viernes, 25 de noviembre de 2022

Agrio y Dublín

 Veo a un hombre algo nervioso en la esquina del bar. Ha pedido dos Negronis y un Whisky Sour, pero sigue consumido por una ansiedad casi tangible. A primera vista, era el tipo de nerviosismo de un hombre que esperaba a una mujer, como su primera cita, pero al mirar con más detenimiento, se entendía que no era el caso. La ropa era formal, pero nada elegante, y las ojeras embolsadas y las marcas en la piel no pertenecían a un hombre joven. Diría que unos treinta años, pero igual hay de todo. El negroni siempre me ha parecido una bebida sobrevalorada, ideal para un tipo de circunstancias casi imposibles, o para una clase de hombres que solo existen en su propia imaginación. Pero aquel hombre no parecía caer a los desencantos de la imaginación, sino que padecía de algo más trágico: un gusto adquirido.

Mi vista se despegó de aquel miserable espécimen cuando entró a mi bar un hombre bien parecido y de porte juvenil. Si acaso un maniquí llevase su ropa no podría hacerla lucir mejor. Es el tipo de hombre que vuelve locas a las mujeres, cargando siempre una sonrisa desenfundada y un paso que invita a acercarse. Entra y se dirige a aquel rincón, y resulta ser la persona que el hombre inquieto esperaba, el cual sonríe y lo abraza como aquel que recibe a un viejo amigo. El recién llegado decide no sentarse, y empieza a hacer señas que no logro distinguir.

Ahora entiendo, le ha pedido que se muevan a la barra. Aquí están justo frente a mí, ojalá no esperen un espectáculo de malabarismo que no son mi especialidad. En contra de mis expectativas, el recién llegado pide un mojito y su compañero un Tom Collins, probablemente pensando en algo disfrutable para una conversación larga. Lo curioso de esas dos bebidas, es que comparten un mismo concepto, son bebidas gasificadas servidas en baso collins, con jugo de limón y jarabe natural. Sin embargo, la hierbabuena vuelve más fresco al Mojito y desaparece el rastro del ron, por eso es que se usa ron blanco, que no tiene nada de especial y es barato. Mientras tanto, en el Tom Collins, todavía se tiene rastro del gin, ese toque a enebro y a veces botánicos, y a veces naranja. Por eso se toma su tiempo, para percibir todo aquello tan minúsculo.

Uno no está aquí para escuchar las conversaciones de los clientes, pero aún sin quererlo empecé a escuchar lugares lejanos, Bruselas, Toledo, Ámsterdam, parecía que no solo era un hombre apuesto, pero también exitoso. En cambio, el otro parecía simplemente escuchar y solo realizaba una pregunta ocasional si acaso. Tenía un tic nervioso en la mano, algo común en los fumadores, y sin demorar un minuto, salió del establecimiento a realizar tal acto.

El que se quedó hizo una seña y pidió un Dublín Spider en Highball, algo que me hizo recurrir al libro, pero no era nada complicado en realidad, solo Ginger Ale con Whiskey irlandés y angostura, solo otra bebida refrescante que poco deja de espíritu. Lo empiezo a servir en frente suyo, y como si lo hubiese preguntado, empieza a hablar.

-Ese chico de allá afuera fue uno de mis mejores amigos durante la secundaria. Él ya estaba en preparatoria en ese entonces, pero teníamos una banda. Diablos, éramos terribles, pero todos aquí lo eran. En ese sentido, teníamos buen sonido, y la química fue la mejor de todas las bandas donde estuve.

- ¿Se dedica aún a la música entonces?

-Para nada. Me ocupo en política internacional, estoy en proceso de convertirme en embajador de la ONU, o al menos a eso es lo que apunto. La verdad, nunca creí que fuera algo tan solitario este camino. -Mirándolo de cerca, podía notar que sus manos eran grandes y expresivas, haciendo ademanes constantemente, quizás por el hábito de su profesión.

-Me imagino viaja mucho.

-Eso también, la gente es amable a casi todo lugar que yo voy, pero desde que la conozco me hago a la idea de que quizás no la volveré a ver jamás, con pequeñas excepciones de trabajo, pero esos son usualmente los que quisiera no volver a ver. -Suelta una risa algo falsa pero encantadora, podría ser actor si bien quisiera. -Las primeras veces que volvía a casa, me dirigía a visitar mis viejos amigos, incluso antes que mis familiares, pero lo que no había previsto es que la gente a mi alrededor parece no tomar a bien mi triunfo. Algunos truncaron sus sueños por tener familia, otros siguen en el primer trabajo que se les cruzó y se olvidaron de poder hacer más. También le he prestado dinero a uno que otro, ninguno ha vuelto a contestar mis llamadas. Me temo que él es igual…

-No quisiera ser entrometido, pero, creo que eso pasa más de lo que piensas.

- ¿Usted también entonces? ¿De dónde vienes amigo?

-Nací en esta ciudad, y he vivido casi toda mi vida aquí.

El chico se me quedó viendo algo confundido, como si hubiese perdido el hilo de la conversa, o si no hubiera entendido nada de sus achaques.

-Este horario es algo terrible para verse con los amigos, no recuerdo la última vez que tuve una pareja, y ciertamente puedo contar a la gente importante con una mano. Y me sobran dedos.

-Diablos, la vida de un bartender es solitaria. -Dijo aquel hombre incrédulo, quien volteaba a ver cada que abría la puerta, esperando a que entrase su acompañante con cierta impaciencia, como de quien tiene que irse ya.

Perdí el interés en la conversación, y parece que él también, porque pagó lo de ambos cansado de esperar, y se fue tomando el rumbo hacia el estacionamiento, donde probablemente le esperaba un deportivo y una caseta de cobro.

Al cabo de un par de minutos, el otro hombre volvió al bar, parecía extrañamente más tranquilo y su cara incluso lucía rejuvenecida. Recién se sentó, me preguntó por el otro chico, pero le comenté que tenía prisa y tuvo que irse, también que había pagado sus tragos, incluso los primeros. Su cara muestra vergüenza, y durante un momento olvido la acusación de su prejuicioso acompañante, si acaso este hombre mostró envidia alguna vez por su compañero.

-Es una lástima, tenía casi diez años que no lo veía. Al menos pude percatarme de que le iba bien.

“Otro ingenuo” pensé.

-Demoré porque recibí una llamada de mi madre. La operación ha salido bien, quizás debería irme ya, solo espero que no le moleste el aliento alcohólico. -Sus manos siguen inquietas, pero ya no nerviosas. Quizás así es siempre.

- ¿Seguro que está en condiciones para conducir?

-No se preocupe, no manejo. -Me dijo con una sonrisa, como quien tuviese resuelta la vida, aunque tuviese que esperar un taxi, dirigirse a un hospital un sábado por la noche, y perder a otro amigo.

Entonces, recordé el Whisky Sour, whisky agrio, una bebida con jarabe y limón, donde el toque a clara de huevo puede espantar a más de uno. Vaya, que incluso el aroma puede resultar desagradable, pero la textura y el paso por la garganta, se vuelve tal cual terciopelo. Cada quien sus gustos.

Un tercer hombre hace una seña, después se desploma sobre la mesa y tumba su botella, pero yo no volví a ver a aquel hombre agrio ni a su amigo Dublín jamás.

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