miércoles, 13 de agosto de 2014

Frida.

Con el pelo trenzado y tus orejas al descubierto, con la frente cubierta de flores de vivos colores y de frente al amor que tanto sufriste, así te vi aquella noche. Tan llena de vida desde el purgatorio compartido, tan muerta como en aquellos retratos que tanto lloraste,  tan fina en tu arte y en tu cultura, tan indecente en tu vocabulario; así te veía y tu me ignorabas, cual si fuera yo el fantasma de esa realidad que ya no reconocía como mía. 

En tu alma, llanto y risas se turnaban el desquite en tu rostro, y así también la alegría el sufrimiento tu alma. Sabías que la vida había sido grata por haber ocurrido, y que el amor es un obsequio que muy pocos alcanzan, pero también sufrías de decadencia en cada momento, casi sin descanso, intercalando la enfermedad y el corazón roto que sanabas entre ratos con manos suaves y delicadas. Admitías que no siempre tuviste tan claras las razones de tanto dolor, y que seguías buscando soluciones para esos problemas que se retorcían dentro de ti, cuando en realidad se trataba de tu mera existencia la que querías resolver.


Recuerdo hablabas de libertad, de alas y de volar lejos sin temer a cualquier jaula, bellos versos disfrazando a la locura que poco a poco habían cultivado en tu mente, y que en su florecimiento tu cuidaste y atesoraste para que creciera insana y fuerte. La verdad, es que tu ya no podías volar con tus alas; te habías aprisionado en tus pesares pero jamas hizo falta alzar el vuelo tanto como ahora, ahora que el cielo te ha dado nuevas no hay como desmentirte.

Admiré por un instante aquel amor a prueba de todo que tanto se afamó entre leyendas, y como a pesar de ser como dos gallos peleando en el palenque, eran dos gotas de agua del mismo pozo, hundidos en una realidad que cavaron juntos, en la cual había frío, humedad, oscuridad, pero también un rayo de luz y unión, aquella que nadie podría separar. Tu amor fue una pala ante mis ojos.

 Eras la llorona en carne viva, un fantasma, una madre desgraciada, un escalofrío en la piel, un lamento sin calmar. Cayendo la noche, caía también el río que desembocaba en Diego; tus luceros filtraban las penas de cien sentimientos, mil injusticias y un millón de ignorantes, ya muertos en vida por no conocer la libertad. Un abrazo jamas fue suficiente para callarte, pero eso era parte de tu encanto.

En la memoria de muchos dejaste una historia, y en las de otros pocos un sentimiento de cólera e impotencia. En mi has dejado un sentimiento de necesidad imposible. Amar es un sufrir que te envidio amarga Frida.

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