sábado, 27 de febrero de 2016

Carta de desahucio.

Hoy redacto como un hombre nuevo, un hombre atado a cabos, a presuntos finales que arremeten con no dejar donde empezar. Aquel demonio de perversión dentro de mí esta descomponiendo mis fibras, dejando a mis órganos desconectados de mis otras emociones, quedándose al mando de mi mente. Lo sé porque lo siento. La fiebre, la tos, inclusive mis heces mandan una señal de auxilio, pero puede ser muy tarde para responder. De todos modos, no puede ser tan malo. Si esto le ha pasado al resto del mundo o si han nacido con ello, no veo porque uno más podría afectar al equilibrio mundial. Ya no soy el visionario lunático ni el escritor que se desahoga, sino solo un esclavo de mis nervios, de las reacciones, o cualquier ente que tenga un mínimo de autoridad colectiva. Eso ya no importa.

Como todo buen condenado me he servido de mi platillo favorito hasta el final, una entrada de cinismo, un platillo de extravagancia acompañado de buenas amistades, un postre melancólico que he de terminarme solo el día de hoy. Y de vuelta a la celda, a esperar que decidan el método que prefieran. No tengo miedo. Eso significaría que aun siento algo y por ende tendría esperanza, pero me he resignado a este destino que promete traerme menos problemas a la moral y mas a la inocencia, si es que queda rastro de ella.

Así que con esto me despido, pero pronto sabrán algo de mí, con mejores aires, con menos preocupaciones, con un par de cuernos o una tez pálida que deambule en el cementerio en busca de otra oportunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario