Mi aluvión ha parado por fin,
toque hierba y pequeñas piedras,
mientras peces rozaban mis piernas
y el viento me pintaba de arlequín.
A mi alrededor hay un jardín,
flores hermosas y enredaderas
que suben por una casa de madera,
donde habita la dama de gris.
En sus manos un amor senil
y en sus ojos la más bella tristeza,
que me invita a acercar con sutileza
y caer en ese callar sin salir.
En el frente la maquina inviril
y al fondo se quema una pila de novelas;
recuerdos de una gran tragedia
que el viento se lleva febril.
Quizás mañana vuelva a escribir
y me jacte de un fragmento de luz eterna,
o puede que tome el río a la tristeza,
deseando no haber sido tan feliz.
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