Con el paso del tiempo, las cosas dejaron de importar. El moho en las paredes de la caverna, el agua que me llegaba hasta las rodillas y donde rondaban y reptaban alimañas, pero principalmente, la sensación de esperanza. Desde luego, hubo algún momento en que pensé me estarían buscando, y que no debía moverme de donde estaba, pero con la apenas visibilidad que ofrecían aquellos cristales blancos que reflejaban el agua, entendí que ya no me encontraba en ningún lugar frecuentado por la humanidad.
Cuatro horas es lo que basta para
perder todo rastro de esperanza, pero el 90% se pierde en los primeros cinco
minutos. Ahora, y pasados unos veinte minutos de la tercera hora, solo quedaba
seguir caminando a través de las grutas, esperando hallar una salida. Lancé mi
mochila con las pertenencias que me estorbaban hacia una parte elevada, donde
el agua no le pudiese arrastrar. Con cada paso, la pierna izquierda se movía un
poco más de su lugar, aún si intentaba cojear o apoyarme de las paredes
húmedas. Caí un par de veces, y un par de veces sentí un infierno que me
tentaba con buscar una piedra afilada y cortarme aquella extremidad. Pero esos eran solo pensamientos invasivos.
Conforme avanzaba, el agua subía
de nivel, y así también la temperatura, pensando que pronto llegaría a una zona
donde me fuera imposible sobrevivir, pero que más podía hacer sino seguir
caminando por aquel camino de halita que colgaba del techo y crecía de las
partes altas del suelo, donde no llegaba el agua, pero tampoco yo con una
pierna rota. Alguna vez escuché que en las minas de sal, la temperatura tiende
a subir hasta unos 60°, y bien podía ser este el caso, pero probablemente
exageraba, y fueran mis delirios por la falta de agua potable. Quería sentarme, pero el agua en ese punto
llegaba por encima de la rodilla, y el dolor podía hacer que no me levantase
más. Contaba los pasos, me decía que al llegar a 2500 ya debía encontrar algo,
y así también creía contar el tiempo, a fin de mantenerme racional, sentir que
seguía esperando algo, pero cuando la cuarta hora llegó, hubo un acuerdo
general entre mi instinto y mi razón.
Y así, me desplomé en el agua, la
cual en ese punto me llegaba al cuello, teniendo que levantar la barbilla para
evitar que se me filtrase por la boca. Debo admitir que fue relajante. El agua
tibia estaba liberando la tensión de mis músculos y mi pierna dejó de crujir
mientras disminuía su pálpito hasta quedarme solo con el de mis latidos. Pero,
lo verdaderamente relajante había sido darme por vencido, dejarme a ser víctima
de cualquier depredador, si es que existía algo así. Imaginaba a alguna clase
de mamífero sin pelaje y de fauces tan largas como mi brazo, viniendo tras el
charco rojo que se esparcía alrededor de mi pantalón. No había nada con esa
descripción, pero si pequeños peces que se aglomeraban alrededor de mí,
causando apenas un cosquilleo. Después de mantener la calma durante un par de
minutos, di un manotazo dentro del agua y pude atrapar a uno de los pequeños
peces, el cual, de tener fuego, pudo haber sido mi cena de esa noche.
Llegué a considerar que aquí
abajo no se estaba tan mal, que, de no ser por la pierna rota, podría pasar el
resto de mis días encerrado en aquel paraje imposible entre el calor y la
humedad. Pronto entendería que la razón de que la visión fuera tan mala, era
debido a la neblina generada por el choque térmico que se propiciaba unos
metros adelante. Si el agua se evaporaba, era probable que solo aumentase más y
más la temperatura. Lo había confirmado, no había salida, pero ¿por qué pensar
en ello? ¿No me había dado por vencido acaso? Quizás fuera un mero vestigio de
instinto de supervivencia.
Empecé a llorar insaciablemente.
No quería morir. No así. Había mucho que todavía tenía por hacer, como casarme,
publicar un libro, o bien fuera abrazar a mi familia, pero rara vez, uno tiene
la libertad de irse en sus términos. Quizás si hubiera sido más ambicioso, mis
condiciones fueran otras, y como de no haberme rendido en otras cosas evitasen
que lo hiciese ahora. Las ideas de vidas paralelas donde tenía una casa modesta,
un auto, mujer e hijos, viviendo una vida sencilla, o donde recorriese el mundo
tomando trabajos de medio tiempo para sobrevivir, eran cosas que así como
llegaban, se esfumaban por el bien de mi sanidad. Entonces volvía al silencio y
a sentir alivio, sintiendo el agua entre mis manos y como parecía que había
dejado de empapar mis ropas, pero era solo que ya me había habituado a
sentirles hundidas. A veces, me relajaba tanto, que el agua empezaba a
filtrarse por la boca, y empezaba a escupir sin parar. A pesar de ser un cuerpo
de agua lejano a cualquier mar, el agua era salada. En otras circunstancias,
aquí habría una mina de sal.
“Aquí es donde iba a morir” pensé
innumerables veces, hasta que la idea se planteó tanto en mi cabeza, que no fue
sino una realidad. Fue entonces que empecé a darme cuenta. No era solo que me
relajase y me dejase caer al abismo que era aquella agua misteriosa, sino que su
marea estaba subiendo. Me pregunté si es que acaso eso era posible en un cuerpo
de agua dulce, pues si bien no cuadraba con su sabor, cierto era que el mar se
encontraba por lo menos a una decena de kilómetros. Primero recorrió mi cuello
hasta llegar a la altura de mi quijada, donde en un vaivén casi hipnótico,
llegó a rozar mis labios.
En ese momento lo comprendí.
Nadie puede esperar a la muerte.
Entonces, intenté volver a
levantarme, pero una y otra vez, el dolor me lo impedía, hasta que finalmente
tuve éxito al sentir como el hueso trataba de perforar la carne y soltaba un
grito que hacía eco a través de las paredes de aquella caverna. Poco después
fui consciente de las sanguijuelas anclada a mis piernas, pero fuera de la
repugnancia de su tacto al removerlas, no pude sentir aquel dolor. Al tomar la tercera,
y en un arranque de ira, la estrujé al punto de reventarle, y mi sangre rodaba
por mi mano, y aquella me incitaba a probarle, invadido por la deshidratación,
el desespero y... Eso era.
Estaba enloqueciendo.
Empecé a caminar, pero esta ocasión era
diferente, sentía tener una dirección, y era regresando en mis pasos, hacia la
mochila que había dejado en la entrada, había recordado que había algo ahí que
me podía ser de mucha utilidad en esa situación. En ese momento, y si bien no
se notaba mucho en la iluminación, sabía que era de noche. Lo sabía por el agua
que me llegaba a la cintura, por la tranquilidad de las aguas, y el cansancio
que cada vez atentaba con tomar el control de mi cuerpo.
Finalmente, mi pierna dejó de
quejarse, guiado ciegamente por un alivio que podría encontrar en mi maleta,
esperando que el agua no le hubiese estropeado. Contaba los pasos como en el
inicio, pero llegué al numero de pasos contados la primera vez y aún no había
rastro de aquel camino que había dejado en un comienzo, donde yacían mis pertenencias.
A fin de calmar mis ansias, me hice a la idea que mis pasos ahora eran más pequeños
a costa de la fatiga, o que acaso había estado contando de más. Afortunadamente,
y unos metros más adelante, pude ver mi maleta, aún intacta. Era claro que no
había nadie más ahí.
Rompí una de las estalagmitas a
mi alrededor y con ella, logré jalar la mochila hacia mí, cayendo
estrepitosamente en el agua y causando un eco que bien pudo haber levantado a
cualquier ser vivo en la caverna. La levanté de inmediato, esperando que la
humedad y el agua no hubiesen dañado lo que había venido a buscar, pero ahí
estaba, intacta todavía.
No pude evitar acariciarle, y aún
en la oscuridad, le miraba fijamente, y su reflejo apenas visible en el agua. Estaba
fría, más rígida que nunca. Temía no tener la fuerza para activarle, pero sabía
que las tenía, que un ultimo esfuerzo valdría la pena. Le tomé entonces con mi
mano derecha, y la coloqué sobre mi sien, pero apenas habiendo acumulado mi
determinación, noté un reflejo en una de las paredes, y después en mi rostro,
seguido de una voz que gritaba mi nombre, y agradecía haberme encontrado, que
la pesadilla había acabado y que lamentaba la demora.
Pero ya era tarde para mí.
Así que apreté el gatillo.
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