viernes, 14 de abril de 2017

El tren

Bajamos las escaleras y ya en la terminal, decidí tomar el mismo tren que ella hacia su hogar, alegando caballerosidad, ocultando la necesidad de no dejarla ir lejos de mí, de conocerle más, de que mis labios viajasen sin demora y sin paradas a los suyos. El beso siguió sin despegar hacia sus labios, pero no así nuestras almas, que quizás zangoloteadas por el movimiento del tren, se catapultaron en la misma recta y en sentidos concurrentes, hallándose en el aire, mirándose y después un silencio, después siendo uno. Pasado esto, los cuerpos se volvieron inútiles, mas no así las bocas, que no hacían más que conocerse, enamorarse, buscarse entre gente, recuerdos y la distancia inherente de la inercia entre sus pies. La ansiedad los consumía, y hablaban de lo que se harían cuando pudiesen moverse, mientras que sus almas seguían entre los dos asientos como si de una gota se tratase, homogéneas, resbalando hasta sus manos apenas separadas por un roce. Cuando las almas llegaron, el reloj volvió a andar, pero nunca bajamos de ese tren.

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