“Es
el año 6548 A.E., y nosotros, la mayor civilización que ha visto nuestra enorme
galaxia, por fin se encuentra en la etapa más prometedora de su apogeo, la
visita a otros planetas inteligentes. Ya hace un par de siglos habíamos
confirmado la presencia de vida inteligente en otras galaxias, todo esto
gracias al gran investigador Beginoff Ender, y su potente telescopio
Pathfinder, capaz de traspasar las capas estratosféricas de planetas a miles de
años luz; pero ahora, por fin, hemos conseguido dirigirnos hasta donde se
encuentran estas civilizaciones.
Actualmente, el tiempo de vida de nuestra
especie oscila los 500 años gracias a todos los avances tecnológicos que hemos
conseguido a través de las épocas, e incluso, hemos sabido como ralentizar el
envejecimiento hasta tres veces esa cantidad con nuestros avances de
criogenización y reanimación. Sin embargo, los viajes a miles de años luz no
podían ser concebidos debido a los límites del viaje convencional, es decir,
atravesando espectros de luz.
Pero ahora, gracias a las aportaciones del
consorcio Opera, dirigido por el filántropo multibillonario Matt Sikes, nuestra
especie ha encontrado la manera de ir más allá, gracias al desarrollo de
agujeros de gusano programables a través de distintos puntos de la ondulación
universal.
Nuestro representante con otros mundos
será el Capitán Deht Gerald, quien ha llevado las capacidades comprensibles más
allá de sus límites y…”
El comercial continuaba durante un par de
minutos, reproduciéndose automáticamente en la cabeza de todos como una
publicidad imposible de saltar. El capitán Deht moría de vergüenza ante aquella
presentación, pero nada de lo que se decía era mentira, tan solo un poco
adornado. La mayoría de los proyectos de viajes espaciales requerían
tripulaciones o incluso estaciones espaciales completas, pero los agujeros de
gusano eran sensibles a la descomposición y reconfiguración de la materia
orgánica multicelular, por lo que era una misión en solitario. Deht fue
elegido, no solo por sus aptitudes, sino también por la entereza de sus
principios y creencias, así como una fuerte voluntad, que inspiraba confianza
en todo un mundo. Su misión consistiría en visitar tres planetas, cada uno
conectado a un par de años luz por medio de diversos agujeros de gusano.
“¡Que Dios guie el camino del Capitán
Gerald!”
Al pasar por el primer agujero, el
entrenamiento para soportar la desmaterialización y la recomposición mental y
espiritual resultaron ser efectivos, sintiendo el Capitán como se perdía en la
enorme inmensidad del cosmos para hallar una salida en lo que podría ser un
instante o bien una breve eternidad. Gerald se aferró con fuerza a aquella
cadena en su cuello, representando todo lo que creía y lo que buscaba en
realidad.
El primer planeta en visitar parecía el
más civilizado, contando con un nivel tecnológico similar al suyo. Lo
identificaban como Panthus II, y contaba con cinco lunas, ríos de helio y un
abastecimiento casi ilimitado de diamantes, los cuales brotaban de la tierra
como flores. Hacía mucho que los diamantes habían dejado de usarse en joyas,
pasando a aprovecharse como canales de recepción para la energía de las
estrellas. Desde la vista del Pathfinder, el planeta parecía rodeado de objetos
que aparentaban ser globos, probablemente utilizados para aprovechar sus
fuentes de Helio.
Sin embargo, al atravesar el agujero de
gusano, Deht no encontró rastro de los globos o si quiera alguna base espacial
cercana. Atravesó las capas hasta llegar a la atmosfera de Panthus II, pero no
hacía falta aterrizar para explorar el planeta, ya que la nave no detectó señal
alguna de vida. Lo consideró natural, dado que ningún telescopio era capaz de
ver a través de los agujeros de gusano, por tanto, que las imágenes que se
percibían, habían ocurrido hace miles de años luz. No podía descartar que hubiesen
sido atacados por alguna otra especie ajena a ese mundo, pero en su
razonamiento, ninguna forma de vida inteligente atentaría contra el exterminio
de otra al entender las leyes del balance universal que hace varios miles años
habían descubierto. Sin embargo, un ligero escalofrío le recorrió ante la
incertidumbre de lo desconocido, a que quizás podían existir seres así de
ingenuos allá afuera, o si acaso el juicio divino se había posado sobre ese
mundo. A través de robots recolectores, pudo encontrar entre la arena rastro de
los diamantes que tanto habían ocupado para lograr sus avances tecnológicos,
así como reliquias que demostraban la presencia en algún momento del tiempo de
una civilización inteligente. Sus aplicaciones iban más allá de su comprensión,
pero debían ser estudiados con precaución y detenimiento.
El segundo planeta era Quirinus, un
planeta dorado debido al polvo de oro que se podía hallar en la arena que
recorría la mayor parte de ese mundo. Los científicos aún no podían entender
que clase de especies podían habitar un planeta sin presencia de hidrógeno, por
lo que se consideraba un planeta inhabitable. El Pathfinder, sin embargo, había
logrado detectar edificaciones monolíticas de cuarzos, con las cuales se
levantaba una especie de red que, de acuerdo a sus teorías, podía tener la
función de repeler la carga estática que constantemente asolaba el planeta,
estando siempre en la penumbra por las tormentas eléctricas. Aquella vez no era
diferente, pero gracias a la tecnología a base de luz de la nave, logró
atravesar las tormentas sin mayor inconveniente. Bajo las tumultuosas nubes,
las tormentas de arena iban y venían acortando el campo visual del capitán, y
el reconocimiento del radar de la nave empezó a fallar y arrojar lecturas
falsas, teniendo que aterrizar de emergencia cerca de un lugar donde se había
recibido la última señal de vida.
El capitán bajó de la nave con su equipo
de protección, el cual lo hacía inmune a la electricidad, los golpes y a las
altas temperaturas. Poco a poco, se fue acostumbrando a caminar entre las dunas
doradas, hasta que logró divisar unas pequeñas chozas que formaban apenas una
casta, a la cual se acercó activando un escudo de defensa en caso de cualquier
ataque.
Al acercarse, una sombra empezó a moverse
en una de las chozas, y tras un chirrido que casi perforó sus tímpanos,
diversas figuras empezaron a rodearle, con aspecto apenas antropomorfo, y
rasgos insectoides como alas, antenas y exoesqueletos. No poseían armas, y aún
si algunos tenían extremidades punzocortantes, no podrían atravesar su
vestimenta.
Los seres abrieron paso a uno de ellos, el
cual caminaba tambaleante, y de color marrón y tamaño casi dos veces mayor que
el resto. Deht pensó en ponerse en guardia, pero rápidamente el insecto empezó
a hacer otro chirrido, al cual no hubo respuesta, más allá de la incomodidad en
los oídos del capitán.
-Ya veo, supongo que tu especie no te
permite entender nuestro idioma. Quizás de esta forma podamos entendernos
mejor. -Una voz resonó dentro de la cabeza de Deht, una sensación a la cual no
era ajeno.
-Telepatía. Sí, hemos experimentado un
poco con ella, aunque no es muy cómoda en presencia de muchas personas.
-Lo entiendo, para nosotros es solo un
medio secundario de comunicación también. -Le respondía aquel ser insectoide de
aproximadamente tres metros. -Soy el cacique de este pueblo. Mi nombre es
Duuuurkkk u’thuuulan, quisiera saber a qué debemos su visita.
-Estoy en una misión de exploración, en
busca de inteligencia en otros mundos.
-De repente, todos los seres a su
alrededor empezaron a chillar entre ellos, haciendo que Deht se llevase las
manos a los oídos, provocando que el cacique soltará un chillido aún más fuerte
trayendo el silencio nuevamente al lugar.
-Le pido disculpas por el pequeño
inconveniente, pero aquello que usted busca es mejor dejarlo tal y como está.
- ¿A qué se refiere?
