jueves, 14 de noviembre de 2024
Encuentro de Ker-Ys
jueves, 31 de octubre de 2024
La isla de los insectos.
Así habíamos decidido bautizarla. Después de todo, parecía pertenecerles. Desde que el explorador William Dalton arribó a la isla, probablemente habría pensado el mismo nombre o quizás de manera más apropiada "la isla de los insectos gigantes", al ser recibido en primera instancia por un mosquito del tamaño de un babuino. Su reacción, como la de cualquiera en su sano juicio, fue regresar con equipo especializado a prueba de picaduras, pero después de las pérdidas humanas al no estar preparados para otro tipo de seres insectoides, decidieron proceder con las armas de fuego.
Mi equipo y yo fuimos contratados como guardaespaldas. Jadar era un hombre con experiencia en la selva, Lana era francotiradora y buena con las armas de precisión, y Tom era un amante de la artillería pesada y los explosivos. Por mi parte, se me daba bien liderar dada la experiencia obtenida en Iraq, donde alguna vez fui teniente.
Matar insectos gigantes sonaba fácil con semi automáticas y la paga era bien remunerada. Dalton había muerto un par de años atrás, siendo nuestro benefactor el investigador Edward Darnic. Dantes era un erudito de la época y un nominado a premio nobel pero sin terminar alcanzarlo, y pensaba que la isla descubierta por su excéntrico amigo Dalton podía ser la respuesta.
La misión de la incursión era descubrir el origen del gigantismo de los insectos, y siendo que pagaban $1,000.00 dólares al día, no teníamos interés verdadero por terminar pronto. Nos dio unos papeles a firmar que lo deslindaban de todo daño o perjuicio, documentos muy comunes para los mercenarios. Al día siguiente, estábamos montados en un barco de camino a la isla. Fuera del conocimiento de las alimañas, la isla parecía un paraíso, con agua cristalina y arena tan fina que difícilmente se encontraba de manera natural. No pasó mucho para que viéramos el primer insecto. Se trataba de un escarabajo que volaba por encima de nosotros, logrando tapar por un momento la luz del Sol. Por la altura, estimamos que podía medir cerca de cinco metros, y de repente, empezamos a dudar si acaso las armas convencionales servirían de algo. Darnic nos intentó tranquilizar, diciendo que seguirían siendo frágiles en las coyunturas y en los ojos, pero eso solo significaba más problemas. Para Lana era un reto, para Tom también aunque de otra manera. Estaba interesado en saber si podía sobrevivir a la ametralladora de torreta que solía cargar orgullosamente.
Al adentrarnos en la selva, pude notar como Jadar empezaba a perder la calma lentamente, pues aquella selva ponía a prueba sus sentidos. Todos lo sentíamos, era como ser acechados continuamente, y las alas de los insectos viciaban el sonido. Lo que en una selva normal no era más que un tenue ruido de fondo, aquí era una orquesta disonante y violenta. Supimos que no habría medidas preventivas cuando Jadar sacó su rifle y decidió apuntar hacia todas partes. Por su lado, Darnic parecía estar más interesado en las plantas alrededor, o más en específico, parecía buscar otra especie nativa. Mencionó estar consternado de que el ecosistema parecía idéntico al de otras islas como Tailandia o Chipre, pero parecía presentar una decadencia algo reciente. Mencionó cosas sobre pigmentación, abono y ciclos naturales pero estaba ocupado tratando de mantenerle a salvo.
Lana lanzó el primer disparo.
A unos cincuenta metros, una hormiga voladora parecía venir directamente hacia nosotros, pero fue derribada con ese único tiro. Darnic la felicitó, ya que las hormigas suelen venir en grupos inmensos y pudo haber sido un problema en caso de ser descubiertos. Cambiamos de ubicación por seguridad, llegando hasta una cascada de agua dulce. Ahí fue la primera vez en mi vida que vi a un insecto tomar agua. se acercaban de manera dispersa y sin atender a nada a su alrededor. Tom y su metralleta tampoco atendieron a nadie más, matando a cerca de una decena en el proceso. Darnic se acercó y empezó a estudiar los cadáveres, notando que, a pesar de pertenecer a distintas especies, todos parecían tener rasgos similares, como un aguijón en sus colas y alas, como los de una avispa. Algunos tenían colores interesantes que emulaban al camuflaje de un tigre, mientras que otros poseían colores grises o marrones que no coincidían con sus contrapartes del mundo exterior.
Tomó un par de muestras y nos dirigimos hacia la costa para buscar el barco. El Sol estaba cayendo y los insectos empezaban a alborotarse y gobernar los cielos. Después de eso, todo pasó en un abrir y cerrar de ojos. Se escuchó a algo caer con gran velocidad, y luego el cuerpo de Tom ser atravesado por un aguijón mientras la cabeza succionaba su sangre desde una pierna. Lana le disparó a los ojos y yo logré inutilizarle las patas, pero aún así logró emprender la huida, dejando a su presa detrás. Jadar y yo tomamos a Tom esperando poder tratarlo en el campamento, aunque la herida parecía bastante seria y no había muchas esperanzas. Darnic le tomó de las piernas y nos incitó a seguir. Lana era nuestra única protección, mientras que Jadar nos direccionaba a través de la selva y yo veía los patrones de ataque de las alimañas. Era muy difícil. Los humanos tienen una anatomía idéntica y suelen realizar patrones involuntarios. Aquí los cuerpos eran tan diferentes que volvía difícil predecir de que manera atacarían, aunque poco a poco, parecía ser que todos dependían en primera instancia de aquel extraño aguijón característico.
Llegamos apenas al barco y nos encerramos. Apenas trataríamos el sangrado de Tom cuando Darnic nos detuvo, diciendo que debía tomar muestras para su investigación. Intenté detenerlo, pero amenazó con no pagarnos y titubeamos, por lo menos el tiempo suficiente para que terminase. Hervía en fiebre, y no parecía que pudiera pasar de la noche. Estábamos afligidos, y dispuestos a irnos únicamente con nuestra paga de un día con tal de no seguir ahí. Darnic aceptó a regañadientes, pero en el camino de regreso, tocó los camarotes de manera endemoniada, llevando a todos hacia la cubierta. Eran cerca de las dos de la mañana y el hombre solo podía pensar en compartir su teoría de la isla con nosotros.
"Quede en claro que todo lo que les he de decir es meramente especulativo hasta que no de con el espécimen que dio origen a esto. Aquello que presenciamos no es sino una mutación provocada por una nueva subespecie, casi con seguridad una avispa, proveniente de la familia de las parasíticas. Sin embargo, parece ser que su ciclo de crecimiento se vio mezclado con el de su huésped, dando origen a los insectos gigantes. A pesar de las distancias recorridas, no pude dar con ningún mamífero o reptil nativo de la isla, siendo únicamente los peces cohabitantes al estar en un ecosistema seguro. Mi teoría es que si la avispa parasita a un insecto, este crecerá como un híbrido, mientras que si lo hace con un mamífero, únicamente tomará su tamaño y patrones de color, razón por la cual tenían colores más comunes en mamíferos. De ser el caso, todo en esa isla, así como los mamíferos que ahí habitaban, está condenado a la extinción. Al haberse roto el balance de la isla, pronto las plantas perecerán y aquellos insectos irán cayendo eventualmente."
Acto seguido, confirmó sus intenciones de cazar aquella avispa, pero justo antes de siquiera poder protestar, un grito vino desde el camarote de Tom. Todos corrimos hacia allá y al abrir la puerta vimos como aquel hombre corpulento se retorcía intentando alcanzar su espalda, jalando sus vendas y arrancándolas desesperadamente, dejando ver una criatura que no terminaba de ser insectoide, con piel, cabello y aguijón. Aún cuando Darnic nos suplicó mantenerlo con vida, no pudimos sino darle un final misericordioso a nuestro compañero, así como un poco de venganza.
Se que es difícil de creer, pero una vez advertido, es tu decisión si ir con él a la isla de los insectos.
Esta obra es original e inédita y no existen derechos o responsabilidades con terceros (personas, modelos,
empresas, instituciones, publicaciones, concursos, o cualquier otra instancia)
generados con motivo de su presentación y, en caso de cualquier reclamación de
derechos, seré el único/a responsable.
lunes, 7 de octubre de 2024
Mi papá cuenta estrellas.
"Mi papá cuenta estrellas" dijo Mavis frente a todo el salón de clases, durante la exposición sobre los trabajos de los padres.
-¿Tu papá acaso es astrónomo Mavis? -preguntó la maestra con una sonrisa, mientras que el resto del salón se reía por la declaración inocente de su compañera.
-No. Mi papá era piloto.
-Oh, entonces mira las estrellas desde el cielo. Pero me parece que lo has dicho mal. Tu papá "es" piloto.
-No, él ahora cuenta estrellas desde casa. Nunca sale de su cuarto y siempre está ocupado contando estrellas.
La maestra parecía confundida con la historia, por lo que prefirió dejar que la niña terminase.
