martes, 8 de marzo de 2016

Vacío.

Déjenme seguir viendo hacia el vacío, ahí donde los hogares se apilan en cerros sacando a relucir la sobre población de gente que no tendrá donde caer después, donde las antenas sobresalen mas que los árboles, despidiendo luces rojas y blancas que parpadean en un ritmo tedioso pero hipnotizante, y sin embargo no son mas que un complemento del gran vacío que hoy admiro. También ahí hay nubes de smog combatiendo a las cargadas de agua, y entre bombardeos de lluvia ácida se despiden sus restos en las delicadas pieles de homínidos, los cuales terminan por huir a los techos mas cercanos, condenados por el demonio que ellos cultivaron en el olvido. 

Déjame mirar a eso que llamo vacío, mientras que la puerta entreabierta por el viento congela mis manos, molesta mi garganta seca y me genera un dolor de entumecimiento por cada letra que escribo, mientras yo ignoro mis deberes, mis deseos, mis penas, tan solo por mirar a la nada que asemeja tanto mi interior. Eso a lo que llamo vacío esta colmado de vidas sin sentido, sin dirección de movimiento ni motivación de cambio, de seres que se acostumbran a los días nublados, al frío que abruma los huesos, a una altura suficiente para no tocar el cielo, pero si lo suficiente para dejar de sentirse vivo. Y sin embargo, por las noches, los cerros se cubren de luces blancas y amarillas, y por un instante, genera la impresión de paz, de armonía, de Diciembre, de preciosos instantes en cada una de esas casas tristes, que encuentran calor en los cuerpos tibios.

Déjenme seguir viendo ese pequeño nicho de la gran ciudad, aquellos arrabales verdes y cafés, y blancos cuando la luz toca algún techo, los árboles revolviendo la bella fotografía con su ir y venir, a las nubes con sus batallas eternas y tan lentas que se vuelven imprevistas a la ventana que empieza a empañarse por el frío del exterior. Déjenme seguir viendo tan perfecta imitación de mi vacío.

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