Son las cinco de la mañana, hora
de levantarse. Es lo que pasa cuando quieres cambiar de aires e ir a una de las
escuelas mas populares de la ciudad, que se encuentra al otro extremo de la
misma. Pero la escuela es popular, la gente ahí también, pero eso no me hace popular
a mí. Había tenido un buen comienzo, no sé que pudo haber salido mal. Quizás
fue aquella vez que no quise fugarme con ellos de la escuela para ir a la playa
en un martes de Sol veraniego; pudo haber sido aquella ocasión que quise
llevarme pesado y metí a la madre de uno de ellos en mi boca y la sacó de ella
con la misma rapidez, a punto de una bofetada. Al final, creo que uno no puede
fingir lo que no es. Yo no era un niño rico y consentido como ellos, que apenas
con quince años salían a tomar, fumar y fornicar. “Eso último no hubiera estado
mal” pensé más de una vez, pero hablaba el instinto en mí nada más. La verdad
es que, si hubiera estado en la oportunidad, hubiera sentido mi primera vez
como algo digno de desechar de mi memoria.
Yo era un becado, un chico listo,
de mirada seria y que no sabía cómo sonreír mejor que una cabra. ¿Qué podía
esperar? Aunque tampoco es que fuese un caso perdido. Iba al gimnasio, tocaba
guitarra, “eso se supone que llama la atención”, pero solo eran parte de algo
incompleto. Quien no habla no llama la atención, quien no sonríe no gana la
simpatía de nadie, pero eso nadie me lo había dicho, y si lo hizo no me dijo el
por qué era importante.
Los primeros dos años de la
preparatoria pasaron inadvertidos. Cuando me vine a enterar, seguía solo,
juntándome ocasionalmente con los raritos del salón, pero incluso ellos me
parecían gente normal, amargada, despectiva, voyerista y crítica de los actos
del pequeño mundo que veían día con día. Uno de ellos, mi mejor amigo en ese
entonces, era un tipo que apenas y llegaba a clases y solía endulzarme el oído
para pasarle las tareas. Dos años más tarde, habría de pedirme dinero y nunca
más volví a saber de él. Escoria. Pero si ese era mi mejor amigo, quizás era
algo que merecía. La vida me tenía amargado, los compañeros me atosigaban y las
mujeres me obsequiaban miradas de desprecio, como esa que uno suele dar a un mesero
que le ha tomado mal la orden.
En ese semestre empecé a salir un
poco más tarde, teniendo que esperar un par de horas en la escuela para evitar
el tráfico de la hora pico. Solía pasar el tiempo en la biblioteca leyendo un
libro de cocteles, pero ¿Qué iba a saber yo de eso? Ni siquiera tomaba en ese
entonces. Un día, sin embargo, la biblioteca se encontraba cerrada debido a una
remodelación, por lo que simplemente empecé a vagar por los pasillos de la
escuela. A esa hora, había muchos clubes teniendo sus actividades, pero nunca
había tenido interés por checarlos. Odiaba mi vida escolar, lo único que quería
al salir era volver a casa y encerrarme nuevamente en mi habitación.
Pasé por el club de futbol
americano, el de dibujo, el de matemáticas y dejé lo mejor para el final, el de
canto y el de guitarra. El primero estaba casi vacío, con un profesor bastante
anciano que aún conservaba lo necesario para servir de ejemplo, pero no parecía
muy bueno explicando. El de guitarra era un poco de lo mismo, solo que, en
este, había cerca de diez estudiantes, todos novatos, probablemente de primer
año, con excepción de uno con él que asistía a clases de inglés. Debido al
calor, entré sin la camisa del uniforme, quedándome con una playera sin mangas
blanca en una esquina del salón. Trataba de escuchar lo que tocaban, cada uno
intentaba sacar algo distinto y el profesor, algo resignado, se limitaba
únicamente a esperar que alguien solicitase apoyo.
Entre los jóvenes aprendices,
logré identificar una canción sencilla y algo popular de hace un par de años. Nunca
la había intentado sacar, pero bastó ver la posición de los acordes que hacía
el chico para aprenderla. Apenas sabiendo esto, fui hacia él y le pedí prestada
la guitarra, exhibiéndome y a mi ego en frente de esos chicos que se
amontonaban alrededor sorprendidos. Aquel chico de mi generación, llamado Heber,
se sorprendió por mi técnica y amistosamente empezó a marcarme ritmo para
improvisar algún requinto. Seguí luciéndome y toqué un par de canciones más, a
lo que el profesor intervino, solicitándome que me uniese al club, así como
también, invitándome a un evento que tendrían en un par de días.
No fui, y tampoco me uní al club,
pero si llegué alguno que otro día a verlos y darles algún consejo ocasional.
Era agradable recibir esa atención. Empecé a hacerme un poco más cercano a
Heber, uniéndome a grupos de trabajo con él y logrando incluirme un poco más
con su forma de ser tan relajada y algo boba. Su novia también iba en la misma
clase de inglés. Era una chica de cara cansada y algo irritable, pero parecía
congeniar con él justamente por eso. No
crucé palabra con ella más que una o dos veces, pero Heber tenía esa facilidad
de hacer sentir a todos cómodos a su alrededor, aún a los mas engreídos, los irritables
o los rechazados. Agradecí que, a pesar de solo ser una hora al día, podía
convivir más con ese grupo, con cierta intención oculta, pudiendo acercarme de
a poco a muchas de las chicas más lindas de la generación, Penélope con su look
rebelde y cabello rizado, Diana que era la chica más pequeña y fuerte que había
conocido, Pernille la chica de intercambio de Europa, Maryleen bonitas piernas,
Mariana los ojos del universo, Paola la bella genio, Anna la de looks
peligrosos.
Aquellas horas después de clases
empezaron a ser un poco más amenas.
En mi casa poco o nada había
cambiado. Al no tener muchas amistades, solía pasar los fines de semana en
casa, enclaustrado sacando canciones nuevas o viendo alguna serie que casi
nadie conocía. Me gustaba sentirme diferente al resto, pero tan solo era un
idiota que no quería encajar. Esa condición no era del agrado de mis padres,
quienes me sobre protegieron tanto durante la infancia y ahora no sabían que
hacer para sacarme de mi habitación. Una de sus brillantes ideas, fue la de
juntarme con los vecinos que se reunían los viernes en la iglesia a tomar
pláticas para los jóvenes. No solo era absurdo dada mi ausencia de pertenencia
a un grupo religioso, sino que también porque se trataba de personas similares
a la gente de mi salón, es decir borrachines que caían en la depravación con
facilidad. A pesar de eso, parecían divertirse con mi personalidad algo
cohibida, como aquel que gusta de corromper las cosas tiernas del mundo, pero
poco a poco se percataron que solo era apático y pasé a formar parte del grupo como
un comodín, un espectador. Hacía ya un año que los veía ocasionalmente en la
casa de enfrente, pero no había nadie que pudiese considerar ni de cerca un
amigo.
Luego estaba Mike.
Mike no era mejor que ellos, un
chico mujeriego, algo entregado a la bebida, mentiroso, pesado, y sin
embargo, con todo para causar simpatía general. Lo conocí un poco después que
el resto, preguntándome si acaso yo tocaba la guitarra.
“Yo toco la batería, hay que
sacar algo”, pero eso era una mentira. A medias. No tenía batería y tiempo
después me enteraría que era bueno con los ritmos, a pesar de que solo había
practicado con lápices durante clases.
Salimos un par de veces, antros,
fiestas, esa clase de cosas que él disfrutaba y donde yo simplemente no sabía
que hacer. Ahí tomé mis primeras cervezas, y recibí mi primer castigo en casa
por culpa de una chica que tiró poco de su cerveza encima de mí y me hizo oler
a borrachín.
Un día sin avisar tocó el timbre
de mi casa para decirme que ya había comprado una batería. No lo pensé mucho y
me fui con amplificador y guitarra en mano. Ensayamos en su sala, un lugar
cerrado y pequeño con acústica viciada. No sabíamos que tocar, solo decíamos
nombre al aire y la que conociéramos era la siguiente en la lista. Pasadas dos
horas, salí de ahí con los oídos zumbando, pero tan emocionado como nunca. Me
pidió escuchar y aprenderme una canción de una banda llamada Arctic Monkeys. En
mi vida los había escuchado, pero siendo solo una petición les di una
oportunidad. Admito la canción no fue mucho de mi agrado en primer lugar,
demasiado alegre para lo que solía escuchar.
No quisiera hablar mucho sobre
redes sociales en esta redacción, pero en ese entonces, existía algo llamado Messenger,
que era un chat en línea donde podías compartir la canción que escuchabas en
ese momento. Justo mientras practicaba aquella canción, había solicitado
información sobre un proyecto del trabajo de inglés a Anna. Ella, al ver que
“conocía” a aquella banda que apenas daba sus primeros pasos fuera de Inglaterra,
quedó prendida en una conversación sobre gustos musicales, películas y demás.
Anna era una buena chica, de esas que casi no existían en ese entonces y ahora
están al borde de la extinción. Era como yo hasta cierto punto, ambos perdidos
en un mundo que no alcanzaba a comprender lo que queríamos hacer. La diferencia
era tan solo de aplicación. Aquella noche me dejó un buen sabor de boca, como
si hubiese dado un paso al rumbo correcto.
Pero ningún camino es color de
rosa.
Al cabo de una semana, y a
primera hora del día, se nos fue notificado el deceso de un compañero nuestro,
uno que ni siquiera iba a esa clase, pero que probablemente muchos conocíamos.
Se trataba de Heber. La mayoría de mis compañeros no parecían preocupados al
respecto, algunos inclusive se burlaron de la misma muerte en aquel entonces,
pero unos cuantos salieron del salón con cierta urgencia para ver a aquella
joven, a la cual se le caía el mundo a pedazos en ese momento. Pero yo no pude,
no había sido tan cercano, y a partir de ahí, la distancia solo aumentaría con
ella, con el grupo.
Durante un receso, tuve la
oportunidad de cruzarme con uno de los chicos del salón de música, pensando que
probablemente ellos no serían informados al respecto de aquel acontecimiento.
Era fácil de ubicarlo, usaba lentes y cabello de hongo. Sus ojos eran rasgados
y siempre parecía estar de buen humor a pesar de que insultases como tocaba la
guitarra. Su nombre era Sergio, pero todos le decían Shiru, apodo que él se
empeñó en hacer suyo desde la secundaria. Se presentaba así y con esa cara, uno
no dudaba.
Le hablé entre la gente y aún en
las escaleras compartí la perturbadora noticia con él. Mi nerviosismo me
traicionó, y en mi cara se esbozó una sonrisa algo retorcida, que causó
escepticismo en él. Pero después de un rato, su semblante fue cambiando hasta
tornar en preocupación. El golpe final lo dio algún maestro, que dio la noticia
más tarde que temprano. Esa tarde en el salón de música, se habló de la
tragedia, de la nostalgia y los instrumentos estuvieron en silencio todo el
día. Conviví con los del salón más que nunca. La mayoría eran bastante
inocentes, torpes todavía y carecían de la madurez para afrontar la muerte de
alguien cercano. Yo no era tan diferente, pero tenía que ser fuerte y sonreír
lo mejor que pudiese, por ellos. Ese día empecé a entablar verdadera amistad
con Shiru. Le comenté en algún momento que nos hacía falta un bajista y contestó
que tenía un bajo también y alguno que otro equipo relevante para lo poco o
nada que teníamos nosotros.
Hablé con Mike al respecto, pero
antes de siquiera sugerirlo, ya lo había invitado a venir. Su bajo era antiguo
y sus cuerdas eran gruesas, de un calibre que desde hacía una década no se comercializaba.