"El solía volar en un avión pequeño, donde llevaba a gente hacia lugares difíciles de alcanzar. Me decía que a veces aterrizaba en el agua y otras en las montañas. Su momento favorito para viajar era durante las noches, donde podía ver las estrellas. Se sabía el nombre de muchas y también las formas que hacían. A veces nos acostábamos en el balcón y él me enseñaba todo eso, aunque yo no veía las formas porque siempre intentaba contarlas."
Nuevamente los compañeros rieron, pero la maestra parecía más interesada en escuchar con detenimiento.
"Cuando cumplí cinco, mi papá iba a llevar a unas personas en el avión, pero me prometió que llegaría para partir el pastel. Dieron las cinco, las seis y así hasta las 9 pero él nunca llegó. Recuerdo que le grité a mi mamá porque ella ya quería partir el pastel, pero en el fondo sabía que debíamos comerlo. Al día siguiente, un hombre vino a la casa, y después de hablar con mi mamá, ella me vistió rápido y nos fuimos hacia casa de mi abuela. Jamás había visto conducir a mi mamá tan rápido, parecía querer alcanzar a mi papá, así que miré hacia el cielo, pero no logré ver su avión en ninguna parte. Después de dejarme, salió igual de rápido de ahí. Cuando mi mamá volvió parecía muy triste, así que me disculpé por haberle gritado ese día del pastel. Parecía que eso la había afectado mucho, porque me abrazó muy fuerte y empezó a llorar como nunca. Le pregunté por papá, pero me dijo que tardaría un tiempo más en volver.
Mi papá llegó acostado en una cama con ruedas, y unos hombres le ayudaron a acostarse en la cama. Se veía mas flaco y su piel era muy blanca. Miraba siempre hacia arriba y no parecía voltearme a ver, aún cuando le abrazaba. Mamá me dijo que debía tener cuidado con él y los cables que salían de su brazo, ya que se había lastimado, pero se veía muy triste y no sabía porque. Un día, mamá volvió con un botes de pintura y brochas, y dijo que había que pintar el cuarto de papá para que estuviera feliz. Así, hicimos nubes y estrellas en el techo. Yo le pregunté a mi mamá que si cuantas tenía que pintar y ella me dijo que muchas muchísimas, porque a papá también le gusta contar estrellas. Era muy cansado porque había que levantar los brazos, pero pinté tantas que yo nunca podría contar.
Entonces, creo que vi a papá sonreír, y eso ha estado haciendo desde entonces, contando estrellas."
martes, 2 de julio de 2024
Los gatitos en la pasta.
Como todos los gatos que son criados en una casa, Alfredo era un gato perezoso y aburrido de su vida cotidiana. Vivía en un restaurante de pastas y recibía tres comidas al día, espaguetis, pizzas y lasaña, mientras pasaba sus días y noches viendo la tele y relamiendo sus bigotes llenos de salsa. Su pelaje era blanco y suave, pues nunca salía a la calle, aunque sus ojos parecían siempre cansados, quizás fuera por el brillo de la pantalla.
A veces se sentaba junto a la ventana, tan solo por querer un poco de aire, miraba a las estrellas y pensaba "Que solo, que solo, que aún las luces de arriba tienen acompañantes". Lloraba sin consuelo, donde nadie le mirase, y las lagrimas secaba con sus patitas suaves.
Entonces una noche y mientras miraba a la ventana, aparecieron dos gatitos frente a la ventana, que solitos en la calle, lloraban por su madre mientras temblaban. Alfredo les oyó, y sin pensar dos veces, por la ventana saltó, y llevó a los dos gatitos adentro hasta su habitación. Una vez calientitos, a los dos gatitos sus nombres preguntó, pero aún no tenían nombre, pues su mami desapareció. Alfredo decidió que el les iba a nombrar y al más grande y naranja Pomodoro le llamó, y a la chiquita de manchas, Boloñesa por las albóndigas que parecían sus manchitas color marrón. Pomodoro era muy glotón y serio, contrario a Boloñesa, tan juguetona y de instinto explorador.
De su comida convidó y a escondidas las mantuvo, con tal de que sus dueños no les viesen y los echasen a lo oscuro. Pronto descubrió que la comida no sería suficiente, y por primera vez en su vida, decidió cazar un ratón. Los ratones eran rápidos y sin vergüenzas, y se burlaban de Alfredo que ya cansado les miraba con la lengua afuera. Pero un ratón a carcajadas se cayó y Alfredo en su boca lo metió.
Volvió a casa para alimentar a los gatitos, pero la casa en ruinas encontró, hallando patitas de gato con salsa en las paredes de la habitación, en el baño y hasta en el comedor. De la impresión soltó el ratón y se dirigió de prisa a la cocina, siguiendo las huellas de los gatitos y su pista. Ahí estaban los gatitos sobre una olla vacía, con sus barriguitas llenas y llenos de salsa hasta en las axilas. Alfredo escuchó un ruido y rápido manchó sus patas con salsa y escondió a los gatitos, y cuando llegaron los dueños del restaurante regañaron fuertemente a Alfredo que tan solo sus hombros encogía.
Pero al punto que lo iban a dejar durmiendo afuera, un maullido resonó dentro de la olla. Era Boloñesa, que tenía miedo a la oscuridad donde se encontraba. Alertados, los dueños fueron hacia la olla, y Alfredo empezó a maullar desesperado, intentando liberarse para salvar a los infantes. Pero muy tarde se soltó y la olla fue abierta, donde los dos gatitos adentro miraban con ternura y amor. Los dueños les miraron y entre sus brazos les tomaron, les bañaron y un plato de comida y leche dieron para cada uno. A los gatitos adoptaron y tan familia que eran de Alfredo, que Boloñesa y Pomodoro les llamaron. Y así Alfredo les crio, salían a fuera muy seguido a jugar, y Alfredo sus ojos cansados conservó, solo que esta vez, si estaba cansado, mas solo nunca más.
Y si te preguntas que pasó con el ratón... Me ha mandado una postal. Ahora vive en Michigan.
martes, 18 de junio de 2024
La ciénaga.
Como son los senderos de la juventud, que al borde de esta carretera sin paradas ni estaciones de servicio, se piensan como pasos de lodo entre jardines frondosos, donde no hacía falta zapatos para recorrerles, y donde bastaba con mirar atrás para encontrar a un ser querido.
Así recordase yo entre delirios aquellos días radiantes en los que solía jugar entre los árboles al final de los suburbios, donde la hierba me llegaba hasta el pecho y era tan espesa que apenas y me era posible cruzar a través de ella. Había que tener cuidado por donde se pisaba, pues súbitamente se podía estar caminando hacia la ciénaga, pues a pesar de ser la única zona que se limpiaba de malezas periódicamente, era fácil hallar camino hasta ella. Aún así, para un par de niños como Clara y yo, no había un mejor lugar para desahogar nuestra niñez. Hacía años no me atrevía a pronunciar ese nombre, pero siempre que lo hago parece desbordar de mi pensamiento a mi boca y mis manos, como si el restante del recuerdo de Clara se quisiera escapar de mí, o por el contrario, siguiese creciendo como la maleza de aquel páramo verde. Allí solíamos jugar durante nuestra infancia, viendo las mariposas papalotear por los aires y a los insectos arrastrarse entre la espesa hierba, lejos del alcance de visión de las aves, que preferían comer donde el pasto casi no crecía. Sin embargo, parecían mantenerse lejos de la ciénaga, y así con la curiosidad natural durante la niñez, nos acercamos una y otra vez a ese lugar cuando queríamos descansar del roce de la hierba y su saturación para la vista. Medía cerca de unos treinta metros de largo y unos 15 de ancho, y sus aguas eran turbias y espesas, evitando ver si acaso algo vivía dentro de ella. No había insectos alrededor, y el agua se mantenía impasible, como la sensación transmitida por los cementerios. Está por demás mencionar que teníamos prohibido acercarnos a esa zona, siendo reprendidos continuamente por nuestros padres al llegar a casa.
Los más mayores, mencionaban que las aguas estaban malditas por alguna bruja o ente sobrenatural, y que atraía a las personas para ahogarlas en su negrura. Poco de eso se escuchaba en realidad, pero bien podía ser por la hermeticidad de la gente en las cercanías, quienes congeniaban mínimamente, llevando vidas frívolas y con falta de vitalidad. Puede que Clara y yo fuéramos diferentes al resto, pues al paso de los años, nuestra amistad perduró y floreció tanto como los campos en primavera. Con diez años, Clara era un Sol radiante en el pueblo que iluminaba mis días con su sonrisas al regreso de clases. El resto de niños en la escuela tenían el mismo semblante lúgubre de los adultos, y parecían haber olvidado que antaño, jugaban también por entre los verdes follajes y los viejos árboles, comían sus frutos y se balanceaban entre sus ramas. Ahora teníamos los campos para nosotros dos, y la vida era bella mientras tomaba la mano de Clara y corríamos entre la espesura, y jugábamos con la inocencia que habría de considerar inexistente en este mundo de no haberla experimentado.
