miércoles, 16 de noviembre de 2022

Los días mejores 1

 Son las cinco de la mañana, hora de levantarse. Es lo que pasa cuando quieres cambiar de aires e ir a una de las escuelas mas populares de la ciudad, que se encuentra al otro extremo de la misma. Pero la escuela es popular, la gente ahí también, pero eso no me hace popular a mí. Había tenido un buen comienzo, no sé que pudo haber salido mal. Quizás fue aquella vez que no quise fugarme con ellos de la escuela para ir a la playa en un martes de Sol veraniego; pudo haber sido aquella ocasión que quise llevarme pesado y metí a la madre de uno de ellos en mi boca y la sacó de ella con la misma rapidez, a punto de una bofetada. Al final, creo que uno no puede fingir lo que no es. Yo no era un niño rico y consentido como ellos, que apenas con quince años salían a tomar, fumar y fornicar. “Eso último no hubiera estado mal” pensé más de una vez, pero hablaba el instinto en mí nada más. La verdad es que, si hubiera estado en la oportunidad, hubiera sentido mi primera vez como algo digno de desechar de mi memoria.

Yo era un becado, un chico listo, de mirada seria y que no sabía cómo sonreír mejor que una cabra. ¿Qué podía esperar? Aunque tampoco es que fuese un caso perdido. Iba al gimnasio, tocaba guitarra, “eso se supone que llama la atención”, pero solo eran parte de algo incompleto. Quien no habla no llama la atención, quien no sonríe no gana la simpatía de nadie, pero eso nadie me lo había dicho, y si lo hizo no me dijo el por qué era importante.

Los primeros dos años de la preparatoria pasaron inadvertidos. Cuando me vine a enterar, seguía solo, juntándome ocasionalmente con los raritos del salón, pero incluso ellos me parecían gente normal, amargada, despectiva, voyerista y crítica de los actos del pequeño mundo que veían día con día. Uno de ellos, mi mejor amigo en ese entonces, era un tipo que apenas y llegaba a clases y solía endulzarme el oído para pasarle las tareas. Dos años más tarde, habría de pedirme dinero y nunca más volví a saber de él. Escoria. Pero si ese era mi mejor amigo, quizás era algo que merecía. La vida me tenía amargado, los compañeros me atosigaban y las mujeres me obsequiaban miradas de desprecio, como esa que uno suele dar a un mesero que le ha tomado mal la orden.

En ese semestre empecé a salir un poco más tarde, teniendo que esperar un par de horas en la escuela para evitar el tráfico de la hora pico. Solía pasar el tiempo en la biblioteca leyendo un libro de cocteles, pero ¿Qué iba a saber yo de eso? Ni siquiera tomaba en ese entonces. Un día, sin embargo, la biblioteca se encontraba cerrada debido a una remodelación, por lo que simplemente empecé a vagar por los pasillos de la escuela. A esa hora, había muchos clubes teniendo sus actividades, pero nunca había tenido interés por checarlos. Odiaba mi vida escolar, lo único que quería al salir era volver a casa y encerrarme nuevamente en mi habitación.

Pasé por el club de futbol americano, el de dibujo, el de matemáticas y dejé lo mejor para el final, el de canto y el de guitarra. El primero estaba casi vacío, con un profesor bastante anciano que aún conservaba lo necesario para servir de ejemplo, pero no parecía muy bueno explicando. El de guitarra era un poco de lo mismo, solo que, en este, había cerca de diez estudiantes, todos novatos, probablemente de primer año, con excepción de uno con él que asistía a clases de inglés. Debido al calor, entré sin la camisa del uniforme, quedándome con una playera sin mangas blanca en una esquina del salón. Trataba de escuchar lo que tocaban, cada uno intentaba sacar algo distinto y el profesor, algo resignado, se limitaba únicamente a esperar que alguien solicitase apoyo.

Entre los jóvenes aprendices, logré identificar una canción sencilla y algo popular de hace un par de años. Nunca la había intentado sacar, pero bastó ver la posición de los acordes que hacía el chico para aprenderla. Apenas sabiendo esto, fui hacia él y le pedí prestada la guitarra, exhibiéndome y a mi ego en frente de esos chicos que se amontonaban alrededor sorprendidos. Aquel chico de mi generación, llamado Heber, se sorprendió por mi técnica y amistosamente empezó a marcarme ritmo para improvisar algún requinto. Seguí luciéndome y toqué un par de canciones más, a lo que el profesor intervino, solicitándome que me uniese al club, así como también, invitándome a un evento que tendrían en un par de días.

