martes, 19 de diciembre de 2023

El amor de los coyotes.

 Zalphir fue despertado por un grito cerca suyo. A su lado, vio a sus dos hermanos, Khalid y Paluk, uno encima de otro jugando o quizás discutiendo, dándose con las manos en la frente. Siempre habían sido como animales, arreglando las cosas con violencia, y también así disfrutándolas. "¡Te dije que la naranja más grande era mía!" soltaba Paluk, mientras que en un arrebato, conseguía morder el estómago de Khalid, y este, al retroceder dio con la cama de Zalphir, soltándole un codazo en la boca que logró hacerle sangrar. Zalphir sintió de inmediato el líquido fluyendo en su boca, el sabor del hierro, y así, impulsado por un instinto más que la razón, se levantó de la cama y los tomó a ambos por los pelos, empujándoles hacia la pared de la habitación. Zalphir era el mayor y tenía más fuerza, pero no existía algo como el respeto a los mayores. Había bajado la guardia demasiado pronto.

Se escuchó un golpeteo de ollas en la cocina, y en seguida los jóvenes bajaron a sabiendas que el desayuno estaba servido. Se sentaron de inmediato y el sonido de los cubiertos contra los platos de barro hacían pasar desapercibido los sollozos de Zalphir. Si su madre se enteró, fue más por mera casualidad mientras giraba la mirada, viendo a Zalphir con un ojo morado. Ella preguntó que había pasado pero se negó a responder, pues lo único que les esperaba, aún sin decir nada, era una tunda generalizada para los tres hermanos. La madre los paró de la mesa, y entonces soltó una bofetada a cada uno de ellos, un estruendo que viciaba el aire y reventaba sus oídos, pero nadie lloró, pues solo podían esperar otro golpe aún peor. Levantó los platos, y los castigó sin salir por una semana, quedando encerrados en su cuarto en todo momento, menos que para ir al baño o la hora de comer.

Zalphir había pagado muy duro su momento de inconsciencia, pero aquel castigo estaba lejos de terminado. Llegados al cuarto donde dormían los tres, tomaron represalia contra Zalphir, al considerarlo un soplón por los leves sollozos que había soltado frente a su madre. Así, Paluk obstruyó la puerta, mientras Khalid sacaba una rama que había cortado hace poco del árbol de naranjas. Zalphir los vio con odio disfrazado de miedo, pero a consciencia de su falta de opciones, salió por la ventana que daba hacia los matorrales, cogiendo espinas que solo conseguían gritos mudos, al no querer ser oído por su madre. Entonces, corrió tanto como pudo, hasta que los gritos y amenazas de sus hermanos dejaron de escucharse, hasta donde su madre no pudiese alcanzarle, a las afueras del pequeño pueblo, donde el desierto casi infinito comenzaba. Ahí quitó sus espinas en silencio, pues aún si no hubiese nadie cerca, sabía que podía llamar la atención de los coyotes. 

Miró de un lado el pueblo, y de otra el desierto, y entonces, con la mirada perdida entre las interminables dunas, vio que algo resplandecía, como nada que hubiera visto antes. Se acercó para tomarlo, y entre sus manos tuvo una lámpara dorada, incapaz de compararse con el oro cuando nunca antes Zalphir lo vio. Para él, era como una estrella, y así como cuando se pide un deseo a las estrellas fugaces, Zalphir deseó con toda sus fuerzas sentir amor. Escuchó entonces un alarido a lo lejos en las dunas, y divisó a la distancia un cachorro de coyote que deambulaba solo enterrándose en la arena. Zalphir se acercó hasta él, pero no recibió protesta alguna al ser tomado entre las manos gentiles del niño. Los ojos del pequeño animal estaban llorosos, parecía haber sido abandonado y Zalphir no pudo sino sentir empatía por este. Así, lo llevó entre brazos al riachuelo de las cercanías, donde lo lavó e intentó hidratar, sin mucho éxito. Adivinando el porque del rechazo, Zalphir lo llevó donde el establo de su vecino, donde a hurtadillas se escabulló para ordeñar a la vaca y darle un poco de leche al cachorro, que bebió hasta saciarse, cambiando por completo su semblante desolado a uno de cariño genuino. Zalphir sintió como su deseo se había cumplido, impulsado ahora por el más sincero de los amores, que fuera el de un animal por su familia.

