lunes, 5 de mayo de 2014

Intermedio de la noche que la Luna no salió.

En los días que la Luna no salió, aquel hombre no sabía  adonde mirar. Había piedras, polvo, cielo, animales rastreros y personas de paso en los caminos cercanos que llevaban a la ciudad; solían llevar alimentos y condimentos para el comercio pero nada en especial por ver. También estaba el moho en las paredes, la vegetación creciendo en los adentros de la cueva, mostrando señales de vida y supervivencia, pero nunca pereció importarle. Las goteras que había dentro, formaban charcos a los cuales los animales se acercaban para hidratarse; eso le molestaba a aquel hombre porque de ahí el también quería tomar, pero le repugnaba el hecho de compartir el mismo charco. Al final, logró monopolizar el charco mas grande apartándolo con un par de ramas y espinas. La vida le parecía un capricho del cual el podía disponer, pero eso se debía en parte a la ausencia de la Luna. Así como los mares arrasaban los valles costeros, los lobos aullaban a la nada, los mapaches se chocaban contra los árboles, así el hombre enloquecía sin su presencia.



En sus últimos momentos de cordura, lloraba mirando al cielo lleno de estrellas, pero ninguna tan pícara como su amada. Empezó a voltear a su dirección en el cielo y así cada 30 segundos volteaba un momento, tan solo por los sonidos de animales acechantes y asustadizos, a los cuales el estaba preparado para ahuyentar con la rabia de su alma, y devorar si hiciera falta. 

Dormía por el día. El Sol no podía ofrecerle una respuesta sobre el paradero de su amada, y estaba harto de tratar de hacerle frente a su brillante rostro gordo de ego. En las tardes salía de sus apocentos aquel, tan solo para encontrar algo que mendigar, pues no se creía digno de una buena comida sino estaba ella consigo. Se alimentaba de moras y uno que otro insecto o roedor que se le cruzase. Había olvidado lo que era la finura del apetito y las ventajas de la comida cocida. Se había convertido en un animal. 
 

Es difícil mantener la cordura cuando olvidas lo que es, y así olvido también su nombre, y a falta de ello lo cambió para sentir que podía aun recordarlo. Sus latidos habían olvidado el ritmo y por eso sufría de ataques de repente, y a veces se agitaba sin hacer nada en absoluto. Sus pies de repente, tropezaban por que no recordaban que debía ir uno antes que otro y sus manos dejaron de sostener objetos porque no percibían la función de los pulgares. Podía dejar muchas cosas atrás, pero jamas su recuerdo impregnado en el alma. Sin embargo, los recuerdos le hacían jugarretas en los sueños, y las sonrisas que alguna vez fueron tan alegres y compartidas le parecían burlas a su persona, y se levantaba sudando y tirando piedras al cielo, terminado por derramar las mismas lágrimas de nostalgia de cada noche.

Los días que vinieron se encorvó su postura y su piel empalideció, se volvió cortante y seca. Sus pies y palmas se tornaron oscuras por la mugre recogida del suelo, y sus ropas se desgarraron y cambiaron sus tonos a un estropajo manchado de lodo y sangre. Sus ojos dejaron de dormir y de mirar. Se limitaban a un movimiento perpetuo sin saber a donde mirar. Sus labios se partían porque olvidaba que debía sobrevivir. Una noche, el mismo se cortó con las espinas con las cuales había privado a los demas animales de agua, y en su ira destruyo su pequeña cerca y se echó en el agua y la tiñó de negro, para así despues beberla. Enfermó, pero eso era lo menos importante para el.


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