No fui, y tampoco me uní al club, pero si llegué alguno que otro día a verlos y darles algún consejo ocasional. Era agradable recibir esa atención. Empecé a hacerme un poco más cercano a Heber, uniéndome a grupos de trabajo con él y logrando incluirme un poco más con su forma de ser tan relajada y algo boba. Su novia también iba en la misma clase de inglés. Era una chica de cara cansada y algo irritable, pero parecía congeniar con él justamente por eso.  No crucé palabra con ella más que una o dos veces, pero Heber tenía esa facilidad de hacer sentir a todos cómodos a su alrededor, aún a los mas engreídos, los irritables o los rechazados. Agradecí que, a pesar de solo ser una hora al día, podía convivir más con ese grupo, con cierta intención oculta, pudiendo acercarme de a poco a muchas de las chicas más lindas de la generación, Penélope con su look rebelde y cabello rizado, Diana que era la chica más pequeña y fuerte que había conocido, Pernille la chica de intercambio de Europa, Maryleen bonitas piernas, Mariana los ojos del universo, Paola la bella genio, Anna la de looks peligrosos.

Aquellas horas después de clases empezaron a ser un poco más amenas.

En mi casa poco o nada había cambiado. Al no tener muchas amistades, solía pasar los fines de semana en casa, enclaustrado sacando canciones nuevas o viendo alguna serie que casi nadie conocía. Me gustaba sentirme diferente al resto, pero tan solo era un idiota que no quería encajar. Esa condición no era del agrado de mis padres, quienes me sobre protegieron tanto durante la infancia y ahora no sabían que hacer para sacarme de mi habitación. Una de sus brillantes ideas, fue la de juntarme con los vecinos que se reunían los viernes en la iglesia a tomar pláticas para los jóvenes. No solo era absurdo dada mi ausencia de pertenencia a un grupo religioso, sino que también porque se trataba de personas similares a la gente de mi salón, es decir borrachines que caían en la depravación con facilidad. A pesar de eso, parecían divertirse con mi personalidad algo cohibida, como aquel que gusta de corromper las cosas tiernas del mundo, pero poco a poco se percataron que solo era apático y pasé a formar parte del grupo como un comodín, un espectador. Hacía ya un año que los veía ocasionalmente en la casa de enfrente, pero no había nadie que pudiese considerar ni de cerca un amigo.

Luego estaba Mike.

Mike no era mejor que ellos, un chico mujeriego, algo entregado a la bebida, mentiroso, pesado, y sin embargo, con todo para causar simpatía general. Lo conocí un poco después que el resto, preguntándome si acaso yo tocaba la guitarra.

“Yo toco la batería, hay que sacar algo”, pero eso era una mentira. A medias. No tenía batería y tiempo después me enteraría que era bueno con los ritmos, a pesar de que solo había practicado con lápices durante clases.

Salimos un par de veces, antros, fiestas, esa clase de cosas que él disfrutaba y donde yo simplemente no sabía que hacer. Ahí tomé mis primeras cervezas, y recibí mi primer castigo en casa por culpa de una chica que tiró poco de su cerveza encima de mí y me hizo oler a borrachín.

Un día sin avisar tocó el timbre de mi casa para decirme que ya había comprado una batería. No lo pensé mucho y me fui con amplificador y guitarra en mano. Ensayamos en su sala, un lugar cerrado y pequeño con acústica viciada. No sabíamos que tocar, solo decíamos nombre al aire y la que conociéramos era la siguiente en la lista. Pasadas dos horas, salí de ahí con los oídos zumbando, pero tan emocionado como nunca. Me pidió escuchar y aprenderme una canción de una banda llamada Arctic Monkeys. En mi vida los había escuchado, pero siendo solo una petición les di una oportunidad. Admito la canción no fue mucho de mi agrado en primer lugar, demasiado alegre para lo que solía escuchar.

No quisiera hablar mucho sobre redes sociales en esta redacción, pero en ese entonces, existía algo llamado Messenger, que era un chat en línea donde podías compartir la canción que escuchabas en ese momento. Justo mientras practicaba aquella canción, había solicitado información sobre un proyecto del trabajo de inglés a Anna. Ella, al ver que “conocía” a aquella banda que apenas daba sus primeros pasos fuera de Inglaterra, quedó prendida en una conversación sobre gustos musicales, películas y demás. Anna era una buena chica, de esas que casi no existían en ese entonces y ahora están al borde de la extinción. Era como yo hasta cierto punto, ambos perdidos en un mundo que no alcanzaba a comprender lo que queríamos hacer. La diferencia era tan solo de aplicación. Aquella noche me dejó un buen sabor de boca, como si hubiese dado un paso al rumbo correcto.