Al caer la noche, volvió a casa aprovechando el fortuito silencio de la noche y el dormir momentáneo de toda su familia, metiendo al pequeño animal en un baúl que yacía contiguo a su cama, y como si hubiese olvidado todo el pesar de aquel día, cerró los ojos, motivado por la promesa del mañana. Zhalfir fue despertado por un alarido cerca suyo. Abrió los ojos en desespero, encontrando a sus hermanos peleando por tener en sus manos al pequeño animal que apenas y lograba pedir auxilio ante su debilidad e impotencia. Zhalfir intentó detenerles, pero su falta de maña no le permitió intervenir mientras el pequeño cachorro sollozaba mientras exhalaba su vida. Al verse acorralado, Zhalfir buscó a su alrededor como auxiliarse del evidente infortunio y ante sus ojos apareció la rama del naranjo que había usado Khalid el día de ayer. La tomó entre sus manos, y sin titubeo, empezó a azotar a sus hermanos hasta que soltaron al cachorro, y empezaron a pedir disculpas y clemencia. Zhalfir tomó al cachorro entre sus manos, viendo como se debatía apenas para mantenerse consciente, lo colocó con delicadeza nuevamente en el baúl y al mirar atrás se encontró con Khalid sentado con la cara sobre sus rodillas llorando tendido, mientras que oía a Paluk gritar a su madre, por el ataque de desenfrene sufrido por su hermano mayor. Bien quisiese el excusarse, sabía que las heridas de Paluk y Khalid habían sido demasiado severas, pues de la espalda y brazos, la sangre goteaba y las llagas habían quedado en carne viva.

La madre entró y entonces, acorralado, Zalphir intentó detenerla con la rama de naranjo, pero después del primer golpe, le fue removida de las manos para luego pegarle con esta misma en las posaderas hasta que Zalphir quedó sin más aliento. Y llegado ese momento, la madre escuchó a la pequeña criatura que se quejaba dentro del baúl. Zalphir quiso intentar detenerle, explicarle que aquella criatura era importante, pero la mujer solo vio un animal inmundo que había traído discordia a su casa. Zalphir, incapaz de pararse, tan solo vio como el pequeño animal sucumbía a las poderosas manos de la mujer mayor, que con la facilidad que desnucaba a los pollos, hacía y con menor esfuerzo lo mismo con el cachorro. Un grito sofocado intentó salir de la boca de Zalphir, pero un deseo más concreto se formó dentro de sí y mientras empuñaba los ojos en su momento de miseria, dejó de escuchar las voces de su madre y hermanos, hallando únicamente el eco de sus gemidos. Al abrir los ojos, se halló completamente solo, en su misma habitación, y ahí yacían sus cosas donde siempre, pero sin nadie cerca discutiendo, ni golpeándole. 

Dentro de su alma se liberó el más grande sentimiento de alivio de este mundo, y así también el más efímero, pues al buscar al pequeño cachorro, llegó a la conclusión de que no lo iba a hallar en ese cuarto vacío. Al asomarse a la ventana, los matorrales habían desaparecido, y por más lejos que divisase, el silencio reinaba campal en aquel pueblo vacío. Horas de reflexión, lo llevaron a atribuir aquel fenómeno a la lampara que había encontrado, y de la cual, desde un inicio nunca soltó. Quizás era algo similar a lo que contaban en Aladdin, y puesto a prueba en sus primeros dos deseos, tan solo quedaba resignarse a un tercero donde todo volviese a la normalidad, donde aquel cachorro no llegase hasta sus brazos y donde todos y todo ser vivo volviese una vez más.

Entonces dijo el deseo en voz alta, pero nada pasó, luego lo gritó, llevó la lampara hasta su pecho, y la apretó hasta que sus relieves se grabaron en su piel, pero por más que gritaba, lloraba y pataleaba, nada pasó, pues Zalphir era consciente, cual era su verdadero deseo. Y habiéndose cumplido, en ese mundo vacío volvieron a existir los coyotes.


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