lunes, 14 de diciembre de 2015

Ensayo 2.

8 de Diciembre

Empiezo a creer que el mundo avanza por su cuenta, con un tic tac continuo e inconsciente al cual es imposible seguirle el paso. Mientras tanto, cada engrane se acomoda en sus ciclos sin descanso y el espectáculo inicia nuevamente, a la misma hora, en el mismo lugar, la torre de reloj.

Por fin pude hablar con Miriana. Al menos ahora se que no le desagrado, y más aun, quizás hasta le parezca simpático. Sé que está lejos de ser importante, pero es lo único en lo que mi cabeza tiene lugar hoy, entre el sueño y la guillotina en el péndulo.

9 de Diciembre

¿Y donde esta mi cabeza? ¿Es que acaso me la han robado? ¿Que es esa sonrisa tan lejana y elegante en la que me he posado? ¿Porque estoy temblando?...


14 de Diciembre

No recuerdo la ultima vez que dormí sin levantarme con un despertador, ¿jueves quizás? Soy un sin vergüenza, lo sé. Después de un día de ocio exhaustivo, llegué a desahogarme con quien se dejase fastidiar un momento; Carlos era el único en casa, así que no había mucha elección para su mala suerte. Entré a su cuarto sin avisar y se encontraba tapado, con un tono de voz débil y titubeante, lo cual no significó más para mí que su siesta de las ocho. Hablé sin parar por cinco minutos hasta que me percaté que esa voz quebrada era obra de algo más que Morfeo, pertenecía más bien a Afrodita, a Miriana. Por fin había encontrado el cadáver de su amor, tirado en alguna parte de su alcoba, lleno de hongos y vegetación musgosa, dejado a su suerte desde el comienzo cual animal abandonado, destinado irremediablemente a un cruel y solitario destino. Se soltó a llorar con las manos en el rostro, como sintiéndose indigno del mundo en ese preciso momento, despreciando su falta de convicción, de afrontamiento, pero principalmente su falta de oportunidades; hablaba del universo conspirando a su favor y viéndole la cara en el clímax de su esperanza, y como vivía con ese rencor constante con el destino, por no dar segundas  oportunidades. Un momento de calma le había bastado para entender el pésimo estado en que se encontraba su interior, y lo compadecí por sentirlo en pedazos; lo abracé y dejé que se desahogase un poco en mi hombro. Me preocupa pensar que pueda ser una maldición llevada en la sonrisa de esa mujer, y que yo pueda terminar sufriéndola encantado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario