jueves, 14 de noviembre de 2024

Encuentro de Ker-Ys

Era verano cuando conocí a Dahud. Yo era tan solo un hombre de negocios en la barra de un bar a la orilla de la playa. El bar del hotel me había ahuyentado por sus precios exorbitantes y así caminé entre la arena hasta llegar a una palapa rústica y con un letrero desgastado donde la brisa azotaba en los días de viento. Era un día sin brisa, y pedí un daiquiri con un toque de Maraschino, imitando la receta de Heminghway. Entonces escuché a una mujer diciendo "quiero uno igual" e inevitablemente tuvo mi atención. Pensé que podían ser los delirios del calor, pero verdaderamente quedé prendido de su belleza. No poseía una figura despampanante de una actriz, sino el de una deportista, notando por primera vez en mi vida el encanto de una espalda remarcada, y unas piernas que habían trabajado sin cansancio durante años hasta entonces. 

Era una mujer como ninguna otra para mí que no solía salir de la oficina y los hoteles, y entonces tuve la idea de hablarle. Como siempre, mis primeras palabras tuvieron el encanto de un balde de agua fría, pero quizás fuese el calor o los tragos venideros, que habían hecho al agua rendir frutos. Su nombre no era Dahud, pero así decido evocarla como la princesa Sirena de las leyendas bretonas, aludiendo a su gusto y vocación al nado, del cual yo no era nada participe. En el mar no hacía más que mojarme los pies, mientras que a ella le gustaba ir a tocar la boya y regresar buscando batir su récord personal. A pesar de ello, no era una deportista profesional. Se trataba tan solo de una amante del agua y una entusiasta del nado. Sin contar ese considerable detalle, congeniamos al punto de hablar hasta el anochecer, cuando la playa empezó a vaciarse y aquel bar tan solo parecía esperarnos a nosotros para cerrar. Nos dimos los números y nos despedimos con un beso como incentivo para volver a hablar. Sin embargo y de camino al hotel, lo único en lo que podía pensar era en como haría para enfrentar una de mis mayores aversiones, que era el mismo mar. Aquel trauma arraigado desde la infancia parecía venir por mí seduciéndome hasta las profundidades, pero después de horas deliberando con el techo de la habitación, tuve mi decisión. 

Al día siguiente estaba inscribiéndome a un curso de natación en mi ciudad, la cual estaba a apenas un par de horas de Dahud. Así, al salir del trabajo, me dedicaba exclusivamente a mis lecciones para el fin de semana salir a verla. Durante un par de meses, pude eludir la playa, pasando nuestros días en los bares o en su casa. Se dedicaba a dar clases en una escuela de una comunidad cercana, y así como yo, solía pasar el resto del día nadando, aunque la comparación era similar a la de una rana y un tiburón. Estaba prendido de su belleza natural, del tono dorado de su piel por el beso del sol, de esa sonrisa tan ligera que parecía hacerme flotar a mí también, y llegado a ese punto, sabía que debía acompañarle a donde ella fuera.

El primer gran paso fue la piscina de un hotel donde me hospedaba. Invité a Dahud a pasar la noche y no pudo evitar notar la alberca olímpica en el croquis. Nunca mentí sobre mis capacidades de nado o sobre mi miedo al agua, pero me sentí tranquilo al estar con ella. Mis movimientos fueron menos rígidos a las prácticas, y sentía que podía compartir ese mismo espacio con ella, y mientras Dahud era un pez en el agua, yo dejaba de sentirme rana, considerando que era tan humano como lo era mi hermosa acompañante. Sus esfuerzos para mi seguridad en el agua fueron admirables, regocijándome de aquellos cuidados que no se limitaban al agua, y que en mi vida no había gozado jamás. 

Así fuimos subiendo de escalones poco a poco, sumergirse en las albercas, competencias de nado entre los dos, la playa y finalmente, me encontraba frente a ese escalón que más temía subir: buceo. 

