martes, 2 de julio de 2024

Los gatitos en la pasta.

 Como todos los gatos que son criados en una casa, Alfredo era un gato perezoso y aburrido de su vida cotidiana. Vivía en un restaurante de pastas y recibía tres comidas al día, espaguetis, pizzas y lasaña, mientras pasaba sus días y noches viendo la tele y relamiendo sus bigotes llenos de salsa. Su pelaje era blanco y suave, pues nunca salía a la calle, aunque sus ojos parecían siempre cansados, quizás fuera por el brillo de la pantalla.

A veces se sentaba junto a la ventana, tan solo por querer un poco de aire, miraba a las estrellas y pensaba "Que solo, que solo, que aún las luces de arriba tienen acompañantes". Lloraba sin consuelo, donde nadie le mirase, y las lagrimas secaba con sus patitas suaves.

Entonces una noche y mientras miraba a la ventana, aparecieron dos gatitos frente a la ventana, que solitos en la calle, lloraban por su madre mientras temblaban. Alfredo les oyó, y sin pensar dos veces, por la ventana saltó, y llevó a los dos gatitos adentro hasta su habitación. Una vez calientitos, a los dos gatitos sus nombres preguntó, pero aún no tenían nombre, pues su mami desapareció. Alfredo decidió que el les iba a nombrar y al más grande y naranja Pomodoro le llamó, y a la chiquita de manchas, Boloñesa por las albóndigas que parecían sus manchitas marrón. Pomodoro era muy glotón y serio, contrario a Boloñesa, tan juguetona y de instinto explorador.

De su comida convidó y a escondidas las mantuvo, con tal de que sus dueños no les viesen y los echasen a lo oscuro. Pronto descubrió que la comida no sería suficiente, y por primera vez en su vida, decidió cazar un ratón. Los ratones eran rápidos y sin vergüenzas, y se burlaban de Alfredo que ya cansado les miraba con la lengua afuera. Pero un ratón a carcajadas se cayó y Alfredo en su boca lo metió. 

Volvió a casa para alimentar a los gatitos, pero la casa en ruinas encontró, hallando patitas de gato con salsa en las paredes de la habitación, en el baño y hasta en el comedor. De la impresión soltó el ratón y se dirigió de prisa a la cocina, siguiendo las huellas de los gatitos y su pista. Ahí estaban los gatitos sobre una olla vacía, con sus barriguitas llenas y llenos de salsa hasta en las axilas. Alfredo escuchó un ruido y rápido manchó sus patas con salsa y escondió a los gatitos, y cuando llegaron los dueños del restaurante regañaron fuertemente a Alfredo que tan solo sus hombros encogía. 

Pero al punto que lo iban a dejar durmiendo afuera, un maullido resonó dentro de la olla. Era Boloñesa, que tenía miedo a la oscuridad donde se encontraba. Alertados, los dueños fueron hacia la olla, y Alfredo empezó a maullar desesperado, intentando liberarse para salvar a los infantes. Pero muy tarde se soltó y la olla fue abierta, donde los dos gatitos adentro miraban con ternura y amor. Los dueños les miraron y entre sus brazos les tomaron, les bañaron y un plato de comida y leche dieron para cada uno. A los gatitos adoptaron y tan familia que eran de Alfredo, que Boloñesa y Pomodoro les llamaron. Y así Alfredo les crio, salían a fuera muy seguido a jugar, y Alfredo sus ojos cansados conservó, solo que esta vez, si estaba cansado, mas solo nunca más. 

Y si te preguntas que pasó con el ratón... Me ha mandado una postal. Ahora vive en Michigan.

 


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