miércoles, 11 de octubre de 2023

Entierro digno.

Eran pasadas las seis de la mañana, pero el alboroto se hacía entre las filas, como si nadie hubiese dormido, más curiosos que asustados, pero para quien estaba en frente de todos ellos, no eran más que gallinas. Sucias y escandalosas gallinas.

"Ayer un hombre murió." 

Decía la voz que miraba de frente y desde arriba de la tarima. Un hombre que no requería micrófono para hacerse oír, ni callar a nadie. Quien no guardara silencio, simplemente sería castigado.

"Su cuerpo fue hallado hace dos horas en los vestidores, con una herida de cuchillo atravesándole el costado izquierdo de la espalda. La causa de muerte está por determinarse, pero lo más probable es desangramiento. Uno de los hombres aquí presentes es el culpable, y cree que esto es la prisión, que no puede ser tocado o que, en el peor de los casos, será castigado. Pero les recuerdo algo. Esto es un pelotón de la milicia, no la prisión. Y la traición, en el mejor de los casos, es penada con el fusilamiento.

El silencio después de la declaración se volvió demencial, la tensión era tal que podía palparse, y sobre ella estaba el Sargento Doksster, como quien camina sobre una capa de hielo buscando el mejor lugar para pescar.

"Así que, esta es una oportunidad para todos ustedes. Si el culpable se entrega en este momento, le prometo una ejecución por fusilamiento, así como entregar sus restos a su familia para que les otorguen un entierro digno."

Sin embargo, nadie reaccionó ante tal ofrecimiento, y el silencio siguió como regla general.

"De acuerdo, veo que nadie quiere hablar. De momento, nadie comerá nada hasta que no se revele un culpable. La salida del batallón esta completamente prohibida y se les retirará todo medio de comunicación. Este problema será resuelto aquí." El sargento bajó de la tarima y el pelotón rompió filas, sin rechistar, pero cabizbajos ante la noticia.

El hombre en cuestión era el cabo Davis, alguien de buen carácter y sin aparentes enemigos, por lo cual el caso se tornaba más complicado. El sargento volvió a su tienda meditando sobre eso, de aquel pelotón de 20 personas que desde hacía cinco meses dirigía sin mayor inconveniente. Claro que siempre hay gente idiota, y Davis era una de ellas, reconocido por meter alcohol y mujeres al batallón y con un expediente que incluía peleas clandestinas de gallos cuando recién entró a la academia. Claro, que estaba la posibilidad que hubiese sido un saldo de cuentas por el juego, pero hasta donde sabía, nadie había realizado ese tipo de actividades durante su tiempo comandando. Lo que lo volvía más complicado, es que el arma homicida le pertenecía al mismo Davis. Mientras que el equipo forense realizaba la investigación, se encontraba a ciegas. Su única pista era el aliento alcohólico de Davis.

A las diez de la mañana, volvió a citar a todos en el campo de entrenamiento. Está vez, las condiciones habían cambiado, y los dejaría al Sol hasta la tarde como castigo general. En promedio, un soldado en buenas condiciones puede mantenerse en pie durante un día completo antes de desfallecer por inanición, pero el requeriría menos tiempo. Recién había pasado la mitad de la tercera hora cuando el primer soldado vomitó, permaneciendo aún de pie, pero ciertamente en un estado deplorable. A este le secundó un segundo hombre unos minutos después. Doksster dio la orden de que los limpiarán y los llevarán a su camper.

Los hombres en cuestión eran el cabo Hilder, y el soldado raso Marduk, quienes parecían deshechos después de las ordenes de su sargento. Hilder temblaba un poco, aunque era difícil distinguir si era por nerviosismo o enfermedad, mientras que Marduk se mantenía integro, con una mirada fría y seria, característica que siempre le pareció necesario a Doksster para un buen soldado.

-Me sorprende que hallan durado tan poco en esa prueba soldados. ¿Hay alguna razón para ello... Cabo Hilder?

-Presiento que me he enfermado, señor. 

-Ya veo, estoy algo curioso de si padeces algún otro síntoma.

-Deshidratación, señor. Nada que un poco de agua no cure.

-¿Que tal usted señor Marduk? No parece estar enfermo como el cabo Hilder.

-No tengo excusa, señor. He sido débil.

-Me temo que eso tampoco me sirve, soy muy consciente de su desempeño soldado. Uno de los mejores hombres de este pelotón sin lugar a dudas. Así que le daré otra oportunidad para contestar.

Marduk miró al Sargento con cierto terror, algo poco común en su inexpresivo rostro.

-He tomado un poco de alcohol el día de ayer, señor. Necesitaba entrar en calor.

-Si estuviéramos en Siberia lo entendería, pero nos encontramos en Krasnoyarsk, sabe que no está permitido consumir alcohol dentro del batallón. ¿Usted sabe algo cabo Hilder?

Hilder titubeó un momento, pero finalmente contestó.

-Yo estaba con él, señor. También estuve tomando.

-Y los dos estaban con el cabo Davis. 

Se miraron de reojo el uno al otro, cómplices de una afirmación que no podía evitar salir de sus bocas en este punto. El sudor cayó de sus frentes y cuando la gota fría llegó al suelo, confirmaron les suposiciones del Sargento. El Sargento les observó, algo complacido, y prosiguió con el interrogatorio.

-¿Había alguien más con ustedes?

-No señor.

-De acuerdo. Me parece que habrán bebido una buena cantidad para haber devuelto todo de esa forma. Díganme cuanto ha sido.

-Eran tres botellas de vodka... señor. -Respondió Hilder tambaleante.

-Una cada uno, he de suponer.

Los dos soldados asintieron.

-Estamos avanzando por buen camino. Nuevamente, les haré la proposición de esta mañana. Si uno de ustedes mató al cabo Davis, dígalo ahora.

-¡Ese debió ser él! -Gritó Marduk con el pánico de los hombres acorralados, perdiendo su semblante serio, como si aquel hombre frío nunca hubiese existido. -Si yo no he sido, entonces debió ser él.

Hilder lo volteó a ver, intentando replicarle pero el Sargento le hizo un gesto para que guardara silencio y se volvió a Marduk.

-Ten mucho cuidado con lo que dice soldado, está condenando a un hombre.

-Tengo entendido que Davis nunca tenía dinero, y ya tenía una gran deuda con Hilder. Incluso ayer, Hilder había pagado el alcohol, y los precios... ¡Los precios los inflaba! Davis le veía la cara a Hilder, eso debió ser.

Hilder estaba pálido, impotente por no poder meter las manos, hasta que el Sargento finalmente lo volteó a ver y le dio la palabra para defenderse.

-No he sido yo señor. 

-¿Cómo lo respaldas, Cabo?

-Davis era mi amigo. Lo conocí desde antes del pelotón, en la academia. Él nunca tenía dinero, solía gastarlo en apuestas y mujeres, pero nunca consideré que me debiera nada. 

-¿Sabías que te cobraba de más?

-Por supuesto que lo sabía señor. Pero lo consideraba su cuota por meter el alcohol al batallón, nunca como una estafa ni mucho menos. Entiendo que eso no sea una respuesta satisfactoria, pero es la verdad. Es cierto que me quedé de último con él, pero se había quedado dormido, así que lo dejé recostado.

-Soldado Heilder. -Dijo fríamente el Sargento. -Yo le creo.

La mirada de Marduk se volvió al pánico, y pronto empezó a balbucear y gritar rogando por su inocencia. Doksster se paró y caminó hacia él, dándole una bofetada y tomándole del cuello de la camisa, para luego arrojarlo al suelo.

-Tampoco has sido tú Marduk. Así que cierra el hocico. Les diré lo que pienso y me dirán si tiene sentido. El cabo Davis se mató a sí mismo.

-Señor, eso es imposible. -Dijo Heilder. -Él no tenía esa clase de pensamientos.

-Por supuesto que no. Era un imbécil. Por eso se murió. Ustedes estaban comiendo algo anoche ¿no es así?

-Una ración de duraznos en lata señor. -Respondió el cabo.

-Y Davis los abrió con su cuchillo. ¿Cierto?

-Es correcto.

-Cuando inspeccionamos el cadáver, no llevaba nada de su equipamiento. Ahora respóndanme ¿Dónde suelen guardar el cuchillo táctico?

-En la funda riñonera... - dijeron disonantes, mientras sacaban sus propias conclusiones en distinto orden de pensamiento.

-El infeliz se apuñaló guardando el cuchillo donde no había funda. Bien curtido, probablemente no sintió más que una molestia, pero ahí estaba, desangrándose en frente suyo. Cabo Heilder, él no estaba durmiendo, sino que se encontraba inconsciente. Habrá muerto poco después.

Los dos hombres respiraron como si no lo hubieran hecho desde la mañana, sintiendo un alivio culposo por haberse librado de las acusaciones a costa de una negligencia mortal hacia el estado de su compañero. El sargento, sin embargo, siguió con su tono firme y sin quitar el dedo del renglón. 

-Soldado Marduk, queda destituido de su cargo. Se quedará el resto de la tarde al Sol y luego hará su maleta y se largará de aquí.

-Pero señor... -replicó Marduk confundido. 

-Es una maldita orden. Necesito soldados, no gallinas. De gracias que no lo fusilo por traición. Cabo Heilder, avise a la familia de Davis sobre lo sucedido. Asegúrese que tenga un entierro digno.



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