Si alguien está leyendo esto, probablemente mis
teorías eran correctas y he sido castigado apropiadamente por el pecado del
conocimiento adquisitivo. Probablemente, fuerzas más allá de las que consideré
algún día conocer han empezado a mover mis hilos, así que lo único que puedo
hacer es abandonar mi obra a la espera de unos ojos comprensivos y temerarios
para compartir mi aportación con el mundo ignorante.
Mi nombre es Ernest Valdemar y he muerto a manos
de mis propios ideales. Aquellos que han soñado alguna vez con los secretos del
mundo, solo pueden llegar a imaginar el pináculo de mis investigaciones, o
probablemente hayan tenido un destino similar al mío. Quizás soy muy positivo
al esperar que alguna de estas bitácoras sobreviva a todos estos demonios
manipuladores y calculadores, pero si algo ha caracterizado al hombre por
encima de las demás especies conocidas es la fe en la incertidumbre.
Desde joven, me vi impregnado por la curiosidad
virtuosa, la búsqueda de conocimiento, la experimentación y el gusto por
conocer la realidad en la metafísica. Mis peculiares gustos me llevaron a
graduarme en filosofía y estudiar diversas ramas de las ciencias como
antropología, física cuántica, derecho, psicología y el caso particular de lenguas
muertas. En este último no escatimaba en tiempo y prioridad para comprender
manuscritos antiguos encontrados alrededor del mundo. Muchas veces, pasaba días
sin dormir ni comer tan solo en estos procedimientos exhaustivos, pero con el
tiempo mi habilidad mejoró gradualmente hasta el punto en que en un par de
horas llegaba a traducir pergaminos completos. Lejos de ser el mejor del
ámbito, me consideraba lo suficientemente bueno para mi propósito de
descubrimiento. De este modo, logré dejar una pequeña huella en el mundo,
descubriendo procedimientos químicos de los egipcios para fragancias y bálsamos, rituales de divinidades en México y libros enigmáticos sobre
oscuras versiones bíblicas en Gaza. En estos últimos sin embargo, logré notar
un dato peculiar proveniente de un pequeño libro en un cajón secreto:
בנו של היוצר מגיע מכאן
"El hijo del creador yace aquí".
A simple vista, uno pensaría que al estar tan cerca de Jerusalén resultaba un
mensaje por demás común, pero lo que realmente desconcertaba era la existencia
de un dibujo por debajo de esta leyenda. Cabe destacar que este dibujo lo
encontré por mera coincidencia pues no es visible al simple observador. El mal
hábito de fumar mientras trabajo casi me lleva a estropear una obra emblemática
de la historia, pues de una ceniza abrasada que se escapó de mis dedos, el fuego se
decantó sobre el libro milenario y atentó con destruir sus secretos, mas en su
lugar, se reveló una figura piramidal, con trece niveles y en el tope del
escalafón un ojo que escudriñaba mi alma. El ojo ardía y así los míos también,
consternados al instante por semejante revelación del destino.
Después de haber asegurado la integridad del
libro con un par de golpes con mi abrigo y percatarme que las hojas eran de un
material extrañamente resistente al fuego, corrí hacia mis documentos de
investigaciones pasadas y topé con lo que buscaba. La pirámide negra de la Maná, 1983, el mismo ojo
brillando y penetrando mis pensamientos, el mismo mensaje pero esta vez del
pre-sánscrito. Sin embargo, aun existía la diferencia crucial de la
constelación de Orión tallada en la piedra. Nuevamente volví hacia el libro y
analicé cuidadosamente la misma hoja, pero la pirámide se había disipado.
Comprendí que la única opción era volver a quemar el documento, así que repetí
el procedimiento sirviéndome del cigarrillo para calmar mis ansias. Reapareció
la pirámide, pero ningún rastro o indicio de una constelación. Por obra de
genialidad o mera estupidez, llegué a la conclusión de que si la constelación
se encontraba en la base de la pirámide, quizás me enfrentaba a la misma
situación. Quemé cuidadosamente el borde del libro, pero esta vez el resultado
demostró que no todas las hojas tenían esa misma resistencia al fuego, llevándome a
estropear muchas y a realizar maniobras desesperadas por no destruir la obra.
