lunes, 11 de diciembre de 2023

De nuevo época de cosecha.

 Esa mañana, se vistió igual que ella. Inconscientemente, le llamé por el nombre de aquella mujer y ella sonrió, como cuando uno suelta el más bello de los cumplidos. Llevaba el típico overol de mezclilla alzado hasta el medio de la espinilla, y debajo una camisa roja de cuadros que dejaba ver el moreno color de los besos del Sol en sus brazos, haciendo juego con sus rizos dorados.  Se acercó a mí y tomó mi mano, invitándome a levantar mi desusado cuerpo de la cama, pero aún en mis delirantes pensamientos, sabía que seguía siendo su hija, y que todo esto, si lo meditaba por tan solo un momento, habría de convertirse en un momento retorcido, aferrándome a un fantasma poseyendo la carne de los vivos. Desvié la mirada, pero, como si fuese un acto reflejo, apretó mis manos con sus delicados dedos, forzándome a mirarle el rostro, rojo como los tomates maduros recién lavados, con el agua aún escurriéndole de sus pómulos prístinos. Y entonces el exceso de juicio se nubló, impulsado ahora por un instinto, o quizás un recuerdo similar al de hace unos años, cuando aún secaba los tomates frescos con Dalila. Ahí estaba entre mis brazos, y su piel era como la de los duraznos, y sus ojos reflejaban un deseo y aún si ella no fuera Dalila, habría de cumplirlo, como prometí siempre hacerlo. Así, caminé junto a ella con paso lento hasta la salida, donde me percaté que había vuelto la primavera y con esta, la época de cosecha.




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