Habían pasado ya varios meses y ella me preguntó en repetidas ocasiones si podría hacerlo. Un par de semanas antes, habíamos contratado un paquete de snorkel como última prueba para ese momento. Era un día de Septiembre y el verano estaba por terminarse. Las aguas estaban agitadas por el paso reciente de una tormenta tropical y estuvimos a punto de cancelar, pero el día amaneció tan soleado que no pude evitar sentir cierta resignación. La lancha demoró unos veinte minutos hasta llegar a la zona de arrecifes, donde podían apreciarse diversos peces coloridos. Desde que tuve el equipo de snorkel en mi posesión, me la pase practicando para poder respirar con el. El instructor nos hizo la señal y así bajamos de la lancha hacia el mar. Mientras que Dahud se escabullía sin más, yo tomé valor entre el azote de las olas para emprender mi zambullida, cuando una ola generada por la lancha logró sumergir mi cabeza bajo el agua y mi respiración se sintió completamente limitada, mientras que el agua ingresaba por la mascarilla y empezaba a tragar agua salada con tal y no ahogarme en ese preciso momento. Salí a la superficie y como pude removí la mascarilla para sacar el agua, aferrándome con una fuerza instintiva a la cuerda que nos sujetaba. Sin mirar atrás, me fui desplazando hasta donde se encontraba el barco y subí sin esperar el auxilio del personal. Cinco minutos después, salía Dahud del agua, preocupada porque nunca llegué. Estaba enojado conmigo, no tanto por no poder hacerlo, sino por convencerme a mí mismo de que era posible. Miré a Dahud y le dije "hasta aquí llego", sin pensar en un segundo intento, en como se sentiría ella, sino solo en alivio de salir de ahí con vida.

Dahud no volvió a entrar al mar ese día. El camino fue uno silencioso y de caras largas. Recuerdo que tenía ganas de embriagarme, pero al llegar al muelle, pude sentir como mi cuerpo carecía de todo equilibrio, como si el mar siguiese burlándose de mí, de mi incapacidad, pero ahí estaba Dahud tomándome la mano y llevándome hasta su habitación donde por ultima vez, tuve certeza de que me amó.

  



jueves, 31 de octubre de 2024

La isla de los insectos.

Así habíamos decidido bautizarla. Después de todo, parecía pertenecerles. Desde que el explorador William Dalton arribó a la isla, probablemente habría pensado el mismo nombre o quizás de manera más apropiada "la isla de los insectos gigantes", al ser recibido en primera instancia por un mosquito del tamaño de un babuino. Su reacción, como la de cualquiera en su sano juicio, fue regresar con equipo especializado a prueba de picaduras, pero después de las pérdidas humanas al no estar preparados para otro tipo de seres insectoides, decidieron proceder con las armas de fuego. 

Mi equipo y yo fuimos contratados como guardaespaldas. Jadar era un hombre con experiencia en la selva, Lana era francotiradora y buena con las armas de precisión,  y Tom era un amante de la artillería pesada y los explosivos. Por mi parte, se me daba bien liderar dada la experiencia obtenida en Iraq, donde alguna vez fui teniente.

 Matar insectos gigantes sonaba fácil con semi automáticas y la paga era bien remunerada. Dalton había muerto un par de años atrás, siendo nuestro benefactor el investigador Edward Darnic. Dantes era un erudito de la época y un nominado a premio nobel pero sin terminar alcanzarlo, y pensaba que la isla descubierta por su excéntrico amigo Dalton podía ser la respuesta.

La misión de la incursión era descubrir el origen del gigantismo de los insectos, y siendo que pagaban $1,000.00 dólares al día, no teníamos interés verdadero por terminar pronto. Nos dio unos papeles a firmar que lo deslindaban de todo daño o perjuicio, documentos muy comunes para los mercenarios. Al día siguiente, estábamos montados en un barco de camino a la isla. Fuera del conocimiento de las alimañas, la isla parecía un paraíso, con agua cristalina y arena tan fina que difícilmente se encontraba de manera natural. No pasó mucho para que viéramos el primer insecto. Se trataba de un escarabajo que volaba por encima de nosotros, logrando tapar por un momento la luz del Sol. Por la altura, estimamos que podía medir cerca de cinco metros, y de repente, empezamos a dudar si acaso las armas convencionales servirían de algo. Darnic nos intentó tranquilizar, diciendo que seguirían siendo frágiles en las coyunturas y en los ojos, pero eso solo significaba más problemas. Para Lana era un reto, para Tom también aunque de otra manera. Estaba interesado en saber si podía sobrevivir a la ametralladora de torreta que solía cargar orgullosamente.