Sin embargo, y como toda historia que encuentra su punto de inflexión, he de recordar aquel 4 de Octubre cuando el campo llamaba, ahora marchito entre colores sepia ante el otoño, y los árboles flaqueaban ya sin hojas, y los cielos se pintaban en grises infinitos. Clara era la luz más brillante y hermosa entre la hierba, con su cabello dorado como el trigo y sus ojos que llamaban mis instintos que apenas cobraban sentido para mí como una urgencia de abrazar a Clara y no soltarle jamás. Nos sentamos bajo la copa del último árbol verde, con la extrañeza de que algo se sentía diferente. Las aves habían migrado, y los insectos no parecían presentes, pero negábamos la hora de volver a casa con tal de pasar más tiempo juntos. Entonces jugamos a las escondidas. Fui el primero en contar, y estando de espaldas, escuchaba la voz de Clara diciéndome "a que no me encuentras". Apuré la cuenta y llegado al cien me di la vuelta, aún con el susurro fresco de su voz y siguiéndole cual perro de caza, salí corriendo entre la espesura alta de la hierba mientras esta se quebraba con mi paso violento, y podía escuchar que adelante mío, el mismo sonido se reproducía, indicándome entonces la ubicación de Clara.
Corrí como una bestia para devorar a su presa, sintiendo cada vez más cerca el rastro que seguía, hasta que finalmente salí de los pastizales, y me hallé corriendo directamente hacia la ciénaga, que en ese momento más que nunca parecía emanar muerte. Frené con todas mis fuerzas, con algunas que no sabía que contaba, recordando las palabras de los mayores sobre los ahogados y las fuerzas siniestras que soltaban sus maldiciones en sus aguas. A unos centímetros del borde logré detenerme en seco y aún con mi corazón latiendo como una locomotora, pude ver como de la ciénaga salía un cuerpo extraño y humanoide, que me hizo paralizar y palidecer en cuestión de un segundo, hasta que la forma cada vez más humana se asemejó a Clara, quien tosía mientras escupía las oscuras aguas de su boca. Apenas pude recobrar el control de mis piernas, me dirigí a ayudarle a subir y a asegurarme de que se encontrase bien. Su cabello en especial llamaba mi atención, pues había perdido su característico brillo, y su sonrisa había desaparecido por completo, ignorándome por el resto del camino. Clara volvió a casa, pero nunca más volvió a salir conmigo, ni a acercarse a aquella ciénaga que parecía haber devorado su inocencia esa tarde de domingo.
Finalmente, me hallé solo en aquel pueblo de gente gris y de fúnebres encuentros sociales, donde nadie parecía más feliz que un caballo por desahuciarse. Volví un par de veces más donde la ciénaga, pero mientras más me adentraba entre la hierba, podía escuchar nuevamente las largas vainas de pasto quebrándose en frente mío, invitándome a seguir a Clara nuevamente, y quizás ser devorado también por aquel pantano sombrío. Apenas tuve edad, escapé de la inmundicia del pueblo y me vine a la ciudad, donde la gente es igual de miserable, pero de alguna forma menos sombría. Sin embargo, hace años que no he podido dormir bien. Aún me atormenta pensar que aquel día mientras ayudaba a Clara a levantarse, atrás mío y por primera vez, la ciénaga parecía mostrar signos de vida, como burbujas que se asomaban sobre su superficie. Y entonces, la voz de Clara resuena diciéndome "a que no me encuentras".
miércoles, 5 de junio de 2024
Letras pequeñas.
Hoy me desperté con el pie derecho (aunque tal vez no lo hiciera)
Me vestí e hice el desayuno (pero puede que fuera almuerzo)
y me dirigí al trabajo como siempre (con excepción de los fines de semana).
Ahí vi las caras habituales (aunque es probable que no voltease)
y saqué la ardua tarea (aunque poco o nada fuera en realidad)
y pensaba en la ausente primavera (que la temporada indica está presente),
en los campos sepia cual serpientes (y entre verde pastizal).
Llegué a la comida familiar (donde nadie nunca habla)
y lavé los trastes sucios (y sucio alguno ha de quedar),
subí a mi habitación y me acosté tras el estudio (dos horas de dar vueltas y dolor de cabeza al despertar).
Llegó la noche y escribí un poema, (mentí pues era de tarde todavía)
y vi la televisión hasta la una (aunque no sé lo que veía)
y entonces me acosté, encantado de esperar por otro día (aun si no llega jamás).
martes, 21 de mayo de 2024
Niño interior.
Ayer fue el aniversario póstumo de mi niño interior y como cada año, he dejado un ramo de flores en la cabecera de mi habitación porque no hay cuerpo ni tumba donde llorarle.
La última vez que lo ví, jugábamos a las escondidas en el cuarto de mis tíos, luego entraron ellos y no hubo más niño, ni tampoco dónde ocultarse.
lunes, 20 de mayo de 2024
Agujeros temporales.
jueves, 16 de mayo de 2024
Hombre lobo al amanecer.
Cuando desperté, pude ver las consecuencias de mis actos inconscientes, pero ¿a quién podría culpar, si tan solo era el manifiesto de mis sueños?
miércoles, 8 de mayo de 2024
El hijo de Juan Jiménez.
-Yo soy hijo de Juan Jiménez.
La joven Minerva Solís le miró atónita durante unos segundos. Sus labios temblaban, pero volvió a amansarlos entre pequeños apretones, que a los ojos de él eran gestos enternecedores. -Te refieres al de las historias, ¿no es así?
-Así es. Ese Juan Jiménez, que escapó múltiples veces de la muerte a manos del Capitán Ernesto Martí. -Contándolo en tono heroico y algo orgulloso. -Según las historias murió a manos del Capitán en Huápoca, pero en realidad vive en su pequeña cabaña lejos de la gente.
Los jóvenes yacían tirados sobre la hierba de una colina, mirando las luces en el cielo como si el Firmamento les hubiera puesto ahí para compartir ese momento juntos. Habían pasado dos meses de haberse conocido, pero finalmente parecían abrirse el uno con él otro sobre su pasado y desventuras.
-¿Y tú vives con él? -dijo la joven de ojos grises justo después de tragar saliva, mostrando finalmente entusiasmo en su voz.
-Ya no, él vive en las montañas, pero de vez en cuando paso a verlo. Hay un pasaje entre los dos cerros a la entrada de la ciudad, por el cual es posible llegar a caballo y después de una o dos horas te encuentras ahí.
La chica estuvo pensativa y dubitativa. -Pero entonces la última historia sobre su muerte fue falsa.
-En realidad, todas las historias sobre el están fundamentadas sobre una idea falsa. Según comienza la primera, Juan Jiménez era un ladrón que al entrar a una cantina de Balleza, se encuentra tomando unas copas con el Capitán Martí, y hacen una competencia de tragos ante un breve desacuerdo, del cual nunca se entra en detalle. Habían terminado una botella de aguardiente cada uno, cuando entró la mujer del Capitán a buscarle por desobligado, y al sentirse ofendido por la interrupción, Juan mata a la mujer del Capitán, comenzando entonces la persecución de aquel hombre, a través de distintos pueblos de Chihuahua.
En realidad, el no mata a la mujer del Capitán, sino que es el capitán quien soltó una bofetada a su esposa, y Juan la defendió, ganándose su aprecio y huyendo juntos.
-Pero eso no tendría sentido. ¿Por qué abandonaría todo por andar con un ladrón?
-Esa es otra mentira en las historias. Juan no comienza siendo ladrón, sino que era un comerciante que andaba de paso. Cuando la persecución se intensifica y empieza a ser un hombre buscado, es que recurre a sus ingeniosos crímenes que lograban engañar al Capitán Martí. Por ejemplo, en la historia del desfalco del carnicero, se puede notar su ingenio comercial para regatear y convencer a los hombres que la venta era de fiar a pesar de las controversias.
-Supongamos que no me estas mintiendo. En la historia final dice que el Capitán Martí acorraló a Juan Jiménez en el acantilado de Cuarenta Casas, donde le metió dos tiros, arrojándolo después. ¿Cómo sobrevive a algo así?
-Ahí la mayor mentira de todas, pues quien murió en realidad fue mi madre, cumpliendo así el Capitán Martí su tan dispuesta venganza.
-Vaya, no sabía que tu también tuviste una infancia complicada. -Levantándose y abrazando sus rodillas y mirando hacia abajo. - ¿No guardas rencores?
-A mi padre, ninguno. Pero no puedo sino sentir cólera por aquel que arrebató la vida a mi madre cegado por su sed de venganza.
-No me gustaría que dedicases tu vida a buscar venganza querido Daniel. -Abalanzándose sobre él y abrazándole fuertemente, mientras que el puñal perforaba el riñón izquierdo de Daniel Jiménez. -Otra cosa que no se dice en los cuentos es que el Capitán se volvió a casar con una mujer de apellido Solís, pero caería en la locura por aquel hijo que le robaron.
Perdona hermano, que yo tampoco sepa perdonar.
miércoles, 24 de abril de 2024
El origen.
Al paso de
cinco millones de años desde el nacimiento de la raza humana, el voyager 5,
salía por fin del espacio interestelar para posicionarse en lo que sería la
frontera universal, la cual se había calculado en la Ley de la Expansión
Universal hacía más de tres millones de años. Desde entonces, tan solo un
Sistema de Inteligencia Artificial conocida como Red Fox, seguía monitoreando
el viaje tempestuoso de la sonda hasta el abismo mismo. Red Fox, o Foxy como se
le había puesto por el equipo de investigación, se había mantenido activa
durante los últimos ochenta mil años, operando de manera autónoma y mandando
reportes mensuales sobre el status del Voyager 5, a veces redireccionando el
curso del satélite o realizando cálculos para escapar del campo de gravedad de
diversas estrellas. Eran sistemas gemelos, sincronizados con un solo propósito,
aunque dicho propósito fuera irrelevante a estas alturas. Los tiempos del
hombre habían cambiado tan drásticamente, que difícilmente podían seguir
llamándose de la misma forma.
La
humanidad aprendió a hallar respuesta a todas las cosas, desde sus orígenes
hasta la forma de alcanzar la tan aclamada inmortalidad que buscaron por
generaciones. Conectaron sus cuerpos a máquinas, donde sus mentes eran
absorbidas en simulaciones, y podían alcanzar sus sueños y deseos más absurdos
sin causar dolor alguno a otros, una vida plena que duraba tanto como eones o
hasta que el deseo de morir finalmente llegase.
Eventualmente,
el pensamiento de omnipotencia y omnisciencia dio por descartada la existencia
de un Dios, pues todas sus leyes fueron comprobadas, sabiéndose también
superiores entre las entidades del universo. Fue también esa sensación de
autorrealización humana y el desprendimiento de la espiritualidad, lo que hizo
que poco a poco se fueran apagando las consciencias almacenadas en simulaciones
y los hombres hallasen escape en la muerte autoinducida. De aquella gloriosa
humanidad, quedaban apenas un centenar vagando entre los servidores de su
utopía. La ultima vez que alguien había revisado los informes de Foxy, hacía
cien años, pero eso era irrelevante para su vital tarea, que era guiar a su
hermano hasta el final del universo. El Voyager V funcionaba con un pequeño
colisionador de partículas que bien podía generarle energía por millones de
años, pero si los cálculos eran correctos, al final del universo las partículas
se detendrían y entraría en energía de emergencia, consistiendo en un conducto
de decenas de kilómetros de largo que se desplegase por las fronteras alargando
los últimos momentos del satélite y permitiéndole mandar apenas unas cuantas
fotos como prueba del cumplimiento de su misión.
Las fotos
llegaron apenas unos minutos después de que el Voyager 5 se apagara
permanentemente ante la falta de condiciones para su funcionamiento, y Foxy
analizó la información, mandando lo que sería su último informe.
15 de Octubre de 542-ASE.
Se confirma la llegada del satélite Voyager al límite calculado del universo, entrando a un área carente de toda partícula o signo de energía aparente, provocando así su rápido deterioro e implosión. Durante este proceso de apenas 223 décimas de segundo, ha podido capturar doce fotografías del universo visto desde fuera. Las fotografías, tomadas a 547 millones de kilómetros del borde universal, muestran lo que parece ser una huella dactilar compuesta por los límites del universo. Se recomienda la anulación de la Ley de Origen Universal vigente, y la corroboración de las teorías teológicas pasadas.
Archivos no encontrados.
Favor de ingresar información para continuar análisis.
Tiempo de Batería Estimado de Siete Días.
Atentamente Foxy.
Documento generado automáticamente por sistema Red Fox.
Y así los siete días pasaron, y el universo nació
de nuevo.
jueves, 18 de abril de 2024
La calma y la paz.
Yo que he visto los árboles tintineando,
y la luz que se filtra bajo el tallo de una ceiba,
soy consciente de lo bello y las trivialidades
que dan sentido a este mundo de sorpresas.
Y pienso cada quien podría verlo
si parara un segundo el pensamiento y el advenimiento errante que nos pierde,
al corazón que viendo riesgos, cree hallar experiencias,
cuando busca tan solo el abrazo gélido y lejano de una amiga ajena.
Hoy que hallo el silencio entre paredes blancas,
puedo saber que la calma y la paz no son siempre amigas,
que la primera ama estar quieta y la segunda repleta
de alegrías grabadas para toda la vida.
Un abrazo, una sonrisa, un momento eterno,
y después, que más da si volvemos a la idiocia de esta vida,
Ser feliz es algo que llega de camino a la cima
mientras la cima es un efímero momento.
miércoles, 3 de abril de 2024
El tratamiento milagroso.
Apreciable Dr. Auster
Agradezco las comunicaciones que hemos establecido, así como el apoyo que he recibido de su parte desde mis tiempos en la universidad.
Sabrá usted Doctor, que como casi cualquier persona he sufrido el aturdimiento de los sentidos, rememorando aquellos acontecimientos como momentos de terror, un miedo, una advertencia de que aquello que damos por sentado, lo que creímos una vez como realidad, pudiese desmoronarse en un pestañeo. Un instante de ceguera, la parálisis de sueño, el ensordecimiento ante el ruido de turbinas, la pérdida del gusto y el olfato ante la enfermedad, todo eso son apenas pequeñas muestras de la fragilidad de lo que comprendemos como realidad, en comparación con lo que he presenciado, víctima de mi propia incredulidad de creer que acaso cada ser humano fuese capaz de controlar las experiencias ofrecidas por las fuerzas ajenas a su propia razón. Pido al cielo desde entonces ser perdonado por mi estupidez, pues no ha habido en mis intenciones ni ápice de maldad, más allá de la tentación ofrecida por el dinero, que me hace tan pecador como todos los demás. Culpo acaso a mi soberbia, por creerme capaz de hacer algo que nadie había logrado, un imposible fijado, figurándome Hércules con sus pruebas u Odiseo escapando de las garras de Calipso, pero en mí no obró ninguna fuerza divina, o por lo menos ninguna de alma benevolente. Espero me permita construir un poco de mi escenario personal en esta carta, con el único propósito de explicar los motivos e importancia de la misma.
Desde mis años de estudiante, había estado expuesto a los conocimientos prohibidos para los jóvenes. Dada mi personalidad curiosa y deliberante de los parámetros de la moralidad, me vi muchas veces envuelto en situaciones en las que mi sentido común se veía puesto en duda, pero nada más alejado de la realidad, pues bien era continuamente iluminado con los nuevos descubrimientos que concebía en el día a día, volviéndome una pesadilla para los vecinos y una figura iluminada entre mis compañeros, a quienes solía servir como quien consulta una enciclopedia por información.
Fue en esos años que conocí a mi mejor amigo, Lu Bolin. Se hacía llamar Luke, a fin de evitar errores o burlas por sus orígenes, pero su cara era algo que no podía ocultarse. Aún así, pocos se atrevían a meterse con Luke, dado que se corría el rumor de que su familia tenía conexiones con la mafia china. La verdad era que ni siquiera había una mafia china en la ciudad, y todo era parte de las maquinaciones de Luke para llevar una vida más plena. Ese tipo de acciones era quizás lo que movía nuestra amistad, y nos había hecho sentir interés por el otro rápidamente.
Luke me abrió el panorama hacia nuevos límites de los sentidos. Su familia cultivaba opio y otras plantas y hongos alucinógenos, a las cuales el había estado habituado a consumir desde joven, siempre en ambientes controlados y dosis medidas a nivel clínico. Por generaciones, habían transmitido el uso de toda clase de sustancias con el propósito de abrir los chis en su familia, lo cual les permitía, en sus propias palabras, tener una comprensión a nivel universal de las cosas, y también mejorar sus capacidades cognitivas. Era difícil refutar esos argumentos, cuando Luke era el mejor de la clase y también tenía una facilidad admirable con distintos deportes, en los cuales la fuerza no era lo primordial, sino los reflejos.
Habría pasado un mes de que Luke me había hablado de ello, cuando me encontraba en su casa, solicitando a su familia recibir el tratamiento también. Hubo muchos reclamos en chino que ciertamente no alcanzaba a comprender, pero finalmente y quizás ante la presión de ser delatados, accedieron. El lugar era una habitación de colores tenues, donde solo había una cama, sin sábanas ni almohada. En el suelo había incienso quemándose y por una ventana de barrotes, se filtraba el Sol y una leve brisa. Bebí un te, y entonces, me pidieron que me recostase en la cama, mientras que los padres de Luke salieron de la habitación, quedándose únicamente él a mi lado. Sin embargo, no le era permitido hablarme, solo estaba ahí para calmarme, tomaba mi mano ocasionalmente o me acariciaba el pelo o el pecho. Lo que vi aquella vez me resulta innecesario mencionarlo, pues todo quien no haya estado en ese tipo de rituales no sería capaz de concebir aquel panorama y quienes lo han experimentado, no necesitan burdas palabras para ello. Estoy seguro que usted pertenece al segundo grupo Doctor.
