martes, 12 de septiembre de 2023

Las abejas.

Cuéntese que las primeras abejas en poblar el mundo, no podían volar. Caminaban durante días enteros, mientras subían a pasos torpes los tallos de las flores, tan finos, que sus patas a veces titubeaban y caían de espaldas al suelo, volviendo a incorporarse a su tarea de vida. En ese entonces, la práctica era amiga de las abejas, y pasaban sus años desarrollando habilidades de escalinata y recolección. Su tiempo de vida oscilaba los veinte años, por lo que podían permitirse el fracaso, los ratos libres y la vejez digna. Sus colores eran más acorde a su entorno, sin ápice de su amarillo característico, y en su lugar, unas manchas marrones y verdes, que le servían para pasar desapercibidos por las criaturas más grandes y los depredadores aéreos. Carecían entonces de aguijón, procurando realizar sus actividades en silencio y sin molestar a nadie. Bien podrían pasar por cualquier insecto para los seres con un mínimo de razonamiento, pero ellas eran siempre conscientes de su única y vital labor, que era la polinización.

Un día, una abeja se asomó entre los pétalos pomposos de un clavel hacia el cielo, y vio a una avispa, de cola amarilla y aros negros y unas alas largas y finas, que le daban aires de elegancia mientras surcaba el azul y el viento. Embelesada por la preciosa criatura que le ignoraba, deseó con todas sus fuerzas poder volar como ella y tener una pizca de esa belleza colorida que se perdía ahora en la distancia.

Escuchó entonces una voz que le hablaba como nunca nadie había hecho. Si bien no ajenas a los misterios del lenguaje , era consciente de que aquella voz no pertenecía a ninguna abeja. Parecía entrar desde su cabeza, como si viviese dentro de sí, pero en lugar de alarmarse, fue víctima de una calma que le invitó a conversar con ella. La voz continuó, diciendo haber sentido el noble deseo de la abeja por volar, y tan generosa que era y considerada con el obrar tan necesario de las abejas, que concedió su deseo, brindándoles alas para facilitar su tarea y la de sus compañeros. La pequeña abeja nunca se acreditó por la mejora de vida de su especie, pero era feliz de poder hacer su trabajo de manera más eficiente. En dos meses, habían polinizado todas las flores de la zona, que antaño les tomaban por lo menos un año entero, teniendo que empezar nuevamente al apenas terminar. 

Con el tiempo libre que ahora tenían, las abejas empezaron a desarrollar panales más grandes y estructurados, ambientes de sociedad que nunca antes se habían visto entre los insectos. Y tanta su generosidad, que decidieron compartirlo con otros. La abeja que inició todo, fue la que propuso visitar primero a las avispas, quienes hasta entonces, solo veían desde las alturas, sin saber nada de ellas mas que su porte.

Así fue, que en su inocencia, se acercaron a un panal de avispas cercano, el cual era carente de estética y hospitalidad. Apenas estuvieron a rango, las avispas embistieron con su habitual violencia y territorialidad, matando a cada una de las emisarias, para luego atacar el panal, diezmando considerablemente su población. La abeja, al ver a su pueblo muriendo y víctima de su desamparo, volvió a desear con todas sus fuerzas, y la voz volvió a contestarle dentro suyo, y consciente de la preocupación del pequeño insecto, les dotó de aguijones para defenderse, uno similar al de las avispas. Las abejas prosperaron nuevamente, y en su crecimiento, surgió la profesión de guardianes, que protegiesen la colmena de los ataques enemigos. 

Las abejas ahora brillaban por encima de los otros insectos como una especie perfecta, y así también ellas lo concibieron, al punto que ofrecieron protección a otros insectos. Estos también temían a las avispas, quienes solían atacarles sin razón aparente, y pronto se vieron envueltas en una guerra de guerrillas en contra de la agresiva especie, la cual solía vivir en grupos pequeños y era fácilmente erradicable.

La voz permaneció callada durante este tiempo, sintiendo la abeja su abandono, pero pensando que había conseguido lo suficiente de ella, por lo que permanecía siempre agradecida. Las abejas ahora sustentaban el estilo de vida de los insectos del bosque, y eran vistas como seres superiores y de insuperable nobleza, sin embargo, la abeja recordó entonces el avistamiento de la primera avispa que vio en su vida, y notó que a las abejas aún les faltaba algo. Entonces, tuvo una idea, y pronto las abejas concibieron el uso del polen para pintar sus colas de amarillo con aros negros, imitando la belleza que antaño admiraba de las avispas. Invirtieron cada vez más en su belleza, que pronto empezó a faltar la miel, y con ella, su colmena empezó a caer en la falta de alimentos y en la muerte por hambruna, pero aún los insectos les miraban desde abajo, como quien mira al Sol salir cada día.

Entonces la voz volvió a escucharse, pero ya no era generosa como la primera vez, y sin embargo, sonaba tan noble, que ni siquiera las abejas podrían soñar con comparársele. Enojada y decepcionada con el comportamiento de las abejas, optó por dar equilibrio a los obsequios que antes les brindó, haciendo que su aguijón solo pudiese ser usado una vez para después morir, forzándoles a hacerlo siempre en defensa de algo mayor a ellas mismas; redujo el tamaño de sus alas para que ocupasen todas sus energías en su labor, lo cual provocó que vivieran tan poco, que apenas en unos meses acabasen con su energía vital. Esto a su vez, provocó que perdieran el concepto del ocio, la estética y la soberbia, dedicándose como antaño, únicamente a su labor. La voz, como un último acto de compasión, las dotó de aros amarillos y negros en sus colas, con el propósito de corresponder con lo que siempre habían sido, hermosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario