miércoles, 3 de abril de 2024

El tratamiento milagroso.

Apreciable Dr. Auster


Agradezco las comunicaciones que hemos establecido, así como el apoyo que he recibido de su parte desde mis tiempos en la universidad.

Sabrá usted Doctor, que como casi cualquier persona he sufrido el aturdimiento de los sentidos, rememorando aquellos acontecimientos como momentos de terror, un miedo, una advertencia de que aquello que damos por sentado, lo que creímos una vez como realidad, pudiese desmoronarse en un pestañeo. Un instante de ceguera, la parálisis de sueño, el ensordecimiento ante el ruido de turbinas, la pérdida del gusto y el olfato ante la enfermedad, todo eso son apenas pequeñas muestras de la fragilidad de lo que comprendemos como realidad, en comparación con lo que he presenciado, víctima de mi propia incredulidad de creer que acaso cada ser humano fuese capaz de controlar las experiencias ofrecidas por las fuerzas ajenas a su propia razón. Pido al cielo desde entonces ser perdonado por mi estupidez, pues no ha habido en mis intenciones ni ápice de maldad, más allá de la tentación ofrecida por el dinero, que me hace tan pecador como todos los demás. Culpo acaso a mi soberbia, por creerme capaz de hacer algo que nadie había logrado, un imposible fijado, figurándome Hércules con sus pruebas u Odiseo escapando de las garras de Calipso, pero en mí no obró ninguna fuerza divina, o por lo menos ninguna de alma benevolente. Espero me permita construir un poco de mi escenario personal en esta carta, con el único propósito de explicar los motivos e importancia de la misma.

Desde mis años de estudiante, había estado expuesto a los conocimientos prohibidos para los jóvenes. Dada mi personalidad curiosa y deliberante de los parámetros de la moralidad, me vi muchas veces envuelto en situaciones en las que mi sentido común se veía puesto en duda, pero nada más alejado de la realidad, pues bien era continuamente iluminado con los nuevos descubrimientos que concebía en el día a día, volviéndome una pesadilla para los vecinos y una figura iluminaba entre mis compañeros, a quien solía servir como quien consulta una enciclopedia por información. 

Fue en esos años que conocí a mi mejor amigo, Lu Bolin. Se hacía llamar Luke, a fin de evitar errores o burlas por sus orígenes, pero su cara era algo que no podía ocultarse. Aún así, pocos se atrevían a meterse con Luke, dado que se corría el rumor de que su familia tenía conexiones con la mafia china. La verdad era que ni siquiera había una mafia china en la ciudad, y todo era parte de las maquinaciones de Luke para llevar una vida más plena. Ese tipo de acciones era quizás lo que movía nuestra amistad, y nos había hecho sentir interés por el otro rápidamente. 

Luke me abrió el panorama hacia nuevos límites de los sentidos. Su familia cultivaba opio y otras plantas y hongos alucinógenos, a las cuales el había estado habituado a consumir desde joven, siempre en ambientes controlados y dosis medidas a nivel clínico. Por generaciones, habían transmitido el uso de toda clase de sustancias con el propósito de abrir los chis en su familia, lo cual les permitía, en sus propias palabras, tener una comprensión a nivel universal de las cosas, y también mejorar sus capacidades cognitivas. Era difícil refutar esos argumentos, cuando Luke era el mejor de la clase y también tenía una facilidad admirable con distintos deportes, en los cuales la fuerza no era lo primordial, sino los reflejos. 

Habría pasado un mes de que Luke me había hablado de ello, cuando me encontraba en su casa, solicitando a su familia recibir el tratamiento también. Hubo muchos reclamos en chino que ciertamente no alcanzaba a comprender, pero finalmente y quizás ante la presión de ser delatados, accedieron. El lugar era una habitación de colores tenues, donde solo había una cama, sin sábanas ni almohada. En el suelo había incienso quemándose y por una ventana de barrotes, se filtraba el Sol y una leve brisa. Bebí un te, y entonces, me pidieron que me recostase en la cama, mientras que los padres de Luke salieron de la habitación, quedándose únicamente él a mi lado. Sin embargo, no le era permitido hablarme, solo estaba ahí para calmarme, tomaba mi mano ocasionalmente o me acariciaba el pelo o el pecho. Lo que vi aquella vez me resulta innecesario mencionarlo, pues todo quien no haya estado en ese tipo de rituales no sería capaz de concebir aquel panorama y quienes lo han experimentado, no necesitan burdas palabras para ello. Estoy seguro que usted pertenece al segundo grupo Doctor.

