación y Ernesto detrás de ella hasta topar con el rostro curioso de la
joven frente a él.
- ¿A dónde crees que vas?
-Quiero seguir platicando, como
te he dicho, puede sea la última vez.
-Pues… no es que tenga problema.
Pero allá tú.
Empezó quitándose el pantalón y
luego la blusa. Dadas las prisas, no llevaba brasier, lo cual ya había notado
Ernesto un rato atrás, pero sin hacer mucho énfasis en ello. Su cuerpo era delgado,
sus pechos pequeños, bastante normales, pero sus muslos y contornos adyacentes
servían de encanto a las miradas lascivas. Al colocarse el sujetador, aquel tatuaje en su espalda se asomó, una imagen que bien podría mover los mares o hipnotizar las miradas de los animales nocturnos. Para él, solo se asomaba una efímera
nostalgia.
- ¿Qué tanto miras?
- ¿No puedo acaso?
-Yo estoy acostumbrada.
-Entonces dejémoslo así.
Un par de minutos después,
salieron de la habitación y Ernesto dio un último vistazo a esa pequeña casa
atiborrada de manías, cambios y recuerdos. Las calles cercanas estaban llenas
de irregularidades, algunas con negocios de alimentos, otras con balcones
llenos de plantas pequeñas en macetas, y otras llenas de grafitis y vagabundos
durmiendo en sus esquinas. “Así es esta ciudad” pensaba Ernesto, hasta que el
teléfono de Marian sonó y le sacó de su razonamiento interno. La llamada
parecía haber alterado a la joven, quien hacía ademanes agresivos y reclamos,
para finalmente resignarse y colgar tras un suspiro.
-Es Daniel, quiere que lo vea
ahora mismo en su casa.
- ¿Y qué harás?
- Tengo que ir. Discúlpame.
-Vale.
-En serio disculpa.
-No te preocupes.
Ernesto siguió caminando, y
cuando se alejó lo suficiente, sacó un cigarrillo de su bolsillo, exhalando al
viento que se escapaba entre su rostro, mientras veía que, en un cruce, las
vías del tren pasaban de extremo a extremo de la calle. Era la primera vez que
las veía, pero ciertamente habían estado ahí todo el tiempo.
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