jueves, 6 de abril de 2017

Bonito

A un costado de ti, el Sol salía sobre tu hombro y besaba tu mejilla, obedeciendo la entropía de tu sonrisa que tan bien convierte la luz en algo hermoso. ¡Ah!, cómo quedé cegado aquel momento por tu sonrisa, y así, me retiré a lo recóndito de la pared, buscando matices, huyendo de tu simpatía con los astros y aferrándome a tus defectos, tan pequeños, tan cordiales y a la vez tan sinceros, tanto que mi vista se soltó de ellos y volví al resplandor que bien sedaba mis ojos de su pesadez y los llenaba de bellos momentos. Yo que me había refugiado en la noche y el alcohol, ahora estaba indefenso y a tu merced, pero tú sólo miraste y seguiste sonriendo, hablando sin pizca de descanso, sin titubeos, sólo hablando, mientras que en mis oídos se celebraba un himno de alegría y de sueños.

Temí por mi vida y lo peor era no saber porqué. A tu partida de mi casa, dediqué mi causa a descubrirte los embrujos, los encantos, negando continuamente su eficacia y dejándome las noches más largas y solitarias apiladas en el calendario venidero. Leí tu nombre en mis labios una y otra vez, buscando sabores y contrastes hasta que la respuesta salió de noche, a lo lejos. Y entonces mi miedo se volvió mayor, mis manos temblaron y buscaron lápiz y papel, dejándote este pensamiento, este bonito que no le pide nada a nadie, más que seas tú su lector.

Y es que, sin afán de resumir, ni de hablar de más, te conocí y me fue imposible concebir tan bello pedazo de arte hecho carne, hueso y piel.

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