lunes, 21 de abril de 2014

El astronauta.

Si... había estado un par de veces allá arriba. Solía dar mantenimiento a satélites de observación terrestre, pero mas que querer mirar la Tierra, me encantaba explorar la inmensidad oscura que me rodeaba. A veces jugaba a hacerme amigo de algún astro pasajero, o me dejaba libre un momento en la nada. Una vez casi me cuesta la vida ese pequeño chiste, pero terminé riendo mas de la cuenta, así que jamás hubo de que arrepentirse.


No recuerdo con exactitud si fue la primera vez que estuve ahí, pero ya había hojeado alguna vez a la Luna. Vista desde el espacio, uno pensaría que se vería mucho mejor, pero su belleza no cambia en realidad. Mas aun, muchas veces no es posible verla, ya que los trabajos de mantenimiento suelen hacerse de día para comodidad del astronauta. Aun así, empecé a hallar excusas para trabajar de noche. Estando allá, uno encuentra tantas cosas curiosas y a veces difícil de creer existentes, pero no podía quitar los ojos de la Luna. 

Comencé a notar sus distintas expresiones de acuerdo a su posición con el Sol. Empezaba con una bella sonrisa iluminada, pero cambiaba a una boca entre abierta que se reía, aunque jamás he sabido de que. Después se tornaba mas redonda, pero en cierto modo triste, pues se notaba un vacío en su contorno. Esas noches a veces me ponía melancólico, y trataba de hallar la manera de contentarla, pero terminaba frustrado por no poder acercarmele debido al trabajo. Finalmente, se mostraba como un circulo perfecto e iluminaba mi rostro aun cuando yo no me quisiese percatar de ello. En esas noches pretendía mirar a otro lado, porque pensaba que si ella ya había encontrado una felicidad, yo también podría encontrar la mía. Así que buscaba en el espacio y volteaba a la infinidad. También desde la ventana del transbordador buscaba si había alguna clase de vida inteligente capaz de amarme, pero siempre estuvo ahí la Luna. 

Cada noche.

No era que no quisiera verla, me parecía tan bella y tan publica, que no me creía capaz de importarle. La verdad es que, se mostraba bella al mundo cada noche, pero jamas nadie había estado cerca. Había quienes decían haber llegado hasta ella y alardeaban de haberla conquistado, pero realmente nunca hubo tales casos. Pero ella si ha querido, ha querido a hombres y a mujeres sin diferencia pero siempre existió esa distancia que evitaba que ella pudiese amar. Por eso ella sonríe y a veces llora. Por eso quise acercarme. 

Esa noche llegó, y tras terminar rápidamente mis obligaciones decidí acercarme a verle. En aquel momento, tenía esa sonrisa un tanto picara que tanto me agrada, pero veía la oscuridad de su cuerpo un tanto apenada. Me limite a conocerle cada cicatriz y cada relieve. Ella solía contarme la historia de cada marca en su piel y yo siempre le escuche fielmente. Hubo algunas noches, donde notaba un tono triste para con sí, donde argumentaba que con su llanto había inundado partes de la Tierra y con su distancia había secado otros pueblos. Le perseguían esos demonios continuamente, y en parte quizás me pedía que me alejase por mi bien, pero en lugar de ello, me interese en conocer sus males, pues a mi parecer, eran igual de importantes que cualquiera de sus alegrías. 

Poco a poco, me fui notando enamorado de la Luna, y decidí cortejarle con palabras dulces siempre que podía. En mis noches afortunadas, conseguía sonrojarle o sacarle una respuesta dulce de sus labios. Era en esas noches donde el sueño se me iba y comenzaba a dedicarle palabras que mas tarde pudiese cantarle. Me decidí a enamorarle de la manera mas difícil: La correcta. Así, he estado demostrandole que no existe defecto ni causa que valga a mis ojos, pues yo solo le veo a ella como un ente divino y precioso. Le muestro mis sentimientos a veces deliberadamente, pero soltando una timidez que solo ella podría hacerme sufrir, y me permito alegrarle las noches, aunque sea con la peor broma que haya oído y termine burlándose de mí. Es bueno verla reír. 

Es bueno esperar a hacerle feliz.

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