lunes, 30 de marzo de 2015

Pequeñas prisiones.

De una cajita de reloj, el hombre sacó un par de papeles; basura a simple vista; y los esparció alrededor de su cama como si tratase de armar un rompe cabezas de piezas que encajaban en su mente. Ahí se encontraban varios boletos de autobús expirados y con fechas con significados tan íntimos como memorables. El hombre se estremeció; empezó a irse en compañías pasadas y amigables, donde lo que más podía resaltar de aprendizaje era la cantidad de errores que había cometido. "Que tonto fui" se repetía cada cierto tiempo mientras seguía examinando cada objeto individualmente.

En la cajita, también había un anillo viejo de un material barato, un collar de joyería fina y un dibujo que mostraba ternura, fidelidad, pero sobre todo inocencia. El hombre tomó todos los papeles de golpe y se dispuso a meterlos de nuevo en su prisión, pero en el brusco, una fotografía cayó a sus pies. En ella reconoció a una pareja de antaño; el hombre lucía familiar, como un viejo conocido y empuñando los ojos para dar con aquel rostro tan joven y vivaz, se percató que era él.

-¿Qué ha pasado conmigo? -Se decía el viejo extrañado y melancólico.

Entonces procedió a ver a su acompañante, una joven con un encanto peculiar que en algún momento le había dado días encantadores. Empezó a rozar sus dedos por su cabello lacio y negro, por aquellas mejillas desproporcionadas pero encantadoras, bajó hasta su sonrisa llena de inseguridades, pero donde el amor no era una de ellas. Entonces empezó a llorar. Las lágrimas caían sobre la foto y acabaron por decolorar la vieja foto, por lo que se detuvo rápidamente y se dirigió hacia la ventana abierta, ahí volteó al cielo y después al musgo creciendo por la temporada. Eran pruebas contundentes del presente. 

"Vivo o muerto, he llegado aquí. Como quisiera que sólo fuese un ensayo... un sueño..."


No hay comentarios:

Publicar un comentario