martes, 23 de mayo de 2023

Árbol de Cerezos.

La vi por primera vez en el bar de la 43. Esa noche, me había reunido con unos amigos que no veía desde hace cinco años, y bebíamos cerveza y comíamos las típicas entradas que habían ido evolucionando desde papas fritas hasta un bowl de nachos. Recordábamos como antes apenas y teníamos para comprar una cerveza y poner para las papas, hablando de como ahora el dinero no sobraba, pero quedaba justo para no preocuparse tampoco por una noche como esta, sin remordimiento, pero la edad es cruel y tampoco quedaban ánimos de embriagarse. Hace años que un par de botellas no eran más que agua para las reuniones, culpando a la tolerancia adquirida, pero también al estilo de vida que llevábamos, qué de una forma u otra, nos forzaba a relajarnos con el uso de drogas, mayormente legales. 

 

Al término de la segunda cerveza, ella entró.

 

Se trataba de una mujer entrada en sus veintes, de cabello al hombro, negro y de un tono brillante por algún aceite. Llevaba un short bombacho de rayas y una blusa negra, abotonada y de manga larga que la hacía resaltar por encima de todas las otras mujeres en el bar, y probablemente del vecindario. Su rostro era serio y de cejas oscuras que resaltaban sus hermosos ojos grandes color miel y de algún modo, combinaban perfectamente con el color de sus labios que, a falta de conocer terminología, podría comparar tan solo con el rosa pálido de los cerezos que caen durante primavera. Pronto me percaté que tenía la boca abierta, al voltear a ver al resto de la mesa, que padecía de una reacción similar.

Afortunadamente para mí, dos de las cuatro personas en la mesa estaban comprometidas, dejándonos únicamente a Gado y a mí como posibles pretendientes. Eventualmente, esto llevó a una discusión sobre quien debiera tomar esta oportunidad, involucrándonos en toda clase de desafíos que a la larga, no llevaron a ninguna parte. Finalmente, decidí aprovechar que Gado había ido al baño para acercarme hacia ella y sus amigas. Saludé a las amigas de manera casual y les empecé a hablar sobre los cocteles de moda y los fuertes del barman en turno, dejando a un lado a mi verdadero objetivo buscando generar un interés surgido del ignorarle. Cuando empezó a integrarse a la conversación por su propia cuenta, le pedí disculpas por haberle ignorado durante este tiempo y me senté a su lado, a fin de seguir la plática con ella.

Desde la mesa contigua, podía notar a mis amigos celebrando mi aparente éxito, mientras que Gado me veía con cierta irritabilidad, que prometía pasársele por la mañana. Se llamaba Cecilia y si bien su rostro serio fue lo que me había llamado en primer lugar, terminé idiotizado por su sonrisa de dientes blancos, cerezos en la nada y en el rojo de su lengua, que me llamaba a seguir ahí hasta las últimas consecuencias. Le piropeé los aretes de rubí, y ella se quitó uno para enseñármelo, dejando ver la silueta de una rama sosteniendo la joya.  Le pregunté sobre sus experiencias amorosas, buscando indirectamente tantear si tenía alguna relación, y pronto nos encontramos hablando del proceso del enamoramiento, y como la cabeza se nubla mientras el corazón palpita y el estomago se estremece con el aleteo de las mariposas, mientras que mi mano se acercaba a su abdomen y formaba un remolino, y cada vez que repetía este gesto ella sonreía y sonrojaba; pero justo cuando iba a hacer el movimiento, su teléfono sonó, y tuvo que despedirse de inmediato, dejándome sin su número, varado y sin Cecilia.

Pregunté a sus amigas si podían proporcionarme su teléfono, pero ya sea por envidias o simple desconfianza, no me lo dieron. Volví entonces a la mesa, derrotado, pero no vencido, y cuando toda la noche recordaba los cerezos y la nada, supe que debía volverla a ver.

Así entonces, y durante cada noche de viernes, iba al mismo bar de la 43, esperando toparla nuevamente, pero sin suerte durante semanas.

En la tercera semana, y pasando por el segundo trago de la noche, una joven se sentó a mi lado en la barra. Llevaba una blusa polo desgastada por el uso, y unos pantalones de mezclilla, que, debido a su holgura, la hacían parecer pasada de peso. Sus ojos eran algo saltones y claros, y sus labios eran apenas una mancha visible en su piel. Después de un tiempo de notar como volteaba a verme, decidí dejarme llevar por la situación y le hice un poco de plática, sacando a relucir lo de sus ojos que, a mi parecer, eran el rasgo más característico y agradable de su rostro, pero sus respuesta secas y simples terminaron por resultar irritantes, pues yo no era quien buscaba algo en primer lugar. Por respeto más que por intento, le pregunté entonces por el tatuaje borroso que tenía en el antebrazo derecho, mencionando que su mensaje era “los sueños se hacen realidad”.

“Ridículo”. Fue lo que pensé, pero seguí la conversa casi por hábito, preguntando por su sueño.

"Mi sueño es viajar por todo el mundo y conocer cosas nuevas".

Y simplemente no pude evitarlo.

Sabrá si tengo razón o no, pero en mi experiencia, las personas que sueñan con viajar, realmente no tienen idea de que es un sueño, no tienen idea de que hacer con su vida, pero simplemente no están cómodos en donde están. Por eso huyen, por eso quieren sentir que hay algo bueno por lo que vivir, y en ese momento, puede que solo entonces, se planteen tener un sueño real.

Había perdido completamente el interés en esa conversación. Guardé aquella cruda reflexión para mí, y le platiqué que hacía mucho había abandonado mis sueños, y como si una ofensa o perversión hubiese pronunciado, se levantó de la barra y se fue a sentar lejos. Ese era mi propósito. Y mientras caminaba, y su cabello se tintineaba por el movimiento, pude ver los aretes de rubí, con aquel detalle de ramas doradas, imposibles de olvidar. Aquella que se marchaba era el árbol de cerezos, que había perdido su follaje en la temporada, un sueño que también y sin saberlo, abandoné. Pero al final, solo eso era.


No hay comentarios:

Publicar un comentario