martes, 2 de mayo de 2017

Mirar al cielo

Desperté en una habitación que si bien desconocida, mantenía un aire de familiaridad a mis adentros. Se podía deber quizás a la colonia de mi padre, y así entré en razón de que debía recobrar la compostura para saludarle. Me tallé los ojos y le vi saliendo de la ducha, le di los buenos días y después de responder, se encerró en el cuarto. Jamás hemos sido de muchas palabras pero por alguna razón sentí que me esforcé para nada.

De fondo, se podía escuchar aceite caliente y entré en razón de que mi madre y hermano estarían de visita. Bien lo razoné, salían de la cocina sirviendo un desayuno continental, les abracé y me dispuse a sentarme con ellos a la mesa. Platicamos poco, mi hermano se mantenía serio, un poco hastiado por venir a un lugar donde, en sus palabras, no hay nada. Y tiene razón, la costa no es apta para bañarse, solo hay un centro comercial y un parque con un pequeño lago, fuera de eso son casas y depósitos. Le insistí que saliéramos a dar una vuelta más tarde, y después de refutar sus negativas, aceptó finalmente, resignado. Eran las siete cuando salimos de la casa, y la noche ya había caído, permitiendo ver unas cuantas estrellas. Le comenté que el cielo aquí es una maravilla pero no hizo mucho caso. Entonces, lo llevé a orillas del mar, en lo que fue alguna vez un bar y ahora no era más que ruinas, y si bien se mostró escéptico, entramos, viéndonos rodeados de decenas de personas, mirando fijamente hacia arriba. La curiosidad hizo voltear a Andrés y entonces, pudo ver estrellas, constelaciones, lluvias de meteoritos y demás eventos astronómicos que pareciesen exclusivos de libros.

-Así es el cielo aquí, hermano. En lugares como este, vale la pena voltear arriba. -Le decía mientras veía una lágrima resbalando en su mejilla y una sonrisa que no se puede describir sino como satisfacción.

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