Sin embargo, recién apagado, pude notar un grupo de puntos brillantes como
pequeños soles: Orión.
Salté emocionado, como si mi vida acabase de
encontrar un nuevo rumbo y propósito. Recordaba en ese momento las palabras de mi padre "Trabajar con libros hará que tu vida se te escape de las manos". Bien se trataba de un campesino sin motivaciones, de una manera retorcida había tenido razón. Bien había resuelto una duda, y me
enfrentaba ya a un millar de nuevas incógnitas.
¿Hablaban del mismo creador?
¿Existía alguna conexión entre ambas
civilizaciones?
¿Era la misma época o acaso es un creador aun más
ancestral?
¿Había descubierto algo que no debía?...
¿Porqué nadie había intentado quemar algún
manuscrito antiguo?
Esa última era fácil de contestar, pero las dudas
no me dejaban conservar la calma. Siendo el cigarrillo poco efectivo, saqué la
pipa y entre el opio y mis incógnitas, me vi envuelto en un viaje lleno de
promesas y aparentes iluminaciones. Me retiré a casa en lo que pareciese el
camino más largo a la nada.
La noche se volvió mañana, y al volver a mi
oficina a indagar sobre lo que significaba mi más reciente hallazgo, me topé
con cenizas. Alguien había incendiado mis preciados documentos históricos por
la noche, como si hubiese topado con lo prohibido. A expensas de las
precauciones de los bomberos, entré por la fuerza para hacer un recuento de
daños por mi cuenta, y en el lugar donde antes había un escritorio quedaba
solamente un libro casi intacto y resistente al fuego. Lo tomé y corrí hasta
donde sentí nadie pudo haberme seguido. Como si fuera propio español, leí hoja
por hoja furtivamente buscando memorizar cada detalle de las apenas legibles
páginas del manuscrito, en caso de que alguien atentara con lo que sería desde
ahora mi destino. A simple vista, parecía otro de tantos libros bíblicos
mencionando la muerte del hijo de un Dios, y su volver a la vida, el detalle
era que en lugar de los comunes tres días para volver a la vida, se traducía más bien como "tres túmulos para la vida",
lo cual me hizo pensar en los pobres diablos que tradujeron tan importantes
libros de una manera tan caótica. Ese detalle que bien podía ser un simple
error de tinta, me mantuvo vigilante de todas las posibles explicaciones a este
fragmento. Si bien la pirámide negra no contenía más detalles que contribuyeran
a mis investigaciones y teorías de conspiración, corría un rumor de que la gran
familia Rithscold, una de pocas dueñas del mundo, tenía en su posesión otra
pieza del mismo carácter arcano, pero el simple hecho de pensar en la
complejidad para comprobar dicha suposición me erizaba la piel, así que preferí
trabajar con lo que tenía disponible.
Me dirigí a la biblioteca con una gabardina que
escondiese lo más posible mi rostro, unos lentes de sol y un sombrero que
convenientemente hacía juego con la gabardina, a expensas de ser tachado de
raro o sospechoso. Aquellos libros que en algún punto creí obsoletos, eran
ahora la forma más práctica de asentar mis ideas. Desde la Biblia, pasando por la
historia de Roma y del judaísmo, del antiguo al nuevo testamento, el génesis,
el Apocalipsis, ¡NADA! Y de repente en éxodo ¡UNA REVELACIÓN! Moisés, el
libertador hebreo, antiguo príncipe de Egipto,... Egipto, la ciudad de las
ostentosas tumbas, las tres grandes pirámides, los túmulos supuestamente
profanados eran ahora mi deseo más ferviente.