Desde entonces, solía realizar aquellos rituales con cierta periodicidad, poco a poco siendo mejor recibido en casa de Luke, al punto en que me fueron compartidos los conocimientos relacionados, como lo eran el cultivo, las condiciones controladas y las medidas tan meticulosas en las porciones, temperatura y recolección apropiada de las hierbas. Aquello había influido tanto en mi vida, que dediqué la misma a estudiar medicina y a la investigación de los efectos psicotrópicos de diversas sustancias en el proceso cognitivo de los humanos. Diez años habían pasado de mi vida en un pestañeo y durante todo ese tiempo, fue que también lo conocí a usted y obtuve las herramientas y acceso a los equipos necesarios para formular mis experimentos. Sin embargo, hubo otra figura, la de Luke, quien estuvo a mi lado compartiendo una meta en común, que era aprovechar aquellos conocimientos para que las personas alcanzasen mejoras cognitiva, generando un nuevo orden sobre lo que consideramos inteligencia promedio. Mientras que me dedicaba a la meticulosa tarea de la experimentación controlada e investigación de efectos secundarios, Luke se enfocó a las condiciones psicológicas con las que debían contar los pacientes para evitar situaciones adversas. Era fácil concebir los padecimientos mentales como factores de riesgo, pero también se detectaron condiciones adversas en pacientes con anemia, hipertensos y con enfermedades crónicas del corazón. Solo entonces, fui consciente de la inmensa suerte que había tenido en no haber sufrido ningún incidente durante todos mis años de pruebas, así como también, en la influencia de la genética y alimentación típica de la cultura china en el éxito de los rituales.
Conseguimos nuestro consultorio recién nos egresamos, un lugar escondido en el barrio chino donde la policía no tenía injerencia. Luke se mostró en contra del consultorio, consciente de la cantidad de variables que aún no habíamos considerado para los tratamientos, así como de la ilegalidad en la que podía verse envuelta toda su familia; sin embargo, las ansias de la ignorancia son voraces, tanto como la ambición creativa. En contra de las advertencias de Luke, los primeros pacientes cumplieron perfectamente el propósito del tratamiento, y pronto se corrió la voz sobre el par de médicos milagrosos capaz de iluminar a los hombres.
El primer caso no exitoso tuvo lugar dos meses después de la apertura. Se trataba de una joven sin problemas físicos ni mentales vista desde el exterior, sin embargo, la dosis fue demasiado fuerte para su cuerpo, teniendo que recurrir a un proceso de desintoxicación intensivo durante tres días, en los cuales Luke y yo nos turnamos para cuidar a la joven y traerla de vuelta a la realidad. La causa, habríamos de descubrir, no era más que sus hábitos alimenticios. Era vegetariana.
Nuevamente los roces y las discusiones con Luke entraron en escena, cada vez más acaloradas debido al peligro en que poníamos a su familia. La solución que encontramos de manera inmediata fue atender a los pacientes desde mi casa. Acondicioné una habitación de acuerdo a las especificaciones que se debían de seguir, y continuamos nuestro prolífero negocio.
Dos días antes de aquel fatídico día donde todo cayese en debacle, tuve mi última gran pelea con Luke. La razón fue apenas algo importante a mi parecer, pero así son todos los detonantes de las peleas sin aparente sentido, víctimas del peso de lo que cargaban antes. Habíamos recibido a un paciente y Luke había hecho la guardia, mientras que yo seguía como era habitual, inmerso en mis investigaciones para estabilizar los efectos de las drogas a fin de conseguir mayores niveles de eficiencia y absorción. Desde mi primer inmersión en casa de Luke habíamos logrado avanzar a pasos agigantados. Mientras que antes requería aplicar dosis periódicas cada tres meses, ahora bastaba con una única dosis anual, y aún entonces, los remanentes se mantenían durante un par de años más, pero quizás una sola dosis pudiese bastar algún día, como si se abriese una puerta que nunca más tuviese que cerrarse en la cognición humana.
Escuché entonces desde el laboratorio un escándalo proveniente de la habitación del paciente, pero sabía que no podía entrar, Luke debía de hacerse cargo por su cuenta y confiaba que así sería. Un par de minutos después, el silencio volvió y no escuché más sino hasta el retiro del paciente. Luke lo llevó hasta con habitual cordialidad, y cuando hubo cerrado la puerta principal, se dirigió hacia mí gritando y tomándome de los hombres con desesperación y violencia. El motivo del comportamiento errante del paciente había sido debido al mal trabajo de insonorización de la habitación de inmersión, reaccionando entonces a la sirena de un camión de bomberos que pasaba sobre la avenida, levantándose de la habitación y empezando a golpearse contra la pared, hasta que Luke consiguió inmovilizarlo mediante puntos de presión. Le aseguré que los accidentes siempre pasaban y que no había razón para causar un alboroto esta vez, pero no hizo más que achacarme los problemas derivados de mi pensamiento ligero sobre los temas humanos. Ciertamente tenía razón, pero en ese momento, me negué a aceptarlo, decidiendo entonces deshacer nuestra sociedad, más no así cesando los servicios, quedándome con el juego de llaves que le había dado meses atrás, y teniendo ahora que cubrir por mi propia cuenta el tratamiento completo, al menos en lo que contrataba a alguien para cubrir el puesto.
El paciente, un tal Howard Smith de 23 años de edad, acudió al nuevo consultorio como cualquier otra cita. Se había recibido anteriormente su expediente médico y no había indicios de ninguna de las complicaciones que otros pacientes habían mostrado con anterioridad. Era lo que llamábamos un individuo idóneo.
Howard llegó a las ocho de la mañana, una hora antes de su cita acordada, lo cual agradecí dado que podría pasar más tiempo con mis experimentos. Si bien, no solía realizar las actividades de vigilancia, sabía de memoria el procedimiento de enfermería y todas las medidas de seguridad que Luke había seguido durante sus actividades, trabajo que consideraba en extremo perezoso. Le di la dosis de siempre al paciente y me quedé a un costado de la habitación, mientras que sus ojos se mantenían cerrados, temblando ante los movimientos oníricos hasta que halló calma al paso de una media hora.
Poco después, un ruido abrupto agitó los cimientos de mi hogar, y los ojos del paciente nuevamente percibieron inquietud. La habitación, como anteriormente había comprobado Luke, no estaba correctamente insonorizada, y la agitación se apropió del paciente, quien se paró de un salto de la cama, como un animal acorralado o que despierta en un lugar desconocido, y yo estaba en la misma jaula que el animal. Empecé a moverme despacio hacia la salida, pues a diferencia de mi ex compañero, yo no contaba con las habilidades referentes a puntos de presión, aunque afuera de la habitación, en el laboratorio, tenía algunos fármacos y anestésicos que podían librarme de tan peligroso escenario. Caminé lentamente hacia la puerta sin ser percibido por Howard, que se mantenía alerta, aún buscando el origen del golpeteo. Sus manos estaban aferradas a la orilla de la cama y sus piernas estaban dobladas, como un depredador a punto de saltar sobre su presa. Llegué a la puerta y giré la perilla lentamente sin ser detectado. Logré salir sin mayor inconveniente, y me dirigí hacia mi laboratorio, donde preparé una dosis de morfina lo suficientemente elevada como para tumbar a un hombre de 200 kilos, medida razonable para el estado de alerta que sufría Howard. Nuevamente, se escuchó el golpeteo de la puerta, y desde fuera, pude al fin escuchar con claridad la voz que le acompañaba y gritaba "¡Eres un maldito Emil! !No puedes patentar mi trabajo a tu maldito nombre!" Fue apenas entonces que noté que no había vuelto a cerrar la puerta donde se encontraba Howard, pero era demasiado tarde. En un lapso menor a un segundo, se escuchó el azote de la puerta contra la pared, y pude ver a Howard Smith corriendo como un desquiciado en frente mío, dirigiéndose directamente hacia la ventana a un costado de la puerta principal, rompiéndola en el impulso y logrando salir entre cortes que recorrían sus brazos y rostro, escurriendo lentamente la sangre fuera de sí. Luke debió estar confundido, incapaz de razonar de porque había un paciente una hora antes del tiempo de atención, como había logrado escapar, o de porque había aparecido una figura tan macabra a través de la ventana. Solo puedo hacer conjeturas al respecto, pues al llegar a la escena, Howard se encontraba encima de Luke, mordiendo su rostro y desfigurándolo, quien era incapaz de defenderse ante el monstruo que habíamos creado en la inconsciencia, en el iluso pensamiento de que estábamos listos para la evolución. Apliqué el tranquilizante, pero Howard siguió en su tarea primigenia, hasta desfallecer encima de Luke unos minutos después, unos minutos tarde. El rostro de Luke había sido completamente desfigurado, habiéndose removido la piel en casi su totalidad, así como ojos y labios. Sin embargo, lo más crudo de aquel escenario, era saber que Luke seguía con vida, consciente todavía de su destino. Formuló una palabra, una petición, y yo obedecí, volviendo poco después con una inyección que haría la tarea.
Evidentemente, el alboroto alertó a los vecinos, y la policía no tardó en llegar a la escena. Desde entonces han pasado tres años, los cuales llevo pudriéndome en prisión, pensando si aquella condena es suficiente para expiar mi egocentrismo y los crímenes derivados de este. A pesar de todo, no puedo sino sentir una pasión tremenda por la investigación y me ha sido posible adquirir revistas e intercambiar cartas con usted, compartiendo información de nuestras investigaciones. Pido entonces y esto solo es en base a conjeturas Dr. Auster, que reconsidere la integración de aquel compuesto derivado de mi investigación en su próximo proyecto. Soy consciente de que es el director a cargo del Programa de Vacunación a Nivel Internacional, y que en su última carta dice haber eliminado el factor de agresividad en un 98%, pero Dios nos libre de ese dos restante, si el caos se apodera de las ciudades, sepa quedo libre de esa responsabilidad.
