Seguíamos caminando por el umbral, apenas guiados por la tenue luz que se desprendía de aquello en nuestras manos. La noche estaba llena de ruidos extraños y lejanos, de búhos, de zorros, de chirridos y cantos que nunca habíamos oído, pero cuando realmente preocupaban, era cuando empezaban a acercarse, arremetiendo en los oídos y despertando aquel vestigio de instinto de supervivencia, que aclamaba por huir, por volver a la cabaña, pero sabíamos que no podíamos hacer eso.
Nuestros pies se hundían
ocasionalmente en el lodo, en las zanjas que dejaban las raíces, y el crepitar
de las ramas, hojas y el encendedor era apenas un alivio para la ensordecedora
noche. Duncan encendió otro cigarrillo. Desde que habíamos salido en aquella
búsqueda de emergencia, habían pasado apenas quince minutos, que era apenas
tiempo suficiente para fumarlos de la punta a la colilla, pero eran los
nervios, nada más. Quería relajarse, olvidar que estábamos juntos en esto, y
que todo podía acabar mal. Le pedí un cigarrillo, contagiándome de aquella
ansiedad tangible que le consumía.
-Lo lamento. No creí que…
-No importa si lo creías, pero aun
así te lo advertí.
Nuevamente el silencio se
apoderaba del ambiente, quedándonos al acecho del acecho nocturno. Conforme mis
tímpanos ensordecían, la culpa me carcomía por aquel reproche que no ayudaba en
nada a nuestro propósito.
-También metí la pata. Debí
haberla metido por la fuerza en la cabaña. Ahora, sabrá dónde se habrá metido.
- ¿No te dijo nada más?
-Nada. Solo que quería echarse a
andar en el bosque.
-Es que, si hubiera dicho de
algún lugar en concreto, como el área de campamentos, la cascada o el laberinto
de helechos…
-Duncan, es el maldito bosque. Aun
siendo de día, sabes que todos esos lugares quedan a kilómetros de distancia.
- ¿Entonces qué? ¿Buscamos a
ciegas? ¿Eso es lo mejor que podemos hacer?
-Así es. Es eso o llamar a un
cuerpo de búsqueda como te había sugerido en primer lugar.
-Disculpa.
-Basta con eso.
El efecto se me había pasado
desde hace media hora, probablemente por el mismo estado de alerta en el que
habíamos entrado ambos. Pero para ella, podía ser diferente. Siempre había
mostrado tener un metabolismo más lento. Se había ido entre risas y palabras
incomprensibles hacia la penumbra misma, sin linterna, sin manera de
contactarla. Gisela se había quedado en el campamento a manera de seguro, con
la directiva de que, si en dos horas no regresábamos, mandase a avisar a los
guardabosques. David no sabía nada. Estaba enfermo de un terrible resfriado y
había ido acostarse desde temprano, pero de enterarse, pudo habernos delatado
sin pensarlo dos veces. Y era lo más correcto por hacer. No me sabía bien
mentirle, ni tampoco fallarle.
Habíamos empezado a seguirle el
rastro con las huellas dejadas sobre la tierra mojada, pero de un momento a
otro, el rastro se perdía y solo quedaba caminar a tientas, guiados por aquella
luz que cada vez parecía más tenue. Llegamos a la primera bifurcación y
quedamos algo desconcertados. Sabíamos que había una decena más como está
adelante, pero hasta ese momento, no habíamos pensado que hacer llegado el
caso.
-Separémonos. -me dijo Duncan.
- ¿Y luego qué? ¿Habrá tres
perdidos?
-Pero no tenemos rastro de ella.
-Entonces optemos por la
izquierda. Si tenía aún noción de querer volver, puede haber tomado todas las
bifurcaciones hacia esa dirección.
-Si es que aún tenía.
- ¿Y entonces? ¿Te separarás en
dos en la siguiente bifurcación?
Duncan se quedó callado,
mirándome con cierto coraje, pero también concibiéndome la razón. Durante los
siguientes cinco minutos, el silencio volvió a apoderarse de nuestro camino.
De repente, escuché un grito
cerca de mí, en la dirección donde se encontraba Duncan, poniéndome alerta si
acaso era algún malandrín nocturno.