Al adentrarnos en la selva, pude notar como Jadar empezaba a perder la calma lentamente, pues aquella selva ponía a prueba sus sentidos. Todos lo sentíamos, era como ser acechados continuamente, y las alas de los insectos viciaban el sonido. Lo que en una selva normal no era más que un tenue ruido de fondo, aquí era una orquesta disonante y violenta. Supimos que no habría medidas preventivas cuando Jadar sacó su rifle y decidió apuntar hacia todas partes. Por su lado, Darnic parecía estar más interesado en las plantas alrededor, o más en específico, parecía buscar otra especie nativa. Mencionó estar consternado de que el ecosistema parecía idéntico al de otras islas como Tailandia o Chipre, pero parecía presentar una decadencia algo reciente. Mencionó cosas sobre pigmentación, abono y ciclos naturales pero estaba ocupado tratando de mantenerle a salvo.

Lana lanzó el primer disparo.

A unos cincuenta metros, una hormiga voladora parecía venir directamente hacia nosotros, pero fue derribada con ese único tiro. Darnic la felicitó, ya que las hormigas suelen venir en grupos inmensos y pudo haber sido un problema en caso de ser descubiertos. Cambiamos de ubicación por seguridad, llegando hasta una cascada de agua dulce. Ahí fue la primera vez en mi vida que vi a un insecto tomar agua. se acercaban de manera dispersa y sin atender a nada a su alrededor. Tom y su metralleta tampoco atendieron a nadie más, matando a cerca de una decena en el proceso. Darnic se acercó y empezó a estudiar los cadáveres, notando que, a pesar de pertenecer a distintas especies, todos parecían tener rasgos similares, como un aguijón en sus colas y alas, como los de una avispa. Algunos tenían colores interesantes que emulaban al camuflaje de un tigre, mientras que otros poseían colores grises o marrones que no coincidían con sus contrapartes del mundo exterior.

Tomó un par de muestras y nos dirigimos hacia la costa para buscar el barco. El Sol estaba cayendo y los insectos empezaban a alborotarse y gobernar los cielos. Después de eso, todo pasó en un abrir y cerrar de ojos. Se escuchó a algo caer con gran velocidad, y luego el cuerpo de Tom ser atravesado por un aguijón mientras la cabeza succionaba su sangre desde una pierna. Lana le disparó a los ojos y yo logré inutilizarle las patas, pero aún así logró emprender la huida, dejando a su presa detrás. Jadar y yo tomamos a Tom esperando poder tratarlo en el campamento, aunque la herida parecía bastante seria y no había muchas esperanzas. Darnic le tomó de las piernas y nos incitó a seguir. Lana era nuestra única protección, mientras que Jadar nos direccionaba a través de la selva y yo veía los patrones de ataque de las alimañas. Era muy difícil. Los humanos tienen una anatomía idéntica y suelen realizar patrones involuntarios. Aquí los cuerpos eran tan diferentes que volvía difícil predecir de que manera atacarían, aunque poco a poco, parecía ser que todos dependían en primera instancia de aquel extraño aguijón característico. 

Llegamos apenas al barco y nos encerramos. Apenas trataríamos el sangrado de Tom cuando Darnic nos detuvo, diciendo que debía tomar muestras para su investigación. Intenté detenerlo, pero amenazó con no pagarnos y titubeamos, por lo menos el tiempo suficiente para que terminase. Hervía en fiebre, y no parecía que pudiera pasar de la noche. Estábamos afligidos, y dispuestos a irnos únicamente con nuestra paga de un día con tal de no seguir ahí. Darnic aceptó a regañadientes, pero en el camino de regreso, tocó los camarotes de manera endemoniada, llevando a todos hacia la cubierta. Eran cerca de las dos de la mañana y el hombre solo podía pensar en compartir su teoría de la isla con nosotros.

