miércoles, 18 de mayo de 2016

Ensayo 22

17 de Mayo

There's someone in my head, but it's not me" cantaba David Gilmour en la radio del camión rumbo al trabajo, como susurrando a mi oído, como si se tratase de la misma voz ajena a la que refiere, rompiendo la cuarta pared entre su pasado y mi cabeza. ¿Será acaso una llamada de atención o una invitación a una bella locura?

"I'll see you on the dark side of the moon"

La parada llega rápida y la música se aleja, pero los versos se mantienen en forma de murmuro y tarareo. 

Recién pasa un par de horas detrás del escritorio y el guardia me hace una seña y gesticula, pero mi cabeza parece no estar ahí y el sonido se pierde en el ruido de mis pensamientos. Después de despabilar segundos más tarde, entiendo que alguien ha venido a preguntar por mí. Si bien no parece nada fuera de lo común, jamás había recibido una visita, o siquiera lo hubiera contemplado posible. Se trata de Alfredo, ha olvidado las llaves del departamento y necesita las mías, lo cual no es necesariamente decepcionante. Saqué un par de cigarrillos y le invité a alargar mi pequeño descanso. Me mencionaba que iría a casa de una compañera de la universidad, a la que recientemente empezaba a observar con un peligroso afecto, pues desde mi perspectiva, era una mujer libre para los hombres y esclava de sus rencores. Bien Alfredo había comentado anteriormente que habían comenzado como una amistad con "privilegios", ella mantenía ese tipo de relaciones con otro sujeto, pero él se escudaba diciendo no tener inconveniente alguno con la situación. El problema es que no sabe mantener la distancia, es de esos hombres que hacen el amor con cariño y pasión y casi olvidándose del instinto, que no pueden ser indiferentes con los demás, que alegan buscar sexo y esculcan por sentimiento. Lo sé porque yo también soy ese tipo de hombres.

 19 de Mayo

Hoy es el día que debo dar informes de mi servicio a la universidad. Aun así, eso no me ha exentado de asistir a trabajar ocho horas y la diferencia de tiempo no hace notar más que en la cantidad de cigarrillos que necesito para sobrellevarlo; más el camino a casa se siente tan tranquilo, una penumbra que acecha con devorar a las pequeñas almas ignorantes y estando yo consciente de ello, en lugar de sentir algún índole de miedo, desprendo una sonrisa que a la vista de los demás no expresaría otra cosa que demencia, la más sincera que haya podido concebir, pues de la locura uno es incapaz de fingir emociones. El camino está en penumbra, con una solitaria luz a cien metros de donde me encuentro, veo sombras y escucho chirridos y graznidos, mis propios pies, mi respiración. Pero al llegar a casa desaparece toda presencia de oscuridad: Alfredo ha hecho una modesta reunión y entre cerveza y ágape, las risas convergen y la tensión desaparece, dejando sólo los cuerpos cansados a la mañana siguiente, como la peor de las medicinas. También una de las más deliciosas.

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