domingo, 7 de mayo de 2017

Camino a la felicidad

Caminamos durante horas. Cada cierto tiempo, le pedía a mis pies que dieran un paso más, alegando que la felicidad se hallaba en la siguiente parada, pero sabían que estaba mintiendo. Estaba al lado mío, caminando con la levedad del agua en declive por las piedras de mi pensamiento, las alisaba, las nutría, y en su defecto, mis piernas respondían a mi falla del encubrimiento, la acompañaban, le seguían y en ocasiones, la llevaban a explorar el paisaje, las casas, el cielo, la gente o mi rostro inquieto y sonriente. Siempre creí que la felicidad tendría forma de mujer, pero jamás pensé que se sentiría tan libre, ni que yo en su compañía le haría sentir lo mismo. De repente, un sismo en su interior empezó a crecer, y yo sin darme cuenta, fui un tonto un momento, y el demás tiempo fui el proveedor de sus cuidados, su apoyo para caminar. Debo decir que nunca una carga se había sentido tan bella en mis hombros, y así volvimos a casa, le arropé y en algún lugar entre las canciones y los besos, dejó tirada su agonía, quedando así sólo los cuerpos, el alma y compañía.

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