Ignorando avisar a cualquier familiar, amigo o colaborador, hice una maleta
ligera y me dirigí al aeropuerto buscando la ruta más rápida para llegar a El Cairo, encontrando otra señal de que el destino jugaba para que yo ganase; en
esta ocasión, era que mi transborde iba a ser en Londres, hogar de una de las
ramas de la familia Rithschold, que si bien se habían esparcido alrededor de
todo Europa, el Barón Daniel Victhan Rithscold vivía en esta área. La
importancia de este caballero por encima de los demás individuos de la familia,
era su reconocido gusto por la ciencia y los objetos estrafalarios que iba
desde autos de gran lujo hasta pinturas y libros del más singular índole. Si el
rumor era cierto, era probable que estuviese bajo su directa posesión.
Trataba de conservar la calma entre mi
nerviosismo y mis ansias, mi sonrisa era mas una mueca retorcida y titubeante
que inspiraba temor en lugar de seguridad. Incluso le he dejado un trauma a un
infante en el área de comida. Esta vez la gabardina excedía lo inapropiado, así
que la guardé en la maleta y en su lugar me enfundé en una chamarra de cuero
café, la cual no puede faltar en el vestuario de cualquier aventurero en búsqueda de secretos prohibidos. Al llegar
al área de revisión, empecé a vivir una pesadilla. Un oficial me tomó el brazo
diciendo "tenemos que revisar su equipaje". Tragué saliva, y después
de un instante mudo murmuré un "si.. adelante". En ese momento
agradecí haber guardado el libro conmigo en la... ¡GABARDINA! ¡MIL DEMONIOS
INGENUOS! ¿QUE HE HECHO? Empezaron a esculcar entre la ropa interior, los
pantalones, las camisas y al llegar a la gabardina... ¡DIOS ME AYUDE! ¡HAN
HALLADO LA GASOLINA DE
MI ENCENDEDOR! Me la han decomisado junto a un corta uñas, y me han dejado
seguir. Entre tanta tensión el vuelo me pareció eterno; mientras vigilaba que
nadie se acercase a mí o mi maleta, las doce horas parecieron días.
Aterricé en la penumbra de la noche londinense.
Siempre cuenta con una hermosa y melancólica neblina, que presentí compaginaría
tan bien con mi gabardina. Era justo y necesario, sus múltiples bolsillos me
salvaron el pellejo y aun llevaba el libro en alguno. Al sacarla y colocármela,
instintivamente busqué el libro, y sintiendo su borde rozando mis dedos, una
seguridad me rodeó y una sonrisa se asomó sobre mi rostro de apariencia enferma
y de desvelo. Entre la niebla busqué la carretera y las luces de la ciudad
apenas visibles a la distancia. Logré tomar un taxi y pregunté si conocía el
hogar del Barón Daniel. "Por supuesto ¿qué londinense no?" No había
tiempo que perder, mi vuelo al Cairo salía mañana por la tarde.
Apenas llegado el amanecer, llegué a la mansión
de Lord Rithscold, una morada comparable en tamaño y grandeza con una maravilla
moderna; con un jardín que se expandía lo suficiente como para tener que usar
auto para llegar a la puerta y un terreno neto de aproximadamente cien hectáreas, el lugar
dejó una impresión de inferioridad en mi persona. El portón de cinco metros lucía descuidado,
víctima de los años y las lluvias continuas de Londres, y por un momento, me
dio la impresión de que encontraría una casa vacía o endemoniada. Al tocar el
timbre, el portón soltó un rechinido estremecedor que me hizo precipitarme
hacia el suelo y casi ser atropellado por una camión que iba
pasando. El portón se había abierto por el simple efecto del aire o quizás de algún mecanismo incompresible a mis ojos. Entré aceptando la invitación y recorrí las hectáreas de jardines sin
podar desde hacía meses. Después de casi una hora de recorrido, llegué a la
entrada principal, una puerta increíblemente grande para interiores (mas no
para un hogar tan colosal), de roble blanco. Toqué un par de veces esperando
respuesta. Pasaron diez minutos de espera, hasta que un viejo hombre con traje de
servidumbre abrió y dijo sin interrupción "Lord Rithscold no desea
visitas" y volvió a cerrar. Intenté volver a tocar, pero no hubo
respuesta.
Decidido a entrar, decidí recurrir al
allanamiento, buscando una ventana o puerta abierta. Topé con un ventanal que
daba a una cocina vacía y gris, el aire dentro era denso y húmedo, las paredes
mohosas y la alacena casi vacía con las puertas abiertas descuidadamente;
recordando que no había tomado nada desde el aeropuerto y que recién había
cometido un crimen, me dirigí hacia el refrigerador en busca de agua, pero en
su lugar, topé un aroma inmundo que, de tener algo en el estómago, me habría
despojado de lo mismo. Lo cerré casi de inmediato y me dirigí al pasillo. Ahí
me encontré rodeado de puertas blancas aparentemente idénticas, excepto por las
distintas marcas de los hongos consumiendo la madera. Supuse que mi anfitrión
estaría en el segundo piso, así que me atreví a revisar habitación por
habitación, hallando recamaras grises, salas de juego abandonadas, un cuarto
para mascotas que posiblemente murieron hace mucho, una biblioteca comparable
con la del Congreso, y una oficina que contrastaba con todas las demás
habitaciones, pues se encontraba limpia, como si hubiese sido usada recientemente.
Supuse que ahí podía encontrar lo que había venido a buscar, empecé a
inspeccionar cajones, revisar documentos antiguos, "La reforma
Perestroika", "Informe del PCUS", "KGB", "Nazis
en América", nada que me acercase a lo que quería saber. Volteé la oficina
de pies a cabeza, hasta que de repente, de un librero cayó un tomo, un
vademécum sobre misticismos y leyendas, una recopilación hecha por el mismo sir
Daniel que iba desde criptozoología, casos de mutación en Chernobyl, hasta
enigmas bíblicos como la
Resurrección y el Diluvio.
Entre gran interés y escepticismo, hojeé el
libro y sus contenidos, hasta que di con el ojo penetrante sobre el pináculo,
sometiéndome con su mirada fija y haciendo sucumbir a mis plegarias de
cotidianidad y quietud. Se trataba sólo de una fotografía, una puerta más grande
que la de mi anfitrión, una pirámide al tope, tomando los patrones previos a
las anteriores incluyendo así el ojo en la cima que mira fijamente hacia el
pensamiento más profundo del observador. Se podía apreciar que el camarógrafo
retrataba a través de una grieta en una cámara oculta de algún lugar antiguo.
Al pie de la foto "Cámara Subterránea de la Gran Pirámide",
mi próximo destino. Pasando la página, pude ver otras ilustraciones que hacían
referencia al ojo, masonería, illuminatis, gente que desconocía el significado
de los grandes secretos que portaban por bandera, víctimas de su sumisión a un
poder mayor y posiblemente también, los que atentasen contra mi persona y mis
propósitos. La lectura se tornó tan interesante que terminó por hacerse de noche.
Pretendí llevar mi hallazgo al viaje en una de
las bolsas de la gabardina, pero en un descuido el libro resbaló y generó
tremendo estruendo, considerando que había un silencio absoluto en toda la casa.
La acústica del lugar solo empeoró las cosas, creando un eco retumbante por los
altos techos y paredes de los cuales se levantaba. Escuché a alguien bajando
las escaleras, y me escondí detrás de las cortinas de la oficina, dejando el
libro a su suerte sobre la alfombra. Mi respiración era agitada, como si
hubiese hecho una sesión de ejercicio intensivo, y solo rogaba calmarme lo
suficiente como para no ser notado. El hombre casi de inmediato se dirigió a la
oficina, como si supiese de donde había provenido el ruido. Sus pasos lentos
tensaban aun mas mis nervios, y mi cara se llenó rápidamente de un sudor
gélido. El hombre que entró por la puerta no era nadie más que sir Daniel,
apoyado de un bastón por demás lujoso, cubierto por una bata de dormir y con
unas pantuflas, dejando atrás todo el glamour que las riquezas pudieron
entregarle. O el criado se encontraba dormido o prefería tratar estos asuntos
él mismo en persona. Volteó a ver el libro en el suelo.
-Se que estás ahí. O sabes muy bien lo que buscas
o solo eres un ladrón por demás aficionado.
Sin embargo, me negaba a ser descubierto a estas
alturas. Así que calmé mi respiración hasta el punto que el silencio fuese
imperturbable.
-Por Dios, ¡Se te ven los pies!¡Sal de ahí
maldito git!
En total vergüenza, me mostré frente al Barón.
-Me es grato verlo sir Daniel, me encantaría
entrar en formalidades, pero me temo que mi tiempo aquí se termina, por ende he
de rechazar todo oferta de té y me retiraré en este m...
-Cierra el pico sabandija, te has metido en cosas
que están más allá de tu alcance. No se quien te envió, pero me temo que no
recibirá respuesta. -Desenfundó su bastón y dejó visible un florete que apuntó
casi de inmediato a mi persona.
-Oh, tranquilo sir. No me ha enviado a nadie,
estoy solo en esta epopeya pero esperaba su apoyo para desentrañar los secretos
d... ¡Diablos! -Esta vez fui interrumpido por el florete que apenas esquivé
y terminó por romper un florero sobre el escritorio.
Los ataques continuaron y así también las
interrupciones y los objetos rotos, hasta que en un descuido del barón,
logré colocarme frente a él y obligarlo a soltar el florete, lo cual fue por
demás sencillo, no opuso resistencia... le acababa de dar un paro cardíaco. Su
cuerpo cayó como peso muerto en la alfombra, su cara palideció casi al instante
y sus ojos perdieron rastro del iris. Por un momento que me pareció horas, miré
fijamente a sir Daniel retorciéndose, hasta que entre los movimientos bruscos
cayó el libro del bolsillo de su bata. En ese instante, mi misión volvió a ser
prioridad, tomé el libro y hui fuera de la casa, paré el primer taxi que pasó y
disimulando todo lo sucedido me dirigí al aeropuerto, siempre vigilante.
Mi corazón estuvo agitado todo el vuelo. Era la
primera vez que hacía uso de una bolsa para los mareos; para mi fortuna, mi
fila estaba vacía y nadie tuvo que ver tan grotesca escena de hiperventilación
y vómitos pausados. La aeromoza preguntó algo, no recuerdo que, pero estoy casi
seguro de haber respondido una insolencia, pues un policía en el mismo vuelo
estuvo a punto de lincharme. De no haber estado aquel, mi plan hubiera
funcionado y así hubiera intervenido el espía que me seguía el rastro
continuamente. Quizás era el policía, a estas alturas no podía confiar en nadie. Nuevamente, el sueño fue imposible concebir y con ello se
cumplían 50 horas de insomnio, las cuales contaba continuamente mirando mi
reloj, tratando de mantener mi mente lo más coherente posible.
Era medio día en El Cairo cuando llegué y el
calor del desierto se apoderaba de mi anémico ser. Aun así, había una ligera
ventisca que hacía la arena como látigos a las partes expuestas de los cuerpos, lo cual en lugar de aliviar mi piel del clima seco, la sacudía y la hería.
Conseguí un atuendo local, un guía y un camello y me dirigí hacia las
pirámides. El guía era muy amable, al parecer le había agradado por el simple hecho de
poder hablar su idioma; aprovechando esa situación, le comenté que era un
estudioso de lo antiguo y pregunté si podíamos entrar a las pirámides, a lo
cual, después de pensarlo un poco, respondió positivamente con la condición de
no llevarme nada de ahí. Al llegar, me fue imposible no perder la mirada durante
un par de segundos contemplando su gran tamaño y perfección, sus ángulos casi
perfectos, los bloques casi inamovibles apilados con tanto esfuerzo o quizás
es...
