domingo, 13 de marzo de 2016

Ernest Valdemar.


Si alguien está leyendo esto, probablemente mis teorías eran correctas y he sido castigado apropiadamente por el pecado del conocimiento adquisitivo. Probablemente, fuerzas más allá de las que consideré algún día conocer han empezado a mover mis hilos, así que lo único que puedo hacer es abandonar mi obra a la espera de unos ojos comprensivos y temerarios para compartir mi aportación con el mundo ignorante.

Mi nombre es Ernest Valdemar y he muerto a manos de mis propios ideales. Aquellos que han soñado alguna vez con los secretos del mundo, solo pueden llegar a imaginar el pináculo de mis investigaciones, o probablemente hayan tenido un destino similar al mío. Quizás soy muy positivo al esperar que alguna de estas bitácoras sobreviva a todos estos demonios manipuladores y calculadores, pero si algo ha caracterizado al hombre por encima de las demás especies conocidas es la fe en la incertidumbre.

Desde joven, me vi impregnado por la curiosidad virtuosa, la búsqueda de conocimiento, la experimentación y el gusto por conocer la realidad en la metafísica. Mis peculiares gustos me llevaron a graduarme en filosofía y estudiar diversas ramas de las ciencias como antropología, física cuántica, derecho, psicología y el caso particular de lenguas muertas. En este último no escatimaba en tiempo y prioridad para comprender manuscritos antiguos encontrados alrededor del mundo. Muchas veces, pasaba días sin dormir ni comer tan solo en estos procedimientos exhaustivos, pero con el tiempo mi habilidad mejoró gradualmente hasta el punto en que en un par de horas llegaba a traducir pergaminos completos. Lejos de ser el mejor del ámbito, me consideraba lo suficientemente bueno para mi propósito de descubrimiento. De este modo, logré dejar una pequeña huella en el mundo, descubriendo procedimientos químicos de los egipcios para fragancias y bálsamos, rituales de divinidades en México y libros enigmáticos sobre oscuras versiones bíblicas en Gaza. En estos últimos sin embargo, logré notar un dato peculiar proveniente de un pequeño libro en un cajón secreto:

בנו של היוצר מגיע מכאן

"El hijo del creador yace aquí". A simple vista, uno pensaría que al estar tan cerca de Jerusalén resultaba un mensaje por demás común, pero lo que realmente desconcertaba era la existencia de un dibujo por debajo de esta leyenda. Cabe destacar que este dibujo lo encontré por mera coincidencia pues no es visible al simple observador. El mal hábito de fumar mientras trabajo casi me lleva a estropear una obra emblemática de la historia, pues de una ceniza abrasada que se escapó de mis dedos, el fuego se decantó sobre el libro milenario y atentó con destruir sus secretos, mas en su lugar, se reveló una figura piramidal, con trece niveles y en el tope del escalafón un ojo que escudriñaba mi alma. El ojo ardía y así los míos también, consternados al instante por semejante revelación del destino.

Después de haber asegurado la integridad del libro con un par de golpes con mi abrigo y percatarme que las hojas eran de un material extrañamente resistente al fuego, corrí hacia mis documentos de investigaciones pasadas y topé con lo que buscaba. La pirámide negra de la Maná, 1983, el mismo ojo brillando y penetrando mis pensamientos, el mismo mensaje pero esta vez del pre-sánscrito. Sin embargo, aun existía la diferencia crucial de la constelación de Orión tallada en la piedra. Nuevamente volví hacia el libro y analicé cuidadosamente la misma hoja, pero la pirámide se había disipado. Comprendí que la única opción era volver a quemar el documento, así que repetí el procedimiento sirviéndome del cigarrillo para calmar mis ansias. Reapareció la pirámide, pero ningún rastro o indicio de una constelación. Por obra de genialidad o mera estupidez, llegué a la conclusión de que si la constelación se encontraba en la base de la pirámide, quizás me enfrentaba a la misma situación. Quemé cuidadosamente el borde del libro, pero esta vez el resultado demostró que no todas las hojas tenían esa misma resistencia al fuego, llevándome a estropear muchas y a realizar maniobras desesperadas por no destruir la obra. Sin embargo, recién apagado, pude notar un grupo de puntos brillantes como pequeños soles: Orión.

Salté emocionado, como si mi vida acabase de encontrar un nuevo rumbo y propósito. Recordaba en ese momento las palabras de mi padre "Trabajar con libros hará que tu vida se te escape de las manos". Bien se trataba de un campesino sin motivaciones, de una manera retorcida había tenido razón. Bien había resuelto una duda, y me enfrentaba ya a un millar de nuevas incógnitas.

¿Hablaban del mismo creador?

¿Existía alguna conexión entre ambas civilizaciones?

¿Era la misma época o acaso es un creador aun más ancestral?

¿Había descubierto algo que no debía?...

¿Porqué nadie había intentado quemar algún manuscrito antiguo?

Esa última era fácil de contestar, pero las dudas no me dejaban conservar la calma. Siendo el cigarrillo poco efectivo, saqué la pipa y entre el opio y mis incógnitas, me vi envuelto en un viaje lleno de promesas y aparentes iluminaciones. Me retiré a casa en lo que pareciese el camino más largo a la nada.

La noche se volvió mañana,  y al volver a mi oficina a indagar sobre lo que significaba mi más reciente hallazgo, me topé con cenizas. Alguien había incendiado mis preciados documentos históricos por la noche, como si hubiese topado con lo prohibido. A expensas de las precauciones de los bomberos, entré por la fuerza para hacer un recuento de daños por mi cuenta, y en el lugar donde antes había un escritorio quedaba solamente un libro casi intacto y resistente al fuego. Lo tomé y corrí hasta donde sentí nadie pudo haberme seguido. Como si fuera propio español, leí hoja por hoja  furtivamente buscando memorizar cada detalle de las apenas legibles páginas del manuscrito, en caso de que alguien atentara con lo que sería desde ahora mi destino. A simple vista, parecía otro de tantos libros bíblicos mencionando la muerte del hijo de un Dios, y su volver a la vida, el detalle era que en lugar de los comunes tres días para volver a la vida, se traducía más bien como "tres túmulos para la vida", lo cual me hizo pensar en los pobres diablos que tradujeron tan importantes libros de una manera tan caótica. Ese detalle que bien podía ser un simple error de tinta, me mantuvo vigilante de todas las posibles explicaciones a este fragmento. Si bien la pirámide negra no contenía más detalles que contribuyeran a mis investigaciones y teorías de conspiración, corría un rumor de que la gran familia Rithscold, una de pocas dueñas del mundo, tenía en su posesión otra pieza del mismo carácter arcano, pero el simple hecho de pensar en la complejidad para comprobar dicha suposición me erizaba la piel, así que preferí trabajar con lo que tenía disponible.

Me dirigí a la biblioteca con una gabardina que escondiese lo más posible mi rostro, unos lentes de sol y un sombrero que convenientemente hacía juego con la gabardina, a expensas de ser tachado de raro o sospechoso. Aquellos libros que en algún punto creí obsoletos, eran ahora la forma más práctica de asentar mis ideas. Desde la Biblia, pasando por la historia de Roma y del judaísmo, del antiguo al nuevo testamento, el génesis, el Apocalipsis, ¡NADA! Y de repente en éxodo ¡UNA REVELACIÓN! Moisés, el libertador hebreo, antiguo príncipe de Egipto,... Egipto, la ciudad de las ostentosas tumbas, las tres grandes pirámides, los túmulos supuestamente profanados eran ahora mi deseo más ferviente.

Ignorando avisar a cualquier familiar, amigo o colaborador, hice una maleta ligera y me dirigí al aeropuerto buscando la ruta más rápida para llegar a El Cairo, encontrando otra señal de que el destino jugaba para que yo ganase; en esta ocasión, era que mi transborde iba a ser en Londres, hogar de una de las ramas de la familia Rithschold, que si bien se habían esparcido alrededor de todo Europa, el Barón Daniel Victhan Rithscold vivía en esta área. La importancia de este caballero por encima de los demás individuos de la familia, era su reconocido gusto por la ciencia y los objetos estrafalarios que iba desde autos de gran lujo hasta pinturas y libros del más singular índole. Si el rumor era cierto, era probable que estuviese bajo su directa posesión.

