martes, 28 de febrero de 2017

El gato.

Era un gato casero que soñaba con salir de casa. Sus cuidadores no se lo permitían, argumentando que era demasiado peligroso para él y que no podría valerse allá por sí mismo, pero ellos de vez en cuando salían y parecían divertirse. "Algo increíble debo estarme perdiendo" pensó.

Entonces un día, cuando alguien salía, se atravesó en el azote de la puerta, lo cual lo dejó algo atontado, pero también dejó la puerta abierta. Esta era su oportunidad. Bajó los cuatro pisos, llegando a la planta baja agotado por la falta de condición, pero eso no le impidió correr un poco entre los arbustos y las flores que había a su alrededor, se sentía fresco, sucio, pensando que así debía sentirse la libertad. 

Poco después se encontró con otro gato, lo cual lo dejó perplejo, pues jamás había visto otro como el; la mayor diferencia, era que este gato era delgado y más ágil. Intentó saludarle, pero este lo atacó y logró aruñarlo antes de poder huir. Estaba confundido, nadie antes lo había atacado, no había razones para hacerlo, pues él era adorable y perezoso. Cuando empezó a recobrar el aliento, sintió hambre, pero no había comida cerca, no había platos con croquetas ni agua. Pidió comida a seres que se parecían a sus cuidadores, pero sólo recibió patadas y que jugasen con él, nada de alimento. Al cabo de un rato, empezó a llover. Era tan raro para él que cayese agua y no ver quien la tiraba, ni encontrar tampoco un lugar a donde correr, sólo esconderse. Debajo de un auto, pasó la noche temblando, lamentándose haber salido. Al día siguiente empezó a maullar en la puerta de su hogar, y luego de un rato abrieron, abrazándolo, cargándolo, acariciándolo. Lo alimentaron, lo llevaron al veterinario y se aseguraron que estuviese sano nuevamente. "Jamás debí haber salido"

Moraleja: Si no tienes huevos, no lo hagas.

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