lunes, 6 de enero de 2014

Lluvia.

En un día cualquiera me dí cuenta que el ser humano es como la lluvia. Cada hombre y mujer en este mundo es una gota que se crea en la espontaneidad del cielo, y se abalanza contra el suelo que asemeja a nuestra realidad. Y así como los suelos varían, las realidades también. Tómese por ejemplo una autopista, una realidad de concreto y tonos grises. En ella las gotas se secan al contacto o pasan a formas parte de un charco, que bien es un grupo de gente estancada. 


A veces corren la suerte de golpear un auto antes de llegar suelo, y en esos casos son arrasadas por los limpia parabrisas que es uno de tantos fenómenos naturales de los cual no tenemos control; otras veces chocamos en el chasis, dejando alguna marca temporal en el vehículo hasta que se remueven a partir de un lavado, que habrán de ser los grandes hombres que han roto nuestras marcas. Sin embargo, las mas afortunadas de la autopista, son las que chocan en los cristales laterales. En este lugar, nos mantenemos durante un breve lapso de tiempo, en el cual nos vamos creciendo al dejar entrar otras gotas a nuestro entorno. Es hermoso cuando dos gotas se juntan y forman uno que por su gran peso se desvanece tras el camino del automóvil. 

Mas allá de las calles, existen los campos. En estos lugares, cada gota cumple una función importante pero simple: nutrir a las plantas, animales y demás seres vivos en sus alrededores. A pesar de ser una tarea fundamental para la vida, no viven un propósito mas que el ajeno. La comparación con la humanidad es mas cercana de lo que uno percibe a simple vista. 

Entre los suelos, existe también el agua misma, mares, océanos, ríos, arroyos... todos grupos gigantes que atentan con ahogarnos en su inmensidad. En estas situaciones, las gotas rara vez destacan por su valor unitario, sino mas bien por su papel como una fuerza colectiva. A veces, no queremos ser parte de un todo, sino reconocidos por nuestro valor único, y es ahí cuando enfrentamos riesgos y salimos de la seguridad del agua; y en realidad podemos ver más que ninguna otra gota ahí dentro, pero sin lugar a dudas nuestra humedad se acorta.

Por último, están las gotas que llegan a las manos de los hombres. Siempre a la merced de una fuerza mayor, y sin embargo, confiando plenamente en poseer una misión que ayude en algo a los demás. Puede ser tan solo el agua para lavarse el cuerpo, o acaso un ingrediente más en la comida de esta noche. Pero también parte de un experimento, o inclusive, la reflexión sobre el sentido de la vida.


Añadiendo hablaré del final de una gota, que en su magnificencia vuelve a formar parte de un ciclo interminable, donde la muerte conlleva a nueva vida y nuevas gotas. Así la vida del hombre, que aún en su final da origen a nueva vida en un ciclo infinito.

Tu, ¿qué gota eres?

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