Trataba de conservar la calma entre mi nerviosismo y mis ansias, mi sonrisa era mas una mueca retorcida y titubeante que inspiraba temor en lugar de seguridad. Incluso le he dejado un trauma a un infante en el área de comida. Esta vez la gabardina excedía lo inapropiado, así que la guardé en la maleta y en su lugar me enfundé en una chamarra de cuero café, la cual no puede faltar en el vestuario de cualquier aventurero en búsqueda de secretos prohibidos. Al llegar al área de revisión, empecé a vivir una pesadilla. Un oficial me tomó el brazo diciendo "tenemos que revisar su equipaje". Tragué saliva, y después de un instante mudo murmuré un "si.. adelante". En ese momento agradecí haber guardado el libro conmigo en la... ¡GABARDINA! ¡MIL DEMONIOS INGENUOS! ¿QUE HE HECHO? Empezaron a esculcar entre la ropa interior, los pantalones, las camisas y al llegar a la gabardina... ¡DIOS ME AYUDE! ¡HAN HALLADO LA GASOLINA DE MI ENCENDEDOR! Me la han decomisado junto a un corta uñas, y me han dejado seguir. Entre tanta tensión el vuelo me pareció eterno; mientras vigilaba que nadie se acercase a mí o mi maleta, las doce horas parecieron días.

Aterricé en la penumbra de la noche londinense. Siempre cuenta con una hermosa y melancólica neblina, que presentí compaginaría tan bien con mi gabardina. Era justo y necesario, sus múltiples bolsillos me salvaron el pellejo y aun llevaba el libro en alguno. Al sacarla y colocármela, instintivamente busqué el libro, y sintiendo su borde rozando mis dedos, una seguridad me rodeó y una sonrisa se asomó sobre mi rostro de apariencia enferma y de desvelo. Entre la niebla busqué la carretera y las luces de la ciudad apenas visibles a la distancia. Logré tomar un taxi y pregunté si conocía el hogar del Barón Daniel. "Por supuesto ¿qué londinense no?" No había tiempo que perder, mi vuelo al Cairo salía mañana por la tarde.

Apenas llegado el amanecer, llegué a la mansión de Lord Rithscold, una morada comparable en tamaño y grandeza con una maravilla moderna; con un jardín que se expandía lo suficiente como para tener que usar auto para llegar a la puerta y un terreno neto de aproximadamente cien hectáreas, el lugar dejó una impresión de inferioridad en mi persona. El portón de cinco metros lucía descuidado, víctima de los años y las lluvias continuas de Londres, y por un momento, me dio la impresión de que encontraría una casa vacía o endemoniada. Al tocar el timbre, el portón soltó un rechinido estremecedor que me hizo precipitarme hacia el suelo y casi ser atropellado por una camión que iba pasando. El portón se había abierto por el simple efecto del aire o quizás de algún mecanismo incompresible a mis ojos. Entré aceptando la invitación y recorrí las hectáreas de jardines sin podar desde hacía meses. Después de casi una hora de recorrido, llegué a la entrada principal, una puerta increíblemente grande para interiores (mas no para un hogar tan colosal), de roble blanco. Toqué un par de veces esperando respuesta. Pasaron diez minutos de espera, hasta que un viejo hombre con traje de servidumbre abrió y dijo sin interrupción "Lord Rithscold no desea visitas" y volvió a cerrar. Intenté volver a tocar, pero no hubo respuesta.

Decidido a entrar, decidí recurrir al allanamiento, buscando una ventana o puerta abierta. Topé con un ventanal que daba a una cocina vacía y gris, el aire dentro era denso y húmedo, las paredes mohosas y la alacena casi vacía con las puertas abiertas descuidadamente; recordando que no había tomado nada desde el aeropuerto y que recién había cometido un crimen, me dirigí hacia el refrigerador en busca de agua, pero en su lugar, topé un aroma inmundo que, de tener algo en el estómago, me habría despojado de lo mismo. Lo cerré casi de inmediato y me dirigí al pasillo. Ahí me encontré rodeado de puertas blancas aparentemente idénticas, excepto por las distintas marcas de los hongos consumiendo la madera. Supuse que mi anfitrión estaría en el segundo piso, así que me atreví a revisar habitación por habitación, hallando recamaras grises, salas de juego abandonadas, un cuarto para mascotas que posiblemente murieron hace mucho, una biblioteca comparable con la del Congreso, y una oficina que contrastaba con todas las demás habitaciones, pues se encontraba limpia, como si hubiese sido usada recientemente. Supuse que ahí podía encontrar lo que había venido a buscar, empecé a inspeccionar cajones, revisar documentos antiguos, "La reforma Perestroika", "Informe del PCUS", "KGB", "Nazis en América", nada que me acercase a lo que quería saber. Volteé la oficina de pies a cabeza, hasta que de repente, de un librero cayó un tomo, un vademécum sobre misticismos y leyendas, una recopilación hecha por el mismo sir Daniel que iba desde criptozoología, casos de mutación en Chernobyl, hasta enigmas bíblicos como la Resurrección y el Diluvio.

