jueves, 20 de abril de 2017

El edificio

Hace unos días, se presentó ante mí una mujer de belleza indudable y sonrisa imperdible. Después del trago amigo, las puertas se abrieron y me adentré en un edificio lleno de personajes singulares que me permitieron conocerles. Ahí había unas hermanas que se cuidaban la una a la otra, y aun en sus diferencias, encontraban acuerdo y regocijo que les unía incondicionales. Un piso más arriba, se escuchaba un piano delicado, apasionante pero a la vez reprimido, que buscaba huir, dejar de ser piano, quizás, tal vez violín. Conocí unas manos que podían plasmar todos los colores del firmamento en el momento que sintieran la necesidad de hacerlo y las admiré por horas, mientras que creaban boceto tras boceto, y buscaban la perspectiva perfecta.

Vi también a lo lejos, una familia feliz, un padre consentidor que cargaba a sus hijas mientras la madre se llevaba los brazos a la cadera y hacía un gesto de negación, entretanto que en su boca se doblaban sus comisuras. La puerta se cerró. En el siguiente piso veo a una niña llorando, preguntándose que hizo mal y entonces, le abrazo y se pierde, y la puerta se vuelve a cerrar. En la terraza del edificio, alcanzo a ver la claridad, el cielo, el Sol y siento el viento abrazándome, diciéndome que nunca más me va a soltar. Y soy feliz.

Esta vez, la puerta se cerró conmigo dentro.

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