Emil H.B.
lunes, 18 de marzo de 2024
Despedida terrenal.
"...¡Por supuesto! El principio proviene de mí y solo el final he de ver. Yo les he sacado del barro y también en pocos momentos, observaré como a él regresarán. Sepan que todo lo sé, y siempre lo he sabido, y tan así que este final fue algo tan inevitable como natural.
¿Y entonces, para qué? Han de pensar.
Porque todos estos años, llenos de amores, burlas, tragedias, y absurdos, no son sino el compilado de las obras más bellas que jamás haya visto, y ni en su guion ni ejecución he tenido voz o voto. Solos han llegado hasta donde están, pero solos ya no más. Sean bienvenidos hijos míos."
Mensaje de misericordia reproducido en ojivas nucleares, de acuerdo al artículo 26 de los Acuerdos de Gestiones Bélicas.
martes, 12 de marzo de 2024
El descenso infinito.
Al principio, me sentía caer. Caía hacia las indomables corrientes de la adultez por el vórtice de aguas color penumbra que amenazaban con destazar mi cuerpo entre lo útil y los desechos, y así, como única solución, hallé tensar todos los músculos de mi cuerpo, con tal de seguir completo y sobrevivir al incordiar de la sociedad que fluía a mis alrededores; cada gota era una vida y de mi frente fluían vidas al no hallar salida por mis ojos. Eventualmente, el cansancio se apoderó de mi sacudido cuerpo, y con sumisa resignación, dejé que la corriente me llevase, cediendo el tensar y la lucha. Pude sentir como mi cuerpo giraba y mi cabeza daba vueltas hacia el mar de individuos, llenándome y vaciándome continuamente con la humedad del torbellino, mientras que mi cuerpo se consumía lentamente en el mar de agua salada, secándome como pescado al sol.
Como añoraba el Sol que desde hacía años no veía, siempre sobre mi cabeza, siempre rehuyendo del mismo, incapaz de valorar tenerle presente sobre mí, bastándome recibir su reflejo en las noches pues una luz tan radiante era imposible de seguir. Eso era lo que me decía desde el vórtice, sintiendo los achaques que si bien, menos frecuentes que antes, magullaban mi cuerpo ahora débil por el frágil esfuerzo que ponía en mi respirar. Había perdido el día y la noche, y el sueño no era más que una continuación del constante padecimiento de aprisionamiento sin final. A veces abría los ojos y trataba de buscar en el agua algún rayo de luz, pero las aguas eran agitadas y arremetían contra mis ojos, al punto que no quise abrirlos más, entregándome por fin al abrazo arrebatado de la humanidad, y volviéndome lentamente otra gota en el mar de gente vacía, absorbida por la piel de hombres completos, que se evaporan al acercarse al sol, o que viven por siempre en las profundidades del abismo. En ese punto, había culpado a todos por mi abrupto descenso, envidié a los que salían a flote y veían el Sol, pero sabía que el principal antagonista de esta historia, se ocultaba en mi carne, y pronto sería consumido al menos por mi propia indecisión, y es que los valientes buscan como vivir y los cobardes solo se acomodan.
El sueño cobró vida mientras usaba mis dedos para propulsarme hacia arriba entre las corrientes de individuos deshechos y cuyos destinos maldecían, más no llegó en forma de luz, de Sol o espejismo, sino al ver encima mío a alguien aferrándose a la suerte de no caer. Su frente y mejillas se encontraban húmedas y su cabello era largo y pesado por el agua que absorbía, mientras que aquellos individuos en su obstinación por no desaparecer en soledad, buscaban arrastrarle junto con ellos a la profundidad. Entonces vi como sacaba unas tijeras, y cortaba su cabello, cayendo algunas hebras alrededor mío y las vidas de los miserables a la infinidad. Empecé a subir hasta que estuve en su rango de visión, y le ayudé a acomodarse, hasta quedar frente a frente. Por un instante, pareció como si el estruendo del vorágine enmudeciese y las gotas dejasen de tocarnos, y entonces quedamos por primera vez en años, acompañados. Ahora subimos, uno a la espalda del otro, y aunque llevamos años cayendo, podemos sentir algo cálido detrás, algo que nos impulsa al Sol que creímos alguna vez haber soñado.
miércoles, 6 de marzo de 2024
Estaciones.
En una escuela de alguna comunidad rural, enseñan sobre el cambio de estaciones, y los niños entienden fácilmente, pues así como damos nombre al día y la noche, tan familiares como divisibles, se presentan las temporadas en forma de colores y sensaciones, la primavera con las flores, el verano con su Sol intempestivo, el otoño con el cobrizo de las hojas que caen para así dar entrada al invierno, con sus tonos grises y el viento gélido que saca los edredones del armario y los hacendosos platillos. Uno de esos niños habrá ido de visita a la ciudad, quizás a ver a la familia o por visitar a un amigo, y habrá notado el detalle peculiar, que sin importar la época del año, su cielo es gris y lúgubre, los árboles son escasos y el frío pareciese acumularse en las pilas de hierro que parecen cada vez más grandes; y ante tal vislumbre de contrariedad, habrá pensado lo difícil que lo tienen los niños en las ciudades para aprenderse las estaciones.
miércoles, 21 de febrero de 2024
Cama compartida.
Habían pasado cuatro años. Desde hace mucho que los rezos habían terminado, las cajas del descanso eterno habían pasado al dominio de las raíces y la hierba que crecía en las cunas sepulcrales como es propio del mundo que vivimos. La viuda era una mujer de alta gracia y de perfil joven, aún sin llegar a los 60 inviernos, y parecía mantenerse de un ánimo encomiable que hizo parecer la pérdida como una fábula o el término de una tragedia, pudiendo incluso escucharse que su rostro parecía aún más joven que antes. Todo halago era bien recibido por la viuda, quien se vanagloriaba de ellos como si fuesen parte de la joyería que exhibía constantemente. Justo ahí el otro comentario que no caía en su gracia, era si acaso iba a buscar a algún pretendiente, a lo que alegaba haber vivido el suficiente tiempo presa de los malos tratos de un hombre como para cometer ese error dos veces.
En las mañanas, una muchacha hacía la limpieza y las comidas en su casa, pero en las noches la viuda se mantenía sola, en una habitación con fotografías de su familia y así también, un pequeño retrato con la imagen de su fallecido esposo, a la cual miraba con cierto desprecio y cierta ternura, como miramos aquellas cosas complicadas de la vida. En la foto se podía ver sin su pierna derecha, amputada por una complicación con un episodio diabético, enfermedad que terminó reclamándole completamente en el último momento. Recordaba que antes de la operación, el aroma era espantoso, al punto que le era imposible dormir a su lado, e incluso después de la pérdida del miembro, sentía como si la fetidez no lo hubiese abandonado nunca. Solo después de muerto fue que atribuyó la pestilencia a su propia imaginación, o tal ves al anhelo de su presencia, que aún llena de penurias, rememoraba entre risas y nostalgia, como aquellas palabras que decía en sus últimos años "acá vendré a verte cuando yo me muera, así que no compres una cama más pequeña" y ella solo se burlaba, como quien le dicen algo que nuca habría de desear.
Durante mucho tiempo, no dejó a nadie entrar a la habitación más que para el aseo, convencida de que la esencia pútrida de su esposo permanecía impregnada en su habitación. Eventualmente, la peste desapareció de la recamara y así también el sentimiento de luto que le acompañaba, sintiéndose de cierta manera libre y permitiendo nuevamente las visitas esporádicas de su familia.
Una noche, quizás llevada por el resonar de las palabras de quien ya no estaba o sus desordenes de sueño, murmuraba a oídos sordos "nunca supiste cumplir tus promesas", mientras se burlaba nuevamente y se acomodaba en la cama como solía hacer antaño, colocándose sobre su hombro derecho y dando la espalda a la fotografía en el buró. Su sueño era como una travesía a dominios oníricos, donde sus ojos finalmente tendían hacia el delirio, mundo donde el frío podía atravesar sus sabanas, rozando su piel con vetusto sentimiento y causándole el más brusco escalofrío que habría de traerle desde el sueño hasta fuera de su cama en un instante, perturbada por aquella sensación tan familiar que a sus ojos, solo podía prevenir del inframundo. Sin embargo, la idea de lo paranormal provenía más bien desde el olfato, dominado por aquel aroma putrefacto de la pierna necrótica del fallecido. El sudor recorría su frente, mientras miraba hacia todas partes, hacia las fotografías, hallando únicamente la burla de las miradas inanimadas que reían como siempre, pero con un toque de malicia. No pegó el ojo hasta que el sol fue a su encuentro. Convencida de que se trataba tan solo de un mal sueño, se reservó aquel acontecimiento para si, hasta que nuevamente durante la noche, pudo sentir el reclinar del colchón que se percibe cuando alguien se sube, como se acomodaba a su espalda, y aún con los ojos abiertos de par en par, le tomaban del brazo y también de la cintura. Ahí volvía el aroma, encarnado como en aquellos días, como si nunca se hubiera ido de la cama, inundando sus pulmones pero aún siendo incapaz de vomitar ante la presión abismal que era ejercida por la presencia de aquella entidad. Convencida que de voltear, habría de encontrarse con un tabú para los vivos, se levantó del colchón a como le fue posible, y caminó hacia la sala sin mirar atrás. Ahí tomó el teléfono y llamó a sus dos hijos varones argumentando una emergencia.