Entre gran interés y escepticismo,  hojeé el libro y sus contenidos, hasta que di con el ojo penetrante sobre el pináculo, sometiéndome con su mirada fija y haciendo sucumbir a mis plegarias de cotidianidad y quietud. Se trataba sólo de una fotografía, una puerta más grande que la de mi anfitrión, una pirámide al tope, tomando los patrones previos a las anteriores incluyendo así el ojo en la cima que mira fijamente hacia el pensamiento más profundo del observador. Se podía apreciar que el camarógrafo retrataba a través de una grieta en una cámara oculta de algún lugar antiguo. Al pie de la foto "Cámara Subterránea de la Gran Pirámide", mi próximo destino. Pasando la página, pude ver otras ilustraciones que hacían referencia al ojo, masonería, illuminatis, gente que desconocía el significado de los grandes secretos que portaban por bandera, víctimas de su sumisión a un poder mayor y posiblemente también, los que atentasen contra mi persona y mis propósitos. La lectura se tornó tan interesante que terminó por hacerse de noche.

Pretendí llevar mi hallazgo al viaje en una de las bolsas de la gabardina, pero en un descuido el libro resbaló y generó tremendo estruendo, considerando que había un silencio absoluto en toda la casa. La acústica del lugar solo empeoró las cosas, creando un eco retumbante por los altos techos y paredes de los cuales se levantaba. Escuché a alguien bajando las escaleras, y me escondí detrás de las cortinas de la oficina, dejando el libro a su suerte sobre la alfombra. Mi respiración era agitada, como si hubiese hecho una sesión de ejercicio intensivo, y solo rogaba calmarme lo suficiente como para no ser notado. El hombre casi de inmediato se dirigió a la oficina, como si supiese de donde había provenido el ruido. Sus pasos lentos tensaban aun mas mis nervios, y mi cara se llenó rápidamente de un sudor gélido. El hombre que entró por la puerta no era nadie más que sir Daniel, apoyado de un bastón por demás lujoso, cubierto por una bata de dormir y con unas pantuflas, dejando atrás todo el glamour que las riquezas pudieron entregarle. O el criado se encontraba dormido o prefería tratar estos asuntos él mismo en persona. Volteó a ver el libro en el suelo.

-Se que estás ahí. O sabes muy bien lo que buscas o solo eres un ladrón por demás aficionado.

Sin embargo, me negaba a ser descubierto a estas alturas. Así que calmé mi respiración hasta el punto que el silencio fuese imperturbable.

-Por Dios, ¡Se te ven los pies!¡Sal de ahí maldito git!

En total vergüenza, me mostré frente al Barón.

-Me es grato verlo sir Daniel, me encantaría entrar en formalidades, pero me temo que mi tiempo aquí se termina, por ende he de rechazar todo oferta de té y me retiraré en este m...

-Cierra el pico sabandija, te has metido en cosas que están más allá de tu alcance. No se quien te envió, pero me temo que no recibirá respuesta. -Desenfundó su bastón y dejó visible un florete que apuntó casi de inmediato a mi persona.

-Oh, tranquilo sir. No me ha enviado a nadie, estoy solo en esta epopeya pero esperaba su apoyo para desentrañar los secretos d... ¡Diablos! -Esta vez fui interrumpido por el florete que apenas esquivé y  terminó por romper un florero sobre el escritorio.

Los ataques continuaron y así también las interrupciones y los objetos rotos,  hasta que en un descuido del barón, logré colocarme frente a él y obligarlo a soltar el florete, lo cual fue por demás sencillo, no opuso resistencia... le acababa de dar un paro cardíaco. Su cuerpo cayó como peso muerto en la alfombra, su cara palideció casi al instante y sus ojos perdieron rastro del iris. Por un momento que me pareció horas, miré fijamente a sir Daniel retorciéndose, hasta que entre los movimientos bruscos cayó el libro del bolsillo de su bata. En ese instante, mi misión volvió a ser prioridad, tomé el libro y hui fuera de la casa, paré el primer taxi que pasó y disimulando todo lo sucedido me dirigí al aeropuerto, siempre vigilante.

Mi corazón estuvo agitado todo el vuelo. Era la primera vez que hacía uso de una bolsa para los mareos; para mi fortuna, mi fila estaba vacía y nadie tuvo que ver tan grotesca escena de hiperventilación y vómitos pausados. La aeromoza preguntó algo, no recuerdo que, pero estoy casi seguro de haber respondido una insolencia, pues un policía en el mismo vuelo estuvo a punto de lincharme.  De no haber estado aquel, mi plan hubiera funcionado y así hubiera intervenido el espía que me seguía el rastro continuamente. Quizás era el policía, a estas alturas no podía confiar en nadie. Nuevamente, el sueño fue imposible concebir y con ello se cumplían 50 horas de insomnio, las cuales contaba continuamente mirando mi reloj, tratando de mantener mi mente lo más coherente posible.

Era medio día en El Cairo cuando llegué y el calor del desierto se apoderaba de mi anémico ser. Aun así, había una ligera ventisca que hacía la arena como látigos a las partes expuestas de los cuerpos, lo cual en lugar de aliviar mi piel del clima seco, la sacudía y la hería. Conseguí un atuendo local, un guía y un camello y me dirigí hacia las pirámides. El guía era muy amable, al parecer le había agradado por el simple hecho de poder hablar su idioma; aprovechando esa situación, le comenté que era un estudioso de lo antiguo y pregunté si podíamos entrar a las pirámides, a lo cual, después de pensarlo un poco, respondió positivamente con la condición de no llevarme nada de ahí. Al llegar, me fue imposible no perder la mirada durante un par de segundos contemplando su gran tamaño y perfección, sus ángulos casi perfectos, los bloques casi inamovibles apilados con tanto esfuerzo o quizás es...

-Es obra de un Dios.

Nos dirigimos directamente a la Gran Pirámide, teniendo en cuenta que fue la primera en construirse y que de las tres es la más imponente. Aunque la entrada original se encontraba obstruida, ya hacía un tiempo que Al-Mamun había encontrado su propio camino a través de ellas; a expensas de perder algún indicio en la entrada original, desistí de echarle un vistazo, argumentándome que si había algo debía ser en el centro. Visitamos la gran galería, la cámara de la reina y al llegar a la cámara del rey llegué al final del camino. Esto no podía ser todo el camino. Me tiré al suelo, empecé a buscar botones secretos, inscripciones, cualquier indicio de aquel pasadizo que figuraba en la foto de sir Daniel, pero sin hallar respuesta. De la ira que me impregnaba, empecé a golpear el suelo cual simio que se rinde del camino de la evolución. De repente y por la espalda, el guía intentó ahorcarme, apretando mi cuello con el brazo y levantándome por la fuerza aplicada. Traté de resistirme, pero fue inútil  con el cansancio que se había apoderado de mí. Mi vista se empezó a tornar nublosa, mientras pensaba en lo descuidado que había sido en confiar en alguien.

Desperté. Era de noche y la temperatura había descendido increíbles treinta grados. Mi cuerpo helaba en el rincón de una estructura extraña, tirado cual saco de papas y con las manos esposadas por detrás. Con mucho esfuerzo, logré detectar tres personas a la distancia, de las cuales una parecía ser el guía y los otros dos asemejaban estar encapuchados de negro o azul; en ese momento, fue que decidí voltear a ver a mis alrededores: me encontraba en una especie de cueva subterránea, pequeñas y abundantes goteras impregnaban el aire de un aroma a humedad y barro, varias antorchas enfiladas y empotradas a cierta distancia una de otra sobre las paredes daban la apariencia de pasadizos antiguos, hombres en jaulas con cara de desahucio, algunos otros gritando, todos con una ropa blanca que indicaba a mi parecer un cierto tipo de pureza o un tipo de ritual forzado. Había un símbolo en las paredes, el cual no lograba distinguir, mas al empuñar los ojos y después de un rato, di por fin con un ojo que me miraba desde ya hacía mucho tiempo, adosado siempre sobre esos escalones que terminan por dar la pauta de infinidad y divinidad. El destino me había traído aquí y no estaba dispuesto a defraudarlo.