"Quede en claro que todo lo que les he de decir es meramente especulativo hasta que no de con el espécimen que dio origen a esto. Aquello que presenciamos no es sino una mutación provocada por una nueva subespecie, casi con seguridad una avispa, proveniente de la familia de las parasíticas. Sin embargo, parece ser que su ciclo de crecimiento se vio mezclado con el de su huésped, dando origen a los insectos gigantes. A pesar de las distancias recorridas, no pude dar con ningún mamífero o reptil nativo de la isla, siendo únicamente los peces cohabitantes al estar en un ecosistema seguro. Mi teoría es que si la avispa parasita a un insecto, este crecerá como un híbrido, mientras que si lo hace con un mamífero, únicamente tomará su tamaño y patrones de color, razón por la cual tenían colores más comunes en mamíferos. De ser el caso, todo en esa isla, así como los mamíferos que ahí habitaban, está condenado a la extinción. Al haberse roto el balance de la isla, pronto las plantas perecerán y aquellos insectos irán cayendo eventualmente."

Acto seguido, confirmó sus intenciones de cazar aquella avispa, pero justo antes de siquiera poder protestar, un grito vino desde el camarote de Tom. Todos corrimos hacia allá y al abrir la puerta vimos como aquel hombre corpulento se retorcía intentando alcanzar su espalda, jalando sus vendas y arrancándolas desesperadamente, dejando ver una criatura que no terminaba de ser insectoide, con piel, cabello y aguijón. Aún cuando Darnic nos suplicó mantenerlo con vida, no pudimos sino darle un final misericordioso a nuestro compañero, así como un poco de venganza.

Se que es difícil de creer, pero una vez advertido, es tu decisión si ir con él a la isla de los insectos.




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lunes, 7 de octubre de 2024

Mi papá cuenta estrellas.

 "Mi papá cuenta estrellas" dijo Mavis frente a todo el salón de clases, durante la exposición sobre los trabajos de los padres.

-¿Tu papá acaso es astrónomo Mavis? -preguntó la maestra con una sonrisa, mientras que el resto del salón se reía por la declaración inocente de su compañera.

-No.  Mi papá era piloto.

-Oh, entonces mira las estrellas desde el cielo. Pero me parece que lo has dicho mal. Tu papá "es" piloto.

-No, él ahora cuenta estrellas desde casa. Nunca sale de su cuarto y siempre está ocupado contando estrellas.

La maestra parecía confundida con la historia, por lo que prefirió dejar que la niña terminase.

"El solía volar en un avión pequeño, donde llevaba a gente hacia lugares difíciles de alcanzar. Me decía que a veces aterrizaba en el agua y otras en las montañas. Su momento favorito para viajar era durante las noches, donde podía ver las estrellas. Se sabía el nombre de muchas y también las formas que hacían. A veces nos acostábamos en el balcón y él me enseñaba todo eso, aunque yo no veía las formas porque siempre intentaba contarlas."

Nuevamente los compañeros rieron, pero la maestra parecía más interesada en escuchar con detenimiento.

"Cuando cumplí cinco, mi papá iba a llevar a unas personas en el avión, pero me prometió que llegaría para partir el pastel. Dieron las cinco, las seis y así hasta las 9 pero él nunca llegó. Recuerdo que le grité a mi mamá porque ella ya quería partir el pastel, pero en el fondo sabía que debíamos comerlo. Al día siguiente, un hombre vino a la casa, y después de hablar con mi mamá, ella me vistió rápido y nos fuimos hacia casa de mi abuela. Jamás había visto conducir a mi mamá tan rápido, parecía querer alcanzar a mi papá, así que miré hacia el cielo, pero no logré ver su avión en ninguna parte. Después de dejarme, salió igual de rápido de ahí. Cuando mi mamá volvió parecía muy triste, así que me disculpé por haberle gritado ese día del pastel. Parecía que eso la había afectado mucho, porque me abrazó muy fuerte y empezó a llorar como nunca. Le pregunté por papá, pero me dijo que tardaría un tiempo más en volver.

Mi papá llegó acostado en una cama con ruedas, y unos hombres le ayudaron a acostarse en la cama. Se veía mas flaco y su piel era muy blanca. Miraba siempre hacia arriba y no parecía voltearme a ver, aún cuando le abrazaba. Mamá me dijo que debía tener cuidado con él y los cables que salían de su brazo, ya que se había lastimado, pero se veía muy triste y no sabía porque. Un día, mamá volvió con un botes de pintura y brochas, y dijo que había que pintar el cuarto de papá para que estuviera feliz. Así, hicimos nubes y estrellas en el techo. Yo le pregunté a mi mamá que si cuantas tenía que pintar y ella me dijo que muchas muchísimas, porque a papá también le gusta contar estrellas. Era muy cansado porque había que levantar los brazos, pero pinté tantas que yo nunca podría contar.

Entonces, creo que vi a papá sonreír, y eso ha estado haciendo desde entonces, contando estrellas."




martes, 2 de julio de 2024

Los gatitos en la pasta.

 Como todos los gatos que son criados en una casa, Alfredo era un gato perezoso y aburrido de su vida cotidiana. Vivía en un restaurante de pastas y recibía tres comidas al día, espaguetis, pizzas y lasaña, mientras pasaba sus días y noches viendo la tele y relamiendo sus bigotes llenos de salsa. Su pelaje era blanco y suave, pues nunca salía a la calle, aunque sus ojos parecían siempre cansados, quizás fuera por el brillo de la pantalla.

A veces se sentaba junto a la ventana, tan solo por querer un poco de aire, miraba a las estrellas y pensaba "Que solo, que solo, que aún las luces de arriba tienen acompañantes". Lloraba sin consuelo, donde nadie le mirase, y las lagrimas secaba con sus patitas suaves.

Entonces una noche y mientras miraba a la ventana, aparecieron dos gatitos frente a la ventana, que solitos en la calle, lloraban por su madre mientras temblaban. Alfredo les oyó, y sin pensar dos veces, por la ventana saltó, y llevó a los dos gatitos adentro hasta su habitación. Una vez calientitos, a los dos gatitos sus nombres preguntó, pero aún no tenían nombre, pues su mami desapareció. Alfredo decidió que el les iba a nombrar y al más grande y naranja Pomodoro le llamó, y a la chiquita de manchas, Boloñesa por las albóndigas que parecían sus manchitas marrón. Pomodoro era muy glotón y serio, contrario a Boloñesa, tan juguetona y de instinto explorador.

De su comida convidó y a escondidas las mantuvo, con tal de que sus dueños no les viesen y los echasen a lo oscuro. Pronto descubrió que la comida no sería suficiente, y por primera vez en su vida, decidió cazar un ratón. Los ratones eran rápidos y sin vergüenzas, y se burlaban de Alfredo que ya cansado les miraba con la lengua afuera. Pero un ratón a carcajadas se cayó y Alfredo en su boca lo metió. 

Volvió a casa para alimentar a los gatitos, pero la casa en ruinas encontró, hallando patitas de gato con salsa en las paredes de la habitación, en el baño y hasta en el comedor. De la impresión soltó el ratón y se dirigió de prisa a la cocina, siguiendo las huellas de los gatitos y su pista. Ahí estaban los gatitos sobre una olla vacía, con sus barriguitas llenas y llenos de salsa hasta en las axilas. Alfredo escuchó un ruido y rápido manchó sus patas con salsa y escondió a los gatitos, y cuando llegaron los dueños del restaurante regañaron fuertemente a Alfredo que tan solo sus hombros encogía. 

Pero al punto que lo iban a dejar durmiendo afuera, un maullido resonó dentro de la olla. Era Boloñesa, que tenía miedo a la oscuridad donde se encontraba. Alertados, los dueños fueron hacia la olla, y Alfredo empezó a maullar desesperado, intentando liberarse para salvar a los infantes. Pero muy tarde se soltó y la olla fue abierta, donde los dos gatitos adentro miraban con ternura y amor. Los dueños les miraron y entre sus brazos les tomaron, les bañaron y un plato de comida y leche dieron para cada uno. A los gatitos adoptaron y tan familia que eran de Alfredo, que Boloñesa y Pomodoro les llamaron. Y así Alfredo les crio, salían a fuera muy seguido a jugar, y Alfredo sus ojos cansados conservó, solo que esta vez, si estaba cansado, mas solo nunca más. 

