Esta tarde que no se tiende la mandarina que del cielo florece,
y que la plaga de nubes infestan el jardín y sus remotos brotes,
imagino si acaso su fruto ha caído antes de que dieran las siete,
tomando un descanso de su brillo uniforme.
Escucho la alarma sin el dulzor de decir su nombre,
sino es desde la nostalgia que ahora mi cuerpo embebe,
soy un cuerpo vacío y condenado sin ver mañana
cuando en mi ventana el gris invita a que me colme.
Y si fueran las cálidas luces como el encanto que su boca cede,
o el abrazo del momento exacto donde se hace la noche,
hallaría encanto en la palidez nocturna que emana
el vestigio de una luz que siempre se esconde.
Ahora atrás suyo hasta cuando su rostro asome
cumpliendo el rito que el mar enternece,
y cuando marcha se evoca quien le ama
atisbo de los perros siempre al norte.
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