jueves, 1 de diciembre de 2022

Sábado de cacería.

 Durante el fin de semana, Abigail suele ir a la plaza a tomar su café por las mañanas. Desde hace dos años, se tornó en su ritual de cacería, pues Abigail sigue en busca de su hombre soñado, un escenario idílico donde tuviese que compartir mesa con un hombre apuesto de acuerdo a las tendencias de los canales de moda, unos ojos que le miren y se esquiven, hasta hallarse nuevamente a mitad del café, diciéndole que bien le van esos colgantes y como su cabello corto resalta su cuello largo.

A Abigail le encanta fantasear, pero sabe que es posible. Su prima dice haber conocido así a su marido. Desde entonces que Abigail demora tres horas arreglándose para ir por su café de la mañana. Toma el tren a las nueve y a las diez llega al otro lado de la ciudad, aún despampanante, sin rastro del sudor debajo de capas y capas de lociones costosas que aún no termina de pagar. Pero al hombre del café no le importarán sus deudas, ni tampoco que le falte un trabajo estable. Ella vende sus bolsas de diseñador que apenas usa un mes, y así logra aguantar una semana más, a expensas de las notificaciones del banco y hacienda.

Abigail llega a la plaza y desde la puerta, todos los hombres voltean a verle con su caminar de pasarela, su escote puntual y su mini falda que deja ver un par de piernas diamantinas trabajadas dos horas diarias en el gimnasio y una más con la navaja. Sus pies están siempre arreglados y siempre combinan con el color de los zapatos, los cuales separan por mínimo diez centímetros su talón del suelo.

Abigail no cree ser interesada. Si lo fuera, simplemente iría con alguno de esos hombres babeando y que llevasen un vestir caro y perfil griego. De esos ha visto dos el día de hoy, pero ninguno de ellos ha entrado al café, ni ha decidido compartir la mesa con ella. Abigail pide su café con esplenda y leche de almendras, y también pide crema batida y chochitos de chocolate. Para acompañar suele pedir un muffin, o un pedazo de panque. Es su gustito tras la semana de dieta, sabiendo que el hombre de sus sueños no llegará mientras ella come su segundo atún del día.

Abigail se sienta con glamour, simulando ver su teléfono, cuando en realidad esta buscando a su presa, a su príncipe encantador, y realiza cálculos de las mesas vacías y los mejores lugares donde sentarse. Ante su análisis, el mejor lugar es ese de sillas altas que está a un costado de la caja. La iluminación le favorece, y también la altura, con tal no se den cuenta que mide poco menos de 1.60m.

Un hombre entra al bar con gafas de sol. Su barba está un poco descuidada, pero nada con lo que no pueda trabajar. Le parece un poco anticuado, y lleva bastón, inventándose que quizás sea un jugador de futbol retirado que de a poco lleva su rehabilitación. Ni idea de para quien podría jugar, porque ella de futbol no sabe nada, pero de hombres es capaz de medir su estatura y figurarse su condición con tan solo un vistazo. Es una habilidad adquirida después de tantos años de tantear el tamaño del mostrador y los carteles, lo otro es más por experiencias personales. Abigail ha tomado tantos hombres como cafés en otros días, pero ninguno ha merecido ese lugar al lado de su chimenea. Abigail voltea y disimula. Sabe que los hombres presienten las miradas, y no quiere arruinar su cacería. Él debe de venir solo y de ahí sabrá si la presa es buena.

Pasado un par de minutos, ocurre su primera fantasía, y el hombre se acerca y pregunta aún con lentes de sol si está ocupada la silla. Abigail contesta que no, y el hombre se sienta justo frente a ella. Al instante, Abigail se estira, y adopta una postura que oculte lo marchito en su sonrisa, su escote resalta cuando aprieta entre sus manos el café, e incluso para comer adopta un porte que se vuelve un deleite ver. Pero él la tiene en frente y no se inmuta, no muestras signos de interés, con la mirada impermutable, como si ella no estuviera ahí.

Ella le mira fijamente, y después de un rato, se va con su vaso hasta la entrada, admitiendo el día de hoy su derrota. Ahí ve a un perro moviendo la cola, amarrado fuera de la cafetería y siente como el animal celebra que su dueño no ha sido tomado.

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