-A que es mejor dejar al resto del
universo en paz y seguir con el orden natural de su especie.
-No sé qué clase de sociedad tienen
ustedes, pero de dónde vengo, somos una especie aún ignorante de muchas cosas,
el tamaño del universo, la inmortalidad del espíritu, el significado del ser.
-Ese es justamente el problema señor
Gerald. Acompáñeme un momento.
Deht aceptó, poniéndose a un lado del
cacique, mientras que el resto de su pueblo se dirigía hacia sus hogares.
Caminaron entre las dunas hasta un punto donde las tormentas de arena iban
disminuyendo, hasta que la arena no se levantaba más allá de medio metro.
-Desde nuestros telescopios vimos que
tenían monolitos de cuarzo alrededor del planeta.
-Usted debe venir de muy lejos señor
Gerald. Aquellas estructuras las utilizábamos para almacenar la energía
eléctrica de las tormentas.
-Nosotros teníamos la idea que era para
eliminar la estática en la arena.
-En parte sí, pero era nuestra forma de
abastecernos para viajes largos. Verá, nuestra especie es lo que la suya
llamase invasora. Este mundo carece de alimentos, y durante siglos recurrimos
al canibalismo, aunque éramos conscientes de los otros tipos de riquezas que
nos rodeaban. Desde que aprendimos a viajar a otros mundos por medio de la
acumulación de electricidad, hemos estado visitando otros planetas,
aprovechando sus recursos y viviendo en una relación parasitaria con su
entorno. Ahora ya no tenemos gente para poner a andarlas. De hecho, tengo
entendido que también visitamos su planeta.
El capitán le miró desconcertado y algo
asustado, pero pudo recordar algo. -Me parece que hay registros sobre ciertos
insectos que existieron hace más de dos mil años en nuestro mundo, pero fueron
exterminados en su totalidad.
-Exterminados, vaya tontería.
- ¿De qué está?...
-Somos una mente colmena señor Gerald, aún
a cientos de años luz, nos era posible comunicarnos y aprender lo que era de
nuestros hermanos. Hace apenas unos milenios, tuvimos a nuestra última reina,
la cual ordenó el genocidio de toda nuestra especie a través de todo el
universo.
-Deht le miró con cierta confusión y
espanto, pero las palabras no terminaron de formularse antes de que el ser
continuase su historia.
-Nosotros somos los últimos
supervivientes, dejados atrás al habérsenos ordenado devorar a nuestra reina.
Sin embargo, somos bastante conscientes de la razón de su suicidio. Uno de
nosotros llegó a un planeta, en el cual se encontraban en una situación apocalíptica
de magnitudes similares a las de este mundo. Ahí, un ser compartió una verdad
devastadora con él, una capaz de querer propiciar la muerte de todo un planeta.
- ¿Qué verdad fue esa?
- ¿Realmente quieres saberlo? -El ser le
volteó a ver con sus cientos de ojos, pero después de tragar saliva, el capitán
tomó su decisión.
-No importa lo que me digan, nada podrá
hacer que deje de aferrarme a la vida.
El ser insectoide rio, pero cumplió a la
determinación del capitán.
-Aquella civilización había alcanzado su
auge, su tecnología era tan avanzada que habían adquirido una inmortalidad
únicamente revocable por decisión propia. Parecían profesar alguna especie de
religión, ya que sus ciudades estaban repletas de altares y símbolos por todo
el lugar, algunos incinerados, otros demolidos, pero nada habitual para seres
tan superiores, sino más bien obra de la desesperación y el caos. Detectamos
muchas vidas extinguiéndose una tras otra, pasando en cuestión de minutos de
millones a apenas unos miles. Las palabras de uno de esos seres antes de
perecer fueron:
“Ustedes tienen derecho a saberlo tanto
como todos nosotros. Hemos dado con nuestro Creador, y no ha sido más que el
final de nuestro camino. Eso que llamamos vida, no es más que una ilusión, un
juego de un ser superior que sucumbe al placer del sufrimiento ajeno. El
infierno es real, y estamos en él, aferrándonos como si algo se pudiese salvar.
