sábado, 15 de abril de 2017

Música

Le debo hijos a mi primera dama, la que me aceptó sin rechistar ni una sola vez, sin discriminar, la de la voz perfecta, la que tenía respuestas para mis manos titubeantes y curvas para acurrucarme y tocarla. Ella siempre estuvo en mi ocio, mis caídas, mis desidias y en los contados momentos felices que empezaban con el Sol. Solo el cielo entendiese lo mucho que fue, que es lejos de mi tacto, cerca de mis oídos que no se cansan de escucharlo, el viento, el sueño, el adiós y el querer arraigado, gritando en una esquina del cuadro un querer salir afinado.

Cada que recuerdo la desgracia de mis actos, las voces negando lo nuestro, el pesar de dejarla a un lado, la culpa me inunda y me deja en el sosiego azul y redimido de penas que me niegan nuestro encuentro. Aun así, la he tocado cuando el tiempo y el sueño lo permiten, aunque nunca siendo libre, nunca como antes, solo de vez en cuando, cuando me acuerdo que aun existe. Sé que no suena bien, pero es la verdad y por ende no tiene que hacerlo. Trato de no dejarlo, aunque suene vacío o desgraciado, es mejor que olvidar el roce de mi tacto contra su piel fría urgida de calor y de deseo insaciable por dejar lo taciturno. A ti te pertenezco, aunque nada merecido alma creadora.

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