Casi de inmediato, los dos hombres estaban en la entrada, alarmados por el llamado de su madre, quien aún alterada les explicó los acontecimientos de los cuales había sido víctima en las ultimas noches, cosa que el hijo mayor tomó como un mal chiste y el menor, un poco más consciente de la edad de su madre, le dio por su lado aunque ciertamente incrédulo de sus palabras. Después de calmarle y de quedar resignados a que no habría otra solución sensata para la mujer, se dieron a la tarea de entrar a la habitación, empezando a mover las cosas que estorbasen para sacar el colchón hacia la calle. La mujer mayor, aún temblando mientras bebía un te para los nervios, saltó ante el estrepitoso grito que soltaban al unísono sus dos hijos mayores, levantándose impulsivamente y dirigiéndose hacia la habitación guiada tan solo por el instinto maternal. Ahí estaban ambos, a la entrada de la habitación, pálidos y temblorosos como si la vitalidad hubiese abandonado sus cuerpos. La madre preguntó que era eso que habían visto, pero los balbuceos eran tales que ninguna palabra podía rescatarse de su discurso vacilante. Forzó su acceso a la habitación y volteando la mirada hacia la cama ya desnuda y volteada, no pudo sino llevarse las manos a la boca, horrorizada por el hallazgo de sus hijos. Ahí recargado sobre la pared, a la altura donde se solía recostar aquel hombre, había unas suturas corrientes que sobresalían, cubiertas de una mancha oscura de acaso medio metro de largo, y si bien la mancha era espesa, comprendió de que se trataba desde el primer momento.
Hubo un momento de silencio, cuando al haberse calmado los corazones de los presentes como para no salir de su respectivo cuerpo, los dos hombres llevaron entre temblores el colchón hasta la entrada de la casa, donde se lo dieron al camión de la basura a cambio de una propina por su peso. Durante la mañana compraron otro colchón, pero la viuda no volvió a dormir más ahí, optando reposar en la otra habitación de su casa.
Según cuentan las noticias de esos días, un vagabundo que escrutaba en la basura encontró un colchón sospechosamente bueno para hallarse en tal lugar, y al examinarlo, notó una mancha y una sutura algo descocida, que al romperla, halló lo que parecían ser los huesos pertenecientes a la pierna de un ser humano.
lunes, 19 de febrero de 2024
El perfume.
Se levantó esa mañana y todas las siguientes con el aroma de su compañera impregnada sobre las sábanas de su cama. Las lavaba un día antes de verle nuevamente, a sabiendas que solo debería esperar un par de horas para volver a hallarse idiotizado ante el dulce olor de su perfume, que parecía tan fuerte como para mantenerse una semana en su habitación y sin ceder siquiera en su noble intensidad de flores y regaliz.
Cómo cada sábado, le vio en su casa, en su lugar seguro, y pasado el ávido jugueteo y las caricias que fecundaban abrazos, él prendió el calentador para luego tomar una ducha. Mientras venía de regreso y guiado por un pensamiento de travesura, se acercó a hurtadillas hasta la entrada de la habitación, dónde de un saltó vio a su amada, sorprendida, mientras vertía perfume sobre las orillas del colchón.
La vergüenza entonces inundó los ojos llorosos de su dama, mientras que él giraba hacia el ropero sin voltearle a ver. Sacó una botella y lo puso entre sus manos, que recién se alejaban de su rostro húmedo. Cuando al fin tornó su mirada hacia abajo, la joven aún con ojos empañados pudo ver un frasco familiar.
"Usa este para tu cama, avísame cuando se termine."
lunes, 12 de febrero de 2024
Reencuentro furtivo.
Como un benigno estupor
que sucede a la cúspide de la soledad
han sido los dígitos que sostengo
aferrándome a su levedad.
No son canas lo que temo,
ni llagas de perdida libertad,
solo el aun destino incierto
que todavía he de forjar.
Aliento cante su corazón,
sacudo el polvo de sus venas
y que vuele al viento la ocredad.
Advierto el ritmo venidero,
la sincronía de latidos que desarman
el instrumento que no supe tocar.
lunes, 5 de febrero de 2024
El día se levanta.
"Si la noche cae, entonces el día se levanta" decía Alena de Vernic, con una sonrisa adornando su terso rostro como si a ningún otro lugar perteneciera. Era el tipo de conversaciones que tenía siempre con Richter, quien siempre fue más lógico con las palabras. Puede que fuera una manera de molestarle, o simplemente su forma de congeniar con él, pues siendo el lenguaje de Richter uno tan metódico, resultaba una tarea vana tratar de seguirle el paso. Era un erudito en todo el sentido de la palabra, que se codeaba con grandes hombres de sociedad a pesar de apenas estar por encima de la clase media, manifestando más con su boca que con sus manos que pecaban de escuálidas y suaves como las de una dama.
Alena por su parte, había sido su compañera de escuela cuando niños, y desde entonces no había vuelto a despegársele. Carecía de toda vocación al esfuerzo y de los dotes de la dicción, pero compensaba en encanto, pues a sus cumplidos diecisiete años, poseía las cualidades ecuánimes de una dama, el porte, el carisma y la sonrisa, que habré de recalcar como su mayor signo de belleza tanto como sea posible, pues pocas veces se ha visto una boca tan perfecta en estos confines. Tenía además la inocencia de las doncellas, propia de un aislamiento familiar que le tenía sin salir de casa, siendo aquellos rasgos tan bellos únicamente apreciados cuando su padre, el Conde de Vernic, realizaba sus habituales fiestas. Del resto, la vida social de Alena pendía del fino hilo que era Richter, quien había sido contratado como su tutor. Para la mayoría de la gente del servicio, la amistad entre los dos jóvenes se basaba únicamente en su edad y a la personalidad jovial de su ama por todo lo que se moviera en este mundo. La verdad era que en ella se había arraigado una bella flor cultivada desde sus primeros años, cuando Richter había formado un vínculo con ella en sus tiempos de escuela, prometiéndose en la ignorancia infantil la mano uno del otro. Alena nunca había olvidado su promesa, pero Richter parecía ser otro caso, manteniendo siempre la distancia y la educación con su pupila, razón por la cual daba la impresión que sus intenciones eran a lo más, una manera de posicionarse aún mejor entre la alta clase. En ocasiones parecía incluso irritado por la inmadurez de la joven.
"Es imposible que el día, al ser una entidad del orden universal, pueda concebir algo como sea el levantarse, mientras que la noche cae por su misma naturaleza no pensante, pues todo lo que rige el mundo tiende a la caída."
Y la joven, en principio torpe pero de mente astuta, replicaba "Pero el Sol si que se levanta, al igual que la Luna".
"La verdad es que ni el Sol ni la Luna se libran de esta realidad, sino que se encuentran regidos por otro fenómeno que es el magnetismo de los cuerpos, y así también nuestro mundo."
"Pero nosotros también estamos regidos por aquello que mencionas, ¿no es cierto? Y aun así caemos"
"Porque no estamos en equilibrio con el mundo querida".
Alena dejaba morir los argumentos, pues para ella no eran más que una forma de ver expresiones diferentes en el rostro de su tutor, principalmente desespero. Era una diversión extraña, que en algún punto, terminó por gustar también a Richter. Pronto se hizo evidente el vínculo entre los dos jóvenes y poco después ocurrió, que el joven Richter solicitó una audiencia con el Conde de Vernic, quien habiendo comprobado la valía del joven, logró considerarlo como prospecto, aunque sin asegurar darle la mano de su hija por su aún prematura edad. Así, el conde puso una condición a su relación, y era que se mantuviese casta y en secreto hasta que Alena cumpliese la mayoría de edad.
Los meses transcurrieron mientras que mantenían su relación de manera cordial, así como siguieron las clases y las preguntas absurdas, que con cada día, parecían entrar más en el territorio de lo lógico.
"¿Dos personas pueden estar en equilibrio Richter?"
"Claro que pueden, aunque es muy fácil romper el equilibrio."
"¿Y que si caigo? ¿Qué si me haces caer?"
"Yo te he de levantar."
Más llamado por el consejo de sus allegados que por iniciativa propia, y también por el movimiento cada vez más agitado de las grandes familias, el conde puso a prueba el amor jurado que decía tener su hija por Richter, invitando a los hijos de tres grandes familias, los cuales buscaban comprometerse con la joven. Richter no tuvo más que confiar en su amada y en la decisión de su padre, sabiendo que aunque había logrado grandes hazañas para su corta edad, en ese mundo su apellido seguía careciendo de renombre.
El primero de ellos se llama Luther, hijo de una reconocida familia de aristócratas al servicio de la corte y cuyo apellido había quedado en decadencia en las últimas generaciones debido a acusaciones sobre dudosa moralidad. Se presentó en los jardines del conde junto a un lúgubre sirviente al cual trataba con despotismo propio del trato a un animal. A pesar de ello, su boca estaba repleta de adulaciones repartidas hacia Alena y su precioso hogar, al cual parecía prestar mayor atención. Alena mantuvo su postura sonriente y se mantuvo en silencio la mayor parte de la reunión, asintiendo únicamente con cordialidad. Finalmente y hallando un espacio entre las enrevesadas palabras de su prospecto, habló sin quitar la mirada sobre la taza de te.
