miércoles, 6 de septiembre de 2023

Recuerdos difusos.

 -Oye Pete, ¿recuerdas cuándo teníamos doce años?

Un sonido furtivo en el panorama inhóspito, algo similar a un eco. El calor era asolador y el camino parecía no tener un final, volviéndose cada vez más difuso ante las ilusiones que generaba el Sol. Pete tardó en concebir la pregunta lanzada al aire y que recibió directamente en su cabeza.

-¿Qué tiene en especial esa edad? Recuerdo que estábamos jodidos.

-Vamos Pete, no te centres en las cosas malas. No siempre estuvo tan mal, como cuando salíamos a lanzar huevos podridos a la escuela. 

-Y un día, la ventana estaba abierta y terminaste lanzando uno hacía tu propio pupitre.

-Ja ja ja. ¿Ya ves que si hubo momentos divertidos? -Continuaba caminando Dante, carcajeando como si el Sol no estuviese ahí. Parecía fresco, contrario a Pete y su camisa empapada y el rostro con ámpulas. Quizás porque Dante era moreno tenía mejor aguante, pensaba Pete, mientras que empezaba a envidiar esa condición hereditaria.

-También recuerdo que el último huevo del día, lo lanzaste a un french puddle recién aseado. 

-Sí... no siento culpa. Venía contra ti. -Excusándose Dante con indiferencia, como si fuese la única forma de responder.

-Supongo. Hubo un par de veces que me cubriste las espaldas.

-¿En serio?

-La vez que le rompiste la nariz a José.

-¿Te estaba protegiendo?

-¿No lo hacías?

Ambos empezaron a reír. 

-Bueno, ¿y que tal aquella vez cuando la maestra iba a llamarnos la atención por hablar en clases y dijiste que debatíamos si la capital de Inglaterra era Missouri?

-Vale, eso fue una ocurrencia momentánea. Pero yo no tenía nada que perder. Siempre fui el payaso de la clase. Tú, por otro lado, siempre fuiste el listo.

-Si hubiese sido tan listo, no estaríamos aquí.

Pete volteó a ver el cielo infinito, los rayos del Sol, a los que hacía mucho rato ignoraba, luego miró al suelo, la arena, el amarillo, el marrón, sus zapatos empanizados, y el arrastrar de sus piernas, que de detenerse, probablemente nunca volverían a andar.

-Perdón Pete, creí que llegaríamos sin problemas, pero a veces esas cosas pasan. 

-No quiero hablar de eso ahora. -La mirada de Pete se tornó desolada rápidamente. El silencio se hizo durante un par de minutos, dejando únicamente el sonido de fondo, la arena levantándose, los animales reptantes y el sonido de los zopilotes, que cada vez parecían más cercanos.

-¿Recuerdas cuando fuimos a la feria del pueblo?

Pete no contestó. 

-Éramos unos críos que no les gustaban los juegos de feria, y que tampoco podían comprar cerveza. Lo único divertido eran los puestos donde vendían juguetes para hacer bromas. Tú habías comprado la goma de mascar con sabor a cebolla y yo la maquina para dar toques.

-Lo que más recuerdo de esa noche fue que caímos en las manos de un estafador, y que nos dejó sin el dinero para volver a casa.

-No te enfoques en lo malo Pete.

-Fue divertido el camino de regreso, no me malentiendas. Eran las dos de la mañana, y el tramo que cruza el parque estaba completamente en penumbras. Se sentía fresco, extraño eso.

-Parece que ya se ve la ciudad.

Pete levantó la mirada. Frente a él, los reflejos y garabatos de la carretera por fin tomaban una forma física, gris. No eran edificios, pero bien podría ser mejor. Habían llegado a un costado de la carretera, y en los letreros verdes, se alcanzaba a leer "Fort Bliss 12 Miles". Entonces, cambió su rumbo, caminando paralelo a la carretera, buscando pasar desapercibido hasta llegar a la ciudad. Sacó de su bolsillo un papel arrugado y maltratado por el sudor y el polvo. En el, se leía una dirección, que le había proporcionado Dante un día atrás. Creía estar deshidratado, que no podía sudar más, pero sus lágrimas brotaron de manera natural, evaporándose a la mitad de sus mejillas.

-Oye Dante. -Dijo mientras titubeaba su voz.

-Dime.

-¿Recuerdas lo que pasó ayer? Cuando la policía detuvo el camión, y se escuchaban los perros ladrar, mientras que empezamos a salir por el compartimento de abajo. 

-Tranquilo Pete, no te enfoques en lo...

-Y entonces, empezamos a correr. Los oficiales soltaron al perro y corrió hacia nosotros, como si viniera por nuestras almas.

-Siempre les has tenido miedo, y no te culpo. No tienes suerte con ellos -Sonreía Dante, pero Pete continuaba el relato, ignorándole.

-Entonces te diste la vuelta y le arrojaste una piedra. La policía creyó que tenías un arma...

-¿Eso pasó?

-Claro, yo también lo olvido por momentos. Pero me hace recordar también que estoy solo.

Pete siguió caminando, ahora con el sonido de los autos en el fondo, sintiendo que los zopilotes ya no rondaban. Volteó hacia atrás, y ahí los vio nuevamente, mirándole de lejos, esperando a ver si volvía por allá. Sintió la boca seca, el dolor en las piernas, el ardor de las ámpulas, y entonces, volvió la vista al cielo, preguntándose si acaso Dante también lo protegería del Sol.







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