Y si te preguntas que pasó con el ratón... Me ha mandado una postal. Ahora vive en Michigan.

 


martes, 18 de junio de 2024

La ciénaga.

 Como son los senderos de la juventud, que al borde de esta carretera sin paradas ni estaciones de servicio, se piensan como pasos de lodo entre jardines frondosos, donde no hacía falta zapatos para recorrerles, y donde bastaba con mirar atrás para encontrar a un ser querido.

Así recordase yo entre delirios aquellos días radiantes en los que solía jugar entre los árboles al final de los suburbios, donde la hierba me llegaba hasta el pecho y era tan espesa que apenas y me era posible cruzar a través de ella.  Había que tener cuidado por donde se pisaba, pues súbitamente se podía estar caminando hacia la ciénaga, pues a pesar de ser la única zona que se limpiaba de malezas periódicamente, era fácil hallar camino hasta ella. Aún así, para un par de niños como Clara y yo, no había un mejor lugar para desahogar nuestra niñez. Hacía años no me atrevía a pronunciar ese nombre, pero siempre que lo hago parece desbordar de mi pensamiento a mi boca y mis manos, como si el restante del recuerdo de Clara se quisiera escapar de mí, o por el contrario, siguiese creciendo como la maleza de aquel páramo verde. Allí solíamos jugar durante nuestra infancia, viendo las mariposas papalotear por los aires y a los insectos arrastrarse entre la espesa hierba, lejos del alcance de visión de las aves, que preferían comer donde el pasto casi no crecía. Sin embargo, parecían mantenerse lejos de la ciénaga, y así con la curiosidad natural durante la niñez, nos acercamos una y otra vez a ese lugar cuando queríamos descansar del roce de la hierba y su saturación para la vista. Medía cerca de unos treinta metros de largo y unos 15 de ancho, y sus aguas eran turbias y espesas, evitando ver si acaso algo vivía dentro de ella. No había insectos alrededor, y el agua se mantenía impasible, como la sensación transmitida por los cementerios. Está por demás mencionar que teníamos prohibido acercarnos a esa zona, siendo reprendidos continuamente por nuestros padres al llegar a casa. 

Los más mayores, mencionaban que las aguas estaban malditas por alguna bruja o ente sobrenatural, y que atraía a las personas para ahogarlas en su negrura. Poco de eso se escuchaba en realidad, pero bien podía ser por la hermeticidad de la gente en las cercanías, quienes congeniaban mínimamente, llevando vidas frívolas y con falta de vitalidad. Puede que Clara y yo fuéramos diferentes al resto, pues al paso de los años, nuestra amistad perduró y floreció tanto como los campos en primavera. Con diez años, Clara era un Sol radiante en el pueblo que iluminaba mis días con su sonrisas al regreso de clases. El resto de niños en la escuela tenían el mismo semblante lúgubre de los adultos, y parecían haber olvidado que antaño, jugaban también por entre los verdes follajes y los viejos árboles, comían sus frutos y se balanceaban entre sus ramas. Ahora teníamos los campos para nosotros dos, y la vida era bella mientras tomaba la mano de Clara y corríamos entre la espesura, y jugábamos con la inocencia que habría de considerar inexistente en este mundo de no haberla experimentado.

Sin embargo, y como toda historia que encuentra su punto de inflexión, he de recordar aquel 4 de Octubre cuando el campo llamaba, ahora marchito entre colores sepia ante el otoño, y los árboles flaqueaban ya sin hojas, y los cielos se pintaban en grises infinitos. Clara era la luz más brillante y hermosa entre la hierba, con su cabello dorado como el trigo y sus ojos que llamaban mis instintos que apenas cobraban sentido para mí como una urgencia de abrazar a Clara y no soltarle jamás. Nos sentamos bajo la copa del último árbol verde, con la extrañeza de que algo se sentía diferente. Las aves habían migrado, y los insectos no parecían presentes, pero negábamos la hora de volver a casa con tal de pasar más tiempo juntos. Entonces jugamos a las escondidas. Fui el primero en contar, y estando de espaldas, escuchaba la voz de Clara diciéndome "a que no me encuentras". Apuré la cuenta y llegado al cien me di la vuelta, aún con el susurro fresco de su voz y siguiéndole cual perro de caza, salí corriendo entre la espesura alta de la hierba mientras esta se quebraba con mi paso violento, y podía escuchar que adelante mío, el mismo sonido se reproducía, indicándome entonces la ubicación de Clara. 