Era mejor en el bajo que en la guitarra por lo menos, pero apenas un
principiante. En aquel momento lo rechazamos por esa falta de experiencia,
pensando que podíamos encontrar a alguien mejor, y esa opción fue un chico de
mi salón llamado Gerardo Nava. Nava era un buen bajista y tenía un carisma
digno de un bajista, relajado, sonriente, silencioso y simpático. Parecía todo
correcto, hasta que dejó de asistir a los ensayos, diciendo que nos apoyaría para cualquier evento si le pasábamos lista de lo que tocásemos.
Así hicimos, confiando ciegamente en su perezosa palabra.
Durante septiembre, se celebraba
uno de los eventos más importantes de la escuela, de aquellos donde se
presentan ferias de proyectos, juegos y espectáculos ejecutados por los
estudiantes. Pregunté entonces a uno de los profesores si acaso era posible
participar con una banda. Inocentemente dijo que sí.
Al contárselo a Mike y como si no
hiciese falta explicar de más, tomó el teléfono y llamó a un par de amigos suyos de la escuela, un vocalista de nombre Damián que no era muy bueno, pero quizás mejorase,
y Eddie, quien tocaba la guitarra y otros instrumentos. Eddie era un chico
obeso y nada atractivo bajo los estándares comunes de belleza, pero su actitud…
también dejaba mucho que desear. Era soberbio, engreído y quería cambiar las
canciones como si supiese más que el compositor, pero poco o nada tenía que
decir al respecto. No era un mal chico en el fondo. Estábamos ensayando en su
casa que tenía un patio terriblemente grande, equipo de sonido perteneciente a
su padre que solía rentar, y sus habilidades con la guitarra tampoco eran
malas, pero todo en él se sentía de alguna forma… incómodo.
Empezamos bien, aprendió un par
de canciones de rock en español y una en inglés. Después no quiso volver a
tocar canciones en inglés. Veía en la música un producto y quería venderlo, aún
si eso implicaba recurrir a ritmos de cumbia. Lamentablemente, no tenía manera
de contradecirle y Mike fluyó con aquello. Los ensayos fueron jodiéndose hasta
que finalmente, solo llegábamos a comer a su casa. “Nos presentaríamos, aun así,
a pesar de todo” pensaba, mientras que también buscaba una manera de no
terminar como una banda de cumbias.
Cuando llegó el día del evento,
todos parecían bastante nerviosos respecto a lo que haríamos, llegando Mike una
hora antes de la hora acordada, y Damián poco después. Pero Eddie ni Nava
llegaban, y pasando un par de horas y llegado Eddie sin ápice de culpa por no
ser el último en llegar, tuvimos que mover nuestra presentación hasta el final,
aprovechando el tiempo para buscar a un reemplazo para el bajo, y tan buena
suerte que la escuela era grande y no faltase el que viviera cerca y pudiese ir
por su instrumento.
Cuando llegó el momento de subir
al escenario, no había más que cinco personas.
Era un público triste y Eddie
quería irse por no perder su tiempo, pero decidimos tocar, decidimos que la
primera vez tenía que ser así de patética, y que era mejor cometer los errores
aquí y ahora. La música fue terrible, el bajo nunca se escuchó, Damián se
congeló en el escenario y Eddie cambiaba de escala los solos en las canciones.
Un par de chicos de medicina, que
probablemente salían de clases, eran nuestros únicos escuchas, aprovechando lo
que apenas quedaba de ese festival moribundo. Entonces un hombre mayor subió al
escenario, y nos pidió parar. Temimos que viniese a callarnos, pero en lugar de
eso, nos pidió cantar una canción, Creep de Radiohead. No era una canción ajena
a ninguno de los presentes, así que accedimos. El hombre empezó a cantar y su
voy era melancólica, con una pronunciación adecuada a pesar del idioma y
contenía su propio estilo, pero en ese momento no sabíamos todo lo que eso
implicaba. A nuestros ojos, el viejo cantaba bien y nada más. La gente aplaudió
y con eso nos despedimos, con Damián sin ganas de volver a presentarse, y nosotros
sin ganas de que viniese de nuevo. El viejo habló sobre su pasado, que
pertenecía a una banda llamada “la mama del mono”, famosa en el estado durante
los 80’s y 90’s, pero esos no eran nuestros tiempos, y mientras sentíamos algo
mística su asistencia, también era el augurio de que la música no entiende de
nombres, y se pierden entre las décadas y las generaciones.
Nava nunca volvió a tocar con
nosotros, aunque nos prestó su bajo para unos cuantos ensayos. Al final, Shiru
se nos unió, y con uso de su extravagante instrumento de antaño, empezamos a
turnarnos la cantada, buscando quien podía desempeñarse mejor en ello. Shiru
cantaba bien los agudos, pero su voz parecía afeminada para algunas canciones, Eddie
tenía voz de niño y yo simplemente no sabía cantar. Pero Mike era bueno, y la mayor
parte del tiempo, lograba acomodarse para no perder el ritmo mientras cantaba. Había
un poco de envidia en el aire, pero nadie dijo nada en ese momento. El resto
tenía una o dos canciones para intentar, pero en el fondo sabíamos que no llenábamos
los zapatos.
Eddie, sin embargo, no era de los
que aceptaban críticas o desánimos, sugiriendo continuamente que el debía ser
el vocalista principal, pero al no recibir apoyo, decidió dejar la banda por
una que si acatase mejor sus fantasías. Perdimos el equipo de golpe, el
guitarrista era lo de menos que esos sobran. Y cuando sentimos que los ensayos
no volverían a ser buenos, Shiru abrió la boca para decir que tenía equipo
suficiente para continuar, amplificadores, cables, instrumentos, hasta un
piano. ¿Quién pensase que alguien tan novato en su instrumento tuviese tantas
cosas? Pero tiene sentido, y la gente que tiene problemas para enfocarse en algo
lo entenderá. El problema del guitarrista fue incluso más fácil, recomendando Shiru
a un amigo suyo llamado Emilio. Emilio era un rockstar en toda regla, cabello alborotado,
atractivo, simpático y consciente de su look. ¡Y tan solo tenía trece años!
Eso podía ser un problema para
tocar en ciertos lugares, pero en apariencia parecía incluso mayor que
nosotros, así que nunca se presentó el inconveniente. Su guitarra era la misma
que la mía, pero en color blanco, mientras que la mía era negra y metálico.
Algo parecía bien en sus gustos, y a pesar de preferir la distorsión, su
técnica era muy buena, mejor que la mía en ciertos aspectos, pero no había más envidia,
sino una sensación de complemento. Por haber nacido en Escocia, decidimos
apodarle Scotty, y el nombre se quedaría durante muchos años, aún
pronunciándolo de vez en cuando, cuando toca hacer distintivos entre Emilios.
Hacía falta algo importante, el
nombre de la banda. Me encantaría decir que hubo un águila devorando a una
serpiente cuando decidimos el nombre, o siquiera que fue algo discutido por los
miembros de la banda, pero fue más una conversación de absurdos con Mike
mientras caminábamos hacia la esquina de la cuadra donde vivíamos. Buscábamos
nombres al azar, seres mitológicos, nombres de comida rápida, pero el argumento
ganador fue una vulgaridad adolescente escrita al revés. Parecía gracioso en
ese momento, pero de ahí en adelante, siempre fue vergonzoso hablar de su significado.
Nuestro siguiente evento también
sería en mi universidad, en esta ocasión era una guerra de bandas. Quien no
conoce este término, se trata de un concurso donde se premia a la banda
ganadora, en este caso era un kit de la escuela que poco o nada podía importar.
Pero uno quiere ganar, sin importar que.
Ese era nuestro pensamiento, y
aprovechando las vacaciones de invierno, nos citábamos en la casa de cada uno
(a excepción de la casa de Emilio, vivía a las afueras de la ciudad) dos veces
por semana, a fin de no provocar la cólera de los vecinos tan seguido. Mike y
yo éramos vecinos, pero solíamos ensayar en casa de su abuela, ya que tenía un
patio de buen tamaño que daba a una laguna. Mi casa era el lugar más recurrente
al principio, pero después de que un vecino vino a reclamar, pocas ganas nos
quedaron de seguir ocupándolo. Al final, la casa de Sergio tenía un buen garaje,
con el único detalle de que estaba muchas veces lleno de excremento y orines de
sus perros. El aroma era lo de menos, pero más de una vez nos resbalamos. No sé
en que momento empezamos a dedicarnos a sacar canciones de los Arctic Monkeys,
pero todos parecían compartir el gusto, eran canciones excelentes para lo que
teníamos, nada de teclados o sintetizadores, nada de efectos a la voz, solo un
poco de distorsión y cuatro instrumentos luciéndose de vez en vez.
Esas vacaciones, rebosaba de
confianza, y eso se vio reflejado en mis conversaciones con Anna, cada día más
frecuentes. No era una chica que uno llamara bonita, fuera de unos ojos
grandes, un cabello estilizado y unas piernas largas, carecía de gracia para
el lívido de un puberto de preparatoria que había crecido en el morbo, pero el desespero de esa misma pubertad
me obligó a hallar encanto entre sus delgados dedos y su sonrisa metálica por
los Brackets. Me le declaré un catorce de febrero
con la originalidad de un idiota y di mi primer beso (al menos el primero con
sentimientos de por medio), un intento torpe que se sintió como el roce de una
hoja de papel ante sus labios y los míos, tan finos que se perdían entre nuestras
mejillas. Lo primero que hice al despedirme fue hablarle a Mike afuera del cine
para darle la noticia. Obviamente se rio de mí, pero compartió ese momento
conmigo y eso era lo único importante, porque para amigos hay de todo tipo,
pero muy pocos al final.
El evento tuvo lugar el veintisiete de Febrero
y se presentaron más bandas al final de las que se esperaban, pasando de seis a catorce en un lapso de dos semanas. La primera banda era una llamada Cherry Bomb, la
banda de chicas donde una compañera de generación lanzaba alaridos al micrófono
simulando cantar, mientras que el resto tocaba decente, tratando de no voltear
a ver al público ni a su lunática vocalista. Las siguientes fueron bandas de
metalcore, practicando un screaming que bien pudiese romper el tímpano de los oyentes
y dejar el concurso entre las primeras dos o tres bandas, pero los tímpanos resistieron
y las bandas siguieron subiendo. Éramos los quintos en la primera lista, pero
en esta nueva… ¡No estábamos en la lista nueva!
Hablamos, con el staff, los
organizadores y hasta con los profesores para recuperar nuestro lugar, pero lo
mejor que conseguimos fue un lugar después de la séptima banda que tras la
intervención de un imbécil organizador, se volvió hasta la novena, cuando nos
metimos por la fuerza y aún así, amenazados de solo poder tocar tres canciones.
Tocamos música ligera, brainstorm y leave
before the lights come on. Pero el público era bueno y no quisimos echar
a la borda la buena racha, desobedeciendo la restricción absurda y tocando una
cuarta canción, Mardy Bum, canciones que bien casi nadie conocía, que bien
pudieron pasar como propias, y bien eso pudo haber sido digno de sus aplausos.
Ese día supe que se podía ser feliz rodeado de personas, y que tan solo me
había estado rodeando de la gente equivocada. Anna me recibió bajando del
escenario con abrazos y besos, la vida era dulce a los diecisiete años.
Ese fue la primera presentación
de The Oxes.
No ganamos el concurso, ganó Cherry
Bomb, pero ¿quién lo diría? ¡Al final no importó ganar!