-Es obra de un Dios.
Nos dirigimos directamente a la Gran Pirámide,
teniendo en cuenta que fue la primera en construirse y que de las tres es la
más imponente. Aunque la entrada original se encontraba obstruida, ya hacía un
tiempo que Al-Mamun había encontrado su propio camino a través de ellas; a
expensas de perder algún indicio en la entrada original, desistí de echarle un
vistazo, argumentándome que si había algo debía ser en el centro. Visitamos la
gran galería, la cámara de la reina y al llegar a la cámara del rey llegué al
final del camino. Esto no podía ser todo el camino. Me tiré al suelo, empecé a
buscar botones secretos, inscripciones, cualquier indicio de aquel pasadizo que
figuraba en la foto de sir Daniel, pero sin hallar respuesta. De la ira que me
impregnaba, empecé a golpear el suelo cual simio que se rinde del camino de la
evolución. De repente y por la espalda, el guía intentó ahorcarme, apretando mi
cuello con el brazo y levantándome por la fuerza aplicada. Traté de resistirme,
pero fue inútil con el cansancio que se había apoderado de mí. Mi vista se empezó a tornar nublosa, mientras pensaba en lo
descuidado que había sido en confiar en alguien.
Desperté. Era de noche y la temperatura había
descendido increíbles treinta grados. Mi cuerpo helaba en el rincón de una
estructura extraña, tirado cual saco de papas y con las manos esposadas por
detrás. Con mucho esfuerzo, logré detectar tres personas a la distancia, de las
cuales una parecía ser el guía y los otros dos asemejaban estar encapuchados de
negro o azul; en ese momento, fue que decidí voltear a ver a mis alrededores:
me encontraba en una especie de cueva subterránea, pequeñas y abundantes
goteras impregnaban el aire de un aroma a humedad y barro, varias antorchas
enfiladas y empotradas a cierta distancia una de otra sobre las paredes daban
la apariencia de pasadizos antiguos, hombres en jaulas con cara de desahucio,
algunos otros gritando, todos con una ropa blanca que indicaba a mi parecer un
cierto tipo de pureza o un tipo de ritual forzado. Había un símbolo en las
paredes, el cual no lograba distinguir, mas al empuñar los ojos y después de un
rato, di por fin con un ojo que me miraba desde ya hacía mucho tiempo, adosado
siempre sobre esos escalones que terminan por dar la pauta de infinidad y
divinidad. El destino me había traído aquí y no estaba dispuesto a defraudarlo.
Casi de inmediato, tracé un plan sin escrúpulos.
Pasé un tiempo fingiendo estar inconsciente hasta que no hubiese más que uno de
los hombres encapuchados. Durante ese tiempo y con mucho dolor, logré dislocar
mi brazo izquierdo, a fin de pasarlo por debajo de mis pies y colocarlos al
frente, rasgo que pasó desapercibido en todo momento. Después, aprovechando el
bullicio de los prisioneros, me escabullí poco a poco a las espaldas del
hombre, y con las mismas cadenas que antes me retenían, ponía fin a la vida del
desgraciado ser, forcejeó un rato pero en ningún momento le permití liberarse o
siquiera tomar su arma, la cual resbaló de sus manos dando por concluida la
batalla. Tomé sus llaves y su arma y logré liberarme de las esposas. Así
también y como distracción, accedí a liberar a los prisioneros y permitirles
buscar su camino a la salida, que con suerte encontrarían y dejarían despejado
para mí al tiempo de salir. Por mi parte, recorrí los pasillos interminables y
laberintosos y las escaleras empinadas como si se tratase de la palma de mi
mamo, aludiendo a una especie de fuerza misteriosa obrando sobre mí. El camino
resultó muy solitario y los guardias eran fácil de evadir pues la sublevación
que se formaba en otro lugar los tenía bastante ocupados. Al fin llegué al fondo
del pasillo y topé con una pared deteriorada, apenas sostenida, llena de
jeroglíficos apenas legibles entre grietas y borrones, y una expresión por
demás conocida para mí: "El hijo del creador yace aquí".