- ¡Lucy! -gritaba Duncan, con la
inconsciencia que pensaba hace rato había abandonado su sistema.
Cumplí mi propósito aun así y lo
mandé al suelo con mi acometida.
- ¡¿Qué crees que haces?!
-Suéltame… -Decía Duncan, apenas
pudiendo hablar con mi brazo en su garganta.
-Por mucho que esto sea una
reserva, no deja de ser un maldito bosque. Hay zorros, gatos monteses y perros
salvajes. ¿Pensaste en eso antes de ponerte a gritar?
-Son animales pequeños… entre los
dos podríamos…
- Deja de fantasear imbécil. Ella
necesita que estés cuerdo, y yo tranquilo. -Quitándome de encima y dejándole
respirar.
Le ayudé a pararse y a como pude,
le limpié el lodo y la tierra que se había pegado a su brazo y todo un costado
de su ropa. Estaba por demás molesto, pero nunca se atrevió a responderme con
violencia. Duncan siempre fue así, alguien que prefería poner la otra mejilla,
indignado. Quizás por eso nos llevábamos tan bien, él todo un irresponsable y yo todo molestias. Rara vez chocábamos, pero hoy era un caso especial, ya no se resolvía nada con una disculpa.
El frío empezaba a calar.
Usualmente en la ciudad, la temperatura más baja era de 4°C, pero aquí podía
bajar unos cinco más con facilidad. Lucy iba bien abrigada, pero sabíamos que
esto también podría ser una lucha contra el reloj. Durante los momentos más
silenciosos de la noche, intentábamos escuchar algún ruido de su parte, un
grito de auxilio o aquella risa hilarante que le había poseído, pero no tuvimos
respuesta.
-Quizás no debimos venir en
primer lugar. -Miraba Duncan al suelo. Sus pupilas parecían haber vuelto
finalmente a su tamaño original, pero también empezaba a resentir el frío, reflejado
en el temblar que lo estaba consumiendo, sintiendo pena por él y abrazándole para que entrase en calor.
-Es un lugar increíble. Sabes que
ese no fue el problema.
Duncan se soltó bruscamente del abrazo.
- ¿Seguirás con eso? Tú sabes que
ella no es una niña. Yo no la forcé a nada.
-También sabes que no tiene
autocontrol. Que cuando bebe termina llevándose la botella a la boca como un
bebé, que cuando le invitaste su primer viaje, había terminado arrastrándose
por el suelo.
-Si tanto te molestaba, debiste
haberla detenido.
-Ella no es una niña, no la puedo retener contra su voluntad. -Me
contradecía en mis argumentos, pero sabía que ser un adulto era más que tener
edad para entrar a un bar o fumar, que a veces una mano extendida era más
fuerte que una cerrada. Pesaba ser el adulto ahí.
-…Viéndolo así, ha sido tu culpa
que ella se haya ido, ya que no pudiste detenerla.
-Así que esas tenemos. ¿Te
sientes mejor así?
-Me sentiré mejor cuando
aparezca. ¿Seguro que entró al bosque? Quizás debimos seguir buscando cerca de
donde perdimos el rastro.
Era lo primero razonable que
decía en todo el día. Inspeccioné el suelo por donde caminábamos. No había
rastro alguno de que siquiera alguien hubiese pasado recientemente. Dimos la
vuelta, como si acaso algo se hubiese resuelto entre nosotros. Pasamos la
bifurcación rápidamente, volviendo al primer tramo, que esta vez se sentía más
ligero, y la luz de las linternas parecía incandescente por momentos, o es que
acaso nuestros ojos se habían acostumbrado a las tinieblas.
Platicamos un poco para no ser
víctimas nuevamente del silencio, intercalándolo con breves momentos de
silencio para escuchar el entorno. Finalmente, me atreví a preguntarle a Duncan
si había conseguido el propósito de este viaje.
- ¿Y cómo te fue con ella?
- ¿Con Gisela? Lo mismo de
siempre. Me ha dado un par de largas y me confunde con cierta retórica absurda.
-Eso te pasa por no ser directo.
-Sí, ya sé. Pero conozco su
respuesta de antemano. Esto se ha vuelto un juego, y honestamente, no estoy
listo para dejar de jugar.
