domingo, 30 de abril de 2017

Encuentro

Había buscado ojos más grandes que los míos para expandir mi visión de lo ambiguo, cabello negro donde perderme en las mañanas de camino a su boca, y así pues, busqué bocas como tesoros de algodón y telas finas que adornasen mis labios desnudos y de almidón.

Busqué abrigos blancos y lampiños que calentasen mi piel siempre fría, y ruinas donde hubiera cabida para restauración con manos delicadas, manos de músico, que saciasen a oídos no exigentes, sino conscientes de mi talón que se mueve cada vez que hallan ritmo.

Quería un envoltorio pequeño para tomar el regalo del amor entre mis brazos, una sonrisa en mi escritorio, en casa, en la calle de la mano, en los nietos que nos mirasen como fósiles llenos de vida hasta el día que los dóciles lazos del cuerpo dejasen sólo el corazón.

Quería escaleras largas y tersas hasta una libido de fragancias embriagantes y sutiles, caderas marcadas que mandasen mi deseo tímido a desbocarse y a nutrirse entre ellas. Buscaba entendimiento, aun cuando ni yo mismo sabía comprender lo que siento.

Busqué tanto y entra tanta gente, que me sentí solo e imposible varias veces. Culpé al resto, a mis anhelos, al impasible deseo de perfección encarnada para mí. Cuando dejé de buscar, alguien vino y me abrió los ojos. Fue que comprendí no estaba tan perdido, pero que en lugar de abrir mi visión, debía tapar aquellos hoyos en frente del camino. Ahí perdí los grilletes y pude volar contigo.

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