Pero ningún camino es color de rosa.

Al cabo de una semana, y a primera hora del día, se nos fue notificado el deceso de un compañero nuestro, uno que ni siquiera iba a esa clase, pero que probablemente muchos conocíamos. Se trataba de Heber. La mayoría de mis compañeros no parecían preocupados al respecto, algunos inclusive se burlaron de la misma muerte en aquel entonces, pero unos cuantos salieron del salón con cierta urgencia para ver a aquella joven, a la cual se le caía el mundo a pedazos en ese momento. Pero yo no pude, no había sido tan cercano, y a partir de ahí, la distancia solo aumentaría con ella, con el grupo.

Durante un receso, tuve la oportunidad de cruzarme con uno de los chicos del salón de música, pensando que probablemente ellos no serían informados al respecto de aquel acontecimiento. Era fácil de ubicarlo, usaba lentes y cabello de hongo. Sus ojos eran rasgados y siempre parecía estar de buen humor a pesar de que insultases como tocaba la guitarra. Su nombre era Sergio, pero todos le decían Shiru, apodo que él se empeñó en hacer suyo desde la secundaria. Se presentaba así y con esa cara, uno no dudaba.

Le hablé entre la gente y aún en las escaleras compartí la perturbadora noticia con él. Mi nerviosismo me traicionó, y en mi cara se esbozó una sonrisa algo retorcida, que causó escepticismo en él. Pero después de un rato, su semblante fue cambiando hasta tornar en preocupación. El golpe final lo dio algún maestro, que dio la noticia más tarde que temprano. Esa tarde en el salón de música, se habló de la tragedia, de la nostalgia y los instrumentos estuvieron en silencio todo el día. Conviví con los del salón más que nunca. La mayoría eran bastante inocentes, torpes todavía y carecían de la madurez para afrontar la muerte de alguien cercano. Yo no era tan diferente, pero tenía que ser fuerte y sonreír lo mejor que pudiese, por ellos. Ese día empecé a entablar verdadera amistad con Shiru. Le comenté en algún momento que nos hacía falta un bajista y contestó que tenía un bajo también y alguno que otro equipo relevante para lo poco o nada que teníamos nosotros.

Hablé con Mike al respecto, pero antes de siquiera sugerirlo, ya lo había invitado a venir. Su bajo era antiguo y sus cuerdas eran gruesas, de un calibre que desde hacía una década no se comercializaba. Era mejor en el bajo que en la guitarra por lo menos, pero apenas un principiante. En aquel momento lo rechazamos por esa falta de experiencia, pensando que podíamos encontrar a alguien mejor, y esa opción fue un chico de mi salón llamado Gerardo Nava. Nava era un buen bajista y tenía un carisma digno de un bajista, relajado, sonriente, silencioso y simpático. Parecía todo correcto, hasta que dejó de asistir a los ensayos, diciendo que nos apoyaría para cualquier evento si le pasábamos lista de lo que tocásemos. Así hicimos, confiando ciegamente en su perezosa palabra.

Durante septiembre, se celebraba uno de los eventos más importantes de la escuela, de aquellos donde se presentan ferias de proyectos, juegos y espectáculos ejecutados por los estudiantes. Pregunté entonces a uno de los profesores si acaso era posible participar con una banda. Inocentemente dijo que sí.

Al contárselo a Mike y como si no hiciese falta explicar de más, tomó el teléfono y llamó a un par de amigos suyos de la escuela, un vocalista de nombre Damián que no era muy bueno, pero quizás mejorase, y Eddie, quien tocaba la guitarra y otros instrumentos. Eddie era un chico obeso y nada atractivo bajo los estándares comunes de belleza, pero su actitud… también dejaba mucho que desear. Era soberbio, engreído y quería cambiar las canciones como si supiese más que el compositor, pero poco o nada tenía que decir al respecto. No era un mal chico en el fondo. Estábamos ensayando en su casa que tenía un patio terriblemente grande, equipo de sonido perteneciente a su padre que solía rentar, y sus habilidades con la guitarra tampoco eran malas, pero todo en él se sentía de alguna forma… incómodo.

Empezamos bien, aprendió un par de canciones de rock en español y una en inglés. Después no quiso volver a tocar canciones en inglés. Veía en la música un producto y quería venderlo, aún si eso implicaba recurrir a ritmos de cumbia. Lamentablemente, no tenía manera de contradecirle y Mike fluyó con aquello. Los ensayos fueron jodiéndose hasta que finalmente, solo llegábamos a comer a su casa. “Nos presentaríamos, aun así, a pesar de todo” pensaba, mientras que también buscaba una manera de no terminar como una banda de cumbias.

