miércoles, 2 de marzo de 2016

Sueños singulares.

De vez en cuando los sueños son fanáticos de las falsas esperanzas, y como todo entusiasta absurdo, les encanta compartir esto con sus allegados más próximos. Es una lastima en esos ratos entrar al mundo de los sueños. A veces se manifiestan como hermosas fantasías que podemos identificar inmediatamente como irreales, y en estos casos nos avocamos a disfrutar de este éxtasis esporádico y efímero, pero en otras ocasiones se trata de destinos aparentemente posibles, que de haber estado en las situaciones apropiadas, pudimos haber alcanzado. Viajes, trabajos, victorias, personas, ese tipo de  cosas banales de la vida cotidiana que pudieron haber desembocado en un efecto mariposa y que nos llevarían a hermosos paradigmas. Es entonces cuando lamentamos ser apegados al sueño y levantamos con el ánimo de un músico frustrado, de un oficinista, el ánimo de cuatro paredes blancas y un techo sollozante, de una relación en punto de quiebre, de un perdedor en curva.

¿Y cuál es la necesidad de hablar de lo absoluto? 

Esta tarde me he encontrado con mi propio sueño fanático. Un clima frío helaba mis manos desde el primer instante, aun cuando el auto iba completamente sellado; al voltear por la ventana, se lograban distinguir algunos pinos cerca de la carretera y una niebla digna de una película de terror que atentaba con retrasar nuestra llegada, pero en cierto modo, me era obvio que estábamos cerca. El auto paró casi de inmediato y al bajar, un escalofrío se apoderó de mí al grado que instintivamente me hizo volver por los guantes. Al salir nuevamente, fui consciente de los edificios del centro de investigación apenas visibles por la niebla, y de la hierba que llegaba a la altura de mis rodillas. Algo curioso era la escasez de insectos en un área tan verde, pero supuse eventualmente que algún químico podía haber para este fenómeno. Quizás era ese tipo de investigación, no recuerdo haber ahondado en el ámbito de mis alrededores.

Escuché una voz a la lejanía saludándome y al girar, pude verla perfectamente. Después de tantos años, el tiempo no hacía mas que embellecerla, su tez pálida, su cabello negro como la penumbra de un bosque, los ojos tan vivos que calentaban mi alma, la sonrisa que me alegraba tanto en compañía de los labios que me tensaban y me hacían titubear. Su cuerpo que rayaba entre lo delgado y la perfección, y sin embargo cada deficiencia, cada lunar, no hacían mas que resaltar la magnificente obra de su físico. Corrió y se abalanzó sobre mí y como si fuese completamente natural, la estreché entre mis brazos y dimos un par de vueltas sobre mi eje. 

Me invitó rápidamente a entrar a su cabaña, a un costado del centro de investigación. Al entrar, el calor de la chimenea me acogió gentilmente y pude quitarme la bufanda y los guantes sin desvarío. Tomamos un poco de café de la región y platicamos sobre lo que había pasado recientemente en nuestra vida diaria, sintiendo una confidencia única y ecuánime. El café se terminó casi instantáneamente y me ofreció tomar una ducha para dar una vuelta por los alrededores mas tarde. Al principio, me encontraba indispuesto debido al frío del exterior y rechacé su propuesta constantemente, hasta que por fin me hizo una oferta que no pude rehusar. Mientras que en mi terquedad cerraba los ojos y disentía con la cabeza, ella se desprendía de su camisa de cuadros, luego su blusa y luego... con todo el nerviosismo que no había sentido desde joven, entramos a la ducha. Aun cuando intentaba no caer en la tentación de observar cada curva de su cuerpo, de reojo pude ver una areola rosada y en punta, así como una piel imberbe y perceptiblemente suave a la vista. Evidentemente, por más que pudiese controlar mis acciones, mis deseos más naturales se desbocaron, pero parecía no importarle, y seguía mostrando una sonrisa de simpatía. Nos enjuagamos el cabello y el cuerpo. En un momento de espalda a ella, aprovechó mi descuido para aferrarseme. Desconcertado, el jabón resbaló de mis manos y al intentar recogerlo, ella me tomó del brazo con sus delicadas manos. Empezó a frotar su cuerpo contra el mío. Lentamente. Podía sentir sus pechos en mi espalda media, entre mis romboides y mis dorsales, brindándome un masaje digno de cualquier héroe, pero por supuesto que yo no soy ninguno. Volteé en un momento y justo cuando pensaba en pedirle que no me diera un trato tan especial, sus labios, aun con ese labial oscuro, se empinaban en un acto de fe hacia los míos. Un parpadeo me bastó para utilizar la boca en otro propósito. Uno más puro y agradable.

Y es ahí cuando despierto solo en una noche lluviosa. No hay chimenea, ni neblina. No hay pinos ni café de la región, y por supuesto, no está ella. Sólo el sonido de los autos pasando en la autopista, y una cama cómoda pero vacía. Yo estoy en esta ciudad donde todos van de prisa y nadie tiene tiempo de soñar, mientras que ella está en algún bosque misterioso, sonriéndole a un pobre diablo que no soy yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario