jueves, 10 de noviembre de 2022

La última palabra.

Como sucumba a los jumentos y los enebros de este indispuesto licor, que bien a veces son lo mismo y otras tantas son el fin y salvación de aquello cuando osase mirar ese rostro impasible y desprovisto de errores, puede hoy te evocase entre letras, néctar al veneno que brindase valor y encanto para estos ojos perdidos hace tiempo, desde aquel momento donde maldijeron y veneraron el clavarse por primera vez en ti, en el mar infinito y el cielo aún mayor, en el abismo que perforó mis cuencas hasta tocar mi júbilo y el desespero de mis latidos.

Condenada mi vista, y pensamiento, dolidas las noches desde que no concibo dormir sin el sustento de la compañía, como no fuese la del recuerdo que se posa sobre el hombro frío en son de tacto o verso. Paso lista entre los sueños de mujeres que producen poesía entre sus vocales y dedos, a sabiendas que de tocar mi pecho manso, hubiesen para mí encantado y borrado para siempre aquellos besos que nunca diste y que no existirán más que en el exceso de ginebra, marrasquino y cartuja. Leo cada nombre como si fuera una joya, y tan preciosas que son, despiertan la ambición de la noche, robando de mi boca cada uno y dejando mi ventana rota y el alféizar lleno de cristales, impidiendo de su caza o la más mínima esperanza de algún día pronunciarles nuevamente.

Entonces, me quedo acurrucado, envuelto entre las sábanas frías, afrontando que esta noche volveré a estar solo, con el recuerdo de muchas, hasta disolverse en la nada, y volver a ti, con tu tez pálida y pestañas negras y gruesas, que entretejen el mar y el cielo, escriben nombres y recuerdos, provocan la sed y el deseo, acabando como siempre en la nada.


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