No somos hijos de ningún Dios, sino del
mismo Demonio.
La vida no tiene sentido.”
Deht cayó al suelo. Su mirada se clavó en
el cielo, en esa tormenta que seguía desatándose y esa arena brillante que
pasaba como ondas encima suyo, mientras que sus manos apretaban la arena que se
escapaba entre sus dedos, una y otra vez. Su civilización era consciente de la
existencia de un ser superior como el origen del universo, pero aquello era una
bofetada a su realidad. De repente, todo lo que creía carecía de sentido, no
había siquiera razón de obrar con moralidad, de avanzar en un ciclo que tarde o
temprano acabaría con aquella verdad perforando hasta la medula de su gente.
Deht destensó sus manos, dirigiéndose ante el cacique y cuestionando la
fiabilidad de sus palabras aviesas y llenas de veneno. Pero dentro suyo, todo
parecía tener sentido.
Era
mejor dejar de aferrarse.
Duuuurkkk u’thuuulan reía sin parar, al
punto que olvidó usar la telepatía y empezó a soltar chirridos al aire. De
pronto, varios chirridos en la distancia le secundaron, pero nadie se acercó a
aquel desdichado que luchaba por levantarse una vez más en un esfuerzo fútil.
-No lo entiendo. ¿Cómo pueden seguir
viviendo si lo saben?
-Como te dije antes, somos una raza
colmena, seguimos órdenes absolutas de nuestra reina, pero hace mucho que no
existe siquiera una. Aquello que nos mantiene atados aquí, es la espera. He
dicho que soy el cacique, pero eso solo es por ser el más viejo de entre todos
ellos. Hace apenas unos años murió el anterior cacique. Estaba delicioso.
Parecía feliz. Las ansias me devoran porque ese día llegue para mí también.
Deht lo miró con cierto horror. Un paso
hacia atrás, un titubeo, algo que hacía mucho no sentía.
Miedo.
-Debes estar mintiendo. Esa es la única
explicación lógica.
-Es posible, a menos que tenga razón y
nada tenga sentido señor Gerald. -decía mientras se acercaba violentamente
hacia él, algo eufórico reflejado en un incesante salivar. -Aún existe ese
planeta, debe estar a un par de días de viaje en ese artilugio suyo, un planeta
con anillos y una tierra roja y negra. O quizás... Solo quizás quiera ser
devorado misericordiosamente. Hace mucho que no pruebo bocado de algo que no
sea mi especie.
Deht empezó a correr hacia la nave, pero
era absurdo. Nadie le seguía, solo la risa cada vez más lejana del insecto.
Apenas se calmó un poco la tormenta, partió de aquel mundo desolado por la
falta de existencia.
Había olvidado dar su informe, incapaz de
pensar en otra cosa que no fuera visitar aquel fatídico lugar, que en su mapa
parecía llamarse Ignyx, un planeta diez veces más grande que Quirinus y rodeado
de anillos gaseosos que oscilaban constantemente alrededor del mismo. Deht, sin
embargo, estaba perdido en el radar, en los detectores de vida o de algún
vestigio de esta, incapaz de ver más que lava y tierra árida y oscurecida por
las erupciones. Solo hasta que fue tarde, notó que la nave se acercaba a uno de
los anillos, mientras que el gas se filtraba y la nave alertaba que la
composición de tres de los ocho anillos eran altamente corrosivos al punto de
amenazar su integridad. Deht tomó el mando, e ignorando los peligros que
conllevaba, atravesó tres de los anillos y no paró hasta tocar la atmosfera del
planeta, mientras que el gas empezaba a rodearle, atentando con acabar su vida.
Llevado por la turbulencia y las nubes que rondaban su pensamiento, aterrizó
abruptamente sobre la superficie inhóspita y asoladora.
Pero no pasaba nada.
Deht se detuvo un momento a pensar, a
razonar con claridad su supervivencia y aquel acto probabilístico que le había
mantenido con vida.