Desde entonces, solía realizar aquellos rituales con cierta periodicidad, poco a poco siendo mejor recibido en casa de Luke, al punto en que me fueron compartidos los conocimientos relacionados, como lo eran el cultivo, las condiciones controladas y las medidas tan meticulosas en las porciones, temperatura y recolección apropiada de las hierbas. Aquello había influido tanto en mi vida, que dediqué la misma a estudiar medicina y a la investigación de los efectos psicotrópicos de diversas sustancias en el proceso cognitivo de los humanos. Diez años habían pasado de mi vida en un pestañeo y durante todo ese tiempo, fue que también lo conocí a usted y obtuve las herramientas y acceso a los equipos necesarios para formular mis experimentos. Sin embargo, hubo otra figura, la de Luke, quien estuvo a mi lado compartiendo una meta en común, que era aprovechar aquellos conocimientos para que las personas alcanzasen mejoras cognitiva, generando un nuevo orden sobre lo que consideramos inteligencia promedio. Mientras que me dedicaba a la meticulosa tarea de la experimentación controlada e investigación de efectos secundarios, Luke se enfocó a las condiciones psicológicas con las que debían contar los pacientes para evitar situaciones adversas. Era fácil concebir los padecimientos mentales como factores de riesgo, pero también se detectaron condiciones adversas en pacientes con anemia, hipertensos y con enfermedades crónicas del corazón. Solo entonces, fui consciente de la inmensa suerte que había tenido en no haber sufrido ningún incidente durante todos mis años de pruebas, así como también, en la influencia de la genética y alimentación típica de la cultura china en el éxito de los rituales.

Conseguimos nuestro consultorio recién nos egresamos, un lugar escondido en el barrio chino donde la policía no tenía injerencia. Luke se mostró en contra del consultorio, consciente de la cantidad de variables que aún no habíamos considerado para los tratamientos, así como de la ilegalidad en la que podía verse envuelta toda su familia; sin embargo, las ansias de la ignorancia son voraces, tanto como la ambición creativa. En contra de las advertencias de Luke, los primeros pacientes cumplieron perfectamente el propósito del tratamiento, y pronto se corrió la voz sobre el par de médicos milagrosos capaz de iluminar a los hombres. 

El primer caso no exitoso tuvo lugar dos meses después de la apertura. Se trataba de una joven sin problemas físicos ni mentales vista desde el exterior, sin embargo, la dosis fue demasiado fuerte para su cuerpo, teniendo que recurrir a un proceso de desintoxicación intensivo durante tres días, en los cuales Luke y yo nos turnamos para cuidar a la joven y traerla de vuelta a la realidad. La causa, habríamos de descubrir, no era más que sus hábitos alimenticios. Era vegetariana. 

Nuevamente los roces y las discusiones con Luke entraron en escena, cada vez más acaloradas debido al peligro en que poníamos a su familia. La solución que encontramos de manera inmediata fue atender a los pacientes desde mi casa. Acondicioné una habitación de acuerdo a las especificaciones que se debían de seguir, y continuamos nuestro prolífero negocio.

Dos días antes de aquel fatídico día donde todo cayese en debacle, tuve mi última gran pelea con Luke. La razón fue apenas algo importante a mi parecer, pero así son todos los detonantes de las peleas sin aparente sentido, víctimas del peso de lo que cargaban antes. Habíamos recibido a un paciente y Luke había hecho la guardia, mientras que yo seguía como era habitual, inmerso en mis investigaciones para estabilizar los efectos de las drogas a fin de conseguir mayores niveles de eficiencia y absorción. Desde mi primer inmersión en casa de Luke habíamos logrado avanzar a pasos agigantados. Mientras que antes requería aplicar dosis periódicas cada tres meses, ahora bastaba con una única dosis anual, y aún entonces, los remanentes se mantenían durante un par de años más, pero quizás una sola dosis pudiese bastar algún día, como si se abriese una puerta que nunca más tuviese que cerrarse en la cognición humana. 

Escuché entonces desde el laboratorio un escándalo proveniente de la habitación del paciente, pero sabía que no podía entrar, Luke debía de hacerse cargo por su cuenta y confiaba que así sería. Un par de minutos después, el silencio volvió y no escuché más sino hasta el retiro del paciente. Luke lo llevó hasta con habitual cordialidad, y cuando hubo cerrado la puerta principal, se dirigió hacia mí gritando y tomándome de los hombres con desesperación y violencia. El motivo del comportamiento errante del paciente había sido debido al mal trabajo de insonorización de la habitación de inmersión, reaccionando entonces a la sirena de un camión de bomberos que pasaba sobre la avenida, levantándose de la habitación y empezando a golpearse contra la pared, hasta que Luke consiguió inmovilizarlo mediante puntos de presión. Le aseguré que los accidentes siempre pasaban y que no había razón para causar un alboroto esta vez, pero no hizo más que achacarme los problemas derivados de mi pensamiento ligero sobre los temas humanos. Ciertamente tenía razón, pero en ese momento, me negué a aceptarlo, decidiendo entonces deshacer nuestra sociedad, más no así cesando los servicios, quedándome con el juego de llaves que le había dado meses atrás, y teniendo ahora que cubrir por mi propia cuenta el tratamiento completo, al menos en lo que contrataba a alguien para cubrir el puesto.

El paciente, un tal Howard Smith de 23 años de edad, acudió al nuevo consultorio como cualquier otra cita. Se había recibido anteriormente su expediente médico y no había indicios de ninguna de las complicaciones que otros pacientes habían mostrado con anterioridad. Era lo que llamábamos un individuo idóneo.

Howard llegó a las ocho de la mañana, una hora antes de su cita acordada, lo cual agradecí dado que podría pasar más tiempo con mis experimentos. Si bien, no solía realizar las actividades de vigilancia, sabía de memoria el procedimiento de enfermería y todas las medidas de seguridad que Luke había seguido durante sus actividades, trabajo que consideraba en extremo perezoso. Le di la dosis de siempre al paciente y me quedé a un costado de la habitación, mientras que sus ojos se mantenían cerrados, temblando ante los movimientos oníricos hasta que halló calma al paso de una media hora.

Poco después, un ruido abrupto agitó los cimientos de mi hogar, y los ojos del paciente nuevamente percibieron inquietud. La habitación, como anteriormente había comprobado Luke, no estaba correctamente insonorizada, y la agitación se apropió del paciente, quien se paró de un salto de la cama, como un animal acorralado o que despierta en un lugar desconocido, y yo estaba en la misma jaula que el animal. Empecé a moverme despacio hacia la salida, pues a diferencia de mi ex compañero, yo no contaba con las habilidades referentes a puntos de presión, aunque afuera de la habitación, en el laboratorio, tenía algunos fármacos y anestésicos que podían librarme de tan peligroso escenario. Caminé lentamente hacia la puerta sin ser percibido por Howard, que se mantenía alerta, aún buscando el origen del golpeteo. Sus manos estaban aferradas a la orilla de la cama y sus piernas estaban dobladas, como un depredador a punto de saltar sobre su presa. Llegué a la puerta y giré la perilla lentamente sin ser detectado. Logré salir sin mayor inconveniente, y me dirigí hacia mi laboratorio, donde preparé una dosis de morfina lo suficientemente elevada como para tumbar a un hombre de 200 kilos, medida razonable para el estado de alerta que sufría Howard. Nuevamente, se escuchó el golpeteo de la puerta, y desde fuera, pude al fin escuchar con claridad la voz que le acompañaba y gritaba "¡Eres un maldito Emil! !No puedes patentar mi trabajo a tu maldito nombre!" Fue apenas entonces que noté que no había vuelto a cerrar la puerta donde se encontraba Howard, pero era demasiado tarde. En un lapso menor a un segundo, se escuchó el azote de la puerta contra la pared, y pude ver a Howard Smith corriendo como un desquiciado en frente mío, dirigiéndose directamente hacia la ventana a un costado de la puerta principal, rompiéndola en el impulso y logrando salir entre cortes que recorrían sus brazos y rostro, escurriendo lentamente la sangre fuera de sí. Luke debió estar confundido, incapaz de razonar de porque había un paciente una hora antes del tiempo de atención, como había logrado escapar, o de porque había aparecido una figura tan macabra a través de la ventana. Solo puedo hacer conjeturas al respecto, pues al llegar a la escena, Howard se encontraba encima de Luke, mordiendo su rostro y desfigurándolo, quien era incapaz de defenderse ante el monstruo que habíamos creado en la inconsciencia, en el iluso pensamiento de que estábamos listos para la evolución. Apliqué el tranquilizante, pero Howard siguió en su tarea primigenia, hasta desfallecer encima de Luke unos minutos después, unos minutos tarde. El rostro de Luke había sido completamente desfigurado, habiéndose removido la piel en casi su totalidad, así como ojos y labios. Sin embargo, lo más crudo de aquel escenario, era saber que Luke seguía con vida, consciente todavía de su destino. Formuló una palabra, una petición, y yo obedecí, volviendo poco después con una inyección que haría la tarea.

Evidentemente, el alboroto alertó a los vecinos, y la policía no tardó en llegar a la escena. Desde entonces han pasado tres años, los cuales llevo pudriéndome en prisión, pensando si aquella condena es suficiente para expiar mi egocentrismo y los crímenes derivados de este. A pesar de todo, no puedo sino sentir una pasión tremenda por la investigación y me ha sido posible adquirir revistas e intercambiar cartas con usted, compartiendo información de nuestras investigaciones. Pido entonces y esto solo es en base a conjeturas Dr. Auster, que reconsidere la integración de aquel compuesto   derivado de mi investigación en su próximo proyecto. Soy consciente que es el director a cargo del Programa de Vacunación a Nivel Internacional, y que en su última carta dice haber eliminado el factor de agresividad en un 90%, pero Dios nos libre de ese diez restante, si el caos se apodera de las ciudades, sepa quedo libre de esa responsabilidad.


Emil H.B.

 


 


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