Anoche soné el vals de la vida,
un encuentro interminable de luces y caricias,
disfrazadas de pasos de baile y de bebidas
engañosas en brebajes misteriosos.
Estaba solo sobre la pista,
y todos bailaban disparejos en esencia,
mas aun así reían ignorantes de la belleza,
oculta en la pista al ser meloso.
Bajaron las luces y subieron las bebidas,
y aun seguía clavado yo en mi silla;
solitario, mas no solo en mi decidía,
y así a una dama en mismo reposo.
Le ofrecí una charla divertida,
y ella rió, y yo le sonreía,
y aún cuando no me conocía,
me invito a bailar al son hermoso.
Y vi como mis pies se divertían,
a pesar que bailarín torpe prometía,
esa noche la luna fue la gran testigo
del amor que nacía indecoroso.
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