miércoles, 15 de agosto de 2012

El accidente 32.



Tan pronto como el rayo,
un instante, un dormilón,
un caminante desfalleciente,
en las fauces de un león.

Hoy cae como piedra,
mañana al devora almas,
que le recordara las viejas,
las nuevas y las feas historias.

Es inútil resistirse a la hiedra,
quemando los ojos como llamas;
arden como si fueran las grietas,
que al infierno mandasen la escoria.


 Perdí velocidad al tacto
del suelo con las luces de estribor;
no quiero despedirme decreciente,
aún no puedo decir adiós.

Un laboratorio se incendia,
una idea se incinera,
yo solo quiero mirar.


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