Corrí como una bestia para devorar a su presa, sintiendo cada vez más cerca el rastro que seguía, hasta que finalmente salí de los pastizales, y me hallé corriendo directamente hacia la ciénaga, que en ese momento más que nunca parecía emanar muerte. Frené con todas mis fuerzas, con algunas que no sabía que contaba, recordando las palabras de los mayores sobre los ahogados y las fuerzas siniestras que soltaban sus maldiciones en sus aguas. A unos centímetros del borde logré detenerme en seco y aún con mi corazón latiendo como una locomotora, pude ver como de la ciénaga salía un cuerpo extraño y humanoide, que me hizo paralizar y palidecer en cuestión de un segundo, hasta que la forma cada vez más humana se asemejó a Clara, quien tosía mientras escupía las oscuras aguas de su boca. Apenas pude recobrar el control de mis piernas, me dirigí a ayudarle a subir y a asegurarme de que se encontrase bien. Su cabello en especial llamaba mi atención, pues había perdido su característico brillo, y su sonrisa había desaparecido por completo, ignorándome por el resto del camino. Clara volvió a casa, pero nunca más volvió a salir conmigo, ni a acercarse a aquella ciénaga que parecía haber devorado su inocencia esa tarde de domingo. 

Finalmente, me hallé solo en aquel pueblo de gente gris y de fúnebres encuentros sociales, donde nadie parecía más feliz que un caballo por desahuciarse. Volví un par de veces más donde la ciénaga, pero mientras más me adentraba entre la hierba, podía escuchar nuevamente las largas vainas de pasto quebrándose en frente mío, invitándome a seguir a Clara nuevamente, y quizás ser devorado también por aquel pantano sombrío. Apenas tuve edad, escapé de la inmundicia del pueblo y me vine a la ciudad, donde la gente es igual de miserable, pero de alguna forma menos sombría. Sin embargo, hace años que no he podido dormir bien. Aún me atormenta pensar que aquel día mientras ayudaba a Clara a levantarse, atrás mío y por primera vez, la ciénaga parecía mostrar signos de vida, como burbujas que se asomaban sobre su superficie. Y entonces, la voz de Clara resuena diciéndome "a que no me encuentras".

miércoles, 5 de junio de 2024

Letras pequeñas.

 Hoy me desperté con el pie derecho (aunque tal vez no lo hiciera)

Me vestí e hice el desayuno (pero puede que fuera almuerzo)

y me dirigí al trabajo como siempre (con excepción de los fines de semana).


Ahí vi las caras habituales (aunque es probable que no voltease)

y saqué la ardua tarea (aunque poco o nada fuera en realidad)

y pensaba en la ausente primavera (que la temporada indica está presente),

en los campos sepia cual serpientes (y entre verde pastizal).


Llegué a la comida familiar (donde nadie nunca habla)

y lavé los trastes sucios (y sucio alguno ha de quedar),

subí a mi habitación y me acosté tras el estudio (dos horas de dar vueltas y dolor de cabeza al despertar).


Llegó la noche y escribí un poema, (mentí pues era de tarde todavía)

y vi la televisión hasta la una (aunque no sé lo que veía)

y entonces me acosté, encantado de esperar por otro día (aun si no llega jamás).


martes, 21 de mayo de 2024

Niño interior.

 Ayer fue el aniversario póstumo de mi niño interior y como cada año, he dejado un ramo de flores en la cabecera de mi habitación porque no hay cuerpo ni tumba donde llorarle. 

La última vez que lo ví, jugábamos a las escondidas en el cuarto de mis tíos, luego entraron ellos y no hubo más niño, ni tampoco dónde ocultarse.