Cuando llegó el día del evento, todos parecían bastante nerviosos respecto a lo que haríamos, llegando Mike una hora antes de la hora acordada, y Damián poco después. Pero Eddie ni Nava llegaban, y pasando un par de horas y llegado Eddie sin ápice de culpa por no ser el último en llegar, tuvimos que mover nuestra presentación hasta el final, aprovechando el tiempo para buscar a un reemplazo para el bajo, y tan buena suerte que la escuela era grande y no faltase el que viviera cerca y pudiese ir por su instrumento.

Cuando llegó el momento de subir al escenario, no había más que cinco personas.

Era un público triste y Eddie quería irse por no perder su tiempo, pero decidimos tocar, decidimos que la primera vez tenía que ser así de patética, y que era mejor cometer los errores aquí y ahora. La música fue terrible, el bajo nunca se escuchó, Damián se congeló en el escenario y Eddie cambiaba de escala los solos en las canciones.

Un par de chicos de medicina, que probablemente salían de clases, eran nuestros únicos escuchas, aprovechando lo que apenas quedaba de ese festival moribundo. Entonces un hombre mayor subió al escenario, y nos pidió parar. Temimos que viniese a callarnos, pero en lugar de eso, nos pidió cantar una canción, Creep de Radiohead. No era una canción ajena a ninguno de los presentes, así que accedimos. El hombre empezó a cantar y su voy era melancólica, con una pronunciación adecuada a pesar del idioma y contenía su propio estilo, pero en ese momento no sabíamos todo lo que eso implicaba. A nuestros ojos, el viejo cantaba bien y nada más. La gente aplaudió y con eso nos despedimos, con Damián sin ganas de volver a presentarse, y nosotros sin ganas de que viniese de nuevo. El viejo habló sobre su pasado, que pertenecía a una banda llamada “la mama del mono”, famosa en el estado durante los 80’s y 90’s, pero esos no eran nuestros tiempos, y mientras sentíamos algo mística su asistencia, también era el augurio de que la música no entiende de nombres, y se pierden entre las décadas y las generaciones.

Nava nunca volvió a tocar con nosotros, aunque nos prestó su bajo para unos cuantos ensayos. Al final, Shiru se nos unió, y con uso de su extravagante instrumento de antaño, empezamos a turnarnos la cantada, buscando quien podía desempeñarse mejor en ello. Shiru cantaba bien los agudos, pero su voz parecía afeminada para algunas canciones, Eddie tenía voz de niño y yo simplemente no sabía cantar. Pero Mike era bueno, y la mayor parte del tiempo, lograba acomodarse para no perder el ritmo mientras cantaba. Había un poco de envidia en el aire, pero nadie dijo nada en ese momento. El resto tenía una o dos canciones para intentar, pero en el fondo sabíamos que no llenábamos los zapatos.

Eddie, sin embargo, no era de los que aceptaban críticas o desánimos, sugiriendo continuamente que el debía ser el vocalista principal, pero al no recibir apoyo, decidió dejar la banda por una que si acatase mejor sus fantasías. Perdimos el equipo de golpe, el guitarrista era lo de menos que esos sobran. Y cuando sentimos que los ensayos no volverían a ser buenos, Shiru abrió la boca para decir que tenía equipo suficiente para continuar, amplificadores, cables, instrumentos, hasta un piano. ¿Quién pensase que alguien tan novato en su instrumento tuviese tantas cosas? Pero tiene sentido, y la gente que tiene problemas para enfocarse en algo lo entenderá. El problema del guitarrista fue incluso más fácil, recomendando Shiru a un amigo suyo llamado Emilio. Emilio era un rockstar en toda regla, cabello alborotado, atractivo, simpático y consciente de su look. ¡Y tan solo tenía trece años!

Eso podía ser un problema para tocar en ciertos lugares, pero en apariencia parecía incluso mayor que nosotros, así que nunca se presentó el inconveniente. Su guitarra era la misma que la mía, pero en color blanco, mientras que la mía era negra y metálico. Algo parecía bien en sus gustos, y a pesar de preferir la distorsión, su técnica era muy buena, mejor que la mía en ciertos aspectos, pero no había más envidia, sino una sensación de complemento. Por haber nacido en Escocia, decidimos apodarle Scotty, y el nombre se quedaría durante muchos años, aún pronunciándolo de vez en cuando, cuando toca hacer distintivos entre Emilios.

