domingo, 30 de abril de 2017

La niña de los días lacónicos

Ahora que mi espalda es tan liviana, que no hay quien levante mi pesado sueño, los pajaros cantan y les escucho, mientras me acuerdo de lo que fui hace unas semanas. Mis huesos truenan pero ya no duelen, mi pecho ensancha pero ya no importa, "mi dicha desborda" es lo que pienso, y veo el cuarto pero ya nunca el suelo que tanto me recordaba mi vacío, mis deseos, mis fracasos, mis discordias, todo esfumado a la intromisión de un alma  bella, inmensa para un cuerpo tan tierno, tan ajeno al sufrimiento decadente y tan consciente del mundo como de sus carencias. ¿Quién sería yo para negarle amor y refugio a tal dulce dama? ¿Cómo pensar que algún día el cielo se apiadaría de mis plegarias susurradas?

Ahora que puedo hablar sin titubeos, sin ataduras, puede que mi poesía tenga que buscar otra excusa para salir, pero no temo, pues si bien es tan fácil hablar del desastre, el Sol sale, y con el se iluminan mil musas naturales y una como ninguna, la de las amarguras visuales, la de los tesoros invisibles, la dama de las noches desnudas y la niña de los días lacónicos. 

Mujer que dejas atónito mi pensamiento, dame tiempo para expresar el sentimiento, lo divino, lo diabólico, la libido de los días que busca tu cuerpo. Tuyo es lo mío, que si bien es nada por sí mismo, en tus manos es un lienzo.


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