"Veo que usted es un hombre que sabe apreciar el encanto de la gente y quiénes le rodean. Eso es algo que aprecio mucho en una persona y que me encantaría fuese una cualidad en aquella persona que fuese mi pareja. Dígame, he estado viendo mucho a su sirviente y no se me ocurre que cualidades buenas pudiese tener."
Luther le miró extrañado pero pronto volvió a sonreír con soberbia.
"Querida, los criados carecen de encantos y excelencia"
Alena siguió sonriendo y se volteó hacia el criado.
"Y usted señor, ¿Cuáles diría que son los encantos de su amo?"
El criado miró con temor hacia su señor, pero por más que intento formular palabra alguna, su boca nunca reaccionó más allá del tartamudeo.
"Ya veo señor, ni me lo diga. Veo que ya venía preparado para hoy."
Luther se paró indignado y así como llegó con despotismo, se fue.
El segundo en venir fue el príncipe Rupert, quinto en la línea de sucesión del reino y un hombre de gran porte real, con barba prominente y ojos color zafiro, propios de su ascendencia. Poseía una musculatura apropiada para su cargo como general de las tropas del norte, y doblaba en tamaño a la joven Alena.
Sus modales eran cordiales aún con su servidumbre que era casi tan vasta como la que tenía el Conde en su propio hogar. Alena le recibió con su habitual sonrisa y en esta ocasión pudo mantener algo más cercano a una conversación, pero pronto hizo comentario de sus escudriñes al príncipe.
"Dígame General"
"Rupert está bien, señorita".
"Rupert, quisiera saber que hay detrás de mi nuca en este momento. Usted debe saber".
"Detrás de su nuca, déjeme ver".
"Oh, no le he dicho las reglas del juego. Pido me perdone, pero no está permitido moverse de su lugar".
"No entiendo cómo podría saber eso Miss Alena."
"No me lo tome tan en serio Rupert, solo quiero ver a dónde miran sus ojos. Quizás hacia allá quede el Norte, dónde otra batalla le esté aguardando".
"El norte queda en realidad a su costado Miss Alena, aún en tiempos de paz, el conflicto es inevitable y también la vigilia."
"Lo entiendo perfectamente Rupert, pero el campo de batalla no es mi lugar y tampoco el de mi descendencia".
"Es obvio que las mujeres no pertenecen ahí, pero es deber de los hombres proteger lo que les importa".
"Y justo es ese asunto, que dichosa es la mujer cuando se siente protegida desde su hogar y no en la distancia".
El príncipe mostró cierta molestia pero lo disimuló lo suficiente como para hacer una retirada estratégica ante la falta de interés.
Dos días más tarde, recibía la visita del tercer prospecto y cuál fuera su sorpresa que provenía de un país vecino y sonreía de una manera tan familiar y cálida que no podía sino agradarle. Recién se sentó, sintió su mirada clavado sobre sus ojos.
"Hacía tiempo que quería volver a verte Alena. Nos habíamos conocido tiempo atrás. Estudiamos juntos en Austria".
"¿Acaso eres...?"
"Julian. Alena, que bueno es poder estar aquí. Dime, ¿los días siguen levantándose?"
Alena titubeó por un momento.
"...Me he enterado que los días no se pueden levantar, porque eso le corresponde a los hombres y los animales".
"Pero yo lo he visto está mañana Alena. El Sol salió y con sus rayos que salían de entre el horizonte, formaban dedos saludándome. Y todos saben que quien saluda debe levantarse."
Alena se quedó sin palabras por un breve instante. "Debes tener razón. ¿Pero que pasa con el magnetismo y esas cosas? ¿Qué no están siendo levantadas por algo más?"
"Así también nosotros Alena , que nos levanta el impulso de seguir viviendo. ¿Qué te dice acaso que eso no es el magnetismo el mismo que me ha traído hasta aquí contigo?"
Alena sonrojó y sintió algo extraño en su rostro. Sonreía pero no con su picardía habitual sino con músculos que pensaban nunca se habrían de tensar. Se encontró en una plática con el pasado, su pasado. La conversa duró horas, hasta que llegó el anochecer y la hora de partir.
"He de despedirme el día de hoy querida Alena, pero puedo venir mañana y el día que quieras."
Alena se paró, se arregló el vestido y como preparándose, se levantó y sonrió sin ápice de duda.
"¡Claro que sí! La próxima vez quisiera presentarte a mi prometido, ¡estoy seguro que se llevarán muy bien!"
Y Julian le miró sin sorprenderse, pues al verla sonreír, sabía que aquel gesto era diferente al de hace un momento, uno que nunca le habría correspondido, diferente a todo lo que pudo haber conocido de Alena.
Y al irse Julian, apareció Richter, que observaba desde hacía un tiempo en la distancia.
"¿Acaso me has notado Alena?"
"No tenía idea de que estabas aquí"
"Entonces ¿por qué rechazaste al príncipe Julian? Habían congeniado mejor de lo que pude haberlo hecho en todo este tiempo contigo"
"¿Era un príncipe? Nunca lo comentó".
"¿Eso hubiera cambiado algo?"
"Para nada. Verás querido Richter, que las mujeres tienen una necesidad imprescindible durante su matrimonio, y esto es que ante el desacuerdo, no podemos sino tener la razón. Entonces dime, ¿Qué habría yo de pelear con un hombre tan agradable?"
Y mientras que Richter se molestaba, Alena se retorcía en arcadas, disfrutando nuevamente contar sus ocurrencias a su hombre querido.
martes, 30 de enero de 2024
Minutero
Alguna vez fui niño, y como todo quien pasaba por la escuela en esos días, me enseñaron a leer el reloj de manecillas, siempre como un círculo un tanto deforme con doce números y tres palitos que les recorrían de arriba a abajo, y nuevamente arriba. El palito más pequeño y grueso marcaba las horas, y la más fina y delgada los segundos, que en ese entonces requerían tanta imaginación como un niño se lo permitiese para contarles, pasando algunos en múltiplos de cinco y otros tantos más expertos llegando al quince. Corté entonces dichas figuras para hacer mi propio reloj de cartoncito. Cuando llegó la hora de recortar el minutero, lo tracé como una combinación de los segundos y las horas, ni tan grande ni tan chico, ni tampoco tan gordo o tan flaco. Era, por eliminación, mi minutero.
Y mi minutero nació en un mundo ajetreado, perseguido constantemente por el ágil y jocoso segundero que se movía 60 veces más rápido que él, mientras que trabajaba porque aquel pez gordo pudiese moverse. Nació cansado, nació vencido y simplemente convencido de que en este mundo no habría de encajar. Cada que volteaba, mi minutero caía de la tachuela de dónde colgaba, a veces retrocedía en lugar de avanzar y solía saltarse los minutos más arriba en el reloj.
Así, cansado de sus malos hábitos y como acto de inconsciencia, lo quité de mi reloj y fue entonces que mi reloj estuvo incompleto pero sirviendo, más no así mi viejo minutero, que había Sido condenado al exilio y se movía con cierta tristeza. Ahora contaba sin usar el minutero por mero capricho, y si me preguntaban la hora decía que faltaba poco o mucho para las siete, dependiendo el avance de la manecilla gorda. A veces inventaba un número específico de minutos, como las 7:38 o el doce para las diez, y la mayoría de la gente lo creía, porque nadie contaría si estaba bien o no, tan solo importaban las horas nada más.
Perseguido aún por la culpa, me dediqué a buscarle algún propósito a mi manecilla mala, preguntando a mi maestro por otros aparatos que usasen alguna. Así, probé con un cronómetro, un metrónomo y un temporizador, pero sin resultado que mejorase el ánimo de mi minutero. Lo llamé inútil, y lo tiré al fondo del cajón, dónde durante mucho tiempo estuvo confinado. Eventualmente, me olvidé de él, creyéndome conforme con la vida sin minutero, dando pequeños pasos hasta el quince y cerrando los ojos en un salto hacia adelante.
El tiempo pasó rápido por usar tanto las horas y mi poca paciencia a los segundos, y ahora mi cuerpo envejecía de manera precoz, como quien tira por la borda su vida. Así, me hallé nuevamente con mi minutero en la mano, pensando si acaso después de tanto tiempo serviría. Mi sorpresa fue tal, que ya no solo marcaba bien la hora, sino que ahora contaba con precisión de cronómetro, ritmo de metrónomo y cuando me aburría, contaba hacía atrás mis algarabías. A veces cuando me costaba despertarme, salía disparado hacia mi rostro, funcionando mejor que cualquier alarma, y yo le levantaba y me reía, como quien recibe los buenos días desde la cama.
Ahora, puedo ver los minutos pasando lentamente, me cantan la vida que he tenido, cuentan mis buenos momentos y también hacía atrás, cuando llegue mi último minuto. Me preguntó cómo pasaré mi tiempo mañana...