Hacía falta algo importante, el nombre de la banda. Me encantaría decir que hubo un águila devorando a una serpiente cuando decidimos el nombre, o siquiera que fue algo discutido por los miembros de la banda, pero fue más una conversación de absurdos con Mike mientras caminábamos hacia la esquina de la cuadra donde vivíamos. Buscábamos nombres al azar, seres mitológicos, nombres de comida rápida, pero el argumento ganador fue una vulgaridad adolescente escrita al revés. Parecía gracioso en ese momento, pero de ahí en adelante, siempre fue vergonzoso hablar de su significado.

Nuestro siguiente evento también sería en mi universidad, en esta ocasión era una guerra de bandas. Quien no conoce este término, se trata de un concurso donde se premia a la banda ganadora, en este caso era un kit de la escuela que poco o nada podía importar. Pero uno quiere ganar, sin importar que.

Ese era nuestro pensamiento, y aprovechando las vacaciones de invierno, nos citábamos en la casa de cada uno (a excepción de la casa de Emilio, vivía a las afueras de la ciudad) dos veces por semana, a fin de no provocar la cólera de los vecinos tan seguido. Mike y yo éramos vecinos, pero solíamos ensayar en casa de su abuela, ya que tenía un patio de buen tamaño que daba a una laguna. Mi casa era el lugar más recurrente al principio, pero después de que un vecino vino a reclamar, pocas ganas nos quedaron de seguir ocupándolo. Al final, la casa de Sergio tenía un buen garaje, con el único detalle de que estaba muchas veces lleno de excremento y orines de sus perros. El aroma era lo de menos, pero más de una vez nos resbalamos. No sé en que momento empezamos a dedicarnos a sacar canciones de los Arctic Monkeys, pero todos parecían compartir el gusto, eran canciones excelentes para lo que teníamos, nada de teclados o sintetizadores, nada de efectos a la voz, solo un poco de distorsión y cuatro instrumentos luciéndose de vez en vez.

Esas vacaciones, rebosaba de confianza, y eso se vio reflejado en mis conversaciones con Anna, cada día más frecuentes. No era una chica que uno llamara bonita, fuera de unos ojos grandes, un cabello estilizado y unas piernas largas, carecía de gracia para el lívido de un puberto de preparatoria que había crecido en el morbo, pero el desespero de esa misma pubertad me obligó a hallar encanto entre sus delgados dedos y su sonrisa metálica por los Brackets.  Me le declaré un catorce de febrero con la originalidad de un idiota y di mi primer beso (al menos el primero con sentimientos de por medio), un intento torpe que se sintió como el roce de una hoja de papel ante sus labios y los míos, tan finos que se perdían entre nuestras mejillas. Lo primero que hice al despedirme fue hablarle a Mike afuera del cine para darle la noticia. Obviamente se rio de mí, pero compartió ese momento conmigo y eso era lo único importante, porque para amigos hay de todo tipo, pero muy pocos al final.

El evento tuvo lugar el veintisiete de Febrero y se presentaron más bandas al final de las que se esperaban, pasando de seis a catorce en un lapso de dos semanas. La primera banda era una llamada Cherry Bomb, la banda de chicas donde una compañera de generación lanzaba alaridos al micrófono simulando cantar, mientras que el resto tocaba decente, tratando de no voltear a ver al público ni a su lunática vocalista. Las siguientes fueron bandas de metalcore, practicando un screaming que bien pudiese romper el tímpano de los oyentes y dejar el concurso entre las primeras dos o tres bandas, pero los tímpanos resistieron y las bandas siguieron subiendo. Éramos los quintos en la primera lista, pero en esta nueva… ¡No estábamos en la lista nueva!

Hablamos, con el staff, los organizadores y hasta con los profesores para recuperar nuestro lugar, pero lo mejor que conseguimos fue un lugar después de la séptima banda que tras la intervención de un imbécil organizador, se volvió hasta la novena, cuando nos metimos por la fuerza y aún así, amenazados de solo poder tocar tres canciones.

Tocamos música ligera, brainstorm y leave before the lights come on. Pero el público era bueno y no quisimos echar a la borda la buena racha, desobedeciendo la restricción absurda y tocando una cuarta canción, Mardy Bum, canciones que bien casi nadie conocía, que bien pudieron pasar como propias, y bien eso pudo haber sido digno de sus aplausos. Ese día supe que se podía ser feliz rodeado de personas, y que tan solo me había estado rodeando de la gente equivocada. Anna me recibió bajando del escenario con abrazos y besos, la vida era dulce a los diecisiete años.

Ese fue la primera presentación de The Oxes.

No ganamos el concurso, ganó Cherry Bomb, pero ¿quién lo diría? ¡Al final no importó ganar!



No hay comentarios:

Publicar un comentario