- ¿No preferirías avanzar?
- ¿Y qué hay de ti? ¿Ya le
dijiste a Lucy?
-Hoy era imposible. ¿De qué
serviría si ella estaba así? Además, aún está ese idiota de Marcos.
-Eso te pasa por no aprovechar
cuando pelearon.
-Y si ha sido así, perfecto para
mí. No quisiera aprovecharme de la debilidad de alguien para conseguir algo. Esa
es la diferencia entre tú y yo.
El golpe había sido directo.
Duncan me empujó, y al hacerlo, tropecé
con una raíz que me hizo rodar cuesta abajo durante un par de metros,
llevándome varios moretones, y un sabor a hierro en la boca, provocada por una
piedra con la que reboté. La linterna la perdí en algún momento de la caída. La
cabeza me daba vueltas, en parte por la caída, pero más por lo que debía hacer.
Duncan se me quedó mirando, aterrado. Por su mente pasaba que, si me levantaba,
mi venganza sería aún peor. Eso veía en mi cara, alumbrada por su lampara, que
le volteaba a ver con los ojos entrecerrados al estar encandilados.
En ese punto, nada me importaba. Lucy
estaba perdida, y nosotros aquí perdiendo el tiempo. Un golpe me bastaba para
desquitarme un poco y no resentirme tanto las heridas. Justo cuando me
recargaba para levantarme, mi mano derecha tomó el aire en el desnivel,
provocando que perdiese el equilibrio durante un instante.
A mi lado había una zanja cavada
en el suelo.
En la mañana las habíamos visto,
aunque no estábamos seguros de porque cavaban tantas zanjas rectangulares que
tenían al menos un metro de profundidad. La teoría de David, era que se trataba
de entierros para los animales que perecían en el bosque, aunque parecía una
práctica poco natural en este ambiente. El cadáver bien podía servir de
nutriente para muchos carroñeros en aquel crudo ciclo de vida. Gisela pensó que
quizás buscaban alguna tubería que pasaba bajo tierra, pero las zanjas estaban
demasiado trabajadas para ser el caso y no parecían dejar al descubierto ningún
drenaje. Lucy dijo lo que nadie quería escuchar, que se trataba de zanjas para
los desaparecidos en el parque, pero si ella hubiera sabido donde estaría aquella
noche, probablemente nunca se le hubiera ocurrido mencionarlo.
Al voltear a ver la zanja, noté
que algo se movía al fondo de ella, con una respiración larga y profunda, una
figura humanoide que paralizó durante un momento mi razón, primero como un
indicio de terror y luego como una curiosidad destructiva, y mientras la luz
seguía dándome en la cara, tambaleándose mientras la linterna se acercaba más a
mí, bajé la mirada, tratando de hallar forma a aquello que yacía en la fosa, una
persona, acurrucada y temblando por el frío asolador del bosque.
- ¡Es Lucy! -grité, mirando por
fin a Duncan, que a contra luz y con dificultad para verle con claridad, terminó
causando en mí un terror incluso mayor que el del cuerpo extraño en la zanja o
el nunca ver a Lucy otra vez.
En la mano desocupada por la
linterna, llevaba un palo bastante grueso. En principio, creí que la había
traído para ayudar a Lucy a salir de la zanja, pero aquella manera de tomarlo
detrás de su espalda y de acercarse a mí mientras tambaleaba la linterna que buscaba
continuamente cegar mi mirada… Cuando escuchó mi gritó, soltó el pedazo de rama
asustado, algo extraviado, como aquel que le descubren a punto de hacer una
travesura, pero ambos sabíamos que era algo peor.
-Ibas a…
-Hay que ayudarla a salir de ahí.
- ¿Qué estabas?...
-Lucy, despierta. ¿Te encuentras
bien?
Lucy abrió los ojos, y empezó a
balbucear si acaso ya era de mañana. Se había quedado dormida en aquella zanja,
inconsciente de los peligros del bosque. Le ayudamos a salir y le llevamos
hasta la cabaña a cuestas, sin saber de su negligencia y posiblemente sin
recordar nada, mientras temblaba y
rezongaba por querer seguir durmiendo, lográndolo una vez en el dormitorio,
pero Duncan y yo nunca volvimos del bosque.
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