Esto era, este era mi destino.
Disparando como un simio a la pared, logré crear
una apertura en la esquina inferior, suficientemente grande para escabullirme.
Ahí dentro no existe el suelo, no hay luz, solo viento.
Incendio en la
calle Geroum
Diario de Nueva York, 18 de Marzo
El negocio del #105 de la calle Geroum se abrasó
alrededor de las cinco de la mañana. Bomberos acudieron a la zona antes de que
el fuego se esparciese por el vecindario. Según indagaciones, el fuego fue
iniciado por una pipa dejada sobre una pila de documentos y los daños ascienden
a pérdida total. Todavía se desconoce el causante, así como si existe algún
reclamo por parte del propietario del lugar.
Gran pérdida
para el mundo Financiero: Muere Sir Daniel Rithscold
Diario El Telégrafo Diario, 21 de Marzo
El día de ayer por la noche, fue encontrado el
cuerpo del Barón Daniel Victhan Rithscold, uno de los representantes más
importantes de la poderosa familia Rithscold, en la oficina de su mansión.
Junto a él se encontraron jarrones rotos, y objetos en pleno caos, haciendo
alusión a un posible ataque o robo.
En su declaración, el mayordomo afirma que un
hombre fue a visitar al Barón, pero se le fue prohibida la entrada, así
también, menciona que estaba laborando en el área de lavandería mientras los
sucesos acontecían, por lo que en ningún momento fue consciente de la
situación.
Los detectives han encontrado indicios de que
hubo un intruso en la casa, y que efectivamente estuvo en el área de oficina.
Sin embargo, según el médico de la autopsia, afirma que la causa de muerte fue
un paro cardíaco y que no existen indicios de heridas, mas que un par de marcas
en las muñecas de dedos. Lo más probable es que el agresor no haya sido
completamente responsable de la muerte, y que solo haya querido abrirse paso
entre el anciano y su bastón.
Las investigaciones continuarán.
Un sólo hombre crea motín en prisión de Giza.
Diario Al-Wafd, 23 de Marzo de 1990
Entre la media noche y tres de la mañana de hoy,
se vivieron momentos de terror y angustia para los guardias del "Habas
Fireawn", cuando treinta y dos de sus prisioneros escaparon de sus celdas
y crearon un motín que dio como resultado veinticuatro heridos y seis muertos, de
los cuales cuatro eran policías. Según declaraciones de los reos, afirman que
fueron liberados por un hombre caucásico, probablemente extranjero, que había
sido llevado a prisión inconsciente y que por negligencia, había permanecido
esposado e inconsciente a un costado de las celdas. Al caer la noche, el
individuo se levantó y asesinó al guardia en un momento de descuido y ofreció
liberar a todos los que quisieran ser libres.
Abasi Acha, el jefe de policía de la prisión,
declara que aquel hombre había sido acusado de intentar dañar patrimonio
egipcio, adentrándose a la pirámide de Keops, y golpeando a puño limpio la
tumba del rey. Al intentar ser detenido por un guía en los alrededores, el
hombre cayó inconsciente. Afirma que por lo acontecido, probablemente sufría de
algún delirio por el calor, y puesto a que no recobraba el conocimiento, fue
llevado a la estación de policías a fin de que recibiera apoyo a su
recuperación.
El extranjero, identificado como Ernest Valdemar
por un diario que llevaba consigo, fue encontrado a un costado de la prisión
muerto, aparentemente un suicidio causado por saltar desde una de las torres de
vigilancia. Se encontraron también marcas de disparos y una grieta generada un
piso antes del punto de observación. La policía hará las investigaciones
correspondientes sobre los motivos que pudo haber tenido para realizar tales
actos.
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