martes, 12 de septiembre de 2023

Metrología.

Son las cinco de la mañana, y la alarma suena como cada día, sin falta.  A veces por trabajo, y otros para disfrutar el día. Las noches son para ella misma, y nadie más. Fabiola despierta con un movimiento instintivo hacia el buró, que da por terminado el himno de su despertador desde el primer segundo. Sale de la cama y deja ver su blusa con dos grandes protuberancias que compró un día como hoy, así como una ropa interior que nunca enseñaría a nadie que no fuese el indicado. 

Fabiola es una idealista, una romántica, y es por eso que demora tres horas cada mañana maquillándose después del baño, alaciando su cabello alborotado en las mañanas, colocándose unas pestañas tan largas como la yema de sus dedos y un labial que considera su arma secreta. Un trabajo de precisión milimétrica y casi automática, que se vuelve más increíble por estar en toalla. Solo al terminar, la remueve y se coloca aquella lencería de encaje tan preciosa que suele irritarle cuando, en un acto desatado, lo tiran al pie de la cama. Fabiola es lo que los hombres consideran indudablemente, un bombón. Así ha sido siempre, incluso antes de las operaciones, del maquillaje y de su dieta, que como cada mañana, consistirá en jugo y fruta, que son las calorías contadas para el día de hoy. Su estomago se queja, como es habitual. Sale de su casa, de la casa con aroma a humedad, que renta desde que se independizó, un lugar pequeño y lejos de la oficina para que nadie sepa donde vive. Ella sabe que cuando se junte, se irá a vivir con él y al final del día, nada importará esta pequeña casa, sus humedades ni el ruido de los vecinos que cada noche pelean.

Afuera, en el lúgubre panorama exterior, ya le espera el taxi que había llamado, pero anhela impaciente por aquel hombre que la lleve y la traiga todas las mañanas en su auto, recibiéndole con el desayuno y el almuerzo, pero trata de no ser exigente con las pequeñeces. "Un auto nuevo, un departamento elegante y un hombre atractivo y por encima detallista, son cosas que cualquiera buscaría en una pareja, no hay nada malo en querer estabilidad" se dice a sí misma, mientras que por enésima vez en el mes, rechaza al taxista que le ha invitado a tomar algo. Así también con todos los hombres de la oficina y también algunas mujeres, pero, aún si no es indiferente ante ellas, sabe que aquella fantasía no podría ser concebible con una mujer. Es consciente de un sistema más antiguo que ella misma, y aún si no lo dice, obra de acuerdo a sus reglas. Fabiola calibra equipos, la mejor de la empresa, el control es su vida y se enorgullece de ello.

Fabiola sale del trabajo y vuelve a casa inmediatamente. Rara vez, decide salir a comer afuera, aún si la cocina no es su fuerte, pero es preferible a tener que soportar las insinuaciones de aquellos que la miren sola. Sale con amigas nada más, pues el tiempo le ha demostrado que la amistad entre géneros no es posible sin una doble intención. Hace años que no acepta una cita, se ha cansado de salir solo por diversión. Fabiola se quita el maquillaje y se mira al espejo. Este año cumple los treinta y sus facciones no pueden ocultarlo. Entonces, por eso de las siete de la noche y una vez vuelta a la ropa cómoda del pijama, es cuando le entra la ansiedad, y a veces llora o mira una película romántica, tratando de bajar sus estándares, pensando que si acaso Brad Pitt fuese pobre, podría enamorarse de él, o que por lo contrario, si Tom Cruise, con sus 60 años, le invitase a salir, ella asentiría sin titubear. Esta noche, decide atreverse a más, y en lugar de cambiarse para dormir, se pone un vestido negro con flores de azalea rosas y blancas y sale a un bar, sabiendo que en esa situación, ella es carnada, y está bien con eso. Ha aprendido como pescar.

Llegaron dos extranjeros que venían de parranda, un moreno larguirucho y un hombre de 40 años adinerado que era un par de centímetros más bajito que ella. Justo caía en la resignación, cuando llegó un hombre de barba cerrada, ojos verdes y cabello impecable. En su ropa, llevaba más de $1,000 dólares, y probablemente fuera el propietario del deportivo estacionado afuera.

Empieza a hacerle plática, y como si fuera principiante, se deja engatusar  por su voz profunda, sus trucos de magia y su tacto esporádico que acelera el ritmo de su corazón a 120. Termina por enamorarse. Eso era lo que buscaba y no menos. Decide aceptarle un trago, luego van a otro bar y comprueba que el deportivo era suyo, y también que es un hombre profundo, misterioso, uno en un millón. No desaprovecha la oportunidad, y hace de su última parada su casa, un departamento en el piso 19. Dos horas de pasión y los mejores orgasmos de su vida, Fabiola presiente que está soñando, mientras que transmuta en el camino de esos dedos que recorren su espalda y el costado de su abdomen, que la toman con propiedad, con cariño, con violencia premeditada y calculada al milímetro. Fabiola pierde la cuenta por primera vez en años, y se siente realizada, concibiendo que todos sus esfuerzos eran para llegar a esta noche.

Pero al minuto 121, despierta. Él saca un cigarrillo, y suelta "si te gustó lo de esta noche, puedes llamarme cuando gustes", mientras pasa su tarjeta de empresario, como si tuviese otro contacto de negocios. Ella asiente, trata de sonreír y vuelve a ponerse la ropa interior, que ha terminado nuevamente al pie de la cama.

Fabiola se asoma por el balcón, con esa lencería tan preciosa que este mismo día tirará a la basura, como muchas otras veces. Se asoma al abismo debajo suyo, y ve la misma ciudad de siempre, igual de sucia, igual de huraña, sintiéndole cada vez, más parte de ella.

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