Casi de inmediato, tracé un plan sin escrúpulos. Pasé un tiempo fingiendo estar inconsciente hasta que no hubiese más que uno de los hombres encapuchados. Durante ese tiempo y con mucho dolor, logré dislocar mi brazo izquierdo, a fin de pasarlo por debajo de mis pies y colocarlos al frente, rasgo que pasó desapercibido en todo momento. Después, aprovechando el bullicio de los prisioneros, me escabullí poco a poco a las espaldas del hombre, y con las mismas cadenas que antes me retenían, ponía fin a la vida del desgraciado ser, forcejeó un rato pero en ningún momento le permití liberarse o siquiera tomar su arma, la cual resbaló de sus manos dando por concluida la batalla. Tomé sus llaves y su arma y logré liberarme de las esposas. Así también y como distracción, accedí a liberar a los prisioneros y permitirles buscar su camino a la salida, que con suerte encontrarían y dejarían despejado para mí al tiempo de salir. Por mi parte, recorrí los pasillos interminables y laberintosos y las escaleras empinadas como si se tratase de la palma de mi mamo, aludiendo a una especie de fuerza misteriosa obrando sobre mí. El camino resultó muy solitario y los guardias eran fácil de evadir pues la sublevación que se formaba en otro lugar los tenía bastante ocupados. Al fin llegué al fondo del pasillo y topé con una pared deteriorada, apenas sostenida, llena de jeroglíficos apenas legibles entre grietas y borrones, y una expresión por demás conocida para mí: "El hijo del creador yace aquí".

Esto era, este era mi destino.

Disparando como un simio a la pared, logré crear una apertura en la esquina inferior, suficientemente grande para escabullirme. Ahí dentro no existe el suelo, no hay luz, solo viento. 


Incendio en la calle Geroum
Diario de Nueva York, 18 de Marzo

El negocio del #105 de la calle Geroum se abrasó alrededor de las cinco de la mañana. Bomberos acudieron a la zona antes de que el fuego se esparciese por el vecindario. Según indagaciones, el fuego fue iniciado por una pipa dejada sobre una pila de documentos y los daños ascienden a pérdida total. Todavía se desconoce el causante, así como si existe algún reclamo por parte del propietario del lugar.

Gran pérdida para el mundo Financiero: Muere Sir Daniel Rithscold
Diario El Telégrafo Diario, 21 de Marzo

El día de ayer por la noche, fue encontrado el cuerpo del Barón Daniel Victhan Rithscold, uno de los representantes más importantes de la poderosa familia Rithscold, en la oficina de su mansión. Junto a él se encontraron jarrones rotos, y objetos en pleno caos, haciendo alusión a un posible ataque o robo. 

En su declaración, el mayordomo afirma que un hombre fue a visitar al Barón, pero se le fue prohibida la entrada, así también, menciona que estaba laborando en el área de lavandería mientras los sucesos acontecían, por lo que en ningún momento fue consciente de la situación. 

Los detectives han encontrado indicios de que hubo un intruso en la casa, y que efectivamente estuvo en el área de oficina. Sin embargo, según el médico de la autopsia, afirma que la causa de muerte fue un paro cardíaco y que no existen indicios de heridas, mas que un par de marcas en las muñecas de dedos. Lo más probable es que el agresor no haya sido completamente responsable de la muerte, y que solo haya querido abrirse paso entre el anciano y su bastón.

Las investigaciones continuarán.
Un sólo hombre crea motín en prisión de Giza.
Diario Al-Wafd, 23 de Marzo de 1990

Entre la media noche y tres de la mañana de hoy, se vivieron momentos de terror y angustia para los guardias del "Habas Fireawn", cuando treinta y dos de sus prisioneros escaparon de sus celdas y crearon un motín que dio como resultado veinticuatro heridos y seis muertos, de los cuales cuatro eran policías. Según declaraciones de los reos, afirman que fueron liberados por un hombre caucásico, probablemente extranjero, que había sido llevado a prisión inconsciente y que por negligencia, había permanecido esposado e inconsciente a un costado de las celdas. Al caer la noche, el individuo se levantó y asesinó al guardia en un momento de descuido y ofreció liberar a todos los que quisieran ser libres.

Abasi Acha, el jefe de policía de la prisión, declara que aquel hombre había sido acusado de intentar dañar patrimonio egipcio, adentrándose a la pirámide de Keops, y golpeando a puño limpio la tumba del rey. Al intentar ser detenido por un guía en los alrededores, el hombre cayó inconsciente. Afirma que por lo acontecido, probablemente sufría de algún delirio por el calor, y puesto a que no recobraba el conocimiento, fue llevado a la estación de policías a fin de que recibiera apoyo a su recuperación.

El extranjero, identificado como Ernest Valdemar por un diario que llevaba consigo, fue encontrado a un costado de la prisión muerto, aparentemente un suicidio causado por saltar desde una de las torres de vigilancia. Se encontraron también marcas de disparos y una grieta generada un piso antes del punto de observación. La policía hará las investigaciones correspondientes sobre los motivos que pudo haber tenido para realizar tales actos.

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