"Soy un tonto por haber dudado"
"Alguien claramente me está
cuidando".
Deht sintió nuevamente calma en su
interior y con la misma bajó de la nave. Ahí, en frente suyo, un símbolo
erigido se hundía lentamente en un río de magma subterráneo. El símbolo no era
igual, pero sabía que era. Lo había visto cientos de miles de veces, incluso
entonces lo llevaba consigo, en su cuello.
La nave dio una alarma, diferente a
cualquier otra que hubiera escuchado antes. Era un mensaje, el cual empezó a
reproducirse automáticamente.
"Este es un mensaje para aquellos que
depositen sus esperanzas en lo intagible,..."
El capitán corrió hacia la nave, urgido
por querer apagar aquella grabación, queriendo taparse los oídos o incluso
arrancarles de ser necesario.
"No hay tal virtud como la bondad en
lo divino"...
Deht finalmente halló salida al romper el
sistema de traducción de la nave y mientras el mensaje seguía en una lengua
extraña, los sollozos le enmudecían, seguido de gritos, golpes y, finalmente,
un silencio lleno de determinación.
-Capitán, por favor reporte sus hallazgos
de inmediato. -Decía una voz a través del comunicador de la nave, la cual
llevaba horas intentando hallar respuesta.
-Ahí no había nadie vivo. -Contestó
tajantemente el capitán, callando lo que había presenciado, tan solo por
considerar mejor decirlo frente a frente.
Había tomado su decisión. Si sería el
responsable del final de su gente, tenía que estar presente para ello. En su
voluntad quebrada y su cordura apenas latente, no había otra opción, pues una
vida sin sentido era igual que una existencia condenada a la autodestrucción, a
la tragedia y la desesperación, tal como habían pasado aquellos seres, quien
sabe por cuantas generaciones más que ellos.
Al final, la única opción era morir.
Lleno de dudas, se dirigió finalmente al
último planeta de la lista, atravesando el tercer agujero de gusano, del cual
apenas logró conservar su integridad debido al golpe espiritual que había
recibido. Fuese el compromiso con su raza, o con el fin de ella, logró llegar
ahí conservando su composición, tan solo por una voluntad que carecía de
esencia individual. De acuerdo a sus investigaciones, el tercer planeta se
trataba entonces de un mundo primitivo, en el cual apenas aparecía una especie
capaz de utilizar herramientas para alimentarse. Al llegar, logró notar cierto
avance en su civilización, un avance errático que parecía estancarse
continuamente entre guerras, traiciones y estupideces. Le llamaban el planeta
Azul VII, un mundo rodeado de agua. Por lo menos eso no había cambiado. Los
seres primitivos habían perdido el pelo y estaban empezando a vestir ropa para
el frío, sus medios de comunicación decían falsedades y contradicciones,
haciendo que la gente se dividiese. Seccionaban grandes partes del relieve y se
peleaban por simple tierra, cuando el agua era aún más preciosa en el Universo
y la usaban para tirar sus desechos. Usaban como fuente de energía combustibles
fósiles, a pesar de haber descubierto las capacidades de la energía de las
estrellas.
También era posible apreciar algunos
especímenes de la raza del planeta Quirinus, los cuales habían logrado
sobrevivir gracias a una involución de su razonamiento lógico y una reducción
de sus proporciones físicas al punto de no medir más de un par de centímetros.
Apenas y se podían considerar entidades
similares, pero el rastro histórico de su cadena genética no mentía.
Cuando recién había arribado al planeta,
había considerado librar a aquellos seres ignorantes de la esclavitud macabra
que había resultado ser la existencia misma, pero en realidad, parecían
disfrutarlo, eran felices siendo criaturas egoístas y mártires de su propia
tragedia, siempre causando la desgracia al prójimo con tal de ellos estar
mejor. Al ver tanta inmundicia en aquellos seres, confirmó lo que le habían
dicho.
Estaban en el infierno.
Y esta era su obra maestra.